Moondale

SIN RUMBO, SIN DESTINO. SIN MOTIVO

[align=center][b]Suzanne Sommerville | Bosque desconocido[/b]

lican

Todo se ha vuelto una tarea mecánica. Todo se ha vuelto una lista de pasos que seguir. Respirar es tomar aire, hinchar los pulmones, expulsar aire, vaciar los pulmones. Caminar es poner una pierna, después la otra, después la anterior… y aguantar el equilibrio a la vez. Caminar y respirar. Sin rumbo, sin destino. Sin motivo.

Mi mente analiza lo ocurrido, y una parte de mí (la lógica aplastante) se niega a creer que eso haya pasado de verdad. Esa parte lógica apuesta a que el camarero raro puso una droga en los conductos de ventilación y que estoy teniendo un subidón impresionante. Sin embargo, algo en mí (llamémosle corazón, llamémosle como queramos) se ha roto con la certeza de lo que ha pasado. Camino sin saber hacia dónde, sabiendo, de la misma forma en que sabemos cuando llueve o está soleado antes de abrir la persiana, que algo en mí no va a volver a ser lo mismo nunca más.

El viento se cuela a través de los árboles, y me azota por todas partes, envolviéndome y haciendo que mi cuerpo se estremezca. Sin embargo, yo lo siento muy lejos, muy, muy lejos, como si estuviese a cientos de metros de distancia. Me dejo caer al suelo de rodillas. Ya nada tiene sentido. Noto la humedad del suelo colándose a través de la tela de mi pantalón. Me doy cuenta, como si acabase de abrir una cajita en con una sorpresa dentro, de que sería sencillo, muy sencillo quedarme aquí, sin moverme, esperando a morir. Por supuesto, sé que eso está mal: le he prometido a Ed que estaría siempre ahí para él; y eso es algo que no podré hacer si me muero aquí, tirada en el bosque. Y aunque no sepa donde estoy o donde está Ed, le hice una promesa, y voy a cumplirla.

Me incorporo, apoyándome en un tocón rugoso, y de pronto, veo ante mí a dos personas que hacen que vuelva a la realidad de golpe, que la insensibilidad de un rato se convierta en un corazón latiendo a toda velocidad y el miedo volviendo a correr a toda velocidad por mis venas.

—¿Cariño, estás bien?—me pregunta mi padre. Mi madre está a su lado. Y en ese preciso instante en mi mente se formulan tres preguntas: ¿Qué está pasando? ¿Qué hacen ellos aquí? Y, la más importante de todas, ¿dónde está Caroline?

—Estábamos preocupados—añade mi madre.

De repente, como si me hubiesen golpeado, siento al lobo hacerse fuerte de nuevo. No por favor. Otra vez no. Noto que estoy a punto de echarme a llorar, y me niego a volver a hacerlo. Siento la desagradable sensación de que todas y cada una de mis venas se incendian, hasta el más minúsculo de mis capilares. Cierro los ojos y aprieto los puños con fuerza, intentando contenerme, contener al lobo. Pero esta transformación es diferente, esta transformación no intenta arrinconarme y dominarme; intenta… romperme.

Es como si dos partes de mí tirasen en direcciones opuestas, y un agudo rayo de dolor me recorrió desde la cabeza hasta los pies, hasta que de pronto, se detuvo, dejó de doler. Alzo la vista, y veo frente a mí al lobo (el lobo que recuerdo de la foto que Ed me hizo las pasadas navidades). Es enorme, con aspecto arrebatadoramente salvaje.

Mi madre suelta un chillido desolador, que casi hace que me revienten los tímpanos. Tal vez sea comprensible. Por algún motivo que no alcanzo a comprender, yo no le tengo miedo. O al menos, no tengo miedo por mí. Mi padre se pone delante de mi madre. Yo no sé qué hacer, no sé qué ha pasado. Me miro a las manos… ¿cómo es posible que yo esté aquí y (Annie) el lobo esté delante de mí? No tiene… sentido. Me arriesgo a mirar a mis padres, con cautela.

