Moondale

QUIERO ARRANCARME LA PIEL

[align=center][b]Suzanne Sommerville | Un bosque desconocido[/b]

lican

El contenido de este post no es apto para todos los públicos. Estaría etiquetado dentro de la categoría de gore, y puede llevar a herir sensibilidades [s]ha herido la mía, y eso que no tenía e.e[/s]. Leedlo bajo vuestra propia cuenta y riesgo.[/align]

Oigo un nuevo chasquido que recorre lo que normalmente es mi espalda cuando toda mi columna vertebral se readapta a una nueva forma, y siento como si toda mi piel fuese atravesada por millones de agujas que brotan de su interior. Quiero arrancarme la piel, con estas uñas que son más afiladas que algunos cuchillos, porque quema. Arde.

En el momento en que siento como si me estuviesen arrancando la cara, con un crujido desagradable, entiendo que algo va mal. Terriblemente mal. Yo, mi conciencia… lo que sea que me hace humana sigue aquí, no he podido refugiarme en mí misma, no he tenido la bendición de evadirme del dolor y la inconsciencia, para despertar en unas pocas horas sin recordar nada de lo que había pasado.

Me siento una prisionera en mi propio cuerpo. Quiero salir corriendo, pero no puedo huir de mí misma. Siento la presencia del lobo, brutal, salvaje e intensa, y no puedo hacer nada por pelear. Ni siquiera puedo esconderme y dejarlo hacer. Estoy aquí, simplemente aquí. Testigo impotente de su instinto asesino. Yo y el lobo somos uno. Él es un depredador, yo sólo soy la presa. O bueno… una de ellas.

Siento en lo más hondo de mí un regocijo salvaje cuando me vuelvo a mirar a Francis. Un regocijo que se me hace repugnante al ser consciente de que puedo oler su sangre, y de que su olor me vuelve la boca agua. Me relamo, con un gruñido. Y avanzo un paso hacia él. Todo lo humano que hay en mí se maravilla y se horroriza a partes iguales al darme cuenta de que me mira con adoración. De que está mirando al lobo como si fuese la cosa más hermosa que ha visto nunca.

Mi conciencia enloquecida patalea contra las mismísimas barreras de mi mente —esas barreras que el lobo hace más fuertes que el acero— en un intento por tomar el control, por evitar lo que está a punto de suceder. Pero el lobo no cede, no da marcha atrás. Una vez toma el control, queda a su antojo renunciar a él cuando le place. Lo odio. Odio al lobo. Y me odio a mí misma, pues el lobo no es más que yo. Esa bestia salvaje y sedienta de sangre que llevo dentro. Cerraría los ojos, pero no me responden. No puedo hacer nada. Nada más que esperar a que se canse y poder recobrar el dominio de mi propia existencia.

Francis no retrocede. Y mis manos o, bueno, mis zarpas, con unas uñas mortíferas, rasgan su camiseta y un trozo de su pantalón de un golpe. Veo su pecho lampiño al descubierto, y eso hace que esa sensación de salvaje euforia se apodere de mí. Voy a merendarme a Francis. Tengo muchas ganas, de hecho; y la gran repugnancia que siento, al mismo tiempo, no es posible describirla con palabras.

—[b]No me hagas esto, te quiero[/b]—dice, con la vista fija en mí. [i]Y yo te quiero a ti[/i]. Lo tiro al suelo de un zarpazo, y me abalanzo sobre él. [i]Te quiero. Te quiero, por favor, perdóname[/i].

Clavo los colmillos en su garganta, notando como su sangre penetra entre mis fauces. Está caliente. Sabe a hierro y a sal. Y aunque sé que debería causarme la mayor de las repugnancias… no puedo evitarlo. Me encanta. Su carne es tierna entre mis dientes, y me entrego al festín con un deleite que nunca jamás había experimentado antes. Sin embargo, yo —mi conciencia humana— empiezo a enloquecer. No puedo creerme lo que está pasando; y lo peor de todo… no puedo creerme que me guste.

Cuando ya considero que no hay nada más que aprovechar del cuerpo de Francis, me incorporo, con sangre chorreando de mis fauces, y me alejo de allí a la carrera, dejando tras de mí un cascarón vacío e irreconocible. Un cuerpo abierto en canal, parcialmente mutilado. Vomitaría si pudiese controlar mi propio cuerpo.

Los olores de la noche son salvajes, penetrantes. La clorofila de los árboles es especialmente intensa, así como el olor de la sangre de los pequeños animalillos que se ocultan en las madrigueras subterráneas. Esos animalillos a los que podría aplastar entre mis fauces, rompiendo sus pequeños huesecillos… aunque a decir verdad, prefiero las presas más grandes.

