Moondale

EN MEDIO DE NINGUNA PARTE

[b][ January Allard | Bosque desconocido ][/b][/align]

otrobosque

Gritos. Lo primero que penetró mi consciencia fueron los gritos. Agudos, lejanos, desconocidos, colándose en mi cerebro para despertarme demasiado deprisa y conseguir que el corazón me diese una voltereta en el pecho y subiera a la altura de mi garganta. Abrí los ojos tan de repente como había despertado, pero para entonces los gritos ya se habían extinguido y el silencio a mi alrededor era aplastante. Contuve la respiración, esperando que en cualquier momento me sorprendiera un ruido amenazante, pero nada sucedió.

Miré hacia arriba y me encontré observando un cielo oscuro, tapizado de hojas y copas de árboles que unos minutos antes no habían estado allí. Aunque lo más correcto hubiera sido decir que minutos antes [i]yo[/i] no había estado allí. Traté de serenarme, antes de incorporarme, antes de ponerme en pie; trate de recapitular antes de sacar conclusiones precipitadas.

Recordaba haber llegado aquella mañana a Moondale y haber pasado el día con Ann y Sarah. Recordaba la animada charla y recordaba haber llegado al bar de Lorne. Y ahí era donde los recuerdos se volvían difusos, donde nuestra visita al baño comenzaba a ser vaga y nuestra vuelta con los demás ya era borrosa. Y entonces, nada. Oscuridad, una oscuridad que no parecía desaparecer hasta el momento en que me había encontrado en medio de ninguna parte, tirada sobre piedas y hojas secas observando el cielo de un bosque desconocido en el que no quería estar.

Cerré los ojos [i]Tranquila[/i], me dije, [i]hay una explicación[/i], y unos segundos después una voz al fondo de mi cerebro me contradijo. [i]Que te jodan[/i] y supuse que debía ser preocupante que hablara conmigo misma, pero desde luego no era el más importante de mis problemas. Respiré hondo y fue al hacerlo cuando fui dolorosamente consciente de mi cuerpo. Sentía los músculos entumecidos, ateridos por el frío y agarrotados por un esfuerzo que no había hecho. Que no recordaba haber hecho.

Volví a abrir los ojos. Me incorporé con algo de esfuerzo, primero sentándome y luego utilizando como apoyo una gruesa rama que sobresalía del suelo para ponerme en pie. Sentía las rodillas temblorosas y tenía frío, pero por alguna razón en ese momento no me importaba. Había algo que se me escapaba y quería, necesitaba saber.

¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado allí? ¿Cuándo? ¿Dónde habían quedado los demás y por qué, por qué, por qué demonios estaba sola y desnuda en medio de ninguna parte? Sentía la humedad acumulándose en mis ojos sin siquiera saber si quería llorar de rabia o desesperación o impotencia. Me mordí el labio inferior para no hacerlo y, entonces, como si se hubiera enfadado por haberlo pasado por alto antes, me golpeó un pensamiento.

[i]Desnuda[/i]. Estaba desnuda. Miré hacia abajo y me di cuenta de que así era. Contuve un escalofrío al notar otra corriente de aire helado contra mi cuerpo y levanté ambas manos para observármelas. Tenía sangre en las manos y también bajo las uñas y, de repente, supe que si desviaba la mirada, iba a ver más sangre. Sangre seca pegada a la piel de mis piernas y de mis brazos, de mi abdomen y de mi espalda, tal vez incluso del cuello. Sangre que ya ni siquiera parecía tan roja como debería y que no tenía dueño, que no era mía. Y entonces, la realidad me golpeó violentamente y caí al suelo, clavando las rodillas dolorosamente en la superficie irregular y sin que eso me importara una mierda.

Estaba desnuda, sucia y ensangrentada en medio de un bosque. Y era de noche. Y no recordaba nada.

[i]¿Los he matado?[/i]

Fue un pensamiento fugaz en mi cerebro, pero cuando cerré los ojos, abrumada, allí estaba, escrito a fuego tras mis párpados, brillando en la oscuridad como si quisiera reírse de mí. Sacudí la cabeza, intentado apartarlo, pero tenía que ser. Tenía que ser eso. Era la única explicación. Me había convertido y les había cogido demasiado desprevenidos y…

-[b]…y los he matado.[/b]

Quería y me faltaba el aire. Necesitaba respirar, recordar cómo se hacía. Cómo se conseguía que el corazón no fuera a ésa velocidad y que el aire llegara a los pulmones como no lo estaba haciendo en aquellos momentos. Cerré las manos hasta convertirlas en puños de nudillos blancos y me quedé allí, parada, escuchando mi propia respiración (demasiado acelerada, demasiado violenta, demasiado irregular) en el silencio del bosque.

Necesitaba relajarme, dejar de pensar, que el jodido bosque dejara de dar vueltas y me dejara rehacerme. Nunca había tenido un ataque de ansiedad y no tenía ninguna intención de que el primero sucediera entonces. No era el momento, no me daba la gana y no iba a pasar. [i]Relájate[/i], me dije, y entonces recordé lo que siempre se decía.