—No te quedes ahí parada—dice mi padre—Es tu… cosa, contrólalo.

Como si las palabras de mi padre me sacasen de un trance de sorpresa, agarro a ambos por las chaquetas y tiro de ellos hacia atrás, alejándolos del lobo.

—¡Corred! ¡Vamos, corred!—los empujo ligeramente, alejándolos de la bestia. Me giro a mirarlo, intentando adivinar cómo se habrá sentido Francis al mirarlo de frente. De pronto, me doy cuenta de las palabras de mi padre. ¿Mi cosa? ¿Cómo sabe él algo sobre mi… cosa?—¿Mi qué?

—El monstruo que hay dentro de ti—dice mi madre, como si asumir que tu hija mayor (o tú, en su defecto) es un licántropo hambriento fuese lo más normal y lógico del mundo—Será mejor que aprendas a controlarlo… lo que hiciste… no…—se queda en silencio, con los ojos muy abiertos, asustada.

¿Lo que hice? ¿Qué hice? ¡Maldita sea! ¿Dónde está Caroline?

—Pe…pe…ro—no sé qué o cómo preguntar las miles, millones, de preguntas que se agolpan en mis labios—¿Qué… qué he hecho?

—Ahora no es el momento, pero luego…—la pausa de mi padre se hace tétrica—… tendremos que hablar de ello.

¿Hablar de qué? ¿Qué ha pasado? ¿Dónde cojones está mi hermana?

—No creo que haya nada que hablar, cariño—dice mi madre, mirando a mi padre—Es una aberración de la naturaleza.

Miro al lobo, que nos mira a nosotros. Es una aberración de la naturaleza. Lo es. Es parte de mí.

—Yo no he elegido esto, mamá—digo, en voz baja. Me sorprendo de lo derrotada que sueno, como si no quedase más esperanza en el mundo.

—¿Y si te mata?—mi madre me pone la mano en el hombro, asustada—No-no quiero imaginarte destrozada como…—se echa a llorar desconsolada.

—No va a hacerme daño, mamá—digo, acariciándole la mano. Me giro para abrazarla—No más de que me ha hecho, al menos—añado, casi más para mí misma.

Mi madre, abrazando a mi madre, se vuelve hacia el lobo.

—Escucha, engendro…—le dice—Te juro que no saldrás vivo, la patrulla acabará contigo aunque nos mates—añade.

Me giro hacia mi padre. Por algún motivo que no alcanzo a entender, un sentimiento de fiereza se apodera de mí. Se trata de MI lobo. Si alguien se hace cargo de él, tengo que ser YO. Ya no se trata de responsabilidad por lo que ha hecho. Se trata de que es una parte de mí, aunque ahora esté ahí, plantado delante de mi padre. Y nadie va a hacerle daño si no soy yo.

—Papi, llévate a mamá de aquí… yo me encargo del… lobo.

De pronto, el lobo emite un sonido gutural y macabro, como si procediese del fondo de una caverna: se está riendo.

—¿La patrulla? ¿Tú?—me señala—Sólo sois un entretenimiento.

¿Cómo? ¿Y el lobo desde cuando habla fuera de mi cabeza? Esto no tiene sentido. Ningún tipo de sentido. Cada vez empieza a tener más lógica lo de alguna droga alucinógena el los conductos de ventilación. Porque yo ya no siento nada: ni miedo, apenas sorpresa… todo ha dejado de tener el poco sentido que tenía normalmente. Pero si el lobo (mi mayor pesadilla) está ahí plantado, lo menos que puedo hacer es plantarle cara.

—Aléjate de ellos—le digo, con voz autoritaria—Si quieres una presa, me tienes a mí, pero deja en paz al resto—añado, mirándolo desafiante.

El lobo vuelve a reírse, y la verdad, no me gusta que se esté riendo en mi cara. Acto seguido, se aleja corriendo.

