[align=center][b][font=Bookman Old Style][SIZE=5]El Gran Lobo | Mundo de los SueÑos
[color=#000000]Noche[/SIZE][/color][/font][/b]
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El campo se extendía ante él como una inmensidad de color verde azulado, teñida por la oscuridad de la noche, solo iluminada por la luna grande y brillante, que se vislumbraba en el horizonte, como un faro metafórico, que siempre le guiaba a la paz y la tranquilidad del lado salvaje.
El gran lobo continuó corriendo a cuatro patas, disfrutando de la libertad, aunque por alguna razón, nunca se cansaba y siempre se encontraba rebosante de energía, ni siquiera recordaba cuando había empezado a correr, parecía una eternidad, y en la soledad, aún lo era más. Era un gran lobo, pero uno sin manada, los únicos atisbos de compañía eran las voces lejanas de otros lobos, aullando a lo lejos, lamentándose. No conseguía saber la razón, pero le parecía que era por él, porque estaba perdido, pero no se lo parecía, aun así, los lamentos de la loba pelirroja y el lobo castaño continuaban, añorándole, aunque en el fondo de su alma, le reconfortaba saber que al menos le lloraban juntos, su instinto le decía que en otra situación, se habrían echado el uno sobre la garganta del otro.
Había sido parte de una manada en otras ocasiones, aunque en la última había actuado como el lobo solitario en el que ya entonces había empezado a convertirse. Recordaba a sus miembros y los echaba de menos, especialmente cuando el eco de sus voces llenaba el espacio en el que se encontraba, como si estuviesen lejos, pero a la vez muy cerca.
Continuó corriendo, sin sentir ningún tipo de fatiga, y a la vez sin preocupaciones, sabía que estaba perdido para los demás, pero ese lugar era un remanso de paz, lleno de los aromas que le atraían aromas conocidos y desconocidos. Abrió ampliamente las aletas de la nariz para disfrutar de una brisa que pasó a su lado, y entonces lo olió, un eco del pasado, el lobo pardo.
Se concentró en ese olor y lo siguió, alerta por ese súbito cambio en los acontecimientos. El lobo pardo era como él, lo supo desde el momento en qué lo vio, él también era capaz de vestir otra piel, pero permanecía encarcelado, las dos partes de su ser estaban en continua guerra sin tregua, y la guerra no deja ningún bien a su paso.
Él había sido así una vez, pero ahora sus dos partes era una sola, en comunión, y disfrutaba de la paz que se había impuesto en su alma. Aunque podría haberla disfrutado más, de no estar aislado en ese lugar, lejos de su manada, anclado como el lobo Fenrir a su cadena irrompible. Pero algo estaba cambiando, la presencia del lobo pardo lo hacía todo diferente, había visto otros en otras ocasiones, pero esto era diferente, solo esperaba que no fuese el inicio de Ragnarok.
En su carrera, pasó por la montaña creciente, que continuaba su ascenso hacia el cielo ajena a la presencia del lobo. Muchas veces se había refugiado para dormir en la cima de la montaña, pero si continuaba creciendo así, sería incapaz de colocarse en la cima, ya parecía casi impracticable. No tardaría en tener que buscar un nuevo lugar para quedarse. Pero ahora tenía una búsqueda en camino.
Sintió el olor del lobo pardo más cerca, y lo observó a lo lejos, corriendo, libre. Se alegró por él, pero esa libertad parecía parcial, como si solo un parte de él se hubiera liberado, pero sin hacer las paces con la otra. El gran lobo continuó avanzando, mientras observaba al lobo pardo, que en ese momento pasaba por el medio de una bandada de búhos.
Siguió acercándose hacia él, aún con cautela por la energía que parecía desbordar en ese momento, algo que sentía incluso desde dónde se encontraba. Pero la energía se controló y alcanzó un estado de calma, por un momento el gran lobo Fenris pensó que el lobo pardo había hecho las paces consigo mismo, pero al verlo erguirse y cambiar su piel supo que todavía no había llegado ese momento.
Lo observó alejarse, dejar atrás la pradera y entonces él también se irguió sobre dos patas y caminó rápidamente. Su pelo empezó a desaparecer, mientras sus músculos y sus huesos se transformaban y contraían, pero esta vez no dolía, aunque sentía que debía doler. Apenas recordaba la última vez que había estado en su otra piel, pero parecía estar como siempre.
Llegó hasta el lugar en el que había perdido la pista al lobo pardo, y cruzó la puerta. Al atravesarla, no encontró rastro del lobo pardo, pero el aroma a incienso le trajo una sensación de tranquilidad. Caminó y sintió algo distinto en su cuerpo, ropas a las que ya no estaba acostumbrado, un sangha. Miró al frente y alguien conocido le devolvió la mirada.
– [b]Has tardado en llegar, te esperábamos.[/b] – dijo con su calma habitual. Entonces le hizo una seña para pasar, y cuando vio que no lo hacía, caminó delante. Pasaron a una sala amplia, con varios como él sentados en círculo. El aroma a incienso inundaba la sala, tenuemente iluminada, pero había algo que le hacía inquietarse, percibía un olor bajo ese incienso.
El monje, su viejo amigo, estaba en la otra punta de la sala, con la marca de unas garras en la cara. Un grito de guerra se alzó en su interior y sintió cómo se agitaba. – [b]No fue el lobo, fuiste tú.[/b] – aclaró el monje señalándole. Se miró las manos, que estaban llenas de sangre, y escribió su nombre en la pared.
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[align=center][color=red][SIZE=5]SONAM[/SIZE][/color][/align]
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Pero cuando se apartó para observar el nombre grabado con sangre, no pudo leerlo, aunque vio otro nombre.[/SIZE]
[align=center][color=red][SIZE=5]MASON[/SIZE][/color][/align]
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Las velas se apagaron y la sala se oscureció, pero pudo ver. Estaba en otro lugar, uno que había dejado hacía mucho. Los monjes yacían muertos en el suelo, y Sonam estaba en sus brazos, muerto, inerte. Al otro lado de la sala estaba él, el oscuro, con el rostro pálido, alzándose entre los cuerpos de los muertos que había dejado atrás, a cada uno le había arrancado un incisivo.
Pero entre los caídos había más personas, Sarah, Diana, Daniel, Ed, Dominic, Christopher, él era el pardo, pero no era el mismo, esto era distinto, aunque para él era real. Entró en comunión con su otro yo y mientras su cuerpo cambiaba, se abalanzó sobre ese ángel de la muerte, deseando sentir su sangre en sus garras. Cuando lo hizo, todo se oscureció y apareció en otro lugar, solo.
Abrió los ojos, estaba en un hospital, con vías en la nariz y los brazos. Sentía el cuerpo entumecido, pero aún así intentó levantarse y salir. No había nadie, ni en la sala ni en los pasillos. Utilizó el soporte del suero para caminar por el pasillo, pero a mitad de caminó dejó de ser un hospital y se transformó en una Universidad, y él, de nuevo, en el lobo.
Pasó al lado de dos lobos, uno negro y uno blanco, lanzándose el uno sobre el otro en un ciclo sin fin, como el Yin y el Yang, la eterna lucha entre el bien y el mal. En ese momento apareció una puerta, con una mano marcada a fuego en ella, y la abrió. Al otro lado de la puerta había una gran nave industrial vacía, que ante sus ojos empezó a construirse sola. En ese momento los dos, Alexander y Fenris, atravesaron la puerta, porque sabían lo que encontrarían.
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