Christopher MacLeod | Casa de las Echolls
MAÑANA
Abrí los ojos y sentí enseguida que me encontraba destemplado, con el cuerpo como si hubiese estado toda la noche destapado, o hiciese un frío horrible fuera, pero no tarde en darme cuenta de que hacía una mañana bastante despejada y no más fría de lo normal en esa época, especialmente si tenemos en cuenta el clima escocés con el que me había criado.
No tardé en darme cuenta que esa sensación debía venir de mi propio cuerpo, que una noche más había estado con fiebre, algo que las sábanas y el pijama húmedos evidenciaban claramente.
Habían pasado dos semanas desde que Sarah y Daniel se habían ido, y todo ese tiempo lo había pasado convaleciente, especialmente desde la semana anterior, cuando habían empezado las alucinaciones claustrofóbicas en las que quedaba encerrado en una especie de ataúd de piedra. Tenía el cuerpo adolorido, y no sabía qué era lo que me ocurría. Según el médico, un virus, sin saber claramente de qué tipo, pero me habían citado para hacerme más análisis cuando Diana les llamó y les maldijo un par de veces.
Pero pese a todo, lo que más me preocupaba no era estar enfermo en sí, si no todas las obligaciones que estaba desatendiendo, y todas las cosas de las que no me estaba ocupando. No podía dejar el peso de localizar a Daniel y a Sarah sobre los hombros de los demás, que ya tenían bastantes preocupaciones. Dom había intentado localizar a Daniel pero había borrado sus huellas y nadie sabía dónde estaba, Ed habría solucionado el problema en un instante con su poder, pero no estaba con nosotros, y no me atrevía a pedirle un conjuro de localización a Diana, que tendría que hacer ella sola al no estar Ed.
Y después estaba la propia Diana, mi pobre Diana que estaba pasando por un momento complicado sin su madre ni sus hermanas cerca, ni su mejor amigo, ni Daniel, y encima conmigo enfermo. Cada vez que la miraba y me preguntaba lo que podría estar pasándole, lo que estaría tragándose para apoyar a todos los demás y que le pasaría factura a ella, se me partía el alma. Se suponía que un embarazo tenía que estar rodeado de felicidad, pero a nosotros nos había tocado vivirlo cuando todo se iba ‘al carajo’, y me llenaba de rabia esa situación, quizá más de la habitual, pero había algo en mi interior además de la fiebre que me hacía más…salvaje, el licántropo parecía estar más activo que nunca.
En ese momento, Diana atravesó la puerta y me miró con una sonrisa dulce que hizo que volviese a sentir calor de nuevo, pero esta vez uno agradable, el de estar en casa, con alguien a quien quieres más que a nada, y que sabes que todo terminará pasando, y estarás junto a esa persona.
– [Diana]Chris, ¿cómo estás?[/Diana]- dijo sentándose a mi lado antes de ponerme una mano en la frente y poner cara de preocupación. Me horrorizaba estar siendo un motivo de preocupación, solo quería ser tan fuerte como para superar esa fiebre y estar bien, pero no lo conseguía, y sentirte esclavo dentro de tu propio cuerpo es una de las sensaciones más horribles que podrían imaginarse.
– [MacLeod]La fiebre está bajando un poco y las alucinaciones…hace rato que no tengo.[/MacLeod] – comenté intentando aligerar la realidad. Era cierto que hacía un rato que no tenía alucinaciones, pero las últimas que había tenido eran extremadamente vívidas, casi como si fueran un recuerdo, pero no podían serlo, a nadie se le olvida algo así.
– [Diana]Estás hecho un vejestorio[/Diana].- bromeó con una sonrisa antes de posar sus labios sobre los míos. Mis labios se estremecieron al contacto con los suyos, en parte por esas «mariposas» que por suerte nunca se habían ido, y en parte porque mi cuerpo estaba débil e hipersensible. Pero eso no me impidió que el aroma de Diana me rodease, pero esta vez percibí un olor nuevo y más sutil por debajo, un olor que nunca había percibido antes, frambuesas y arándanos.
