[align=center][b][font=Bookman Old Style][SIZE=4]Christopher McLeod | Biblioteca de la Universidad
MaÑana[/SIZE][/b][/font]
[SIZE=2]
La mañana había amanecido particularmente nublada, aunque tratándose del mes de marzo, no resultaba tan extraño encontrarse con unas fuertes rachas de viento que a uno se le olvidaban de un año para otro.
Todavía era muy pronto como para que apareciese nadie por la biblioteca, normalmente no empezaba a entrar gente hasta poco antes de mediodía, excepto los Moondies, aunque cada vez nos reuníamos menos en la biblioteca y más en la casa de Sarah, e incluso en la Nave, que sería el lugar perfecto si conseguíamos encontrar un hueco de salvar el mundo para poder terminarla, y eso que estaba casi a punto.
Aprovechando que no había nadie y el silencio imperaba, traté de centrarme en la pila de libros que yo mismo había amontonado sobre la mesa de mi despacho, evocando los tiempos en los que solía hacer torres de fichas de dominó.
Aquél despropósito del orden correspondía a una búsqueda intensiva que había empezado la misma noche en la que los Campeones estuvieron definitivamente nombrados. Cuando comprobé que todos estaban bien y dejé a Diana durmiendo en casa con su hermana, porque se necesitaban la una a la otra, conduje de vuelta a casa mientras pensaba una y otra vez en lo que Wasz había dicho: «Echad un vistazo a un libro de leyendas».
Traté durante todo el camino de poner mis ideas en orden: Primero, era un Campeón del Agua, concretando un poco más, del Frío; segundo, la mayor parte de la gente que me importaba eran otros Campeones, excepto algunos a los que apenas conocía y uno que desconocía completamente; tercero, según lo que Doyle había dicho, en algún punto del mundo había un lugar que escondía el poder para desterrar al Doctor, y solo los Campeones podrían usarlo; cuarto, para utilizarlo, tenían que pasar una especie de pruebas; y por último, al menos que recordase en ese momento, las leyendas tenían algo que ver.
Así que en cuanto llegué a casa busqué todos mis libros de leyendas y los coloqué sobre la mesa, para buscar sin saber que estaba buscando. Al día siguiente era lectivo, pero debido a los acontecimientos en la ciudad relacionados con la nube negra que había hecho dormir a muchos ciudadanos e incluso había acabado misteriosamente con la vida de algunos, se decretó día no laboral. Pese a todo, fui a la Universidad y me recluí en la biblioteca para buscar todos los libros de temática relacionada y ponerlos sobre la mesa de mi despacho.
Ese día solo salí de allí para ver a los demás, pero todos estábamos inmersos en nuestros propios pensamientos, en lo que nos había desvelado de nosotros mismos y de los demás la visión de nuestros subconscientes y de los miedos de los otros, además de aceptar el hecho de que debíamos detener al Doctor con la única cosa que podía detenerlo, y que no sabíamos ni por dónde empezar.
Más tarde me sentí culpable por estar ese rato junto a ellos deseando volver entre mis libros, para dar con algo, algo que nos ayudase, que me ayudase a mantenerles a salvo, o al menos preparados. Si no hubiese estado tan inmerso en mi búsqueda me habría dado cuenta de que el silencio en Diana no era habitual, ni siquiera en situaciones así. Algo estaba pasando, o al menos empezando.
Durante las siguientes semanas me forcé a verlos casi tan a menudo como siempre, porque me sentía mal dejando a Diana sola, incluso para buscar una solución, pero cuando los demás estaban ocupados, incluso aunque ese «ocupados» significase que los demás estaban durmiendo, cuando hasta Sarah y los que la acompañasen habían vuelto de la patrulla diaria, era entonces cuando yo leía sin parar. Al menos mi habilidad suponía una ventaja en ese ámbito y no estaba limitado a los libros en inglés, cualquier libro, en cualquier lengua.
Tres semanas bastaron para que las reuniones volviesen a ser las habituales y los demás empezasen a hablar más a fondo de lo ocurrido, de lo que cada uno había visto de los demás y de sus pesquisas sobre las pruebas.
Consultamos a Doyle varias veces, pero no pudo ayudarnos más, en su mundo ni siquiera habían llegado a acceder a las pruebas.
