Moondale

EMPIEZA UN NUEVO DIA

[align=center][b][font=Bookman Old Style][SIZE=3]Daniel Arkkan | Escocia, cerca de la casa de los McLeod

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Mientras la silueta de uno los sitios que había podido llamar hogar se divisaba a través de la luna delantera del pequeño todoterreno de Arthur y Delly, no pude evitar regresar al pasado. La visión que el Doctor había mostrado para avergonzarme seguía latente en mis pensamientos, y era algo que tenía que saldar mientras estuviera aquí. Sería difícil ponerme a hablar con ellos de algo así, siempre era más fácil hacer como si nada hubiese pasado, pero no quería arriesgarme a que un día desaparecieran de mi vida sin saber que me arrepentía de haberme ido, y que los…bueno, que los quería.

Comprobé que Sarah, que tenía la cabeza apoyada en mi hombro mientras daba una cabezada, estaba cómoda, y me paré a pensar en que la muerte siempre había formado parte de mi vida, ya desde pequeño.

Cuando tenía poco más de seis años, tuve un ataque de asma que me impedía respirar, el más fuerte que había tenido hasta entonces. Mientras mi madre me llevaba en un taxi al hospital más próximo sentía, exagerando literariamente, como la vida se me escapaba poco a poco. Trataba de continuar respirando, con miedo a que no fuese capaz de respirar la próxima vez, no todo el mundo conoce la sensación, porque nuestro cuerpo lo hace como reflejo, pero estar pendiente de respirar crea bastante ansiedad. El caso es que cuanto más me esforzaba en respirar, más calaba en mí esa ansiedad, que no era más que miedo a la muerte, y más me costaba respirar porque los conductos se contraían más al forzar la respiración más a menudo. Luchar contra tu propio cuerpo es como luchar contra una fuerza invisible contra la que poco puedes hacer. Esa noche me pusieron oxígeno y me recuperé, gracias en parte al efecto placebo que me ayudó a tranquilizarme. Por suerte nunca volvió a ocurrirme algo así, porque trataba de controlar mi ansiedad en esos instantes, respirando de forma pausada y diciéndome a mí mismo que de esa forma no me pasaría nada porque recibía el suficiente oxígeno.

Con el tiempo, unos cuantos años más tarde, gracias a ese control, y quizá también a mi genética de aesir que se reforzó en la pubertad, superé el asma, aunque nunca me libraría de él por completo, al menos sabía mantenerlo a raya. Lo que permanecería también conmigo siempre era la sensación de impotencia al enfrentarse a una fuerza contra la que no puedes hacer nada, y esa misma sensación me daría el miedo a todo aquello que no podía controlar o predecir, dejando también que la consciencia de la muerte calase en mí.

Un tiempo más tarde, cuando tenía unos seis o siete años, nos mudamos al norte de España para cuidar de mi abuela materna. Un par de años más tarde la muerte volvió a rondarme de nuevo y la perdí. Era la única abuela con la que había tenido trato, porque a mi abuela paterna nunca la había conocido, pero aún así, no lloré, no sé si era consciente siquiera de lo que significaba la muerte, consciente de que no volvería a verla, o quizá mi subconsciente era más despierto que yo en aquél momento y se había dado cuenta de que así podría descansar después de luchar mucho tiempo contra una enfermedad contra la que no podía ganar. Mentiría si dijese que la vuelta a la rutina, que siempre era lo más difícil porque los primeros días son demasiado ajetreados para darte cuenta, pero cuando regresas a la calma es cuando de verdad te das cuenta de lo que has perdido, fue difícil, porque dónde más lo notaba era al ver a mis padres, en especial a mi madre, destrozados cuando creían que no los veía. Como bien decían en ‘El Nombre del Viento’ existen varias puertas para lidiar con el dolor, y vas pasando de una tras otra si la anterior no te sirve, yo había pasado por la puerta del olvido, por lo que recordaba la época posterior a su muerte emborronada.

