[align=center][b]Suzanne Sommerville | Casa de las Echolls | Con [s]casi[/s] todos[/b]
Después de encontrarnos con Sylver, Sarah y Daniel; ah, y esa minúscula bola de pelo con vida propia (no es que no me gusten los gatos, es que… no me gustan los gatos, no sé cómo explicarlo; pero supongo que por mi gatita y su gatito podré intentar hacer una excepción), me metí en el cuarto que habíamos compartido Diana, Sylver y yo, y marqué el número de casa en el móvil. Los pitidos de la línea me provocaban unas estúpidas ganas de llorar, aunque, por suerte saltó el contestador automático, ya que seguramente aún estaban durmiendo, así que dejé un breve [i]‘¡Hola personajes! Feliz Navidad, estoy bien y eso. Cuidaos mucho y más le vale a Santa traer muchas cosas a Carol o tendré que hablar seriamente con él. Os quiero’.[/i] Podría haberme extendido más, pero habría sido todo una sarta de [i]’os echo muchísimo de menos’[/i] y echarme a llorar. Y eso sólo haría que mis padres se preocupasen y que mi hermana se pusiese triste.
Abro la puerta de la habitación y me asomo al pasillo, en el que no hay rastro de Sylver o Diana (ni del gato, por suerte). Me acerco al baño, del que sale el sonido de sus voces a través de la puerta abierta, y veo a Sylver pintándole las uñas a Diana, y Diana pintándole las uñas a Sylver, sentadas una en la tapadera del váter y la otra en el bordillo de la bañera. Llamo suavemente, con los nudillos, en la jamba de la puerta.
Al verme, Diana sonríe, mientras me acerco. Las uñas de Diana tienen estrellitas de nieve pintadas, y las de Sylver son rojas y verdes, estilo Grinch.
—No me digáis que habéis venido a daros amor y no me habéis llamado—les digo, con un pequeño puchero, que poco a poco se va convirtiendo en una sonrisa traviesa, antes de sentarme en el suelo, al lado de Diana.
—¿Te apuntas?—me dice ésta con una sonrisa—Después nos vamos a meter en la bañera con ropa para un concurso de camisetas mojadas.
—Bueno, Diana, yo sigo insistiendo en que nos metamos sin camisas: sería mucho más divertido—dice Sylver con una sonrisa—¿O no, Ann?
—Eso siempre, gatita—digo, riendo—Pero deberíamos o cerrar la puerta o cobrar entrada, ya que estamos—me estiro ligeramente hacia arriba y contemplo sus uñas pintadas—¡me encantan!
—Se las he pintado yo, aunque también influye la percha—dice Diana, haciéndome una seña para que me siente a su lado. Y yo, si Diana manda, obedezco, así que me medio siento en la tapa del váter con ella.
—Sabía que estaban todos los baños ocupados, pero ¿las tres?—McLeod se asoma por la puerta en ese momento—Eso sí que es economizar.
Al cabo de dos segundos, aparece Daniel por detrás y dice:
—¿También ocupado?—se ríe—Al menos en mi casa siempre estaban los árboles—añade.
Sylver, Diana y yo nos miramos entre las tres y empezamos a reírnos. Por mi parte intento no crear imágenes mentales, porque podría acabar traumatizada de por vida.
—Bueno, si va a aparecer algún otro chico guapo por aquí, será mejor que me quite la camisa…—dice Sylver.
—Ni se te ocurra, que el ojeroso es mío—dice Diana, amenazante (pero de broma, espero).
Intento recobrar la compostura y miro a mis chicas aparentando una seriedad que me queda muy lejana en este momento.
—¿Veis? Os dije que deberíamos haber cobrado entrada.
En ese momento, McLeod le tapa los ojos a Daniel, y Daniel se los tapa a McLeod.
—Sólo faltaría que estuviesen en el dormitorio, haciendo una guerra de almohadas tal y como están ahora para que a más de un tío le dé algo—dice Cecil, apareciendo por detrás de Daniel y McLeod y mirándonos con cara de angelito.
