[align=center][b]Diana Echolls |Metro[/b]
Golpeé el cristal una y mil veces, pero nadie me hacía caso. Aún así, decidí no rendirme. Opté por luchar y aunque me dolían las manos, seguí haciéndolo. No quería rendirme. No podía hacerlo. Empecé a tararear la canción y a dar golpes rítmicos contra el cristal en un vano intento de no perder del todo la poca cordura que me quedaba, pero quizás ya era demasiado tarde.
– [b][i]Señora, ¿tiene algo para comer?[/b][/i] – Preguntó la voz de un niño a mi lado, pero no dejé de golpear ni me molesté en mirar de dónde provenía.
-[b] No, lo siento[/b].- Paré de golpear el cristal y miré. Frente a mí había un niño de aspecto desnutrido, con piel mortecina y ropa de otra época – parecía sacado de Oliver Twist-. No sabía qué decirle, no quería pensar qué hacía allí ese niño ni tampoco por qué hablaba conmigo, así que cerré los ojos y volví a golpear el cristal un par de veces más.- [b]Desaparece, por favor.[/b]- Le pedí.
– [b][i]Eso le pasó a mi mamá… [/b][/i]- Su voz denotaba mucha tristeza. – [b][i]Mi hermanito y yo nos quedamos en la calle.[/b][/i]
Al escuchar la palabra “mamá” el corazón se me encogió. La culpa la tenía aquella maldita visión en la que yo estaba embarazada. Los Grandes Poderes me habían convertido en una hormona andante y si siempre me había gustado encargarme de los pequeños, ahora se había multiplicado por mil.
Abrí los ojos y miré al chico intentando reprimir mis ganas de llorar. Me agaché e intenté revolverle el pelo con cariño, pero el chico no era corpóreo, si no translúcido cuando intentabas tocarle, casi como un fantasma.- [b]No tengo comida, lo siento, ¿por qué no vas a buscar a tu mamá?[/b]- Le pregunté con voz dulce sin dejar de mirarle con cariño, porque aunque estuviese muerto, seguía siendo un niño.
– [b][i]Ella no está, nos ha dejado solos con…él[/b][/i]. – Tenía miedo de hablar de quien fuera esa persona. – [b][i]El hizo que mamá nos dejase[/b][/i]. – Tembló e intenté darle un abrazo, porque no podía soportar verle así, pero seguía sin poder tocarle.
Bajé la voz y le pregunté.- [b]¿Quién…es él?[/b]
– [b][i]El hombre malo…no queremos llamarle papá. Lo odiamos con toda nuestra alma[/b][/i]. – La palabra alma resonó en todo aquel vagón vacío.
– [b]Hacéis bien[/b].- Esbocé algo parecido a una sonrisa tranquilizadora y me levanté.- [b]Voy a ver si encuentro a ese hombre malo y le doy un par de patadas en el culo para que no os moleste más, ¿vale?[/b] – Le hice una seña.- [b]Tú espérame aquí.[/b]
Justo cuando iba a irme, empecé a escuchar algo parecido a viento ululando y de la nada apareció un tipo con barriga, brazos fuertes y pinta de desgraciado. Miraba al mundo con odio y estaba envuelto en un aura oscura que me daba escalofríos.- [i]¿Pensabas que te escaparías?[/i] – Se acercó al niño y tras tocarse la cara le golpeó. El niño gritó y yo di un traspiés cayéndome al suelo. – [i]Esa furcia, ya no me dará más problemas, sólo quedáis vosotros[/i].- Amenazó al niño que estaba muerto de miedo.
No podía soportar ver eso durante mucho tiempo, así que me levanté y me dirigí a ese…hombre- [b]Vuelve a tocar al niño y te la corto.[/b]
– [i]No sé cómo has sobrevivido, pero acabaré contigo después de con ellos[/i].- Tardé un poco en entender qué estaba pasando. Estaba representando el asesinado de los niños y lo estaría haciendo durante toda la eternidad. Seguramente, creía que yo era la madre y por eso me cogió del cuello intentando asfixiarme. Intenté escapar pero era demasiado fuerte, notaba cómo ese humo negro que le rodeaba, su aura oscura, quería entrar por mi garganta y me impedía respirar.
– [b]Suél..ta…me[/b].- Conseguí decir, se rió con su apestoso aliento a alcohol y me tiró al suelo con desprecio. Me llevé las manos a la garganta que todavía me picaba por culpa del humo. El hombre, volvió a golpear al niño, esta vez con más violencia y yo me tapé la cara. No podía hacer nada para impedirlo, pero tampoco podía mirar. Escuché los gritos desgarrados del pequeño y la risa de loco de aquel hombre que le torturaría por siempre. Grité con todas mis fuerzas, escuché un lamento y cuando me destapé la cara me di cuenta de que habían desaparecido.
