[align=center][b][font=Bookman Old Style][SIZE=5]Daniel Arkkan | Mundo onirico
[color=#000000]Dia y Noche[/SIZE][/color][/font][/b]
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Un búho ululó suavemente en la copa de uno de los grandes árboles y después echó a volar perdiéndose en el cielo azulado, apenas visible por las copas de los árboles, que se perdían en la altura pareciendo no tener fin.
Di un paso y sentí la fría hierba haciéndome cosquillas en los pies, lo que hizo que diese un paso hacia atrás instintivamente y levantase el pie. Llevaba unas zapatillas deportivas en el pie izquierdo, pero el derecho debía habérmelo olvidado en casa. La situación me angustió y traté de buscar la otra deportiva a mi alrededor, pero mi cabeza no cejaba de decirme que me la había olvidado en la casa, aunque no tenía sentido y el caos en mi cabeza me frustraba, impidiendo que la angustia desapareciese.
No dejaba de pensar que las deportivas eran un regalo de Sarah, y en lo triste que se pondría si había perdido una, así que me giré para ir a casa y comprobar si estaba allí.
Unos pasos más tarde, volvía a tener ambos pies calzados, aunque no era capaz de recordar como la había encontrado, ni me importaba, tenía que conseguir la cena para todos, y por eso llevaba encima mis katanas y mi arco. Unos metros por delante encontré la pieza perfecta para Diana y preparé el arco.
La cuerda se tensó y la flecha salió volando hasta su objetivo, impactando de lleno en el plato de espagueti. Me acerqué hasta la pieza y la eché en la mochila, Diana estaría contenta de lo que había encontrado. Ya quedaban menos, y recordaba haber visto en alguna parte del bosque a un ciervo que hacía tortillas de patata, solo tenía que encontrarle y convencerle con algo de hierba.
Continué atravesando el bosque, mientras los susurros me rodeaban, correspondientes a las sombras fantasmales que corrían por la arboleda, más rápidas de lo que percibía me vista, aunque sabía que estaban allí, observándome, y sabía quienes eran, pero nunca me dejaban acercarme a ellos. No me extrañaba, debían estar enfadados conmigo por dejarles morir.
Desvié la mirada a la izquierda, a una zona en la que los árboles se abrían para dejar a la vista una pendiente que se perdía en la distancia y terminaba en una casa que estaba en llamas, siempre estaba en llamas. No quería acercarse a ese sitio, las llamas habían dejado de ser tan intensas como cuando casi queman todo el bosque, y ahora estaban recluidas en la casa, pero ese lugar tenía algo oscuro, algo a lo que temía.
Escuché un trote cerca de mí, y me agaché cuando vi a Heimdall trayendo una bolsa de Doritos en la boca, a Dominic le gustaría, podría dársela a Preston para que le quitase el poder a Rebecca, todos saldrían ganando, Preston tendría Doritos y quizá así dejaría de odiar a la gente, parecía un plan perfecto.
– [b][i][color=#4F5360]Buen chico Heimdall.[/SIZE][/i][/b] – dije acariciándole la cabeza antes de que fuese a corretear por el bosque, con el resto de habitantes.
Eché la bolsa de Doritos en la mochila y continué caminando. A lo lejos vi a un ciervo, pero no estaba preparando ninguna tortilla. Me sorprendí con el arco tensado y preparado para disparar. La flecha salió disparada y mi corazón se encogió de terror, el ciervo seguía inmóvil y la flecha iba directa hacia él.
– [b][i][color=#4F5360]¡NOOO![/color][/i][/b] – grité haciendo que la flecha se partiese en mil pedazos y el ciervo echase a correr. No era capaz de hacer daño a ningún animal, quizá por eso no había ahorrado demasiado dinero de los botines de vampiros, porque siempre tenía que ir al supermercado del pueblo a comprar algo porque nunca era capaz de cazar.
Lo bueno es que no hacía falta cazar, el bosque tenía de todo. A mi derecha en el suelo vi un plato de pasta a la carbonara y lo recogí, también les gustaría. En ese momento me apeteció darle una sorpresa a Sarah, y tallé, con cuidado para no hacer daño al árbol ni molestarle, un pequeño corazón con nuestros nombres en el tronco de un árbol, y después de otro, y de otro, y de otro, y así cientos, hasta que perdía la cuenta y tenía que volver a empezar.
