Moondale

ANSIA DE LIBERTAD

Sarah Echolls | Subterráneo tres

sarahcelda

Cuando desperté no estaba segura de dónde me encontraba, por lo que opté por no abrir los ojos durante un rato. Fue un instante de felicidad absoluta en el que fantaseé con la idea de que aquel duro colchón era el de mi casa y que el ruido que acababa de oír correspondía en realidad, a la puerta de mi dormitorio abriéndose y que tras eso aparecería Daniel a con una enorme sonrisa y una bandeja repleta de cosas deliciosas que desayunaríamos o almorzaríamos o quizás las dos cosas a la vez, como en las películas. Pero en vez de eso, cuando abrí los ojos la horrible luz fluorescente que venía del techo me golpeó con fuerza e incluso, me dañaba la vista. Me levanté como pude de la cama, completamente debilitada, drogada y cansada. Tuve que apoyarme varias ocasiones en lo que encontraba a mi paso –que era poco- para no caer rendida al suelo.

Tras echar un vistazo rápido a la habitación, pude ver que el ruido que había oído era en realidad, el del compartimento de la “comida” abriéndose, así que me acerqué hasta allí y miré el contenido del plato: Era una especie de papilla gris, como de costumbre, pero aquel día me parecía especialmente repugnante. Me dejé caer en el suelo con pesadez y empecé a remover la papilla con la cuchara de plástico como un niño pequeño que no quiere comerse sus verduras y hace lo imposible para que desaparezcan del plato. Giré la vista hacia el cristal, implorando a quien fuera que me viese que me librase de esa tortura pero no vi nada hasta que me encontré con Daniel. Estaba de pie en su celda, con una mano apoyada contra el cristal y movía la boca. No era capaz de distinguir lo que me decía, pero estaba completamente segura de que era algo tan simple como [i]”Come”[/i]. Casi instintivamente, asentí con la cabeza e introduje una cucharada en mi boca. Procuré no paladear e imaginarme que era un magnífico plato de pasta o mejor aún, una tortilla de patatas de esas que hacen en España y que mi madre había aprendido a cocinar en un viaje que realizó con mi padre cuando todavía él no se había visto atacado por la [i]pitopausia[/i].

Eso no sirvió en absoluto, así que abrí el botellín de agua y bebí un trago para ayudar a que todo aquello se esfumase de mi boca. Pero no fue así, porque al tragar no pude reprimir una arcada y eché a correr como pude en dirección al baño. En ese precipitado trayecto me tropecé conmigo misma, caí y me golpeé contra el inodoro. Toqué mi frente con la mano derecha y me la miré: Sangraba levemente, pero por desgracia no me iba a morir. No sabía si reír o llorar, me sentía el ser más estúpido del mundo, un fraude de cazadora, pero no tuve tiempo de recrearme en eso cuando otra arcada volvió a recordarme por qué estaba en el suelo del baño y acabé vomitando.

Volví a incorporarme tras tirar de la cadena y abrí el grifo del lavabo, cogí una pastilla de jabón que hoy sí me había proporcionado y corté un diminuto trocito con el que como pude, lavé mi boca para evitar restos (y sobre todo, olores) de lo que había pasado. Cuando acabé, cerré el grifo y deseé con todas mis fuerzas no intoxicarme porque si no, estaría metida en un buen lío.

Al salir, miré hacia el cristal y vi que Daniel me sonreía levemente, pero su cara cambió completamente de expresión cuando miró hacia su izquierda. No sabía a qué venía eso, por lo que miré a mi derecha y entonces lo comprendí. Acababan de sacar a un tipo –bastante guapo, todo hay que decirlo- de su celda que se retorcía y gritaba. No podía oír nada, pero aún así los sentía tan cerca como si él estuviese a mi lado. Lo tumbaron en una camilla unas cuantas personas ataviadas con una bata –dudaba mucho que fuesen médicos- y comenzaron a hacer que gritase aún más. El espectáculo era dantesco. El pobre muchacho intentaba liberarse, pero todo su esfuerzo era en vano. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Lo que le estaban haciendo era una barbaridad y nadie hacía nada por detenerlo. De nuevo, más y más gritos que atravesaban mis oídos despiadadamente. Gritos mudos de alguien que ya no tenía voz, como nosotros: No éramos nada para ellos, simples monstruos de feria que debían ser utilizados para diversión de unos cuantos sádicos. Nos habían arrebatado uno de los más preciados tesoros de los seres humanos: La libertad. Y aquello me ponía furiosa y triste; furiosa porque no podía hacer nada para remediarlo y triste porque jamás saldría de aquella celda para darles su merecido.

No podía seguir mirando, no podía soportarlo ni un segundo más, así que fui hasta donde estaba la papilla y comí un par de cucharadas cuando oí algo…

.-[b][i]¿Hola? ¿HOLA?! ¿Hay alguien ahí?[/b][/i]- Preguntó una voz que según deduje, procedía de una chica que debía encontrarse en la celda de mi derecha.

Los ojos me brillaban con emoción, era la mejor noticia que me podían haber dado en ese horrible momento: ¡Había alguien a mi lado! Alguien que en el peor de los casos me hablaría para no acabar completamente loca y en el mejor, alguien con el que preparar un plan para escapar de allí si lo que Nathan me prometió no salía bien. Dejé el plato en el suelo y me acerqué hasta la rejilla para hablarle.

– [b]¿Hola? Sí, sí que hay alguien: Soy Sarah y[/b]…-La emoción que brotaba de mis palabras casi me impedía seguir hablando.- [b]¿Quién eres? ¿Cuánto tiempo llevas aquí? Por favor, háblame, cuéntame lo que sea pero no te quedes callada…[/b]

[spoiler]Sarah espera que Charlotte le diga algo T___T
Lae, no te quejes que esto también es un bronto!post xDD[/spoiler]

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