Daakka | Casa de las Echolls, Moondale
HORA SIN DETERMINAR
TRADUCIDO POR DUKE RIVERA
Mi nombre es Daakkarakkthathornacle, aunque todo el mundo me llama Daakka, y siempre dicen que soy como Cher, aunque no sé quién es ése. Soy un demonio, por eso os extrañará mi nombre. Quizá también os extrañe que haya escrito estas líneas, pero probablemente se deba a un error de base con los demonios.
Veréis sí, tengo dientes afilados, garras, una piel escamosa como la de un dragón y soy más fuerte y resistente, pero no me gusta la violencia, ni mis gustos culinarios se decantan por jóvenes vírgenes o cachorros humanos, con los últimos prefiero jugar y con las primeras me siento identificado. No me gustan los cánticos tribales y sacrificios de sangre para invocar mi presencia, prefiero Queen y un zumo de manzana mientras leo un buen libro. Y dibujo con mis garras en la carne de mis presas, para eso están los editores gráficos, que ayudan especialmente a unas zarpas como las mías.
Pero tampoco es correcto decir que soy un demonio habitual. Mi raza se extinguió hace milenios, probablemente para bien, he de decir, si su camino hacia la barbarie era irreversible. El caso es que yo existo, porque fui fruto de un experimento genético de personas que juegan a ser Dios creando y destruyendo lo que a ellos se les antoja.
Recelo bastante de la imagen del demonio violento, mucho. He de decir que tengo algo que se llama memoria genética, un común de mi raza, que hace que tenga todos los recuerdos de mis antecesores, desde el primero, aunque he de reconocer que cuánto más atrás intentas ir, más difícil se vuelve.
Por cómo «vine al mundo» y el encierro que sufrí en la cámara de estasis, tuve mucho tiempo para pensar y valorar utilizando esa memoria, hasta el punto de decidir ser diferente a ellos, a lo que se habían convertido, y esos valores florecieron con mucha más facilidad cuando empecé a relacionarme con la sociedad humana que desconocía hasta el momento.
En las personas que me rescataron descubrí una familia, y mucho más, ‘Rakkna‘ lo llamaba mi pueblo. Cuando salí de ese lugar, se abrió un mundo enorme ante mis puertas, toda una cultura con la que conectar y a la que tratar de ayudar aunque me ayudasen más a mí. Descubrí emociones que no conocía, otros puntos de vista, vi cosas grandiosas que habían ocurrido en el mundo, y otras terribles, absolutamente terribles.
Sí, detesté a las personas que tuvieron culpa de todo eso, las habría detenido si hubiese podido y estaba en desacuerdo con muchas cosas de la humanidad igual que lo estaba con la sociedad Rakkthathor y otras, pero odiar no era un buen camino pese a que fuese tan «humano» como cualquiera y no pudiese evitar hacerlo de vez en cuando. Sin embargo, había una excepción, odiaba sin más remedio a un ser humano, porque me había separado de lo que más me importaba, ése ser humano era Duke Rivera.
Como dije antes, soy el último de mi especie y crecí en casa de las Echolls, Elizabeth es como una madre para mí. Pero no crecí solo, Cara Elle, mi Selardi, creció junto a mí, aprendiendo juntos, como amigos, aunque para mí siempre fue algo más, desde el mismo instante en el que la conocí, una sensación que desconocía empezó a apoderarse de mí.
En términos humanos, podríamos decir que primero fue platónico, porque mi cuerpo, criado en tanque, todavía no estaba maduro, no me había llegado la «pubertad», así que mi interés por «cuerpos ajenos» vino más tarde, y las cosas no cambiaron, Selardi seguía despertando todos mis intereses.
Pero teníamos un problema, mi aspecto hacía imposible salir con normalidad a la calle, la gente no estaba preparada, y Cara no merecía ese lastre, tenía que ser feliz, y conmigo no parecía ser posible, pero incluso a pesar de eso, a pesar de saber que era lo mejor, no podía dejarla ir, me encontraba en tierra de nadie, caminando sobre la línea.
Primero tuve celos de Vincent pero eso no era nada, solo mis inseguridades proyectándose contra él, que demostró ser una persona magnífica, un amigo. Entonces el mundo empezó a desmoronarse, perdimos personas importantes, pero nos teníamos el uno al otro. Hasta que llegó Duke Rivera, él podía salir con Selardi a la calle, no tenía problemas para que nadie le viese, se dedicaba al arte gráfica pudiendo tomar fotos del mundo porque él si podía salir a verlo, y no se llevaba mal con mi ‘Rakkna‘.
Fue una mañana gris de noviembre cuando se llevó lo que más quería, aunque no podía pensar que fuese todo culpa suya, a veces tememos sincerarnos por miedo a perder a alguien, cuando en realidad, si no lo hacemos, nunca le tendremos tampoco.
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