Después de arreglarlo todo nos mudamos a la última casa que compartí con ellos antes de la fatídica noche en la que los perdí a ellos también. Cuando les pasó a ellos, seguía siendo pequeño pero más consciente de la muerte, y perder todos los pilares de mi vida en un instante sí me afectó y aún lo hacía, aunque había aprendido a lidiar con ello. Forcé mi mente para evitar pasar por la puerta del olvido respeto a esa noche, pero aún así solo había conseguido retener lo que pasó antes de que el Kurgan apareciese, y los determinados puntos de lo que ocurrió después. Recordaba haberle rogado a Arthur para dar la vuelta, porque pensaba que él, siendo un Vigilante, podía ayudarles, que juntos podrían detenerle, pero era un iluso, solo habría perdido a Arthur también, lo más parecido a un padre que he tenido desde entonces, pese a lo que les había defraudado. También recordaba haber rezado, una de las pocas veces que lo había hecho desde la noche en que mi abuela se había empezado a encontrar mal y recé para que se salvase. Después de aquellas dos veces pensé que quizá debía haber rezado más a menudo y por eso no había funcionado.

La vuelta a la «vida normal» fue lo más duro, no necesité esperar a que Arthur volviese de los cenizas del que había sido mi hogar al día siguiente para saber que no los vería de nuevo. Al perderles a ambos me encontré perdido también, empecé a ver desde una perspectiva externa la vida normal, el ciclo que se supone que está establecido para todos, nacer, crecer mientras te educas yendo primero al colegio, luego al instituto y después a la Universidad, siendo una de las cosas más importantes las notas y lo bien que te portes, para después trabajar, encontrar a alguien con quien formar una familia y finalmente jubilarte y disfrutar de tus últimos años junto a tus hijos, y los hijos de éstos, que si tenías suerte, serían muchos años. Desde esa nueva perspectiva, con el vacío tomando inherentemente mi corazón, perdí todo tipo de motivación y pensé en lo absurdo que era ese guión, especialmente el tiempo invertido en «formarse», los exámenes, la popularidad…nada tenía importancia cuando podías dejar el mundo en cualquier instante, o cualquiera a quien quisieras.

Por suerte yo tuve a los McLeod, mi segunda familia, que ahora se había ampliado a Sarah, las Echolls y mis amigos. Gracias a los McLeod la pérdida se me hizo algo más llevadera, al menos trataban de distraerme y animarme todo el tiempo, pese a que yo empecé a ser bastante callado e introspectivo desde entonces. Lo hacían con ahínco, a pesar de que mi llegada, por mucho que lo negasen, había propiciado la pérdida de uno de sus hijos, Paul, el gemelo de Zack y hermano mayor de Christopher, que se marchó al poco de comenzar a vivir allí.

En ese tiempo, lo que si permanecía en mi mente era el recuerdo de ver a mis padres felices juntos, de ver a Delia y a Arthur felices, y pensé que me gustaría tener alguien con quien compartir todo igual que ellos hacían, alguien en quien apoyarte en tus peores momentos, alguien que pudiera apoyarse en ti también, y alguien con quien disfrutar cada segundo que pasaseis juntos. Cuando conocí a Sarah me di cuenta de que todavía era mejor de lo que había imaginado.

Miré una vez más a Sarah dormitando suavemente y me prometí que nunca dejaría que le sucediese nada malo, porque si la perdía a ella, me perdería a mi mismo aún más de lo que me había perdido cuando me aislé de mi nueva familia dejando que todo la pena que se había acumulado durante años se transformara en resentimiento y odio y volcándola en la caza de demonios y vampiros, como si cada uno que matase fuera una pequeña parte de él, de ese demonio que me había despojado de todo y me acechaba en sueños.

Me tomó mucho tiempo volver a encontrarme después de eso, así que si perdía a Sarah, lo más importante en el mundo para mí, no volvería a encontrar el camino de vuelta, me conocía lo suficiente para saberlo, solo me bastaba recordar aquella ver en la que creí perderla y me enzarcé en una búsqueda kamikaze de demonios sin hacer caso a mi dolorido cuerpo mientras mi mente, incapaz de lidiar con más dolor que el que suponía perderla, se hacía a un lado.