Uno de los temas más habituales de las últimas semanas había sido Cara. Daniel, que había entrado a sus miedos, se había encontrado allí una especie de Vacío, algo como la Nada, aunque en ese caso si había algo, el Doctor, además de una especie de entidad, «La del pelo rojo» que había torturado mentalmente a Cara siendo seguramente la responsable de la pérdida de sus recuerdos, y según indicaba todo, esa misma entidad había hecho perder la cordura al Doctor convirtiéndolo en lo que era ahora.
Mis ojos pasaron por encima de una de las notas que había tomado unos días antes, en el mismo instante en el que recordé un nombre que había dicho el Doctor, un nombre en el que extrañamente nunca había vuelto a pensar, como si lo hubiese olvidado, pero seguía ahí. [i]Valcranneo Logoon[/i]. Quizá ese fuera el nombre de la entidad, pero si ni siquiera éramos capaces de liberarnos del Doctor, si debíamos recurrir a un «arma» creada por los Grandes Poderes para ese mismo fin, ¿cómo podríamos detener a la que lo había vuelto loco?
Me forcé a abandonar ese temor tan rápido como surgió. Aunque esa entidad fuera tan poderosa, estaba muy lejos, en el mismo vacío. Al igual que lo habían estado Cara y el Doctor, pareció susurrar mi mente.
Decidí centrarme en problemas más acuciantes y mucho más cercanos. Uno de ellos demasiado cercano, Diana. Durante mucho tiempo, tras pasar juntos por nuestros miedos y verla enfrentarse a una versión oscura de sí misma, pensé que su abuso de la magia estaba lejano y el problema resuelto, pero últimamente su uso de la magia había sido más frecuente. Las últimas semanas se había dedicado a estudiar junto a Leonard Foster, una forma de potenciar sus visiones de nuevo, algo similar al ritual que ya realizamos para ver el mundo que nos esperaba si Mason triunfaba, pero esta vez intentando dirigirlo a un momento concreto, a nosotros encontrando el lugar dónde estaba el arma, a nosotros enfrentándonos a las pruebas. Estaba tratando de ver todo cuanto nos esperaba, para protegernos, pero un uso así de la magia era peligroso.
Llevaba varios días dándole vueltas a como abordar el tema con ella, y esa mañana, con el silencio habitual, se había convertido en un debate continuo con mi mente. Me preocupaba su salud, incluso su alma, pero también me preocupaba quitarle lo único que podía hacer para ayudar. Dudaba entre confiar en que pudiese controlar toda esa magia, o confiar en que si le quitaba eso, si me escuchaba y lo dejaba, no se viniese abajo.
A su manera, todos estábamos volcados en algo que nos hiciese sentirnos útiles para lo que estuviese por venir. Aunque nos reuniesemos y empezásemos a ser los que solíamos ser entre nosotros, todos teníamos una herida abierta, la hecha por la guadaña del destino que se cernía sobre nosotros.
No tardé en darme cuenta de que no era el único que se había puesto a investigar sobre la mitología. Daniel había recuperado de la cabaña varios libros de mitología que solía llevar con él y se había puesto a repasarlos y estudiar con Sarah, aunque después al ver que se quedaban cortos pasaron a investigar por internet. Daakka había recuperado esos libros de Daniel y los estudiaba sin cesar, parando solo para estar con Cara o con los demás. Dom y Ed estudiaron con los demás varias veces, y también por su cuenta. Y Diana sin embargo prefirió estudiar sola, ni siquiera había recurrido a mí, lo había descubierto al toparme con ella en una de mis noches de investigación insomne.
Por si fuera poco, tanto juntos como separados, habían entrenado tanto sus habilidades físicas como sus poderes y su magia para estar preparados ante lo que pudiese presentarse.
Diana parecía estar a punto de dar con algo, de hecho, nos había avisado para reunirnos ese mismo anochecer en la Nave. Al no avisarme cara a cara ni contarme de qué se trataba, tenía claro que se trataba de algo relacionado a su investigación y temía por ello, temía que fuese demasiado tarde, que hubiese retrasado demasiado el momento de nuestra conversación.
Tomé el colgante entre las manos. Su textura acuosa y fría me reconfortó brevemente. Solo me quedaba la esperanza.
[/SIZE]
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.