Después del tercer reinicio, dejé los árboles sin marca y continué adelante. Tenía prisa, era un momento importante para todos y no podía defraudarles, confiaban en mí para la comida. Si no conseguía llevarla a tiempo pasarían muchas cosas malas, seguramente Sarah no querría casarse conmigo y preferiría quedarse soltera, con Freya y Eowyn y sus hijas y las hijas de sus hijas.
Preocupado, apuré el paso, pero la visión de un árbol a mi izquierda me distrajo. Era un arce chino, con sus rojas hojas resaltando en el resto de la arboleda. Pero algo le ocurría, algunas hojas empezaron a oscurecerse, terminando convirtiéndose en un color rojo sangre, casi negro, y unas grietas oscuras cruzaron la clara corteza. Me acerqué hasta él y puse una mano encima, lo que hizo que sintiese su dolor y su miedo, un dolor inimaginable si uno se fijaba solo en sus vivas y alegres hojas. Continué sintiendo su dolor, hasta que las ojos oscuras dejaron de propagarse y en su lugar salieron unas más vivaces, de un naranja claro y la corteza empezó a sanar, aunque esas cosas llevaban tiempo. Por suerte tenía al resto del bosque para apoyarse y crecer.
Cerca había otro arce, pero este con hojas de color amarillo, era amplio y acogedor y parecía cargar en sus raíces el peso de otros árboles del bosque. Empezó a oscurecer y decidí quedarme bajo el árbol, que pareció tenderme un lugar más refugiado.
A lo lejos vi acercarse a un perro de pelaje marrón, mire sus ojos azules y le rasqué la cabeza y la espalda, llena de puntos de tensión. El perro era un vigilante de la arboleda, cuidaba de los árboles y de los animales que allí había sin descanso, eso explicaba sus puntos de tensión, era un perro preocupado. Deseaba ayudarle a vigilar la arboleda pero tenía más cosas que hacer
Cuando la luna se mostró en el horizonte, una vibrante luna de la cosecha, que con su tono anaranjado baño la arboleda, el perro erizó el pelo de la espalda y empezó a crecer. En sus ojos vi ira y dolor a partes iguales. Instintivamente me alejé al verle enseñar los dientes, pero recordé el trabajo que hacía por el bosque y noté que su dolor y su tristeza eran aún mayores, así que me acerqué con cautela y le dejé olisquear mi mano, para después acariciarle la cabeza. Eso pareció disminuir su pena y volvió a ser el de antes, listo para cuidar del bosque, permitiendo que me dedicase a las cosas que tenía entre manos.
Continué mi camino, y me encontré a otro trío de perros que me saludó, y me trajo una ensalada César y un paquete de Coca Colas que guardé en la mochila, era una suerte que fuese como las de los videojuegos de rol, había hecho una buena compra. Me tomé un tiempo en saludar a los tres perros. El más joven me saludó rápidamente, y después marchó a investigar en el bosque. Mientras lo observaba alejarse, el otro, mayor, consolaba a la hembra que aún lloraba la marcha de otro de sus cachorros, que se había ido cuando le habían acogido a él. Sentí pena y culpa, pero después les vi mirarme con orgullo mientras movían el rabo. Parpadeé y vi como el perro joven, Zack, ya no era un perro, y se aventuraba a través de una gruta oscura, solo y sin ayuda. Delante de mí estaban Arthur y Delia, sonrientes, con las manos extendidas hacia delante, ofreciéndome una mazorca de maíz, todo lo que tenían.
Les di un abrazo y seguí adelante, parándome un instante para observar una flor que crecía entre las raíces de un roble. El roble parecía tratar de abrazar a la flor con sus raíces, pero nunca llegaba a tocarla, quizá por las espinas. En la rosa se veía una gota de rocío que parecía una lágrima, mientras que el roble tenía una gran cicatriz recorriendo su lomo, que era un recuerdo de una herida de su juventud, uno de los motivos de su tristeza. No podía hacer nada para ayudar al roble, ni tampoco a la rosa, solo seguir observándoles cuando pasara por allí, por si alguna vez podía hacer algo.
A lo lejos escuché la risa de una niña, la conocía, la había visto en más ocasiones, al menos de lejos, pero aún no conseguía llegar hasta ella, parecía que nunca llegaría el momento de verla, y a veces llegaba incluso a dudar de que existiese y no fuese solo una ilusión de mi cabeza.