—Eso lo hacemos por las noches, Cecil—le digo, con una sonrisa de niña buena.
A ciegas, McLeod y Daniel empiezan a retroceder, intentando buscar la puerta sin apartar las manos de los ojos del otro. Tropiezan con el estante de las toallas. No, si al final alguno acabará saliendo herido.
—McLeod, mira—dice Diana, levantándose un poco la camiseta y enseñando la pierna.
—McLeod, Diana te está poniendo a prueba aunque no la veas—dice Cecil desde detrás de los dos pobres invidentes momentáneos.
—Por eso mejor no miro—dice el aludido. Se merece una colleja… ¡con lo buenísima que está Diana!
—Vosotros os lo perdéis: tenéis a tres chicas delante vuestra enseñando sujetador y no os atrevéis a mirar—dice Sylver, desafiándolos para que miren.
—No es que no nos atrevamos a mirar—dice Cecil—es que a saber lo que intentaréis hacer vosotras cuando lo hagamos.
—Yo sólo violo al ojeroso cuando me deja—dice Diana, mirándose las uñas.
—Tranquila, Diana, Le regalaré por adelantado a McLeod un cinturón de castidad y no lo podrás violar.
—¿Os habéis fijado que están todos los baños ocupados y la de gente que estamos aquí?—Daniel hace una pausa—¿Quién está ocupando los demás?
Y casi como si fuesen una sola entidad, Daniel y McLeod van retrocediendo (y chocándose con cosas) hasta dar con la puerta y salen del baño. Justo en ese momento pasa Ed por delante de la puerta y se nos queda mirando, antes de taparse los ojos.
—No… no he visto nada—se gira para irse y se da con el marco de la puerta. Auch. Me ha dolido hasta a mí—Estoy… estoy bien—añade.
Me levanto, preocupada y me acerco un poco, quedándome en medio del baño, con los brazos en jarras.
—Pero… pero… ¡hombre! No te tapes los ojos que te vas a llenar de chichones—le digo con una sonrisa—eso sí, a ellas no las mires que son mías—añado, mientras mi sonrisa se hace un poco más traviesa.
—Ann, cariño, estás casi como tu madre te trajo al mundo—dice Diana, sonriendo.
¡Cierto! Noto como me arden las mejillas de repente y estoy casi segura de que me he puesto roja. Me acerco un poco más a Ed y me cuelo detrás de la puerta, asomando solo la cabeza para mirarlo.
—¿Estás bien?
—No, tranquila… estoy bien—me dice, medio sonrojado.
—Venga, chicos, no os hagáis los fuertes: miradnos y quitaos algo, por favor.
—Cariño, es demasiado pronto en nuestra relación para que nos veamos así—dice la voz de Cecil por detrás de Ed.
Ed niega con la mano, que es lo único que puedo ver de él desde mi posición ahora mismo.
—Ese… ese no era yo.
Sylver se me acerca por detrás y le sigue el juego a Cecil:
—Oh, pero cariño, quiero que me veas en prendas menores antes de nuestra boda.
—¿Y yo qué? A este paso me volveré virgen de nuevo—dice Diana con un suspiro.
—No te preocupes, cariño—Cecil sigue la broma, poniendo la voz más grave—Ahora mismo te cojo en brazos y nos buscamos un sito donde quedarnos en paños menores o lo que salga.
Sylver pone la voz súper aguda:
—Oh, sí, llévame contigo.
Bueno, sí, venga, ya vale de que se lo pasen bien a costa de Ed y mía. Le dedico a Sylver una mirada de ‘ya te daré lo tuyo más tarde’. Me asomo un poco más por la puerta, intentando en la medida de lo posible que no se me destape un ápice del cuerpo.
—Cecil, cariño, cuando quieras llevarte a Sylver al catre, pídeme permiso antes—le digo, sonriendo—Y dejad ya el chiste, que os voy a soltar un mordisco—le mando un beso por el aire y me giro hacia Sylver—mi amorcito—añado, mirándola con cara de viuda ofendida.
—Eh, no me mires así, es Diana que me obliga a hacerlo—dice, Sylver, abrazando a Diana exageradamente y dándole besitos en las mejillas.
