Moondale

QUE ESTES PARANOICA NO SIGNIFICA QUE NO TE PERSIGAN

[align=center][b]Diana Echolls | Estación de metro abandonada[/b]

metro

Abrí los ojos con dificultad y los volví a cerrar rápidamente porque tenía un dolor de cabeza horrible y eso que el día, no había hecho más que comenzar. Tuve que abrir y cerrar los ojos varias veces hasta que me acostumbré a aquella luz tan mortecina, como la de un quirófano.

Me incorporé y me di cuenta de que había estado durmiendo en un banco. No sabía cómo había llegado hasta allí porque lo último que recordaba era hablar en el bar de Lorne con todos sobre mi visión. Me encogí de hombros y me levanté, pero lo hice tan rápido que tuve que volver a sentarme porque me había mareado. Tenía un gran [i]déjà vu[/i]porque ya había vivido esto, quizás no de la misma forma, pero también empezaba conmigo en un lugar abandonado. Un nudo se instaló en mi garganta provocando que no pudiese hablar, ni respirar ni, mucho menos, gritar. La idea de volver a perderlos a todos de nuevo me aterrorizaba más que cualquier otra cosa. No podía perder a Sarah de nuevo, no ahora que todo parecía ir bien.

La segunda vez que me levanté lo hice de forma más pausada, moviendo poco la cabeza porque me dolía muchísimo. Me apoyé contra la pared y eché un vistazo a mi alrededor. Parecía una estación de metro, pero estaba vacía. Agudicé el oído y me pareció escuchar algo, pero intenté convencerme a mí misma de que no había nada. Volví a escuchar algo de nuevo, esta vez con más claridad y avancé hasta la escalera que había cerca de mí que parecía tan vacía como todo lo demás. Suspiré con fastidio y eché a andar en dirección a la pared en la que antes estaba apoyada y otra vez escuché ese ruido que pude identificar como unos pasos. Esta vez, no hice caso, pero los pasos parecían acercarse cada vez más. Plaf. Un paso. Plaf. Otro. Plaf. Otro. Plaf. Mi corazón latía tan fuerte que parecía querer huir. Plaf. Plaf. Había alguien detrás de mí, podía sentirlo. Plaf. Plaf. Ese alguien se estaba acercando. Plaf. Plaf. Notaba su respiración, su presencia o lo que fuera cerca de mi pelo. Plaf. Una mano me tocó el hombro y yo ahogué un grito. Cuando me giré para ver quién era ya no había nadie y no volví a oír los pasos.

Volví a la pared y me apoyé. En ese momento, un escalofrío recorrió mi espalda. No me gustaban las estaciones de metro porque se mezclaban varios terrores en un solo lugar. Estaba el hecho de encontrarme bajo tierra (situación que no soportaría ni muerta), de haber escuchado pasos que quizás sólo estuvieran en mi cabeza e incluso alguien me había tocado. Cabía la posibilidad de que todo fuera producto de mi imaginación pero deseché esa idea, prefería que me persiguieran a estar loca, de hecho, me di la razón con un “que estés paranoica no significa que no te persigan” y me di cuenta de que me estaba volviendo majara porque ya hacía los mismos razonamientos que alguien que no está en sus cabales. La culpa era de aquel lugar absolutamente vacío en el que tenía miedo de caerme a las vías o de perderme en la oscuridad de sus túneles.

Me di cuenta de que me sudaban las palmas de las manos y de que no era capaz de moverme de la pared en la que me había apoyado. Estaba paralizada por el miedo. Intenté reírme de mí misma por ser tan ridícula que una estación de metro me asustaba, pero no funcionó, así que me aclaré la garganta y grité.

– [b]¡SARAH! [/b]- Empecé llamando a mi hermana.- [b]¡CHRISTOPHER![/b] – Hice una pausa y miré a mi alrededor por si alguien venía, pero sólo oía mi eco perderse entre los túneles.-[b] ¡Estoy aquí![/b] – Grité por última vez cada vez más desesperada.

Me dejé caer y me senté en el suelo, con las manos tapándome la cara. Pensé que así podría aclarar mis ideas. Intenté recordar cómo había llegado hasta allí y si esto era real o parte de un truco de mi mente, pero no había nada. La cabeza me dolía tanto que ni siquiera podía pensar con claridad así que me limité a escuchar para ver si había alguien más allí, pero no oí nada. El silencio más absoluto que pudiera imaginarme era lo que provenía de todas partes. Ni siquiera arriba, donde debería haber una bulliciosa ciudad (fuera esto lo que fuera) se oía nada.

Al darme cuenta de que estaba sola (posiblemente sólo en la estación, quizás en la ciudad, remotamente, en el mundo) noté cómo empezó a faltarme el aire. Me puse de pie y comencé a tragar aire como si fuera la última vez. Sabía de sobra que lo que me estaba pasando no era que aquella estación se estuviese quedando sin aire, si no que tenía un ataque de ansiedad que no sería capaz de controlar a menos que me calmase. ¿Pero cómo me iba a calmar si estaba sola? Y me daba igual si estaba actuando como una histérica que por estar en una estación de metro abandonada ya pensaba que el mundo se iba a acabar. Después de ver tu muerte, cambio de cuerpo y resurrección, Jesucristo a tu lado, es un principiante y la lista de cosas que pueden ir de mal en peor, inmensa.