En el centro del camino había un arce, también de hojas doradas pero de una variedad que desconocía. No recordaba que el arce estuviese ahí, pero tardé poco tiempo en darme cuenta de la razón, cuando vi al arce moverse hacia otro lugar levantando sus raíces de la tierra. Al poco rato se movió a otro lugar, y luego a otro, parecía que no encontraba su sitio, como si no perteneciese a ninguno. Me entristeció pensarlo, así que le señalé el lugar dónde estaba el arce japonés y el otro arce dorado, y se fue.
Después vi a otro árbol, uno cuyas hojas se habían caído, como si para él y solo para él hubiese llegado el invierno. La disposición de sus raíces parecía apuntar hacia el lugar hacia dónde estaban los arces y sentía una pena a su alrededor sobrecogedora. El árbol estaba en el bosque, al igual que los demás, pero su falta de hojas era como si se sintiese que sobraba. Con una pala, una carretilla y la ayuda del perro Vigilante, lo arrastré hacia los arces y lo planté allí, dónde empezó a florecer y mostró su verdadera naturaleza, un castaño esplendoroso al que empezaban a nacerle flores blancas.
En ese momento algo dio unos toques en mi espalda, pero al girarme no vi nada, una de las sombras del bosque debía haber sido, pero cuando miré abajo vi un bebé, una niña de pelo rubio, me habían traído una hermana. La cogí en brazos y la observé, tan pequeña e indefensa, esperando cuidarla siempre, pero entonces apareció un hombre con larga barba blanca que nos miró. Cuando me di cuenta, era ella la que me sostenía a mi en brazos, ahora era yo el hermano pequeño y no sabía cómo hacerlo, porque sentía que aún debía cuidarla.
Cara me dejó en el suelo y lloré, mientras me llevaba una mano a la boca, que me dolía, cuando aparté la mano vi sangre, y después los dientes se me empezaron a caer. Traté de recogerlos para colocármelos, pero terminaron por desaparecer.
En ese momento un dragón bajó del cielo y me saludó sonriente, para después acercarse a Cara, que en ese momento estaba hablando con un hombre que tenía el corazón en la mano, porque cuando hablaba todo lo que decía salía a través de él. El dragón trató de hacer varias cosas para llamar su atención, pero al final desistió, apenado. Me acerqué a mi hermana, sonriendo al hombre de piel oscura con el corazón en la mano, y le señalé el dragón, al que se subió y salieron volando.
Tras verlos desaparecer, me fijé que había una solitaria ortiga en el suelo. Ni los animales ni los seres humanos se acercaban a ella por lo que sabían de ella, lo que temían que les haría, pero no se fijaban en sus propiedades curativas ni en todas sus bondades, y eso hacía que la ortiga, venida al mundo para curar, se viese condenada por parte de sí misma, una parte que no había elegido. Cogí una regadera que tenía en la mochila y le eché un poco de agua, para que creciese fuerte.
Mientras caminaba, me detuve a observar varias televisiones encendidas, colocadas una encima de otra. No paraban de emitir catástrofes producidas por el ser humano, asesinatos, violaciones, políticos que se enriquecían a ellos mismos y a los más poderosos mientras los pobres sufrían, genocidas, homófobos… Frente a las televisiones, sentado en una silla, había un demonio observando.
– [b][color=#736043]¿De verdad sois mejores que nosotros?[/color][/b] – dijo girándose al verme. Estuve a punto de replicarle que eran humanos, pero en mi cabeza las diferencias bailaron, yo no era humano, tenía más de demonio entonces…¿debía juzgar a todos los seres con mi espada? ¿o a ninguno? – [b][color=#736043]Tienes mucho trabajo que hacer asesino.[/color][/b] – añadió antes de volver a girarse para mirar los televisores. Cada uno de los asesinos y monstruos que salían en ese televisor hacía que una parte en mi interior se encendiese, clamando justicia, pero, ¿podía hacerlo? ¿Estaba salvando de verdad al mundo luchando solo contra los seres con forma demoníaca cuando miles con cara de ángel rondaban por ahí?
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Dubitativo y desanimado, continué mi camino y llegué al centro del bosque, dónde un gran y esplendoroso almendro en flor, situado en un claro lleno de flores y rodeado por un lago, brillaba al recibir la luz del cielo despejado sobre él. Pero alrededor de ese cielo despejado había unos oscuros nubarrones que amenazaban tormenta, y una gran tormenta además, parecía como si el árbol los mantuviese a raya. Al fondo, a lo lejos, tras el almendro, se distinguían varias islas flotantes, como castillos: la primera estaba derruida y a punto de desaparecer, la oscuridad en ella se había ido, aunque había permanecido en pie un milenio; el segundo castillo desafiaba las leyes de la física, como una representación enorme de un cuadro de Escher. Había más, pero estaban perdidas en la neblina y no conseguía distinguir nada.
