Diana Echolls | Casa de las Echolls
MADRUGADA
Había pasado una noche de perros. Y por «noche de perros» quiero decir, una noche vigilando al perro del padre de mi futura hija, que roncaba como si no hubiese mañana. En cuanto amaneció, Dominic, que ahora la versión domesticada del rompebragas que una vez fue, me había convencido de que me viniera a casa para ducharme, quiero creer que porque estaba agotada y no porque olía que apestaba, aunque nunca se sabía.
Llegué a casa dando tumbos y haciéndome pis, cosa que era habitual porque la meona se había empeñado en darme patadas a todas horas, que eran muy monas cuando no tenías que aguantarlas ni tú ni tu vejiga. Me metí en la ducha y, cuando salí, recordé que les había prometido que tenía que llamar a Mara para que hablase con ése.
Pero antes, me fijé en que la casa estaba hecha unos zorros y en que alguien tenía que limpiarla, porque podía ponerme de parto en cualquier momento de los próximos cuatro meses y mi hija iba a pensar que había venido al mundo en mitad del Apocalipsis. Estuve meditándolos unos cuantos minutos, porque odiaba las tareas domésticas casi tanto como secarme el pelo, pero no me quedó más remedio que hacerlo. Me puse a pasar la aspiradora, a limpiar los cristales y, sobre todo, a asegurarme de que no hubiera ninguna foto en la que apareciera ese que decía ser amigo nuestro.
A los quince minutos estaba agotada, así que recordé que mi madre muchas veces parecía la señora Weasley de Harry Potter e hice que la aspiradora se pasara sola, igual que la bayeta que limpiaba los cristales, gracias a una telekinesis bastante simple. Ser una bruja era todos ventajas, salvo cuando te salían las venas negras, pero ya casi lo tenía superado.
Entonces, llegó el momento de coger el móvil para llamar a Mara. Siempre podía fingir y decirles que ella no quería saber nada o decir que se me había olvidado, porque últimamente me costaba recordar lo que había comido cinco minutos antes, aunque los vídeos sobre cómo cortarle las uñas al bebé me parecían de los más interesantes. Lo primero que hice, una vez que tuve el teléfono entre las manos, fue fijarme en que todavía quedaba una foto sobre la mesa del salón en la que salía el traidor, era una en la que salíamos los cuatro juntos cuando él tenía ocho años y yo era ya una adolescente. Noté una punzada en el pecho, así la lancé volando y dejé que se estrellara contra la pared más cercana. Una vez se hizo añicos el marco, noté cómo amenazaba con echarme a llorar, pero intenté controlarlo.
Odiaba al Doctor, al PetaZeta y a las hormonas del embarazo por hacerme echar de menos a un traidor que nos había abandonado, el segundo de mi vida. Busqué en la agenda sentándome en las escaleras y me aparté el pelo de la cara. Su nombre ya no aparecía, porque me había encargado todo rastro de su existencia, pero el de Mara sí. Tomé aire y paré la aspiradora. Después, pulsé el botón de llamada y esperé un par de tonos.
– [Mara]¿Diana…?[/Mara]- me preguntó extrañada. Normalmente, la que se comunicaba con ella era Sarah, pero hacía dos semanas que, seguramente, no hubieran tenido contacto. El ruido de fondo me daba la sensación de que estaba en una terraza tomando algo y sentí envidia y enfado a las partes iguales.
– [Diana]La misma, ¿qué tal tus vacaciones en Velze?[/Diana]- pregunté con un poco de mala baba, pero sonriendo y suavizando el tono, porque no quería que se lo tomase a mal.
[Mara]No…estoy de vacaciones. ¿Cómo estáis…?[/Mara] – parecía preocupada y, posiblemente, molesta por haber dicho que la búsqueda de su familia eran unas vacaciones. Me estaba convirtiendo en Moby Dick, igual de gorda y con la misma mala leche.
– [Diana]Sarah ahora forma parte del harén de ZZ, la loción antipiojos. Los demás bien, si por bien se puede decir que cada vez somos menos[/Diana].- solté desde lo más profundo del resentimiento. Lo peor es que ni siquiera estaba enfadada con ella.- [Diana]Pero no te llamaba para eso, sino porque necesitamos tu ayuda[/Diana].- admití. Mara me caía bien, pero nunca se me ocurriría molestarla para contarle mis problemas.
– [Mara] ¿ZZ? … ¿Qué…puedo hacer?[/Mara] – parecía confusa. Eso era lo que pasaba cuando te ibas a buscarte a ti misma en plena crisis de los misiles de tu grupo de amigos y amigas.
– [Diana]El malo de la temporada, que se cree un héroe[/Diana].- resumí dejando escapar un bufido. ¿Quién se podía tomar en serio a un tío que parecía un actor porno y tenía una mansión repleta de amantes? No iba a ser yo la que le criticase su vida sexual, pero al menos podía no haberse llevado a la hermana que me quedaba en el intento de rodar la mayor superproducción X de la historia. – [Diana]Me gustaría que llamaras al que está en Louna[/Diana].- sentencié. Al pensar en él, fijé la vista en los trozos de cristal que había esparcidos por el suelo. Mi corazón estaba más o menos así y podía soportarlo. Un marco sólo era un objeto, ni siquiera le dolería.
– [Mara]¿A…Ed?[/Mara] – al escuchar su nombre, chasqueé la lengua con desagrado.
– [Diana]Sí, a ése[/Diana].- espeté con desprecio jugueteando con los pelitos que sobresalían del jersey de angora.
– [Mara]¿Estás…bien?[/Mara] – tenía las piernas hinchadas, ardores de estómago permanentes, a mi hermana desaparecida, a la otra muerta, un padre que no daba señales de vida y una abuela y una tía que no se habían dignado a venir a ayudarnos a sobrellevar la pérdida, un mejor amigo que se había fugado y un novio que no sabía si superaría la maldición que le había puesto el enano de los cojones. Pero iba todo de puñetera madre.- [Diana]Sí, ¿y tú?[/Diana]- estaba mintiendo, pero era lo que se suponía que debía decir si no quería volver a echarme a llorar.
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