[i]Inspirar y expirar, inspirar y…[/i] Intenté hacerlo, pero mis manos temblaban violentamente y en mi cabeza se repetía la misma retahíla desesperada. [i]Los he matado, los he matado.[/i] Sacudí la cabeza y abrí los ojos. Exploré el suelo durante unos segundos y, abriendo el puño, extendí la mano derecha hacia la misma rama sobresaliente que antes había usado para levantarme y clavé las uñas en el musgo y en la madera blanda y húmeda, aprentando. Apretando hasta que las uñas me dolieron y luego hasta que el dolor se extendió a las falanges y descubrí que funcionaba, que el dolor hacía que el corazón latiese un poco menos dolorosamente en el pecho, que (casi) me permitía centrarme [i]sólo[/i] en los latigazos de dolor que subían desde las uñas hasta la muñeca.

Decidida, abrí el otro puño y estiré el brazo hacia la piedra más angulosa que tenía ante mis ojos, cerrándola en torno a ella con fuerza, hasta que los ángulos afilados se clavaron en la piel. Y entonces apreté un poco más. Respiré hondo, rehaciéndome poco a poco. Las palabras seguían sonando con fuerza en mi cerebro, pero podía respirar. Me concentré y cerré la mano con más fuerza, hasta sentir el escozor de una herida abierta en la palma de mi mano.

Sólo me permití soltar el agarre cuando oí mi respiración acompasada, con normalidad. Suspiré, notando la humedad en mis mejillas. Había llorado y ni siquiera lo había notado y ahora me daba cuenta de que seguía haciéndolo. Las lágrimas siguieron cayendo mientras yo las limpiaba, avergonzada, antes de pararme a pensar que no había nadie para verme y que, por una única vez en mi vida, no me hubiera importado estar acompañada mientras lloraba. Me pasé las manos por la cara y el pelo, desesperada, y me levanté como pude.

-[b]Perdonadme[/b] -dije, y por un segundo no me di cuenta de que lo había dicho en voz alta. De que la voz rota y teñida de desesperación que había pronunciado ésa palabra era mía. Pero entonces, volví a decirlo-: [b]Perdóname, Sarah… y… Daniel, Diana…. [/b] -respiré hondo y seguí disculpándome con mi oyente invisible, ahora que las lágrimas silenciosas se habían convertido en sollozos silenciosos que no podía controlar-. [b]Yo no… yo… Cecil…[/b]

Y callé de pronto. No podía haberlos matado a todos. Era imposible. Daniel nunca habría permitido que yo le hiciera daño a Sarah. McLeod se hubiera puesto en mi camino si hubiera intentado acercarme a Diana. Cecil, Dom. Era imposible. Podía haber herido a alguien, quizás matado. [i]Seguramente matado[/i], puntualizó una voz en mi cabeza. Seguramente, había demasiada sangre. Pero no a todos. Era imposible. Eran muchos y eran fuertes y eran poderosos…

Y entonces, de repente, dejé de llorar.

En su lugar, miré alrededor. Sólo había árboles y árboles y más árboles. Árboles de copas altas y troncos gruesos, con raíces escapando del suelo y las hojas moviéndose al ritmo del viento en una ensordecedora melodía. Me abracé a mí misma y pensé en cómo había adorado los bosques tiempo atrás. En cómo, de pequeña, cuando íbamos a alguno, mi padre tenía que subir a los árboles a buscarme porque yo nunca quería bajar. No quería dejar de correr y coleccionar hojas y seguir a las ardillas y jugar a engañar a mamá haciéndole creer que me había perdido, a pesar de que yo siempre me había orientado mejor que cualquiera de ellos, de que sabía encontrar el camino a la salida mejor que nadie. que conocía aquellos sitios como la palma de mi mano porque había aprendido del mejor.

Terminé de secarme las lágrimas. No sabía qué había ocurrido, cómo era posible o si había sido culpa mía, pero si tenía una certeza es que no había podido con todos. Que en Moondale quedaba gente y que tal vez ahora me odiaban, pero tal vez no, tal vez entendían que no había sido [i]yo[/i] y me estaban buscando. Asentí, infundiéndome ánimos a mí misma y dejé caer los brazos a ambos lados de mi cuerpo. Decidida y serena como no había estado desde que despertara, comencé a caminar, sabiendo que quizás no aguantara mucho así. Solo entonces, mientras daba mis primeros pasos hacia [i]nosabíadónde[/i], escuché la música.

Fue difícil distinguirla al principio. El ruido de las hojas de los árboles parecía ensordecedor en un sitio tan desierto como aquel y, sin embargo, la melodía logró abrirse paso y llegar hasta mis oídos y, cuando lo hizo, no me costó reconocerla.

-[b]Beethoven[/b] -musité.

Casi sonreí por un sólo segundo, mientras reconocía las notas y visualizaba el pentagrama. Mis dedos se movieron solos sobre un teclado invisible y recordé las veces que la había ensayado en el enorme piano de cola de la escuela. Y de repente, dejé de sonreír y abrí los ojos más que nunca. Giré sobre mí misma, buscando el origen de la música, pero nada había cambiado. El bosque seguía siendo el mismo lugar desierto y oscuro que había sido minutos antes y, sin embargo, aquella música tenía que provenir de algún lugar.

Sacudí la cabeza, intentando apartar la canción de mi mente, pero era imposible. Me tapé los oídos, pero seguía escuchándola, de fondo, como un susurro. Nerviosa, comencé a caminar de nuevo, esta vez más rápido.

No sabía por qué, pero tenía que salir de allí.

[spoiler][i]Claro de luna[/i] es una pieza para piano, y bastante popular, así que January tenía que conocerla sí o sí. Aparte de eso, ya siento que sea tan largo, es que me inspiráis y así no hay quien pare a tiempo =D[/spoiler]

Comentarios

Deja una respuesta