Recordé también a mi propio yo en el futuro que habíamos visto antes de enfrentarnos a Mason. En él era poco más que un autómata sin sentimientos que seguía con vida para cuidar de nuestra hija, el único recuerdo que tenía de Sarah, y de los amigos que había conseguido mantener bajo mi techo, porque era lo que ella hubiese querido. Los sentimientos me habían abandonado en ese mundo, creía que con proteger a los que tenía cerca haría lo que Sarah habría querido y con eso la tendría más cerca, igual que cuidando de nuestra hija, pero sabía desde mi perspectiva actual que Sarah no habría querido verme así, habría querido verme luchar, levantarme e ir a buscar a Dominic como hice después. Pero eso era algo imposible, apenas estaba atado a la vida por el fino hilo que suponía Arya, así que al ir a buscar a Dominic y reunir al grupo, estaba firmando mi sentencia de muerte, sabía desde un principio qué era lo que pasaría, así que me lancé de cara a la muerte con la excusa en mi mente de que le estaba dando a mi hija un futuro mejor en el que vivir, aunque lo que estaba haciendo, incluso sin saberlo, era rendirme.

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La vida eran pérdidas, continuamente, era triste pensar que terminarías perdiendo a todo el mundo, salvo que te fueses tú antes, pero conocer a Sarah y a mis amigos me había hecho ver la vida de otra forma. Había que disfrutar de la vida mientras la teníamos, hablar, amar, reír, llorar juntos…aprovechar cada segundo como si fuera el último, porque podía serlo.

La muerte era cruel e inesperada en el mundo, pero cuando te enfrentabas a ella a diario, con personificaciones de ella como los vampiros, terminabas aprendiendo a vivir con ella, a aceptarla. Con el tiempo me di cuenta de que mi abuela habría sufrido mucho más si hubiese seguido luchando contra su enfermedad continuamente, o que mis padres habían muerto concediéndome a mí el don de la vida.

Resultó duro volver a abrir esa herida, que había empezado a cerrarse cuando encontré a Sarah, mi motivo para seguir adelante, pero así fue cuando supe que mi madre estaba embarazada cuando murió. Había tenido años para aceptar la muerte de mis padres, al fin y al cabo había sido voluntaria, para salvarme, y por eso les debía el seguir adelante, pero no pude soportar pensar que era yo el que estaba vivo cuando mi hermana y mi madre podrían haberlo estado en mi lugar. Por suerte, los Grandes Poderes, nuestros ya viejos amigos Dracon, Stefy y Alph, me dijeron que mi hermana estaba viva, y el dolor y la tristeza se convirtieron en determinación. El Doctor no nos había dejado tiempo para casi nada después de haber intentado dividirnos con tanto ahínco, pero las vacaciones de Navidad al estilo Moondale, es decir, más largas que en el resto de Estados Unidos, me daban el tiempo perfecto para venir a arreglar las cuentas pendientes que tenía, tanto con los McLeod, como con mi búsqueda.

Miré hacia atrás, hacia el jeep de Zack en el que iba Illya echada en el maletero y en los asientos Elizabeth, Ed y Kaylee, justo delante del coche del señor Darcy en el que iban Dominic y Rebecca, y me paré a pensar una vez más, recordando lo que pasó por mi mente cuando conocí a Dominic y supe su historia.

En aquél momento pensé que los aesir estábamos envueltos en un velo trágico, que estábamos destinados a perder lo que más queríamos, como si nuestra propia naturaleza nos mantuviera malditos, pero viéndolo con perspectiva, no éramos los únicos rodeados por la muerte.

A Ed le había alcanzado la muerte aún más que a nosotros dos, había perdido todo lo que alguna vez había conocido, y no había tenido a nadie para ayudarle. Sabía por experiencia que tu propia mente es tu peor enemigo cuando lidias con algo así solo. Ed había comentado, cuando nos liberamos del demonio del miedo, algo sobre una promesa que le hizo a Diana, quizá eso fuese lo que le mantuvo cuerdo, el ancla que todos necesitábamos. Confiar en las visiones de Diana le dio un motivo para seguir viviendo, aunque no quería ni imaginarme las dudas diarias que habrían pasado por su cabeza, por suerte llegó aquí y encontró un propósito, pero no se me quitaba de la cabeza el recuerdo del Ed del futuro, que se había visto obligado a pasar por la puerta de la locura cuando lo que pasó en su mundo se repitió aquí. Por eso cuando lo veía salir con Kaylee me animaba inesperadamente.

