Mara | Louna
MEDIODÍA
Después de la reunión de grupo que presencié por teléfono, supe que había llegado el momento de dejar Velze. Me sentía una fracasa a a todos los niveles, porque ni había conseguido acercarme a mi familia, ni tampoco, me había encontrado a mí misma. Estaba frustrada, deprimida y cansada.
Había gastado una cantidad considerable de un dinero que no tenía entre el hostal y los zumos que me tomaba en la terraza del chiringuito que regentaban mis padres. No había sido capaz de cruzar una sola palabra con ellos, porque cada vez que los veía lo único que salía de mi boca era «un zumo de piña/melocotón/naranja, por favor» y después, silencio. Mi padre se había acostumbrado a mi presencia, a la chica con peluca rubia platino y enormes gafas que le cubrían la cara y había dejado de prestarme atención. Era poco más que un mueble, una cliente habitual a la que servía su pedido automáticamente los últimos días.
Dejé la habitación del hotel de madrugada, por lo que tuve que pagar un día más y me fui en dirección a la estación de autobuses. Tenía un nudo en el estómago y me sudaban las palmas de las manos, mientras arrastraba la maleta por la dársena en la que estaba estacionado el autobús nocturno con destino a Louna, porque iba a encontrarme con Ed después de tanto tiempo. Estaba segura de que lo que sentía por él no era más que una amistad que empezaba a diluirse y que todo había sido culpa del ansia de sangre del monstruo que me poseía, pero aún así, tenía miedo. Miedo de que al verle se me acelerara el corazón y volviera a fastidiarla. No hay nada peor que enamorarte de un amigo. Maldito Freud.
El autobús salió de la estación de Velze a las cinco de la mañana, pero recorría prácticamente todo el Condado, así que hasta las diez u once de la mañana, no tenía prevista su llegada. Me recosté en un asiento ubicado en la mitad del bus y recé para que nadie se sentara a mi lado, pero chico con gafas y pelo castaño enmarañado, que debía rondar la veintena, lo hizo. Me dedicó una sonrisa tímida y estuvo mirándome de reojo todo el camino, haciéndome sentir incómoda. Para que me dejara tranquila, me giré y miré por la ventana, apreciando el paisaje de Ripper, que era tan variado que asombraba.
– [b]¿Has escuchado algo de Bastille?[/b]- me preguntó sacándome de mis pensamientos que incluían diferentes versiones del encuentro con Ed.
– [Mara]¿Perdona…?[/Mara]- me di la vuelta para mirarle. Tenía la piel pálida y los ojos marrones, además de una camiseta de un videojuego que no supe identificar.
– [b]Bastille, es un grupo de rock indie inglés[/b].- me fijé en que, por su forma de pronunciar, debía ser de Velze.
Me encogí de hombros y volví a darme la vuelta, pero esta vez me puse los auriculares del móvil para escuchar una emisora cualquiera. El chico suspiró y no volvió a intentar hablarme hasta que se bajó en la parada de Merelia, en la que hicimos un descanso para desayunar.- [b]Bueno, que tengas un…buen viaje[/b].- se rascó la parte de atrás de la cabeza cogió sus cosas y se marchó. Por fin.
Sobre las once y media de la mañana, el autobús entró en la parada de Louna, que era tan pintoresca como el resto de la ciudad. Tenía montones de mosaicos que representaban las distintas ciudades más importantes de Ripper y estaba hasta los topes de gente de todo tipo de nacionalidades. Al salir del autobús, me fijé en que hacía un sol abrasador, a pesar de estar en otoño, así que me quité la chaqueta vaquera y disfruté de los rayos de sol en mis brazos desnudos, porque la camisa blanca que llevaba era de manga corta. Corría un poco de aire, pero era agradable, todo en esta ciudad era agradable.
Arrastré la maleta hasta los exteriores y me subí en el primer taxi que encontré con destino a la sede de Wolfram & Hart, en la que debía estar Ed. Lo ideal, dados los números rojos de mi hucha, habría sido tomar el metro, pero temía perderme.
Mi corazón latía a toda velocidad, tanto que si hubiera habido un vampiro en un kilómetro a la redonda, lo habría escuchado. Abrí la ventana y saqué un poco la cabeza, como si fuera un perro, para disfrutar del olor a la brisa marina. La ciudad estaba rebosante de vida, la gente se movía a pie, en bicicleta, en taxi, en coche o transportes públicos casi siempre con un café de marca entre las manos. Me sorprendía lo cosmopolita que era, tan limpia, tan ordenada, tan…europea, pero a la vez con ese encanto neoyorkino, que se acentuaba especialmente cuanto más nos acercábamos a la avenida en la que estaba situada Wolfram & Hart, que se encontraba en «la milla de oro»: escaparates de Gucci, Chanel, joyerías de jujo y marcas low cost como Zara hacían su agosto ante la afluencia de personas. Me fijé en que, en medio de toda aquella opulencia, había un taller de costura pequeñito, que rebosaba encanto con su toldo en tonos pastel y su letrero en fucsia que rezaba «Lucy in the sky», pero no tuve tiempo de observarlo más porque el semáforo se puso en verde.
Aproximadamente unos cinco minutos después, estaba frente a la imponente sede de Wolfram & Hart. Le pagué al taxista una cantidad ingente de dinero que se gastaría, seguramente, en cafés de marca y pantalones apretados y me bajé no sin antes coger la maleta.
Avancé entre la multitud por los pulcros jardines y atravesé las puertas, que daban a un hall amplio y aséptico, típico de los abogados, con unas cuantas plantas decorativas, dos ascensores en los que no paraba de subir y bajar gente, un par de sofás de aspecto incómodo, un encargado de seguridad de aspecto afable y una recepcionista morruda. Estaba a punto de llegar a recepción, cuando las alarmas saltaron y me vi rodeada por unos veinte agentes de seguridad, que salieron de todas partes.
– [b] [i]¿Quién es usted y qué hace aquí?[/i] [/b] – preguntó el que parecía afable, Ronald, que ya no lo era tanto. Me fijé en su oronda barriga y su nariz de patata. Iba vestido con un atuendo de seguridad clásico, igual que los otros diecinueve, pero él tenía un rango más alto, a juzgar por la placa. Me parecía excesiva tanta seguridad para un bufete de abogados, aunque claro, no era tal cosa.
– [Mara]Mi…soy…Mara…vengo a hablar con Edward Maclay[/Mara].- conseguí decir temblando como una hoja.
– [b]No puedes entrar aquí sin autorización[/b].- bramó muy cerca de mi cara, echándome el aliento.
– [Mara]¿Puede…avisarle…? Esperaré fuera[/Mara].- propuse al ver que uno marcaba el número directo de la policía del Condado.
– [i]La policía estará aquí en diez minutos[/i].- anunció el que estaba marcando el número.
– [Mara]¡Pero si no he hecho nada![/Mara]- me defendí.
– [b]Eso ya lo veremos[/b].- espetó Ronald y me quedé paralizada. Nadie me miraba, los hombres y mujeres que trabajaban allí parecían absortos en sus quehaceres y no les parecía raro que hubieran detenido a una chica por nada.
Ahora estaba cansada, deprimida, frustrada y…detenida.
Louna ya no me gustaba tanto.
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.