Cerré los ojos un instante para disfrutar de la pimienta despejando mis sentidos, endulzada por la lavanda y ese agradable olor a hierba cubierta del rocío nocturo, y no pude evitar esbozar una sonrisa. Abrí los ojos y la miré, dios, cada día la quería más. – [MacLeod]La última semana pensé que no lo contaba, el dolor, la fiebre, las alucinaciones de estar encerrado en ese ‘capullo de piedra’.[/MacLeod] – dije llevándome una mano a la cabeza para ver si seguía con fiebre, pero nunca había sido muy bueno en ello, aunque tenía la impresión de que no. La pesadilla era cada vez peor, en la última había tratado de rasgar la piedra con mis garras, y lo había intentado hasta hacerme sangre y arrancarme un par de ellas, pero sin conseguir nada.
– [Diana]Ya me estaba haciendo ilusiones con la herencia[/Diana].- bromeó guiñándome un ojo. Tenía cara de cansada, tenía que recuperarme y ayudarla, no podía perder más tiempo, me necesitaba.
La observé durante un instante para disfrutar de algo bueno en medio de toda la oscuridad que nos rodeaba, pero un frío extraño me atenazó los pies. Bajé la mirada y vi que los tenía enterrados en una roca oscura, de un gris antinatural del que juraría que ningún mineral estaba compuesto, parecía algo de otro mundo.
Entonces empezó a extenderse y subir por mis piernas. Intenté sujetarla con mis manos, pero era imposible, avanzaba sin que pudiese tener ningún control, atrapándome.
– [Diana]¿Daakka?[/Diana] – escuché llamar a Diana, miré hacia ella y vi que se había ido corriendo hacia la puerta. Sí, Daakka podría ayudarme, su poder no podría hacer mucho con la roca pero quizá con su fuerza pudiese partirla, o retenerla lo suficiente como para salir.
La imponente figura de Daakka apareció en el marco de la puerta cuando estaba tratando de partir la piedra, que iba ya por mi cintura. – [Daakka]¿Qué pasa a Chrris-topher.[/Daakka]. – le preguntó a Diana nada más verme. Vino hasta a mí y suspiré de alivio, pero entonces vi que me sujetaba los brazos, inmovilizándome, en lugar de detener la roca que seguía subiendo.. Le miré y entonces me di cuenta, no era Daakka, era un enano con barba gris y piel grisácea, Bergrisar, y me estaba sujetando con brazos férreos para que la roca me encerrase totalmente. Entonces sonrió y señaló la ventana, en la que una luna rojiza brillaba, llena. Empecé a sentir el dolor de la transformación inminente, mis garras liberándose, la ira…
– [Diana]No lo sé[/Diana].- escuché decir a Diana. Bergrisar la estaba engañando, haciéndose pasar por Daakka, tenía que liberarme y avisarles, pero ya no podía hablar, la roca me había cubierto la boca. – [Diana]Últimamente no sé nada[/Diana]. – le escuché decir con un enorme pesar en su voz. La miré y vi que se había sentado en la cama, con la cara entre las manos para contener las lágrimas. Entonces dejé de luchar y miré bien a Bergrisar, era Daakka, que intentaba sujetarme para que no me hiciese daño, la roca había desaparecido, solo estaba en mi cabeza.
Al ver que me detenía, Daakka se acercó a Diana. – [Daakka]Diana fuerte, como fénix. Todo volverá a ser bien.[/Daakka] – intentó animarla. Me incorporé como pude en la cama, porque todavía temblaba por el miedo, y vi como Daakka le pasaba una mano por su abultada barriga con delicadeza. No podía volver a sucumbir a algo así, tenía que recordar siempre a mis dos amores, la que ya estaba aquí y la que pronto vendría. Y ahora mismo, la que estaba aquí, me necesitaba para recordar su embarazo como algo alegre, Diana se merecía más de lo que podía darle y al menos lucharía contra lo que fuera que me estuviese pasando.
– [MacLeod]Daakka…lo siento. Volvía a estar atrapado en esa especie de capullo de roca, pero esta vez me transformaba.[/MacLeod] – expliqué mirándole con ojos agotados, incluso sin verme, no lo necesitaba. Me levanté y fui hasta Diana, me arrodille y cogí sus manos entre las mías, las besé y las posé junto a las suyas en su barriga, mientras le sonreía intentando convencerla de que todo saldría bien. Estaba preciosa incluso cuando lloraba.
