Moondale

MADRUGONES Y OBLIGACIONES

Sarah Echolls| Residencia Universitaria ‘Hexe’

155p6de

Si había algo que odiaba en esta vida, mucho más que compartir habitación de nuevo con mi «amiga» Katy Perkins, era madrugar. Así que cuando el despertador sonó a las siete de la mañana, estuve remoloneando al menos diez minutos en la cama. Después, me levanté y fui directamente al espejo para mirarme: Tenía una cara horrible y unas enormes ojeras. Me había pasado la noche con Daniel de cacería. Todavía no me había acostumbrado a ser la Elegida y a todas las obligaciones que eso conllevaba. Además, cada vez estaba más segura de por qué las de mi estirpe no llegaban a los veinte años: Si seguía durmiendo tan poco, no vería el próximo verano. Y aunque sonase siniestro, no me parecía algo tan malo, al menos podría descansar tranquilamente.

Me pasé unos minutos frente al espejo haciendo muecas en un absurdo intento de despertarme, abrí el grifo y me metí en la ducha. Intentaba no dormirme, pero me estaba resultando difícil. El agua caliente me relajaba demasiado. No era como Diana que unos años atrás había leído en una revista que ducharse con agua fría a las seis de la mañana ayudaba a adelgazar y se pasó más de un año ntentándolo con escasos resultados.

Los ojos se me cerraban sin que pudiera evitarlo. Quería dormir más que nada en el mundo. Estaba exhausta, agotada. Me había pasado el verano entrenándome con McLeod. Tenía que ser lo que todos esperaban de mí, una nueva Buffy Summers, pero lo tenía difícil, porque al contrario que una de sus sucesoras, Faith Lehane, había hecho un trabajo increíble.
Había salvado el mundo en numerosas ocasiones, incluso de cosas tan terribles como el Apocalipsis. Me mareaba sólo de pensar en que tendría que enfrentarme a algo así. Por mucho que Daniel y Christopher me asegurasen que estaba haciendo grandes progresos, yo aún me veía torpe y lenta. Demasiadas veces tardaba más de la cuenta en acabar con un vampiro común, por lo que pensar en enfrentarme a Mason y salir victoriosa era algo impensable. Tenía un peso sobre mis hombros con el que no podía cargar.

Salí de la ducha y no me detuve a pensar qué me iba a poner, eso era cosa de Diana o como mucho, de Kaylee. Me puse lo primero que encontré y fui en dirección a la cafetería.
Por suerte, Katy Perkins no dio señales de vida. Odiaba su estridente tono de voz que taladraba mis oídos y se instalaba en mi cabeza provocándome dolor de cabeza. Quizás, había dejado la Universidad para siempre…

Comentarios

Deja una respuesta