Moondale

LAS CARTAS ESTAN SOBRE LA MESA

[align=center][b][font=Bookman Old Style][SIZE=5]Diarios del Soberano | El Palacio

[color=orange]Tarde[/SIZE][/color][/font][/b]

princesscara

[spoiler]Olvidad al calvo de la Lotería. Esta película existía antes xD[/spoiler]

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El Soberano estaba sentado en un imponente trono de cristal que presidía aquella blanquísima estancia de techos altos y decoración excesiva. A todas luces, estaba aburrido y casi nada podía remediarlo, por más vueltas que le diera a la bola de nieve en la que tenía prisionera a la chica vampiro y en la que en lugar de nevar, se hacía de día.

Ya ni siquiera le divertía la muñeca de porcelana de cabellos rubios y vestido azul que tenía apoyada en el reposabrazos, a la que disfrutaba estrellando contra el suelo, haciéndola añicos, para después recomponerla y volverla a destrozar.

A su lado, la Consorte, que estaba sentada en un taburete de cristal porque nada podía acercarse a su majestuosidad, parecía a punto de dormirse de puro sopor. Al Soberano le divertía observarla, pues mantenía intacta su belleza de antaño gracias a la magia y el haberle cortado la lengua había domado su carácter hasta el punto de que ahora parecía un cervatillo un tanto testarudo, pero cervatillo al fin y al cabo.

El Soberano empujó una vez más a la muñeca y le dio un codazo a la Consorte, que abrió los ojos y aplaudió con desgana. Algunas veces deseaba haber elegido a otra, pero en su momento pensó que era la adecuada, pues ambos sabían lo que era vivir en el Vacío, además de otros motivos no tan decorosos.

Observó los pedazos de la muñeca y con un gesto de la mano, más ceremonial que necesario, ella volvió a su estado natural, mirándole con esos enormes ojos azules, demasiado expresivos como para ser los de una muñeca y tanto le aguantó la mirada, que acabó estrellándola contra el suelo, pero esta vez no la recompuso. Así aprendería.

El Maestro se echó hacia atrás en su asiento y dio dos palmadas, señal inequívoca de que estaba llamando a su bufón, una payasa de cabellos rojos y cara triste que tenía dos o tres bromas buenas, pero que de tanto escucharlas, se había cansado de ellas, así que en cuanto empezó a tirarse agua en la cara y a repetir su “me cago en la hostia bendita”, chasqueó los dedos y la hizo desaparecer.

Reprimiendo un bostezo, miró al verdugo sin corazón, vestido de negro de pies a cabeza, con un hueco a la altura del pecho, condenado a cortar las cabezas de cuatro chicas durante toda la eternidad. Había que reconocer que mucha gracia no tenía, pero le divertía ver cómo las manchas de sangre que salían de las cabezas formaban símbolos de “El Recuerdo” en su impoluta pared, además de los gritos de las chicas, que le animaban incluso en los días más tristes. En el fondo, era un amante de los clásicos, pero aquel día ni siquiera eso le animaba y por mucho que fuera el Majestuoso, también se cansaba de estar sentado y tal era el dolor que sentía en las posaderas, que decidió ponerse en pie y dar un paseo hasta llegar a la fuente que había en el balcón delantero, dejando tras de sí la puerta azul. Dicha fuente representaba a un niño bastante crecidito (de unos veintitantos años) del que salían dos enormes chorros de agua por lo que deberían ser sus ojos.

Chasqueó los dedos para que la Consorte apareciera a su lado y así lo hizo. Pasó de estar sentada en el taburete a materializarse a su lado, sonriendo porque sabía que la vida le iba en ello y dispuesta a caminar por el balcón que culminaba en el abismo en el que habitaba La Bestia, un bicho verde con apariencia de dragón que se alimentaba de todos los Enfermeros inservibles y demás escoria. No me preguntéis qué sentido tiene un abismo en mitad de un balcón, pues sólo soy una humilde armadura vacía que en lugar de pelear por el amor de su princesa, se dedica a escribir todo lo que acontece en el castillo.

El Maestro y la Consorte caminaron durante largo rato por los jardines de palacio en el más absoluto silencio, hasta que la armadura escribana, es decir, servidor, no tuvo más remedio que importunarles.- [b][i][color=#4F5360]Soberano, siento importunar a su Magnificencia y a su esposa, pero hay intrusos en palacio[/SIZE][/i][/b].- Explicó la armadura oxidada apresuradamente, sin atreverse a mirar a los ojos al Rey.

– [b][i][color=#17173E]Has hecho bien en venir a avisarme, Armadura[/color][/i][/b].- Le dijo el Espléndido en su infinita bondad esbozando una sonrisa que una simple armadura oxidada no se merecía.- [b][i][color=#17173E]Consorte, si me disculpas[/color][/i][/b].- Y la Reina desapareció del jardín para verse nuevamente sentada en el taburete de la Sala del Trono.

Una vez estuvieron solos, el Soberbio se dirigió a la armadura.- [b][i][color=#17173E]Debemos actuar con prontitud: ¡Liberad al Perro![/color][/i][/b]- Bramó y tras eso, murmuró unas palabras tan antiguas como el propio tiempo y en las mazmorras, un hombre lobo, que tenía más de lobo que de hombre y el pelaje castaño, se liberó de sus cadenas y aulló aunque no había luna, para que los intrusos estuviesen preparados.

Pero los intrusos eran todavía demasiado jóvenes para saber que hay que escuchar antes de hablar.

Y si hubieran tenido a sus padres, sabrían que no hay que fiarse de los extraños.

Pero era demasiado tarde: la partida había empezado y las cartas ya estaban sobre la mesa.

La primera de ellas, anunciaba una muerte.
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[spoiler]
Post raro, así que espero que os guste, porque esta idea lleva en mi cabeza demasiado tiempo… xD
Leyenda por orden de aparición:
Vampiro en la bola de nieve – Illya.
La Consorte – Cara.
Muñeca de porcelana – Sarah.
Bufón – Diana.
Verdugo – Dom.
Fuente – Ed.
Bestia – Daakka.
Armadura – Daniel.
Perro – McLeod.[/spoiler]

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