CHRISTOPHER MACLEOD | CASA DE LAS ECHOLLS
– [MacLeod]¿Hay alguien en casa?[/MacLeod] – pregunté. Como respuesta obtuve el eco de los ladridos en la cocina. Crucé el comedor y abrí la puerta de la cocina para ser recibido por el efusivo saludo de Xena, Eowyn y Freya.
Que estuvieran en la cocina significaba que efectivamente, no había nadie, así que habían tenido que dejarlas allí, recogidas en sus camas para perros que usaban solo en esas ocasiones, porque normalmente preferían la cama de sus dueños. Por suerte para mí, la nuestra era la más pequeña, así que no se notaba tanto en la cama como Amy. Si hubiera sido Xena me habría visto durmiendo en el suelo.
Abrí la puerta corredera que llevaba a la terraza y las dejé salir por si necesitaban hacer algo. Vigilándolas, me senté una silla de madera del porche trasero.
Normalmente no solían estar solas. La casa era un bullicio y siempre solía haber alguien, pero en estas semanas las cosas no eran como siempre. La casa solía estar más vacía porque todos teníamos mucho que hacer, tanto por nuestro deber como por nuestra propia vida.
Los héroes de la literatura siempre tienen la presión de salvar el mundo, pero nosotros teníamos también las presiones de ser personas. La llegada de Amy había cambiado las cosas, no sólo ocupándonos mucho tiempo y energía a Diana y a mí, si no trayendo un cambio para todos.
Elizabeth estaba trasladando sus cosas poco a poco a una casa en Merelia junto a Jaime, dejando la casa para sus hijas. Sarah y Diana hablaron entre ellas y se decidió que la casa familiar fuera para nosotros, que éramos los que teníamos una responsabilidad a nuestro cargo. A cambio, había puesto a la venta mi casa en el Barrio Este para ayudar a que Sarah y Daniel comprasen una nueva casa para ellos. Habían pensado comprarla cerca para que las hermanas no estuvieran muy separadas.
Mi casa no duró mucho en venta, al final todo queda en familia y la terminamos alquilando a Dominic y Rebecca por el mismo precio que estaban pagando por su estudio en el Barrio Oeste, así que el alquiler sería para Daniel y Sarah para rebajar lo que pagasen por la casa mes a mes.
Por si todos esos cambios fueran pocos, Cara y Daakka se iban a ir a la cabaña en el bosque que había sido de Daniel y que ahora le había comprado su hermana con bastante regateo. Ed se quedaba a dormir en casa algunas noches, pero cada vez dormía más en el apartamento que estaba sobre la tienda de Lucy.
A todas esas mudanzas se había sumado ayudar a Mara a llevar sus cosas a la casa que ahora compartía con Vincent en Louna – benditos portales – y ayudar a Sasha a instalarse en el apartamento de la Nave, aunque por suerte las cosas de Sasha cabían en una caja. Mia también se iba, lo suyo con Logan había avanzado rápidamente y se habían alquilado un apartamento en el Barrio Oeste gracias al trabajo de mecánico que Mia le había encontrado en un taller.
Freya se apoyó en mis piernas dando saltos con la lengua fuera, devolviéndome a la realidad. Había estado corriendo con Xena y Eowyn pero venía a reclamar mi atención. Dentro de poco cada una de las tres viviría en una casa, pero pasarían gran parte del tiempo juntas en la Nave o aquí para evitar que se quedasen solas. Igual que nosotros, que estaríamos más separados pero nos veríamos a diario.
Aún así era un poco raro, de nueve personas conviviendo bajo ese techo, pasaríamos a ser tres, aunque los demás pasarían a menudo y Elizabeth y mis padres estarían de vez en cuando con nosotros por si necesitábamos ayuda con Amy.
Acaricié con cuidado la cabeza de Freya. Era una perra bastante miedosa y aún me sentía mal por aquella vez poco tiempo después de las Pruebas cuando el licántropo estaba descontrolado y le gruñí. Desde entonces parecía que me obedecía más, pero me sentía culpable.
Vi la felicidad en su rostro cuando volvió a echar a correr detrás de sus «hermanas», disfrutando todas de la libertad y de los pequeños placeres.
Una parte de mí envidiaba esa libertad, esa facilidad para dejarse llevar ante las preocupaciones y simplemente disfrutar. Era un padre reciente y sentía que apenas había podido disfrutar de mi pequeña por culpa de estar todo el día preocupado, planeando, asegurándome de que todo estaba bien atado para que mi hija no perdiera la oportunidad de conocer a las personas que más me importaban porque estábamos a punto de arriesgar nuestras vidas para proteger a completos desconocidos.
Pero por mucho que lo envidiase, no podía ser como ellas. El animal en mí estaba reprimido, no era capaz de dejarlo ir. Sé que probablemente mi fuerza como licántropo habría sido más útil en el combate, pero no podía permitirme perder el control, no podía dejarme ir y después despertarme para comprobar que las personas que más me importaban se habían ido mientras corría salvaje mordiendo a otros.
La brisa era agradable esa tarde. Hacía calor, pero estaba empezando a oscurecer y el viento resultaba muy placentero, con su aroma a verano. Me paré a dibujar en mi mente la imagen mental de ese preciso momento, observándolas jugar. Algún día, en el futuro, nuestros descendientes podrían hacer lo mismo. Las mascotas que habíamos adoptado de la señora del bosque de Escocia nos sobrevivirían a todos gracias a su inmortalidad. Me preguntaba cómo serían las cosas en su futuro, qué sería de nuestros descendientes.
Entonces me di cuenta de que quizá estaba siendo demasiado introspectivo. Las cosas que vivimos hacen mella en nosotros. En su día, tomar el manto de Vigilante y encargarme de ser el mentor de Sarah, junto con mi licantropía, habían hecho que relegase en la bebida un problema que simplemente había permanecido ahí, latente. La manifestación de esas preocupaciones no era más que ansiedad, una con la que había tenido que aprender a vivir.
La vida no me había enseñado a confiar en que todo saliese bien, pese a que las cosas nos hubiesen ido mejor de lo esperado, así que me había acostumbrado a controlar cada aspecto de lo que sucedía para evitar que nada quedase al azar y por tanto el destino nos diese un revés. Aun así, con la clase de vida que llevábamos no había sido posible, y desde la muerte de Kaylee y las noticias de la guerra inminente había notado que mi ansiedad estaba peor, amenazando más frecuentemente con aislarme en mis pensamientos.
Amy había sido un alivio para esa ansiedad, que había estado desatada mientras Diana estaba embarazada, por miedo a que mi enfermedad hiciese que las cosas no saliesen bien. Cuando miraba a la pequeña o a su madre, sentía que el mundo sí tenía esperanza.
Hay ciertas cosas que no queda más remedio que admitir. Una de ellas es que nuestra vida nunca iba a ser como la de los demás. Estaba destinada a ser más difícil. Y solo nos quedaba luchar y sacarla adelante.
Quedaba menos de una semana para la guerra. Cansado de pensar me puse en pie y estiré la espalda. Noté los hombros y el cuello cargados, así que decidí relajarme hasta que llegara Diana. La mejor forma de hacerlo la tenía delante de mí.
Me descalcé y caminé sintiendo el césped en mis pies desnudos. Me tumbé boca arriba en la hierba y las tres perras no tardaron en verme y correr hacia mí pensando que jugaba con ellas. Me reí. A veces la vida es más sencilla de lo que parece.
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