– [b]Dicen que el queso trama algo, quizá trame estar tan bueno…o quizá no, ¿quieres preguntarle?[/b] – preguntó en ese instante un hombre calvo, con gafas y traje de mayordomo que llevaba una bandeja de metal con unos quesos que hicieron que rápidamente arrugase la nariz. El olor me resultó tan fuerte que me desmayé.
Me desperté en la Nave, era el día de la inauguración y me había dormido. Me desperecé lo más rápido que pude y comprobé que estaba completamente desnudo. En ese momento apareció Sarah, con el pelo suelto, las gafas puestas, una camisa blanca con varios botones abiertos y una falda corta.
– [b][i][color=#BB609C]Vamos tenemos un cliente, hay que atenderlo o te quedarás sin recompensa.[/SIZE][/i][/b] – dijo tirando de mí, aún desnudo. Me llevó hasta la recepción de la nave, dónde estaban todos los Moondies, Elizabeth y Jamie, los McLeod, la gente de la Universidad – profesores incluidos – mis padres e incluso el Kurgan, que se reía a mandíbula batiente.
En ese momento una niña pequeña se me acercó y me dijo: – [b][color=#802540]Tienes que hacerme ahora, o ya no vendré.[/color] [/b]
Miré a Sarah, que me sonrió, y en ese momento los demás se sentaron en sillones de cine mientras comían palomitas. Sarah estaba tumbada en una mesa y me hizo un gesto para que me acercase. Así lo hice, me acerqué a ella y llevé mis labios contra los suyos, pero tuve que abrir los ojos al sentir el tacto de madera de la mesa. Eché un vistazo a mi alrededor y vi que no había nadie en absoluto, me habían dejado solo, completamente solo.
– [b][color=#7411AD]Me quitaste a mi hijo, ¿cómo esperas que no te abandone?[/color][/b] – dijo Delia apareciéndose momentáneamente frente a mí.
– [b][i][color=#4F5360]No, lo siento, sois mi familia, no os vayáis.[/color][/i][/b] – le rogué. En ese instante la figura de mi madre Lillian, apareció también.
– [b][color=#894D78]¿Familia? ¿Tan pronto nos has olvidado?[/color][/b] – preguntó dolida.
– [b][i][color=#4F5360]No, las dos sois mis madres, las dos sois mi familia. Siempre estaréis en mi corazón, pero tengo que cuidar también de ellos.[/color][/i][/b] – dije con sinceridad. Por eso no conseguía verlos, porque yo les había matado, yo era el Kurgan. Mi cuerpo se transformó y me vi frente a frente con mis padres. – [b][i][color=#4F5360]¡Noooo![/color][/i][/b] – grité con todas mis fuerzas. La escena se rompió como un cristal, y cuando los pedazos volvieron a juntarse volví a ser yo, y mis padres, tanto los que había perdido como los que estaban aún vivos, estaban frente a mí.
– [b][color=#7411AD]Te queremos hijo, siempre.[/color][/b] – dijo Delia con mirada tierna.
– [b][color=#894D78]Cuida de todos, estamos orgullosos de ti.[/color][/b] – dijo mi madre. Mi padre permanecía sonriente a su lado, mientras que al otro lado mi abuela me sonreía también, después los tres desaparecieron y tras ellos, también Arthur y Delia.
– [b][color=#802540]Si me coges nacere-e…na na na na na.[/color] [/b] – dijo la pequeña echando a correr. No conseguía alcanzarla, era muy rápida y siempre parecía estar más lejos. Llegó un momento en el que el lugar en el que estaba empezó a estrecharse cada vez más, era un pasillo angosto que dificultaba el movimiento, y empecé a notar que una sombra oscura me perseguía, era la sombra de la casa en llamas que venía tras de mí.
Corrí lo más rápido que pude, con una angustia que parecía a punto de hacer que mi corazón se desbocase, pero al final, la sombra se abalanzó sobre mí y sentí una ira, un dolor y una pena que hicieron que todo se tambalease. Mis manos empuñaron las katanas y destrozaron el lugar, lo que tanto nos había costado crear, Sarah me detestaría cuando viese lo que había hecho, cuando viese mi oscuridad. Así que me levanté, abrí la puerta y salí de nuevo al bosque.
