Sasha Elliot | Su apartamento
MAÑANA
Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing.
Llevé la mano a tientas por la mesita y con un golpe seco, se hizo el silencio. A tomar por culo el despertador, pensé notando cómo habían salido disparadas todas las piezas de su interior. Era el segundo que me cargaba en lo que iba de semana y eso que no había hecho nada más que empezar, pero era mejor eso que destrozar móviles, como aquellos que se hicieron añicos en mis manos intentando marcar un puñetero número de teléfono.
Me cubrí con la manta que olía a los pies de su antiguo dueño e intenté volver a dormirme, pero la luz ya entraba por las rendijas de las persianas y había dormido unas cinco horas, así que se podía decir que había tenido una noche de sueño completa. Dejé escapar unas cuantas maldiciones por tener que seguir las normas que marcaba un maldito aparatejo y lancé la manta hecha una bola al otro extremo de la habitación.
El apartamento era basura con las paredes amarillentas por el humo del tabaco y cucarachas, pero al menos tenía un techo y un sofá cama sobre el que dormir, así que podía considerarlo una suite de lujo que acabaría con la poca pasta que me quedaba si no encontraba algo de dónde sacarla, porque no te pagaban por ser Cazadora y el legado de las narices haciendo el bien, pero por el que te tenías que manchar las manos cargándote a todo bicho viviente que te encontrases.
Me desperecé, fijándome en que de las heridas que me habían hecho por no poder usar mi estaca doble, no había rastro y al pasar por delante del espejo me di cuenta de que llevaba la ropa de la noche anterior. Noche que podría resumirla en tres palabras «una puñetera mierda», por culpa de una panda de vampiros trasnochados que llevaban chutándose desde que la heroína estaba de moda y que casi me agradecieron que los redujera a cenizas.
Abrí la nevera en busca de algo comestible, pero no era el tipo de persona que podrías encontrar haciendo cola para comprar un cuarto de pechugas, pero lo único que había eran un refresco de cola caducado y un trozo de limón que juraría que estaba ahí el día que alquilé el piso. Cerré la puerta con el pie y fui a ducharme a toda velocidad, porque necesitaba desayunar si no quería comerme las patas de las sillas.
Entré en el baño y me desnudé lanzando la ropa al cubo, a la par que giraba la llave del grifo para ponerla fría, porque en esta bazofia de pueblo en la que sólo había marujas y calzonazos hacía un calor de la hostia en el mes de septiembre y una actividad sobrenatural comparable a la de un pueblo perdido en la montaña. Volví a mirarme en el espejo y, definitivamente, en mi cuerpo no quedaba rastro de los moratones de la tunda. Esbocé una amplia sonrisa. Ser la Cazadora era mejor que si te tocase la lotería, aunque hubiese tenido que marcharme antes de que diesen conmigo, porque no pensaba volver a aguantar la charla de «En cada generación…blablabla a nadie le interesa» una vez más.
Dejé que el agua me reconfortase y después de secarme, me vestí con lo primero que pillé, que fueron unos vaqueros y una camiseta.
Bajé las escaleras mugrientas y, una vez estuve en la calle, arranqué la moto.
La primera parada sería para desayunar. En la segunda, intentaría encontrar a esa Cazadora de la que tanto había oído hablar.
***
La costurera | Louna
MAÑANA
Me desperté con el berrido de Katrina & The Waves y su famoso ‘Walking on sunshine‘. Sin poder evitarlo, tiré de la manta hacia abajo y empecé a mover el trasero con ese endiablado ritmo que me hacía querer sonreír de felicidad. Descorrí las cortinas entre movimientos de cadera y disfruté del maravilloso día que ese verano eterno de Louna nos estaba regalando. Para que luego la gente preguntara si teníamos motivos para sonreír o no: ¿Quién podía estar triste con semejante día?
Después de desayunar unos cereales y un zumo de naranja, me duché y me puse un vestido azul de tirantes que había confeccionado yo misma, junto con unas gafas de ojo de gato, unas sandalias de tacón imposiblemente alto y para rematar el aire 50’s del outfit, me coloqué una chaqueta a juego por encima de los hombros. Al verme reflejada en el espejo, le guiñé un ojo a mi reflejo y bajé por las escaleras exultante. No había nada mejor que sentirse guapa para levantar el ánimo.
Pasé por la tienda de camino a la entrega que tenía que hacerle a un cliente para recoger el cargamento de trajes de chaqueta que esperaba que no cayesen sobre mí, porque ese día tenía que coger el metro. A pesar de las «caras de metro» de todos los que iban en él, no podía dejar de sonreír y de tararear la cancioncilla con la que me había despertado. Supongo que la gente me miraba, porque eran poco más de las ocho y media de la mañana e iba vestida como si la máquina del tiempo me hubiese dejado aquí directamente desde 1955, pero la verdad es que me importaba más bien poco.
En cuanto se abrieron las puertas del metro, me abrí paso a codazos y fui a un Starbucks a por un ‘Caramel Machiatto’, que deseaba que no le cayese encima a los trajes de chaqueta perfectamente planchados y arreglados.
Dándole pequeños sorbos a mi café con la pajita, salí a la superficie y me encontré con la imponente sede de ‘Wolfram & Hart’, que desde abajo te hacía sentir como una pequeña pulga, pero si había que ser una pulga, al menos sería de las que sonríen.
– Alguien debería contarle al Señor Scott que se puede comprar trajes de chaqueta que sean de su talla.- Murmuré apurando el paso para no tropezarme con aquellas sandalias, que ya no parecían tan buena idea, porque me estaban haciendo daño.
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