[b][ Ben McBeth | Base Vathurst – Islandia][/b][/align]
-[b][i]Te presento a tu torturadora.[/b][/i]
Aiko salió de entre la multitud con una sonrisa pintada en la cara. Seguía teniendo el mismo aspecto de niña de catorce años demasiado frágil y delgada para un ambiente como aquel. Y por si fuera poco, la impresión se acentuaba porque llevaba uno de esos vestidos por encima de la rodilla, sin mangas, como si acabase de salir de la escuela y se dirigiese a casa a hacer sus deberes de geometría. Caminaba con tranquilidad hacia mí, nunca siguiendo un camino totalmente recto, y balanceándose como si dentro de su cabeza sonase alguna de las melodías que tanto le gustaban.
Contuve una sonrisa satisfecha. No sabía cómo lo había hecho, cómo había descubierto que estaba allí o que estaba en peligro ni cómo había conseguido engañar a Leoh para colarse entre sus filas, pero Aiko acababa de convertirse en mi única amiga en territorio enemigo. No iba a ser la primera vez que escapáramos de circunstancias adversas pero, tenía que advertírselo, ésta vez no iba a ser como las anteriores. Ésta vez no iba a ser un demonio cualquiera enfrentándose a una amenaza, esta vez era [i]Leoh[/i] y su asunto era algo personal. No estaba seguro de que nadie aparte de mí entendiese lo que un [i]asunto personal[/i] significaba en el idioma de mi viejo mentor.
Busqué su mirada desde la distancia, buscando alguna señal, pero su rostro permaneció impasible, así que decidí hacer lo mismo
-[b]Con tantas caras conocidas, esto empieza a parecer una fiesta de cumpleaños[/b] -dije en tono casual, ladeando un poco la cabeza y manteniendo mi mirada en sus ojos rasgados, buscando una respuesta, que llegó en forma de sonrisa entusiasmada:
-[b][i]No es mi cumpleaños, pero casi. Leoh me deja torturarte.[/i][/b]
[i]Claro que te deja[/i], pensé. Leoh probablemente sabía que aquello no probaría nada: estuviese de mi parte o no, Aiko no tendría ningún problema en torturarme. Aiko no hubiera tenido ningún problema en torturar a su madre si resucitara de entre los muertos. Pero en ocasiones con Leoh no se trataba de probar nada. En ocasiones, en lo que a él respectaba, simplemente se trataba de divertirse.
-[b]Qué bien[/b] -respondí, manteniendo mi tono inocuo-. [b]¿Por qué no le torturas a él, que seguro que se jacta de tener más resistencia?[/b]
Aparté la mirada un segundo, buscándole entre la multitud, pero no parecía estar a la vista, o quizás se confundía entre la gente. Había muchos demonios allí. La mayoría, prácticamente niños. Incluso desde aquella distancia podía deducir el tiempo aproximado que llevaban bajo las enseñanzas de Leoh. Se les notaba. Se les notaba en las miradas, en la forma de moverse, en las armas que llevaban. Los que habían estado más tiempo allí portaban armas refinadas y se movían con la seguridad y la agilidad de años de lucha, cada movimiento siempre calculado y la mirada siempre alerta a cualquier cosa. Algunos, los que estaban a medio camino, tenían miradas furiosas, asalvajadas, y apenas contenían la violencia en sus movimientos: habían probado sangre, pero no habían aprendido a mantener la cabeza fría. Los que llevaban menos tiempo parecían casi cohibidos, como si temieran dejarse llevar por la violencia, y apenas llevaban pequeños cuchillos que nada harían contra alguien como yo si me soltase de mi agarre. Claro que a Leoh, aquellas bajas, no le importarían en absoluto.