—Se ha ido…—dice mi padre, atónito.

La voz de mi padre me hace volverme hacia ellos. No puedo dejar de maravillarme porque la bestia salvaje me haya obedecido a la primera.

—Vámonos, alejémonos de aquí…—les digo—¿Dónde habéis dejado a Carol?—añado.

Por toda respuesta, mi madre se echa a llorar, temblando, y mi padre la abraza, sin mirarme. Pese a que no soy capaz de sentir nada coherente en estos momentos, el miedo, no, el terror me muerde las entrañas con colmillos helados. No puede ser cierto… no puedo haber… ¡no! ¡A mi hermana no!

A lo lejos se escuchan gritos, y algún que otro gruñido. Los gritos se hacen más y más agudos, más y más intensos, hasta que de repente, se hace el silencio.

—Vendrá a por nosotros—dice mi madre, sollozando.

—No, por favor…—musito, para mí misma—Papá, vámonos, en serio, vámonos de aquí—digo, en un tono de voz apremiante—No va a haceros daño—añado, con decisión. Porque si yo puedo evitarlo, no matará a nadie más esta noche.

—No… ¿no va a hacernos daño?—dice mi padre, con un halo oscuro y mirada severa—No va a hacernos daño porque ya estamos muertos por dentro…—a sus palabras las acompaña un aullido en el bosque, que suena cerca, escalofriantemente cerca. Y sus palabras hacen, también, que una lágrima caiga por mi mejilla derecha, conforme (y cada vez más) me estoy haciendo a la idea de que he matado a la persona a quien más quiero en el mundo. ¿Cómo voy a poder seguir con mi vida si además de a Francis he matado a mi hermana?

El lobo aúlla más cerca, y mi madre suelta un chillido, antes de salir corriendo. Sus palabras, sus últimas palabras, flotan por el aire hasta mis oídos, sacudiéndome dentro de un estado de aturdimiento.

—Lo siento.

Alzo la mirada para encontrarme con los ojos de mi padre, y por mi mente se cruza el único pensamiento de que mi madre se ha adentrado en la espesura en la que está [i]mi[/i] lobo, mi responsabilidad.

—¡Mamá! ¡No te vayas sola!—le grito.

Casi como un eco de mis palabras, se oye un grito agudo, aterrorizado. Prácticamente al mismo tiempo, una bandada de pájaros oscuros sale volando de la zona de la que procede el grito. Me tiemblan las rodillas. Mi madre también. Mi madre también. Es casi como si estuviese anestesiada, ya no duele tanto como debería. Es probable que ya no sea lo suficientemente humana para sentir dolor. Veo como mi padre busca algo por el suelo, sus ojos oscuros presas de una mirada enloquecida. Se yergue con una rama grande. Veo como mi padre sale directo hacia el lugar donde oímos a mi madre (seguramente por última vez) y con un chillido que se ahoga antes de salir, presa de angustia, salgo corriendo detrás de él.

No puedo imaginar el dolor que debe estar sintiendo en estos momentos. El amor de su vida, la persona con la que creyó que pasaría el ‘para siempre’… acaba de ser asesinada por una bestia fuera de control. O puede que tal vez sí sepa lo que debe sentir mi padre en estos momentos: que nada tiene sentido, que todo es parte de una broma cruel… que ‘game over’. Y todo eso sin haber tenido que sentir su carne rasgándose bajo sus dientes.

La risa macabra —el lobo— me guía hacia el lugar, al que llego justo a tiempo para ver a mi padre intentar arrear un porrazo a la gigantesca bestia. Todo pasa en un par de décimas de segundo: mi padre con el garrote en alto, el lobo lo tira al suelo de un zarpazo y acto seguido veo como sus colmillos se le clavan en la garganta.

—¡NOOOOOO!—aunque ya no tiene sentido. Ya nada lo tiene. Me doblo por la mitad, como si me hubiesen asestado un puñetazo en pleno estómago. Me han asestado un golpe mucho, mucho más profundo.