– [Daakka]Como en prueba de enano gris.[/Daakka] – comentó Daakka sin extrañarse demasiado. No había tenido tiempo de hablar con nadie más respecto a las alucinaciones, porque desde que habían empezado no había podido salir de la habitación, solo Diana lo sabía, y lo de menos era con qué tenía alucinaciones, si no el hecho de tenerlas, pero parecía que no, que eso no era lo más importante. No debía ser casualidad que viese a Bergrisar en la alucinación y Daakka dijese eso.
– [Diana]¿Y qué pasa si te transformas?[/Diana]- preguntó Diana confusa, mirándonos a ambos. No me extrañaba, Daakka parecía saber algo que yo no.
– [MacLeod]No lo sé, empiezo a sentirle a él, al licántropo.[/MacLeod] – dije con sinceridad. Lo que omití es que últimamente, desde la noche en la que nos vimos las caras con los de Z, donde ya lo había sentido, el licántropo parecía estar tomando forma en mis pensamientos, como si compartiésemos una misma mente, o como si estuviese deseando tomar el control de la mía. Lo que no comprendía era cómo podía pasar justo ahora que en la prueba habíamos aprendido a convivir el uno con el otro. – [MacLeod]Daakka, ¿qué dices de la prueba de Bergrisar? No estuve encerrado en ningún capullo.[/MacLeod] – pregunté mirando a Daakka a esos ojos inocentes que parecían fuera de lugar en ese cuerpo de demonio.
– [Daakka]Tú no, él sí. Enano llamó piedra y licántropo como mariposas. Luego al ser libre, loco.[/Daakka] – trató de explicar, moviendo las manos alrededor de la cabeza para enfatizar lo de loco. – [Daakka]Daakka sujetó, Chrris-topher se controló[/Daakka]. – explicó a continuación. Eso sí podía recordarlo, lo había vivido y lo había visto en el disco, tanto yo, como Diana, pero no había tenido nada que ver con Bergrisar y el capullo. Al ver la Luna Cantarina me transformé y el licántropo empezó con su senda de destrucción hasta que Daakka me sujetó y el licántropo y yo nos «entendimos» por llamarlo de alguna forma, y volví a ser yo.
– [Diana]¿Y tú crees que a mí me apetece que tu hija desgarre mi preciosa vagina para nacer?[/Diana]- las hormonas hicieron piña con el carácter de Diana en un argumento con tanto peso que tumbó completamente al licántropo interior. Supongo que el padre y el «marido» que se encontraban en mi interior eran mucho más fuertes que ese perro salvaje.
– [MacLeod]Buen punto.[/MacLeod] – aseguré tratando de esbozar una sonrisa con esos enormes dientes. Enterré la cabeza entre las manos y empecé a meditar, algo que nunca había sido exactamente lo mío porque tenía muchas cosa en las que pensar, pero en ese momento debía hacerlo, no había más opciones. Después de un buen rato, más de lo que pensaba, conseguí que remitiese.
– [MacLeod]Vale, así que el enano me encerró en un capullo, y ahora soy como un gusano transformándose en una mariposa peluda y con dientes afilados.[/MacLeod] – dije tratando de resumir y de paso asimilarlo. – [MacLeod]Espero seguir gustándote.[/MacLeod] – me sinceré volviendo a acercarme a ella.
– [Diana]Siempre he estado contigo por tu dinero, así que mientras sigas siendo millonario, todo irá bien[/Diana].- bromeó con una sonrisa. Era la mejor, de eso no cabía duda.
Le dediqué una sonrisa sincera, aunque estuviese preocupado en el fondo, seguían pasando muchas cosas y ahora tenía que enfrentarme a una transformación así, pudiendo perder el control en cualquier momento. Miré a Daakka para agradecerle sin palabras lo que había hecho y él asintió con la cabeza. Parecía preocupado.
Diana, que es una auténtica maestra de la empatía, se levantó y adivinando lo que le preocupaba, le paso la mano por las escamas con cuidado. El le sonrió ampliamente. – [Daakka]Descansad, yo preparé bienvenida.[/Daakka] – aseguró. Entonces salió, cerrando la puerta tras de sí y dejándome un instante para disfrutar de la embarazadísima y preciosa mujer de mi vida durante el tiempo que duró la sensación de victoria al controlar la transformación y saber qué era lo que me pasaba. Pero ese instante duró poco, no tarde en preguntarme dónde estarían Sarah y Daniel y qué les estaría pasando.
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