Moondale

ASEPTICA

Arizona Caulfield | Subterraneo tres

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[align=left]Las horas pasaban despacio.
Horas, días, meses, siglos, milenios, lo que fuera.
Joder.
Pasaban [i]demasiado[/i] despacio.

Abrí los ojos varias veces, nunca siendo demasiado consciente de lo que estaba pasando. Mi consciencia fluctuaba. ¿Una habitación? No… La moto descarriada de aquel imbécil, el de la sonrisa mellada y su ofrecimiento para llevarme a casa. Mi sonada carcajada, mi rechazo, su cara de disgusto y mi bicicleta encadenada a la farola de siempre. ¿Qué más? Venga, ¿qué más? ¿Cómo llegaste aquí? ¿Por qué tú y no el desdentado de la moto? ¿Él te trajo aquí? No, se marchó insultándome con su triciclo de carné de conducir…

… la pequeña habitación se fijaba en mis retinas, casta, aséptica, hasta que de nuevo, mis párpados caían de golpe y volvía a perder el conocimiento…

… no es una habitación, es una cárcel…

… fantástico…

Cuando volví a ser consciente de nuevo, todo aquello parecía una ilusión. Como un mal sueño en lo que todo parece demasiado verdadero como para ser cierto, y sólo esperas tener esa sensación de caerte, para despertarte de golpe, en el cálido colchón de tu habitación. Permanecí callada durante mucho tiempo, sentada en el centro de aquel cubículo patético, esperando a que una Arizona real le diera por fin por despertar. Intentaba convencerme de que aquello no era más que el producto de una noche larga y complicada. Que mañana me levantaría con la habitual jaqueca del mal sueño, y volvería a meterme entre las sábanas para soñar con playas paradisíacas y consumidores de anabolizantes en minúsculos bañadores de lycra.

Pero era inútil.
No estaba tan zumbada como para no distinguir entre la realidad y mis sueños extravagantes.

Estaba encerrada. Enfrente de mi no veía más que otra triste celda a través del cristal, con otro alguien al que todavía mi vista no vislumbraba demasiado bien, otro al que seguramente le habrían robado su identidad a base de pijamas presidiarios. A mis lados… pared. Detrás de mí, más pared. Paredes por todas partes que me hacían sentir claustrofóbica. Empezaba a respirar demasiado deprisa, y sentía la sangre en mi cabeza a mayor velocidad de la normal, si es que eso era posible. Estaba encerrada. Atrapada. Capturada. Detenida. Aprisionada.

Me juré a mi misma que no perdería la calma.
El cumplimiento de mi juramento duró unos tres segundos.
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