—Tu familia tiene buen sabor—dice el lobo, relamiéndose—Lástima que ya sólo quedes tú—y me habría reído, de verdad que sí. Pero lo único que consigo articular es un sollozo. Apenas noto las lágrimas cayendo por mis mejillas. Sólo me noto caer, caer…

… hasta que mis rodillas tocan el suelo. Ya sólo me queda… esperar a que me mate. Puede que sea el único motivo que tiene este… ser para existir. Pero si no ha respetado a las personas a las que más quiero en el mundo… por qué habría de respetarme a mí.

—Puede… pero a mí no vas a comerme—consigo articular, por encima del temblor de mis labios—Porque sin mí no serías NADA. Te odio. TE ODIO—consigo gritar. Pero mi voz suena como la voz de una niña desvalida. Soy caperucita, y esto es mi lobo.

—No me culpes, pudiste ver como es… pudiste sentir el sabor de su sangre, la textua de su carne al desgarrarse—se acerca a mí—¿Te resististe entonces?

Clavo las uñas en la tierra húmeda de la sangre derramada de mi padre con saña. Puede que los haya matado, puede que yo haya matado a Francis y a los demás allí atrás… pero no le voy a consentir a este… bicho que insinúe que lo he disfrutado. Puede que de él dependa mi vida, pero si voy a morir aquí y ahora, voy a mirar a la muerte a los ojos. No es más que el alimento de mis propias pesadillas.

—¿Podría resistirme, acaso? ¿ME HAS DEJADO ALGUNA VEZ OTRA OPCIÓN?—aúllo, arrancando un terrón de tierra de delante de mí. Yo nunca he querido esto. Nunca he querido hacer daño a nadie. Jamás habría consentido que tocase a la gente a quien quiero si hubiese tenido posibilidad de detenerlo. Es una certeza, mi única certeza ahora mismo.

—Claro que podías, pero era más fácil dejarme el camino libre—dice el lobo, ufano, rodeado por un halo oscuro.

—¿Fácil? ¿FÁCIL?—mi propia rabia hace que me ponga de pie—¿De verdad crees que VIVIR como matabas a Francis fue fácil? No tienes ni puta idea, sólo eres un animal rabioso—le chillo, sintiendo como la furia me embarga. Es furia ciega. Furia contra todo y contra nada a la vez. Ganas de romperlo todo.

Sin embargo, el lobo se ríe. Se está riendo en mi puta cara. Daría todo cuando he perdido por tener una escopeta y poder pegarle un tiro en esa cara fea y llena de dientes.

—Tú y yo hemos compartido demasiado como para saber cuándo mientes, incluso cuando te mientes a ti misma—dice, riendo de nuevo.

—Tú no sabes NADA sobre mí. No sabes nada sobre nada. Porque tú no existes. No eres real. Nada de esto puede ser real—noto como un escalofrío me sacude. Eso es. Tengo que estar soñando. Me despertaré dentro de un rato y estaré pegada a Ed, [i]El Exorcista[/i] se habrá acabado y tendremos que ir a la presentación de la nueva Rectora. Tiene que ser eso.

—La vida es demasiado real para ser cierta, ¿eh? Demasiado cruda…—vuelve a reírse. Me niego. Me niego a creer (a permitir) que este bicho se ría de mí. Sólo es un lobo salido de una peli de ambientación gótica—De todas formas, tu tiempo ya se acaba, ahora soy libre.

—No lo eres—lo fulmino con la mirada—No eres real, no eres libre… no eres ¡nada! Sólo existes porque yo existo. Eres un virus. Eres un JODIDO PARÁSITO. Y sólo para que te quede claro, Annie—pronuncio el nombre que yo misma le puse al lobo, a la mascota… él tiene la fuerza, yo tengo la capacidad de decidir—puedes ser todo lo animal que quieras, pero yo soy la que manda—añado.