-[b][i]Siempre me caíste mal[/b][/i] -escuché decir a Aiko con su voz cantarina. Al mirarla de nuevo, noté que me miraba de arriba abajo-. [b][i]Eras tan… blandito, como un osito de peluche.[/b][/i]- Se acercó poco a poco, estirando una mano hacia mí. No pude evitar fruncir el ceño; había algo que no me cuadraba en todo aquello-. [b][i]¿Y sabes lo que me gusta hacer con los ositos de peluche? ¡Rajarlos![/b][/i]
Contuve una mueca, mirándola de cerca. Era Aiko. Eran sus ojos rasgados, su sonrisa (a veces santurrona, a veces diabólica), su cabello fino y su nariz chata. Pero había algo que no me cuadraba, algo en ella que no acababa de convencerme. Ni una señal, ni un palabra clave que me diese una pista. Como si realmente estuviera trabajando para Leoh, cuando yo sabía que era imposible. Asentí antes de dejar que el silencio se extendiera demasiado:
-[b]Qué poco original.[/b]
-[b][i]Se me da mejor torturar que hacer discursos.[/b][/i]
Eso no podía negárselo, pensé mientras la veía encogerse de hombros y sonreír con soltura. No, había algo que no me cuadraba, algo que faltaba. Nuestra complicidad. Nuestra habilidad para mirarnos y saber lo que pensaba el otro, adivinar el siguiente movimiento, algo adquirido con el paso de las semanas, los meses y los años. Algo que nunca había gustado a Leoh pero que había tenido que soportar después de que me negara a matarla. Habíamos hecho un gran equipo; ella, sin embargo, no daba muestras de ser consciente de que la otra mitad de su equipo estaba esperando una muerte próxima encadenado a un palo en mitad de un páramo helado y ante la mirada de demonios sedientos de sangre. Y mi cabeza se negaba (se negaba en rotundo) a contemplar la posibilidad de que Leoh hubiera hecho con Aiko lo mismo que con Adria. Aiko era, literalmente, [i]demasiado[/i] para Leoh. ¿O es que quizás yo la sobreestimaba?
Volví a echar un vistazo alrededor. El lugar permanecía exactamente igual que en mi recuerdo, pensé mientras luchaba con disimulo para liberar el agarre de las cuerdas sin que los guardias se diesen cuenta. Eran las mismas casas, los mismos caminos, los mismos árboles supervivientes aquí y allá. Dejé las manos relajadas durante unos segundos y miré fijamente a Aiko. No vi ni rastro de complicidad en sus ojos cuando me devolvió la mirada, así que pregunté con auténtica curiosidad:
-[b]¿Siempre te caí tan mal? Refréscame la memoria… ¿cuándo llegaste aquí?[/b]
-[b][i]Un golpe de suerte[/b][/i] -respondió, evitando mi mirada.
Le concedí unos cuantos segundos, pero viendo que no continuaba hablando, tomé la palabra de nuevo.
-[b]Eso no responde a mi pregunta.[/b]
-[b][i]Tú tampoco me dejas torturarte con tanta cháchara.[/b][/i]
Ahora sí, volvió a clavar sus pequeños ojos oscuros en los míos. Fuera lo que fuera lo que pasaba allí, era evidente que Aiko no estaba de mi lado, y aunque mi cerebro se negase a creerlo, no podía hacer otra cosa que rendirme a la evidencia: Leoh había conseguido doblegar también a Aiko. Me encogí de hombros y le aguanté la mirada.
-[b]Adelante, estoy esperando.[/b]
-[b][i]¡Gracias![/b][/i] -respondió con repentino entusiasmo-. [b][i]Por ser tan simpático te dejo elegir, ¿prefieres que te la corte o empiezo despellejándote?[/b][/i]
Me reí entre dientes, siguiendo el juego; al fin y al cabo, mi única baza era ganar tiempo, así que no importaba [i]cómo[/i] lo hiciera, mientras mantuviera a Aiko todo lo alejada de mí que pudiera. Aunque no pareciese tener los mismos recuerdos que yo, aquella era la misma vampiresa que yo había conocido y con la que me había aliado, y si había alguien en el mundo que no quisiera que me torturase… ésa era ella.
-[b]Lo de despellajarme suena mejor. Me gusta bastante [i]usarla[/i][/b] -bromeé-,[b] y quiero aferrarme a ella hasta el último momento. Por si logro escapar, ya sabes.[/b]
Se echó a reír a carcajadas y se tomó unos segundos (quizás un par de minutos) para ello, ante la mirada expectante de todos. Decididamente, Leoh había hecho una elección endemoniadamente buena escogiendo a Aiko como profesora invitada de tortura: aquellos críos iban a aprender lo que nunca habían aprendido.
-[b][i]Entonces te la cortaré[/b][/i] -dijo una vez ya serena, esbozando una sonrisa y mostrándome una daga que mi mirada no había captado con anterioridad.