Presas más grandes como esas que se acercan por el bosque. Oigo voces, que aún están lejos, y no puedo evitar relamerme al pensar que son dos o tres… y que esta noche voy a quedar increíblemente saciada con el festín que se me presenta. El lobo es instinto. El lobo es caza. El lobo es un depredador, y exige más presas… todas las presas que pueda obtener. Cruzo la arboleda corriendo a una velocidad que jamás creí que sería capaz de alcanzar. Estoy ansiosa, frenética. Necesito matar. Necesito sentir como su vida se apaga entre mis dientes. Es algo que va más allá de toda lógica, de todo intento de razón. Todo atisbo de conciencia humana queda eclipsado por la necesidad de saciarme. Tiemblo ligeramente, de anticipación.

Incluso desde esta distancia, acechando entre las ramas bajas de un frondoso abeto, distingo a las dos personas que caminan de la mano por el bosque. Taylor Graham y Shelley Lacan. Él lleva un bate de beisbol y ella lleva una linterna y una pequeña pistola. Principiantes…

En dos largas zancadas, me sitúo detrás de ellos, y gruño a su espalda. Podríamos considerarlo un mero formalismo, o tal vez que me estoy burlando de ellos; no sabría cómo explicarlo. Shelley se gira con la pistola en alto, pero su brazo tiembla como un pequeño junco bajo el viento. Huelo su miedo. Huelo su miedo y me encanta. Y huelo el miedo de Taylor Graham. Huelo el miedo del imbécil del quarterback que siempre hizo imposible la vida a Francis. Mis emociones humanas, mi resentimiento hacia ellos, se mezclan con la rabia homicida que es todo lo que siente el lobo.

Gruño una vez más, ésta sólo por divertirme, y de un rápido mordisco, arranco la pistola y la mano de Shelley, cuyo agudo chillido horada la noche y penetra en mi cabeza como el tañido de una campana. Eso logra que me enfurezca más. Taylor retrocede y yo doy un paso más hacia Shelley, que chilla aterrada cuando la tiro al suelo de un zarpazo. El chasquido de su clavícula derecha entre mis dientes es como el de una pequeña nuez al quebrarse. Su carne es más tierna que la de Francis, su sangre más dulce, más sabrosa.

Me alejo de su cuerpo, dejándola aún viva. Es un desperdicio de carne, pero ya no tengo hambre. Sólo me apetece jugar. Taylor yace en el suelo y retrocede reptando sobre la espalda conforme yo me acerco. Acerco mi nariz a la suya, como si sólo quisiese jugar. Gruño, tan de cerca que noto el penetrante olor de su orina al mojar sus pantalones. Abro la boca y clavo los dientes. Sólo quiero su cara.

[align=center]oOo[/align]

Abro los ojos de golpe, como si hubiese despertado de una pesadilla. Estoy desnuda de nuevo. Hecha un ovillo entre las raíces de un gran abeto especialmente frondoso. Noto la humedad de mi cuerpo, y veo que mis manos están cubiertas de sangre a medio coagular. Y noto esa misma sangre semi coagulada en mis mejillas, en mis labios. Noto su sabor en mi boca.

Tiemblo, y no es de frío, mientras los recuerdos de lo que ha pasado hace apenas unos segundos me invade. Acabo… acabo de matar a Francis… Me apoyo en la corteza del árbol, que le ofrece un pobre apoyo gracias al que me levanto torpemente. Cierro los ojos con fuerza y apoyo la frente contra el árbol. No puede ser cierto. No puede haber pasado. Tiene que haber sido una pesadilla.

[i]Si es una pesadilla… ¿de qué es toda esa sangre?[/i]

Me alejo del árbol, con un par de pasos torpes. Y entonces mis ojos se encuentran con el espectáculo que representa la escena que yo misma he creado. Los recuerdos y las sensaciones de entonces se suceden en mi mente como una película cuando veo el cuerpo de Shelley Lacan, al que le falta el hombro derecho, y cuyo rostro está intacto, aunque desfigurado por una muda y rígida mueca de terror. Un par de metros más allá, el cuerpo de un joven musculado, Taylor Graham, yace con el rostro en carne viva, y la piel de su cara, como si fuese una máscara, a medio masticar a su lado.

Una violenta sacudida de náusea me recorre. [i]¿Qué he hecho?[/i]

No es el lobo, sino mi propia conciencia la que me contesta. He matado a Francis… y a Shelley y Taylor. Y me ha gustado.

Doy un paso. Después otro. Me tambaleo y estoy a punto de caer. Pero cierro los ojos con fuerza y doy dos pasos más. Me tiemblan las piernas, tanto que apenas pueden sostenerme, y las manos, con las que me abrazo a mis propios costados, en un intento por mantenerme entera, tiemblan descontroladamente. Noto las lágrimas cayendo por mis mejillas, como si mi cuerpo estuviese intentando desahogar todo lo que yo debería estar sintiendo.

Sin embargo, yo sólo siento vacío. El vacío más grande que jamás creí que ningún ser vivo pudiese llegar a sentir. He matado a tres personas…

… y me ha gustado.

[spoiler]Espero que os guste. Está más o menos supervisado por Dracon, ya que él me dio la idea de Shelley (Taylor es un extra xD). Mañana por la noche empezaré a comentarlos posts atrasados :3 Love you <3[/spoiler]

Comentarios

Deja una respuesta