—Necesito ayuda, chicas desnudas—dice la señora Echolls entrando en el baño con el delantal y una espumadera en la mano.
Sylver se mete en la bañera y corre la cortina para que no la vea nadie.
—Ann, cariño, amorcito de Eddie. No me hace falta llevarme al catre a nadie, que lo tengo bastante calentito—dice Cecil. Parece tener una fijación extraña con que Ed es mi amorcito o yo su amorcito… o algo. Suspiro. Metiéndome bien detrás de la puerta para que la señora Echolls no me vea medio… como voy.
—Si seguís hablando sin prestarme atención os quedaréis sin comer… de por vida—dice sonriendo.
Agarro una de las toallas que hay detrás de la puerta y me la pongo a modo de pareo. Salgo justo para ver como Diana sale corriendo hacia su habitación y casi se choca con Ed, que vuelve a tener los ojos tapados. Es tan mono. Desde detrás de la cortina de la bañera, se oye a Sylver murmurar: [i]‘¿Cómo era el hechizo? Oh, sí, para desvanecerme, pero… ¿a dónde voy? Oh dios…’[/i]
—Y vosotros—la señora Echolls señala a los chicos—¿Haréis las camas?
—Ya está terminada—dice Cecil con una sonrisa. Ed, a su lado, asiente.
De la bañera sale una voz de ultratumba, que recuerda mucho a Dory de Buscando a Nemo (a Carol le encanta ese pececito azul) cuando habla balleno: [i]‘Sylver no estáaaaaaaaaaaa, es cosa de tu imaginacióoooooooon’[/i].
—Sylver, cariño, si no vienes aquí te quedarás sin postre—suspira la señora Echolls, logrando que la morena salga de la bañera y corra hacia la habitación.
—Ahora que ya estamos todas, después de que os pongáis pantalones en vez de toallas, ¿hacemos lo que querías, Ann?—me pregunta, después mira a Cecil y arquea una ceja—No vale usar la magia.
Oh, sí, la gente a mi alrededor hablando de magia. Casi me siento en Harry Potter… aunque si esto fuese Harry Potter yo sería Remus Lupin (y se la tengo muy jurada a la Rowling con el final que le da).
—Usé mis manitas, nada de magia—dice Cecil.
Desde dentro de la habitación que compartimos Sylver, Diana y yo, se oye la voz de mi amiga:
—Sí, seguro: y yo me como los mocos.
—Bonita, empieza a comértelos, que tengo testigos.
—Me visto y… en dos minutos estoy abajo—le digo a la señora Echolls—Y siento lo de… esto…—suspiro ligeramente y salgo corriendo entre Ed y Cecil.
—Si yo tuviera vuestra edad, tampoco me vestiría—oigo que dice la señora Echols—Os veo abajo—añade—y a vosotros os toca poner la mesa luego con los demás chicos—les dice a Ed y Cecil.
Diana y Sylver ya están a medio vestir. Yo me pongo unos vaqueros y tiro de una sudadera para sacarla de mi comprimida maleta antes de pasármela por la cabeza. Me queda enorme, porque era de Francis, así que le doy vueltas a las mangas para poder usar las manos y arremangarme, y bajamos a la cocina, donde la señora Echolls está bailando una canción que creo que es de Grease, mientras cocina. En el fregadero, los platos se lavan solos.
—Mi madre siempre quiso haberse casado con John Travolta—nos dice Diana. Miro a la señora Echolls, y, la verdad, es preciosa, así que no le desmerece nada a la esposa del actor.
—No es boba tu madre ni nada, la amo más—susurra Sylver.
—¿Y quién no ha querido casarse con Travolta en algún momento?—les digo con una sonrisa, mientras me acerco a la señora Echolls, me pongo en su campo de visión, con las manos en los bolsillos del pantalón—Ya… estamos aquí—le digo, sonriendo, encantada ante la perspectiva de lo que vamos a hacer.
—Vestidas—puntualiza Sylver.
—Mucho—añade Diana, sonriendo con cara de niña buena.