Cerré las piernas un tanto, involuntariamente, confiando en que no lo hubiera notado, y me obligué a hablar con un tono neutro:
-[b]Te gusta llevar la contraria, tenía que haberlo imaginado.[/b]
-[b][i]¿Sabes otra cosa que me gusta mucho?[/b][/i] -preguntó con una de sus sonrisas soñadoras-. [b][i]Además de los conejos, claro[/b][/i] -añadió con una risita. Bueno, ya era algo en común con la Aiko que yo conocía-. [b][i]El viejo dicho: ¡’la familia que torturan unida… grita más fuerte.’ Y él grita mucho, así que tú serás otra nenaza.[/b][/i]
Me esforcé en ocultar mi confusión, pero no tuve que hacerlo por demasiado tiempo. Aiko se apartó un poco y, con un gesto, mandó apartarse también a algunos de los allí reunidos. Apenas necesité dos segundos para ver lo que quería que viese: atado a otro poste, a unos cuantos metros del mío, estaba Charles. La sorpresa se apoderó de mí durante unos segundos, luego mi mente comenzó a funcionar a toda velocidad. Era imposible. Charles había muerto cuando yo sólo era un adolescente, Leoh me lo había dicho. [i]Lo maté porque era un estorbo en tu camino, Ben. Un estorbo en tu camino a la gloria[/i], había dicho, y sin embargo estaba allí, bastante más envejecido de lo que le recordaba y mirándome como si suplicase clemencia. Me revolví violentamente entre las ataduras, pero sabía que no conseguiría nada, así que me obligué a quedarme quieto y cerré los ojos para calmarme. Luego volví a mirar a Aiko.
-[b]¿A qué estás esperando?[/b] -pregunté con dureza.
-[b][i]A que llores[/b][/i] -respondió con una sonrisita-.[b][i] Pero es mucho pedir, ¿verdad? [/b][/i]-hizo una pausa para poner pucheritos y, por un segundo, el gesto me resultó familiar, pero sabía que no por ella-. [b][i]Quizás si mato a tu padre primero lo conseguiré.[/b][/i]
-[b]Los milagros no existen, Aiko.[/b]
Y ella también lo sabía, que no iba a llorar, pero poco le importó. Con una sonrisa satisfecha, hizo un gesto a Adria, que aparentemente se había acercado con disimulo hasta Charles durante nuestra conversación. Por un segundo observé con curiosidad, ¿hasta qué punto habría Leoh lavado el cerebro a Adria? ¿Conseguiría que torturara a su propio padre? Por lo visto sí, porque mi hermana levantó su daga de plata y la alzó hasta el cuello de nuestro padre, dibujando con la punta afilada delgadas líneas que, seguramente, conformaban un dibujo que desde allí yo no podía ver. Los intentos de Charles por ahogar sus gritos eran inútiles, y no pude evitar deducir que no sólo le estaba cortando: debía de haber alguna sustancia en la punta de la daga que hiciera que el dolor se multiplicase. Tal vez ácido, o algún otro tipo de corrosivo; eso aseguraría que el dolor fuese mayor y permaneciese más tiempo. Eran trucos de la vieja escuela y era obvio que hasta Adria podía conocerlos.
Mientras observaba la tortura, capté por el rabillo del ojo los movimientos de Aiko, que se acercaba con paso alegre hacia mí. Dejé que se acercara hasta apenas un metro de mí y, justo entonces, ladeé un tanto la cabeza y le lancé una mirada de advertencia, pero ella sólo se rió. [i]Muy tú[/i], pensé un segundo antes de tenerla al alcance de la mano, con su mueca de niña ilusionada y sus dedos jugando relajadamente con su arma. Sonreí con aplomo.
-[b]¿Es mi turno?[/b]
Ella no respondió, se limitó a extender el arma hacia mí, mientras yo hacía acopio de energías para prepararme para el dolor. [i]El dolor es psicológico[/i], me había dicho Leoh una vez, y desde entonces había puesto su teoría en práctica tantas veces que parecía ser cierta. Claro que nunca la había puesto en práctica con Aiko y sus imaginativas torturas. Tragué saliva y me erguí frente a ella, manteniendo su mirada. Ella, divertida; yo, serio. Ella con un arma en la mano, y no notando el filo helado rozando la piel con suavidad.
Y antes de que me diera tiempo a contar hasta tres, la suavidad dejó paso al dolor agudo de la hoja de plata clavándose por completo en mi piel, al tiempo que la risa cantarina de Aiko resonaba contra mis oídos.
[spoiler]Las psicóticas movidas por Stefy y las instrucciones dadas por nuestro sádico máster :][/spoiler]
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