Moondale

MAS VALE PREVENIR QUE CURAR

[b][ Zoe Cooper | Entrando al bar de Lorne | [color=green]{ con Ben McBeth }[/color] ][/b][/align]

zoecooper

Quince de enero de dos mil diez. Tenía la fecha apuntada en un pequeño post-it amarillo pegado en la nevera incluso antes de decidir si iba a aparecer. Antes de decidir si iba a caminar hasta un bar desconocido para encontrarme con gente que me odiaba un mes después de que hubiéramos escapado (y el plural aún me resultaba extraño) de la misma organización en la que yo misma me había dedicado a experimentar con ellos.

Al final había optado por aparecer. En primer lugar, porque no tenía nada más que hacer en mi pequeño apartamento. No es que hubiera tenido mucho que hacer en el último mes, más allá de mis esporádicos encuentros con Mercy y unos cuantos libros que había conseguido en la bliblioteca de Moondale. En segundo, porque algún día la Iniciativa cambiaría su estrategia y vendría a por nosotros. Tal vez yo no fuese la primera de la lista, pero tal vez sí fuera la siguiente cuando todos ellos estuvieran muertos, y si algo había aprendido en treinta y seis años de vida era que más valía prevenir que curar.

Miré el reloj, para darme cuenta de que llegaba tarde. Aceleré el paso, los tacones resonando con fuerza contra el asfalto de una calle evidentemente poco transitada y el abrigo (un poco largo, negro, abierto) revoloteando tras de mí. Oí el móvil sonar desde las profundidades del bolso y lo abrí como pude, sin dejar de andar, para rebuscar entre objetos de maquillaje, llaves y cosas inútiles hasta dar con él… demasiado tarde. La música se había callado y la pantalla decía [i]Llamada perdida: Claudia[/i]. Enarqué las cejas, sorprendida, pero no me dio tiempo a llamar. De repente, algo extraño sucedió.

No había levantado la vista, pero podía notar la oscuridad rodeándome. Levanté la mirada, sobresaltada, para fijarla enfrente. Ya casi todo estaba oscuro a mi alrededor, mirar arriba era enfrentarse con el negro más aterrador jamás visto y mirar alrededor era encontrarse con las reacciones de la gente. Tragué saliva con dificultad y convertí mis pasos en zancadas, evitando mirar a la madre asustada que corría con su hijo, o al matrimonio algo más viejo que debía irse a casa y miraban el cielo como si hubieran esperado el juicio final desde hacía años.

Dejé caer el móvil en el bolso cuando llegué a la puerta del local de la cita. Eché un vistazo alrededor una vez más. La gente se retiraba, probablemente hacia sus casas, y podía imaginar que pronto muchos de ellos murmurarían entre dientes sobre las razones de que aquello ocurriera. Yo, por otro lado, tenía al menos la certeza de que no se trataba de un asunto completamente natural. Con una última mirada, me giré y me dispuse a entrar al local, pero había ya alguien en el suelo, justo delante de mí, impidiendo la entrada.

Me agaché. Era un chico joven. Veintiocho, veintinueve. Treinta a lo sumo. Pelo oscuro, barba tirando a pelirroja, de espaldas algo anchas. Parecía inconsciente, así que llevé mis dedos índice y corazón a su muñeca y no pude evitar suspirar aliviada cuando noté el pulso, lento pero regular. Chasqueé la lengua, ¿quién era y qué hacía allí? ¿Debía dejarlo allí? Probablemente no. No sabía qué significaba que el cielo era negro, tal vez los Cuatro Jinetes del Apocalipsis fueran reales y estuvieran a punto de bajar a la tierra a matarnos a base de plagas, guerra y hambre y, en ese caso, no era mala idea alejar al pobre hombre de una muerte segura, aunque fuera sólo para darle unas horas más.

Levantando un pie, pasé por encima de él y casi me resbalé al ver justo detrás de él unos escalones de bajada que no había visto antes. No pude evitar lanzar una mirada ceñuda, antes de asegurarme el bolso en el brazo y cogerle a él por debajo de los hombros. Con cuidado, puse un pie en el escalón de abajo, y después el otro. Cuando noté por fin tierra firme, tiré con fuerza del chico, arrastrándolo hacia el interior del local hasta dejarlo cerca de la barra, posando la cabeza en el suelo con suavidad. Después me incorporé, respirando con fuerza debido al esfuerzo, y me giré sobre mí misma.

-[b]Joder.[/b]

Enarqué las cejas, mirando a mi alrededor sorprendida. Reconocí a la mayoría de los que estaban allí; estaban todos los que habían escapado de la Iniciativa, o al menos una gran parte. Pero no hablaban alegremente y la rubia pequeñita no me lanzaba una mirada de odio. Tirados en el suelo de cualquier manera, como si hubieran caído de repente al suelo, parecían pequeños muñecos de trapo. Eché una mirada alrededor, esta vez a más altura, y descubrí dos personas más en la sala. Una, un joven desconocido; la otra, un demonio de color verde que reconocí de inmediato. Volviendo a mirar por última vez a los que estaban en el suelo, di unos pasos en su dirección y no pude evitar que mi sorpresa se plasmara en mis palabras de la única forma que sabía:

-[b]¿Qué cojones ha pasado aquí?[/b]

[spoiler]Zoë Ann Cooper, siendo la chica más fina y delicada del recreo desde 1973.[/spoiler]

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