Esa nueva carcajada, macabra, resuena en mí. Hace que todo mi cuerpo vibre. Aprieto los puños.

—¿Decidir? Ni siquiera decidirás cuando vas a morir—se acerca con un par de zancada y me asesta un zarpazo. Me veo volar hasta que un árbol se interpone en mi trayectoria. Acabo en el suelo, bocabajo, con sabor a sangre y tierra en la lengua. Me falta el aire—Cuando acabe contigo seré completamente libre.

No. Me niego. No va a salirse con la suya. Tengo que detenerlo. Apoyo las palmas de las manos en el suelo e intento impulsarme para levantarme. Cada movimiento cuesta una vida. Consigo incorporarme, pero no tengo demasiado claro cómo haré que mis piernas me sostengan. Noto las lágrimas (dolor, histeria, frustración, desesperación) cayendo por mis mejillas, y ya no me preocupo ni de limpiármelas. A duras penas logro ponerme de rodillas. Levantarme va a ser imposible.

De repente, de la nada, aparece una figurita menuda, iluminada por una cegadora luz blanca.

—Siempre me dijiste que tenía que ser una niña grande y que las niñas grandes no lloran…—es Caroline, su voz de hada, su mirada de angelito… mi hermana bañada por una blanquísima luz que logra calmar las convulsiones de mi interior. De repente es como si todo fuese a tener sentido. Aunque no tengo claro de cómo.

—¿Carol? Mi niña…—intentar hablarle sólo hace que un sollozo se atrinchere en mi garganta. La he matado. La he matado y ella vuelve a mí en forma de ángel—Perdóname…—consigo articular.

—Tienes que luchar contra el monstruo—me pasa la mano por el pelo, cumpliendo esa labor de hermana mayor que yo debería hacer con ella. Me está calmando, me está consolando… está haciendo que el miedo se vaya con sólo mirarme así—Sé que puedes porque siempre echabas a los monstruos de mi habitación para que no me asustasen—dice, con esa sonrisa confiada.

Lo recuerdo. Las noches en que mamá y papá salían a cenar y yo me quedaba con ella (y con Francis) tenía que asegurarme de que no había ningún monstruo comepiés debajo de su cama ni dentro del armario.

—Pero… pero ya no tiene sentido—alzo la cabeza y la miro. Se lo debo. Es mi hermana pequeña, prácticamente la he criado. Y después la he matado. Se lo debo.—Aunque… si tú me lo pides, le daré una paliza tan grande a ese monstruo que no podrá sentarse en un año—añado, con un amago de sonrisa.

—Si consigues que deje de hacer cosas feas ya nadie llorará más—me dice, sonriendo.

Esa sonrisa me infunde ánimos. Me otorga energía, como un sorbo de café caliente bajando por mi garganta. Ya no se trata de Caroline. Se trata de todos los demás. Se trata de Diana, de Sylver, de Sarah. Se trata de Ed, Cecil o Daniel. Si voy a estar cerca de ellos, es mi responsabilidad encargarme de no ser un peligro potencial. No puedo arriesgarme a hacer daño a la gente que quiero. Otra vez no.

—De acuerdo, Campanilla—me pongo de pie con dificultad—Te lo prometo—añado.

Con una sonrisa, Caroline tira de mí hacia abajo para depositar un suave beso de hada en mi mejilla, y acto seguido desaparece. Yo agacho la cabeza, preparándome para ser fuerte. Tengo al miedo ante mí, y sólo me queda hacerle frente.

[spoiler]Lamento la tardanza 🙁 Muchas gracias a Dracon y Stefy por haber hecho de ‘mis padres’, gracias también por haber hecho de Lobo Feroz y Campanilla :3 He llorado lágrimas de sangre para redactarlo sin miradas ajenas sobre el hombro xDDD Espero, os guste. Siento que vaya sin taggear u.u[/spoiler]

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