—Demasiado—añade Sylver, riendo.
—Pues manos a la obra entonces—dice sonriente la señora Echolls—Coged un delantal—murmura algo en voz baja y unos delantales vienen volando hacia nosotras. Estar en casa de las Echolls es casi como ir a Narnia de vacaciones, me encanta, y me siento como una niña pequeña en según qué momentos—Y haced caso de las instrucciones de Ann.
Me pongo el delantal, antes de mirar a mis amigas, un poco nerviosa. Hace mucho tiempo que no tengo que explicar nada a nadie, y perdí la costumbre de Jefa de las Animadoras de dar órdenes todo el rato.
—Ehm… vale—sonrío, ligeramente nerviosa—Chicas… ¿alguna vez habéis… hecho tortitas?
—¿Cuentan las tortitas que se queman y luego hay que tirar?—pregunta Diana.
—¿Y las que compras congeladas y metes en el microondas y/u horno?—añade Sylver.
—Para la parte de los ingredientes supongo que sí—le digo a Diana—el truco consiste en hacer una masa uniforme—miro a Sylver con una sonrisa—Y supongo que no, esas cuentan, gatita—añado, ordenando los ingredientes por la encimera—¿Alguien que me ayude con la masa y alguien que monte la nata para acompañarlas? ¿Voluntarias?
Estoy a punto de hacer tortitas con dos brujas preciosas. En alguna parte de mí hay una niña de cinco años que está pegando saltos de alegría.
—Nata—Sylver levanta la mano.
—Me quedo con la masa, siempre me gustó mancharme las manos—Diana sonríe, se lava las manos y se pone manos a la obra.
—¿Os ayudo en algo?—pregunta la señora Echolls, mientras Diana y yo empezamos a revolver los ingredientes.
—Sí, ¿sabes montar nata?—pregunta Sylver—Es que no entiendo el uso del verbo ‘montar’ en la oración, quiero decir: ¿qué hay que hacer?
—Puedes cambiarlo por montárselo con la nata, es más divertido o eso dice mi madre—dice la señora Echolls. Yo quiero una abuela así, ya que no conozco a ninguna de las mías—Tienes que coger una varilla de estas—dice, con una en la mano—echar la nata en el bol y remover con fuerza.
—¿Sin magia?—Sylver mira sus herramientas—Puedo intentarlo.
—Claro—la señora Echolls le tiende el bol, sube la música y se va a vigilar la comida.
—Sin magia, que si no yo estoy en desventaja—digo, componiendo una cara de perrito abandonado, que poco a poco se va convirtiendo en una sonrisa mientras bato leche y huevos en un bol.
Diana, mientras su madre no mira, murmura un hechizo que hace que su masa se revuelva sola. Y después hace lo mismo con la nata de Sylver y con mi masa, riendo. Me río con ella, porque es… es magia, y aunque seguramente debería asustarme (un ser humano normal se asustaría, vaya) he tenido demasiados ‘sustos’ últimamente como para traumatizarme porque una de mis mejores amigas pueda revolver masa sin usar una cuchara. Me encanta, ver a Diana sonreír, se lo merece.
Sylver, riendo, le tira un poco de nata a Diana, y Diana se la devuelve. Yo, ante lo que amenaza con convertirse en una guerra de masa y nata, me agacho en un rincón, revolviendo mi parte de la masa. Porque si esto va a convertirse en un campo de batalla con comida, más me vale mantenerme fuera de la línea de fuego, de lo contrario, acabaremos con masa hasta en las cejas, y no habrá tortitas. Y tiene que haber tortitas, se lo prometí a la señora Echolls.
Y vamos, puedo ser una chica-lobo un poco insegura y todo eso, pero siempre cumplo mis promesas.
[spoiler]Cada personaje controlado por su dueño. Qué locura de post, en serio, de aquí al loquero todos en fila, por lo menos. Feliz cumple, jefe :3 este es mi cutre-regalo, a falta de inspiración para algo mejor 🙂 Siento que vaya sin tags, pero es que tengo tanto sueño que no doy para más u.u»[/spoiler]
Nota máster:
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