Tardé unos minutos en mirar lo que había a mi alrededor. Pensé que todo había pasado pero me equivocaba. En el vagón contiguo, el que tenía frente a mí, estaba repleto de personas con la misma apariencia del niño. Entonces lo comprendí, éramos almas perdidas, olvidadas, gente que no le importaba a nadie y que viajaría en este tren durante toda la eternidad. Algunas habían corrido peor suerte que yo y tenían heridas horribles. Otros, parecían personas mayores que seguramente, habían tenido una muerte apacible en sus camas rodeados por su familia.
Me eché hacia atrás hasta que di contra una de los muros del metro y esperé. Deseé que desaparecieran pero no lo hicieron. Me di cuenta de que estaba perdiendo cualquier esperanza que hubiera en mi vida hasta que le vi. El corazón se me aceleró y una sonrisa se dibujó en mi cara casi automáticamente. No podía ser él. No era posible. Quizás había venido a buscarme, quizás…su amor por mí era tan grande que había hecho todo lo posible por verme una última vez.
Me levanté y fui a toda velocidad al otro vagón procurando no molestar a las almas. Y efectivamente, ahí estaba: Christopher McLeod estaba sentado en el suelo, apoyado contra una esquina del vagón.
Quise saltar de alegría, pero caí en la cuenta de que aquello no significaba nada bueno. Si estaba allí es que había muerto…como yo.
Reprimí las ganas de llorar y acerqué hasta él. Me agaché y puse mi mano sobre la suya. Él me miró y pude verle triste, desolado y sin rastro de vida. Murmuró algo que parecía mi nombre y yo quise decirle “te quiero”, pero ya no tenía sentido hacerlo porque estábamos muertos. Nos miramos a los ojos durante unos segundos, apartó mi mano con cariño y se levantó. También yo me incorporé y volvimos a mirarnos. No quedaba ni rastro del hombre que una vez había visto en una visión acariciándome la barriga con cariño, ni tampoco de ese que me hacía querer gritar a los cuatro vientos que estaba enamorada de él. La tristeza era tan grande que sentía un nudo en mi garganta que no me dejaba tragar. Le dediqué una mirada triste, una mirada de “siento no haber sido la mujer de tu vida” y él se esfumó. McLeod no estaba ahí, quizás nunca había estado y mi mente me había traicionado. Quizás estaba vivo.
En su lugar, mirándome fijamente en el suelo había una mujer de poco más de treinta años que lloraba desconsolada.
-[b] ¿Estás bien?[/b]- Le pregunté y me di cuenta de que me temblaban las manos.
-[b][i] N-no…mis niños, he perdido a mis pequeña y a mi pequeño[/b][/i]. – Sollozó.
– [b]¿Puedo ayudarte en algo?[/b]- Seguramente, era otro alma perdida que estaba atrapada en otro horrible bucle, pero no sabía qué más podía hacer.
– [b][i]Ayúdame a buscarlos, por favor. Mi pequeña tiene el pelo castaño y se llama Bree, el pequeño es Tim, moreno y delgado, tienen tres y cinco años.[/b][/i] – Me miró con los ojos llorosos y de nuevo, algo se removió dentro de mí. Me había convertido en una blandengue.
-[b] Quédese aquí y los buscaré[/b].- Le dije con determinación, aunque mi cabeza gritaba que no lo hiciera.
– [b][i]Sí, por favor[/b][/i]. – Se quedó mirando al techo y volvió a hablar. – [b][i]Estábamos en el baño y no paraban de moverse, intentando salir. Y luego estaban tan tranquilos…Después los perdí, no sé donde pueden haber ido[/b][/i]. Me di cuenta de que el estómago se me había revuelto al escuchar eso y que casi no podía hablar.
– [b]Discúlpame, voy a…[/b]- Fui andando hacia atrás hasta que me alejé de ella.
¿Había hecho algo tan malo que no tenía derecho a estar con almas normales? Busqué un sitio en el que sentarme para intentar recordar qué había hecho y vi a un señor de unos cincuenta años con ropa de mediados del siglo XX. El señor parecía mirar atentamente a la ventana con pintas de loco, así que seguramente habría matado a alguien, pero aquí eso era lo más normal. Me senté a su lado y me di cuenta de que tenía rasgos afilados y estaba muy delgado. Se quedó mirándome y después, habló.- [b][i] ¿Por qué brillas?[/b][/i] – No sabía qué decirle.- [b][i]Me has robado mi luz. ¡Devuélvemela![/b][/i].- Me amenazó y pude ver un brillo de malicia en sus ojos.