Poco a poco, intenté calmar mi respiración. Decidí no pensar en las personas a las que más quería (McLeod, Sarah, Daniel, Ed y mi madre) y me centré en recuerdos absurdos, posiblemente inventados que me hicieran sonreír. Una de las primeras cosas que pensé fue en McLeod y en lo bien que le quedaban los pantalones porque tenía el culo ligeramente respingón. Se me puso una sonrisa traviesa en la cara y negué con la cabeza. Mi primer propósito había sido no pensar en ellos y lo estaba haciendo, pero al menos eran momentos alegres. Después, pensé en Daniel y en Sarah, en lo mucho que se querían y en la punzada de envidia (sana) que sentía al verlos quererse tanto. Estaba segura de que Jan ocuparía mi lugar si yo no salía de aquí porque Sarah necesitaba ahora más que nunca a una hermana mayor y si había alguien que podía hacerlo, era ella. Me acordé de mi madre, de cuando fumábamos las dos a escondidas en el patio para que Sarah no se enterase y sonreí. Por último pensé en Ed y en que se reiría de mí sí me viera acordarme del culo de McLeod en una estación de metro abandonada.

Me di cuenta de que se me había pasado la ansiedad (más o menos) cuando un ruido similar al del fin del mundo se fue acercando más y más. Me acerqué hasta las vías y durante un segundo pensé en tirarme. Vi los focos de un metro acercarse y si esto era un sueño, la muerte era la única forma de salir de él. ¿Pero y si no lo era? Era demasiado cobarde como para arriesgarme a morirme y tuve que echarme para atrás cuando el tren, que estaba completamente vacío, se acercó.

Las puertas se abrieron justo delante de mí y durante unos segundos dudé entre si subirme o no, pero no tenía más opciones. O me subía y me arriesgaba o me quedaría para siempre en una estación de metro abandonada recordando los[i] greatest hits [/i] de mi vida hasta que me muriera de hambre o peor aún, me atropellase un metro cuando bajase a hacer mis necesidades a la vía. Como una reposición de esas de la ABC de media tarde que emiten para que las señoras se entretengan. Puse un pie en el escalón (procurando no caerme por el hueco que siempre hay entre el metro y el andén) y casi sin darme tiempo, las puertas empezaron a cerrarse. Tuve que tirarme contra el suelo con rapidez para que no me aplastasen con tan mala suerte que me golpeé la cabeza aumentando así el dolor que ya tenía, pero no me importó.

Me levanté con toda la dignidad que te permite un tren en movimiento y comprobé lo que ya sabía: El vagón (y posiblemente, el tren) estaba vacío. No tardé en arrepentirme de mi decisión. Definitivamente, era mejor parecer un disco rayado que quedarme encerrada para siempre. La ansiedad volvió. Esta vez multiplicada por mil. Esta vez el aire parecía faltarme de verdad.
Me acerqué hasta la puerta y eché un vistazo por si había alguna manivela de esas de emergencias pero no la había. Aquel tren era una maldita trampa. Empecé a empujar los cristales de la puerta con nerviosismo. Sabía que no los rompería, pero necesitaba hacer ruido.

– [b]¡SACADME DE AQUí![/b] – Gritaba desesperada.- [b]¡SACADME DE AQUÍ! [/b]

Pero nadie me escuchaba. A lo mejor estaba muerta y mi purgatorio particular por todo lo que había hecho era subirme en este tren y no bajarme jamás. Quizás tenía toda la eternidad para pensar en las cosas terribles que había hecho a ojos de un Dios diabólico como eran coquetear con mi [s]intento de[/s]lesbianismo (Oh, el drama), mantener relaciones sexuales con el vigilante de mi hermana y por supuesto, fumar, beber de vez en cuando y en pocas cantidades, salir de fiesta, ponerme faldas cortas y a veces, no llevar sujetador. Eso tampoco era para castigarme por toda la eternidad, ¿verdad? Al fin y al cabo, Helena Rhea resultó ser más sosa que un bocadillo de aspirinas y yo absolutamente heterosexual (de momento, nada había demostrado lo contrario), estaba enamorada de McLeod, ya había dejado de fumar, si Dios fuese mujer entendería lo duro que es llevar sujetador y lo demás…podía superarlo.

No dejé de golpear pero me di cuenta de que acababan de poner [URL=http://www.youtube.com/watch?v=bUwLlwO-ZR8]música[/URL] para que me distrajera. Alguien tenía que estar escuchándome y pensó que la música clásica me pararía. Me reí con un sonoro JA, casi como el de una loca y seguí golpeando el cristal.
Identifiqué la canción entre golpe y golpe. Era la Sonata de Claro de Luna, pero no la cursilada de Debussy que los de Crepúsculo habían utilizado hasta convertirla en la canción del verano, del otoño y del invierno, si no la de Beethoven. Esa que le daba a mi escena un dramatismo propio de una serie de televisión.

– [b]POR FAVOR[/b].- Rogué.- [b]SACADME DE AQUÍ[/b].- La tranquilidad que había demostrado hasta ese momento (o eso pensaba yo) se fue al garete cuando dos lágrimas de desesperación surcaron mi rostro, pero no dejé que me frenasen y seguí golpeando el cristal.- [b]¡HIJOS DE PERRA, SACADME DE AQUÍ![/b] – Grité.

Si iba a morirme o a pasarme la eternidad en un tren sin destino debían saber que no me rendiría con facilidad.

[spoiler]El ambiente ha sido supervisado por Dracon.[/spoiler]

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