Edward MacLay | Su apartamento, Louna, Condado de Ripper
NOCHE
Miré el reloj, eran casi las doce de la noche y ahí estaba, abriendo la puerta de mi apartamento, solo, como siempre, pero con una ligera sonrisa dibujada en los labios, pese a todo lo que había pasado, lo que había perdido, y había sido mucho, demasiado.
Cerré la puerta tras de mí, eché los pestillos y murmuré un par de conjuros que me ayudarían a dormir un poco más tranquilo por la noche, eso si conseguía conciliar el sueño, aunque lo dudaba, porque las pesadillas estaban allí siempre, esperándome. ‘Siempre’ era una palabra que parecía perseguirme, pero para lo único para lo que había debido tener sentido, su significado se había desvanecido.
Coloqué con mucho cuidado el traje en su percha y percibí un ligero aroma a melocotón, Lucy, pero también ella. Estuve a punto de sonreír, pero en mi mente se dibujó una escena en la que la persona a la que quería se desvanecía en el aire, como si nunca hubiera sido nada, como si hubiera sido un simple sueño y eso hizo que la sonrisa se borrase rápidamente de mi rostro.
Mientras me duchaba, traté de asimilar los pensamientos que rondaban por mi cabeza, la extraña sensación que tenía respecto a Lucy, como si nos conociésemos, y luego estaba ese aroma a melocotón y todo lo que parecía saber sobre mí. Pero quizá solo me estuviese haciendo ilusiones, y tenía que evitarlas para estar siempre preparado.
La última vez que había confiado en que la vida había cambiado para mí, después de perder a todas las personas que me importaban y volver a recuperarlas, todo se vino abajo y la perdí a ella por culpa de un lunático.
Perder de nuevo cuando ya lo has hecho una vez y creías que no volvería a pasar es tan duro que resulta casi imposible describirlo. Cada minuto que pasaba solo era una tortura, porque me enfrentaba al peor de mis enemigos, mi propia mente, mis recuerdos, el dolor.
Echaba de menos a Kaylee, la otra noche, me desperté y antes de abrir los ojos sentí ese aroma a melocotón que parecía estar impregnado en el traje, que estaba cerca de mi cama, y por un instante pensé que seguía allí, que estaba junto a mí, pero después me di cuenta de que no era real.
Y los demás, les había dejado para cumplir una promesa, pero todos los días me preguntaba al levantarme que qué hacía aquí, lejos de ellos, Diana embarazada, Sarah pasándolo mal por todo lo que había pasado, Illya humana…y yo en Wolfram&Hart codeándome con gente que vendería su alma al diablo…no, que ya la había vendido, por conseguir lo que quería.
El problema era que tenía algo en común con esas personas, estaba dispuesto a vender mi alma al diablo, de lanzarme de lleno a la boca del lobo para utilizar su poder y conseguir lo que quería. Y eso, era Kaylee. Pero hasta el momento no había conseguido demasiado de Wolfram&Hart en ese aspecto, solo promesas vacías de John, promesas de traerla de vuelta.
Tras secarme y ponerme el pijama, me senté en el borde de la cama y observé el pequeño cofre. Me descolgué la llave del cuello y lo abrí. En su interior acolchado, descansaban dos aros metálicos que cabían cada uno en la palma de mi mano. Uno era dorado con detalles en un morado brillante y el otro de un rojo cálido con detalles azul claro, como el hielo.
Alargué la mano y la coloqué sobre uno de los detalles azul hielo. Estaba frío, y me hacía recordar el frío que había sentido cuando caí al lago helado, cuando morí.
En ese instante la habitación se desvaneció y llegué a otro lugar. Como si fuera un mero espectador, me observé saliendo del agua a tientas y cayendo desmayado, y entonces, unos minutos después, el Campeón en las Sombras salió del agua, solo que ahora ya no veía la sombra cubriéndole, si no lo que había debajo, Kaylee.
La observé sin pestañear durante toda la prueba, mientras hablaba conmigo, ignorante respecto a quién era ella. Qué tonto había sido, qué cerca la había tenido y no había hablado más con ella. Los recuerdos siguieron avanzando y con ellos las pruebas una a una. Me destrozó volver a ver a Sarah llorando mientras observaba mi cuerpo inerte, helado, sin vida, pero al menos sabía que eso acabaría bien, por un tiempo al menos.
Entonces llegó mi momento de decidir, el tótem, volver a mi mundo o mi mundo con Kaylee. En ese instante no tenía mucho sentido, salvo la idea de que apelasen al dolor que había sufrido al perder a mis amigos. Pero a ellos ya los había recuperado, mi mundo era un recuerdo ligero que convivía con los recuerdos de mi infancia con ellas en este mundo, unos recuerdos que atesoraba como si fueran oro. Antes de que mi yo del recuerdo tomase una elección, me desligué del sueño como había aprendido a hacer y volví al mundo real, con el disco en mi mano.
Lo dejé en su sitio y observé el otro durante unos minutos. Necesitaba verla, un poco más. Así que lo cogí entre mis manos y volví a verla pasando todas sus pruebas como una auténtica heroína, la más valiente de todos nosotros, porque sabía que ni siquiera saldría de allí con vida, pero decidió salvarnos, a todos, igual que yo había decidido salvarla, traerla de vuelta, y no podía seguir dejando pasar el tiempo. Si mi padre sabía algo, lo averiguaría, aunque eso implicase registrar todos sus papeles, su ordenador y su cerebro mismo si hiciese falta.
Quizá así entendiese el enigma de Lucy, por qué me atraía, por qué me hacía sonreír con tanta facilidad, por qué parecía que mi corazón se acelerase cuando estaba con ella. Si Lucy era Kaylee, sería cierto eso de ‘siempre’.
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.