Sus manos iban directamente hacia mí, por lo que me levanté corriendo y atravesé a toda prisa ese vagón y el mío, hasta que llegué a la sala del maquinista casi sin poder respirar. El loco, por suerte, no me había seguido.
El maquinista era un hombre viejo, con rostro pálido y arrugado, pero no era humano. Estaba vestido con una túnica larga y raída y cuando me miró, pude ver que en sus ojos que no era de este mundo.
-[b] ¿Dónde estoy?[/b] – Pregunté casi asfixiada por los nervios y la carrera.- [b]¿Qué hago aquí? ¿Quién es toda esta gente?[/b]
-[b][i] Muchas preguntas, pero tengo tiempo de sobra[/b][/i]. – Respondió con un tono de voz calmado, pero casi irreal. – [b][i]Estás en la nada, el Limbo. Y ésas son almas esperando llegar a su lugar.[/b][/i]
– [b]¿Soy una de ellas? ¿Estoy muerta? ¿Qué ha pasado?[/b] – Una cosa era teorizar a cerca de qué me estaba pasando y otra muy distinta, que te lo dijeran. Cada segundo que pasaba estaba más nerviosa y en mis preguntas se podía apreciar mi desesperación.
– [b][i]Eso no es mi cometido. Sólo soy Caronte el barquero, y vengo a llevaros a la orilla…a la eterna niebla, al fuego[/b][/i]. – Respondió con su inhumana calma y se giró para continuar con su tarea.
– [b]QUIERO BAJARME: ¡¡¡PARA EL PUTO TREN QUE ME BAJO!!!![/b].- Grité con todas mis fuerzas y le golpeé a la puerta con la punta de la bota.- [b]¡Auch![/b] – Exclamé porque no había sido buena idea hacerlo.
– [b][i]Pronto llegarás a tu parada. Mientras tanto, nadie abandona este lugar.[/b][/i]- No parecía inmutarse por nada.
– [b]¡PORQUE TÚ LO DIGAS CARATONTO O COMO SEA QUE TE LLAMES! [/b]- Le grité de nuevo, esta vez casi al oído para que me sacase de allí ya o abriría las puertas sin llave yo misma y me tiraría.
– [b][i]Si deseas bajar, el Estigia está a nuestros pies. Un río de almas que te despedazará y reformará para volver a despedazarte, durante toda la eternidad[/b][/i]. – Cuando dijo eso me pareció escuchar los lamentos de las almas que vagaban por el Estigia que a mis ojos seguían siendo las vías del tren y me estremecí.
Fui hasta la ventanilla que había cerca de las máquinas y me asomé. Las paredes no era tal cosa, si no almas apiladas quejándose por una eternidad de tortura. De nuevo, sentí un escalofrío y las lágrimas se agolparon en mis ojos para salir, pero apreté los puños con rabia y me dirigí de nuevo a Caronte.- [b]¿Por qué me hacéis esto?[/b] – La barbilla me temblaba de una forma un tanto ridícula, pero él no podía verme yo seguía mirando a las almas que gritaban.- [b]¿Por qué no me voy al cielo a hacer comentarios sarcásticos sobre los que viven en la tierra? ¿Por qué no puedo espiar a McLeod mientras se ducha? Dime[/b].- Le pregunté, desesperada con una lágrima de rabia e impotencia recorriendo mi rostro.
– [b][i]Sólo soy el guía[/b][/i]. – Obtuve por respuesta y eso me sacó de quicio. Me giré y le miré con rabia.
– [b]¡PUES NO GUÍAS UNA MIERDA![/b].- Espeté con furia y él se giró para mirarme. Pensé que me mataría o que caería un rayo desde el Cielo y me fulminaría, pero por el contrario me miró a los ojos.
– [b][i]Hemos llegado[/b][/i]. – Hizo una pausa. – [b][i]Tu parada[/b][/i]. – Dijo con calma. – [b][i]No te aconsejo seguir a la próxima…[/b][/i]
Las puertas se abrieron y fui corriendo hasta ellas. Ni siquiera me lo pensé, de un salto me posé en el andén. Fuera lo que fuera que había en ese andén no podía ser peor de lo que había visto en el tren.
O eso creía yo.
[spoiler]El ambiente ha sido supervisado por Dracon al igual que los personajes que no son Diana.[/spoiler]
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