Los fantasmas del bosque empezaron a caminar más cerca de mí, mis padres y mi abuela, Fenris, Frank Umbra, los demonios que maté, todos y cada uno, recordaba perfectamente sus caras, porque a menudo me había preguntado si había acertado con todos, si eran en realidad malvados intrínsecamente o había juzgado mal a alguno. Se fueron acercando todos hasta rodearme, y el último fantasma, era yo.
Fue entonces cuando vi la caja de música en el suelo, la accioné y la música empezó a sonar.
Al verla así recordé que tenía que darle algo, pero no conseguía encontrarlo en la mochila, saqué los platos de comida, lo saqué todo, pero no conseguía encontrarlo. Empecé a buscar, nervioso, temiendo defraudarla, ni siquiera quería mirarla a la cara para no ver su decepción, pero capté su mirada de refilón y vi de todo menos decepción, vi bondad y comprensión. Así que me levanté y con mis manos conjuré un anillo de luz que deslicé en su dedo.
Ahora llevaba un traje y estaba frente a Sarah, vestida como antes, en un altar. Miré hacia el público y allí estaba toda la gente que quería; Christopher algo menos preocupado; Diana sonriendo aún más de corazón; Ed con una familia y una sonrisa de diversión; Dominic pasando el brazo por el hombro de Rebecca, relajado; Illya sonriendo mientras se mezclaba con la gente; Daakka y Cara bailando, ella disfrutando completamente, él sonriente con ella y sin preocuparse porque nadie se asustase; Arthur y Delia observándonos con orgullo, aunque Delia y la tía Charisma lloraban como magdalenas, parecía lógico que las magdalenas llorasen; orgullosos nos miraban también mis padres, al fondo, junto a mi abuela, y la pequeña niña que aún no había llegado me guiñó un ojo. También estaba allí Bill, los Búhos, toda la gente que alguna vez me había importado. Miré hacia mi derecha y allí estaba Lorne, oficiando la boda. Sonreí al ver su brillante piel verde y su llamativo traje azul. Volví a mirar a Sarah y ella se acercó para darme un beso. Antes de sentir el tacto de sus labio la luz lo baño todo, todos desaparecieron y en el arco del altar apareció una puerta.
Confuso, pero recordando ligeramente lo que me había llevado hasta allí, la abrí. Al otro lado se veía la nave, nuestra nave, componiéndose y descomponiéndose a sí misma. Atravesé la puerta y observé el lugar, pero al ver a una figura en el centro de la sala, caminé directamente hacia él.
– [b][i][color=#4F5360]¡Fenris![/color][/i][/b] – exclamé acercándome. – [b][i][color=#4F5360]¿Eres tú? ¿Es posible?[/color][/i][/b] – pregunté.
– [b][color=#437356]Siempre fui un chico de ensueño.[/color][/b] – bromeó, era él, mi mente seguramente le habría traído de otra forma, reprochándome no haberle salvado, aunque tendría razón si lo pensase. – [b][color=#437356]La rubia te lleva ventaja, vamos príncipe.[/color][/b] – dijo señalándome una puerta al otro lado.
– [b][i][color=#4F5360]Te llevaré conmigo, no pienso dejarte atrás otra vez.[/color][/i][/b] – aseguré decidido. Quizá esta aparición del demonio del miedo había sido una oportunidad para sacarle de aquí, si era él, y ciertamente lo parecía, sentía que lo era, entonces no era demasiado tarde, su consciencia seguía ahí.
– [b][color=#437356]Tengo que quedarme vigilando el sitio, por si hay rezagados.[/color][/b] – aseguró.
– [b][i][color=#4F5360]Encontrarán el camino igual que nosotros, vamos.[/color][/i][/b] – afirmé. Si yo había sido capaz de llegar hasta aquí, los demás también.
– [b][color=#437356]Voy justo detrás.[/color][/b] – aclaró. Di un paso hacia delante y me giré para mirarle pero ya no estaba, se había ido.
No tenía tiempo para darle más vueltas en ese momento, aunque más tarde estaba seguro de que sí lo haría, pero ahora tenía que cruzar.
Antes de atravesar la puerta, me detuve un instante para ver una pared pintada de color azul, y otra en la que se distinguían varios símbolos: una Z, una Omega y otro que no conseguí recordar ni siquiera segundos después.
Traté de mantenerlos en mi mente, aunque uno se deslizó rápidamente fuera de ella, y atravesé la puerta, marcada con el mismo símbolo que no conseguía recordar.
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