Diana también había perdido mucho, por suerte su transición le minimizó un poco el impacto pero aún así había necesitado, y aún necesitaba a veces, tomar pastillas para lidiar con todo lo ocurrido. Diana había muerto y había renacido, pensé recordando la comparación que hacían los Poderes de ella como el Ave Fénix, mientras el mundo a su alrededor se consumía, dando vida al nuestro según habían explicado los Poderes.

Illya era también una de las más tocadas por la muerte, al fin y al cabo, a ella le había llegado. Sabía con certeza que conseguía seguir adelante por la determinación y la responsabilidad que había tenido en vida, facultades que ahora aún más potenciadas por su condición le impedían rendirse, porque según me imaginaba, seguía conservando ese «deber» esa vocación para curar a los demás. Me resultaba curioso pensar que el que tenía el don para curar era yo, cuando en un mundo idílico ella tendría ese poder, nunca habría muerto y habría hecho un gran bien al mundo, un mejor uso del que yo le hacía, y especialmente del que le había hecho en el pasado utilizándolo para causar dolor y muerte.

Pensé también en la relación de los vampiros con la muerte, el rito del enterramiento que realizaban muchos ‘sires’ con sus neófitos no era más que un bautizo mortal. Los vampiros necesitaban consumir la vida de otros para prolongar la suya, como si de agentes corruptos de la muerte se tratasen. No imaginaba como tenía que pasarlo Illya cuando sentía esa sed, siendo su vocación curar a las personas, preservar la vida.

Haber estado rodeado por la muerte durante casi toda mi vida, me había hecho más fuerte respecto a las pérdidas, pero también más tenaz al oponerme a ellas, me negaba a perder a nadie más.

Miré una vez más a Sarah, pequeña, preciosa y angelical, pero una de las más rodeadas por la muerte, porque su misma condición de Cazadora parecía ser una maldición que no le colocaba un contador a su vida, un contador que yo nunca permitiría que llegase a cero. Quizá la muerte temprana de las Cazadoras sí que fuese una maldición y por eso los aesir, descendientes de Cazadoras, estábamos rodeados por el infortunio, masacrados por vampiros como Mason, o cazados por demonios como Azrael el Kurgan…

El caso es que el destino parecía vincular a Sarah a la muerte, ya fuera para concederla o para recibirla. Las «fuerzas del mal» por llamarlas de alguna forma, por novelesca que sonase, continuarían viniendo atraídos hacia ella, que no tendría más remedio que matarlos, o sucumbir ante ellos, en un ciclo sangriento, casi como un vampiro, que se alimenta de sangre mantenerse con vida…A eso la habían condenado, pero como se suele decir, Destino es quién reparte las cartas, pero nosotros somos los que jugamos, y yo jugaría mis cartas para que Sarah tuviese el destino que merecía, un hogar, una familia y el regalo de no tener que vivir continuamente vigilando si la muerte acecha en la próxima esquina.

– [b] [i] [color=#BB609C]Estás muy pensativo. [/SIZE] [/i] [/b] – dijo ella aún adormilada.

– [b] [i] [color=#4F5360]Estoy bien, solo pensaba en algunas cosas. [/color] [/i] [/b] – dije sonriéndole mientras le pasaba una mano por el pelo y la miraba con cariño.

– [b] [i] [color=#BB609C]¿En qué pensabas? [/color] [/i] [/b] – preguntó algo preocupada incorporándose.

– [b] [i] [color=#4F5360]En que empieza un nuevo día. [/color] [/i] [/b] – dije observando el sol salir pensando que por suerte Illya estaba segura, porque habían sellado el maletero para que no entrase la luz.

Empezaba un nuevo día con todo lo que suponía, que quizá fuese completamente un nuevo día, una nueva vida. La muerte nos rodeaba a todos, pero no podíamos dejarnos ahogar por ella, teníamos que vivir y luchar por la vida y eso era precisamente lo que seguiría haciendo, protegerles a todos con mi vida, buscar a mi hermana y disfrutar del tiempo que estuviésemos todos juntos, tiempo que yo me encargaría que fuese mucho.

 

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