Christopher MacLeod | Biblioteca de la Universidad, Moondale
MAÑANA
Tenía muchas preocupaciones, aunque no es que eso fuera excesivamente novedoso, pero las que tenía en esos momentos habrían sobrecargado a cualquiera, no solo estaba el cisma del grupo, la muerte de Kaylee y el embarazo de Diana, también teníamos la guerra en ciernes entre la gente de la Iniciativa y la del Director y la búsqueda de aliados para que no convirtiesen el Condado en un cráter humeante.
Había estado demasiado absorto en esos pensamientos como para ver la bruma que había entrado a través de la ventana, hasta que me había rodeado, calándome hasta los huesos de una sensación de familiaridad extraña que apenas tuve tiempo a percibir porque todo pasó en un suspiro, pero más tarde sabría a qué me recordaba, a Diana y a su familia, a Kaylee.
En cuanto la bruma se introdujo en mis vías respiratorias, algo bastante preocupante, me giré hacia el teléfono para marcar la línea interna del despacho de Diana, si volvía a ser el Demonio del Miedo y había ido a por mí era muy posible que hubiese ido también a por Diana y los demás. Lo que más me extrañaba era no haber quedado ya inconsciente, había algo extraño esta vez, pero no tenía tiempo para comprobarlo, Diana iba primero.
Pero el mundo parecía estar en mi contra ese día, después de media hora mirando los libros que quería llevarse, Oliver Kent se acercó hacia mi mesa para sacarlos, justo cuando tenía el auricular del teléfono en la mano y estaba a punto de comprobar si la persona a la que más quería en el mundo estaba bien o no. Como no podía hablar de demonios delante de él, tuve que colgar el auricular y cruzar los dedos para que fuese rápido, intentando disimular la tensión que tenía encima y no volcarla en el muchacho.
Empecé a coger los libros uno a uno para meter el código en la aplicación de la biblioteca, pero cuando estaba pasando el segundo libro por el lector, comencé a notar una sensación extraña, como si alguien tirase de mí, o más bien, de mi cabeza, de mi…consciencia. Cuando me quise dar cuenta estaba viendo un lugar completamente diferente.
Estaba en el exterior, en una pradera, aparentemente dentro de los terrenos de una granja que se veía unos cuantos metros más allá. El sonido de la cosechadora recorriendo el campo y cosechando los cultivos, era ligeramente hipnótico. Escuché un ladrido juguetón y me giré para ver unos metros más allá a un muchacho joven jugando con un cachorro de labrador cerca de la valla que separaba la zona de cultivo.
Caminé hacia ellos para preguntarles dónde me encontraba, y cuando estuve lo suficientemente cerca me percaté de que el muchacho no era otro que un Oliver Kent unos cuantos años más joven, las espinillas delataban que estaba en plena pubertad.
– [MacLeod]¡Oliver![/MacLeod] – lo llamé, pero no me escuchaba. Me acerqué más e hice señas, pero tampoco, así que cogí una piedra del suelo y la lancé cerca de ellos, pero tampoco, era como si no estuviera allí, estaba viviendo un recuerdo.
– [Oliver]Mira la pelota Sultán, mira la pelota. ¿Quieres que la lance?[/Oliver] – le preguntaba sonriente al perro, que movía el rabo esperando para echar a correr en la dirección que fuese.
Mientras les observaba, Oliver cogió una pelota y se la lanzó al cachorro, pero con demasiada fuerza, porque la pelota cayó al otro lado de la valla y rodó hasta situarse delante de la cosechadora.
El cachorro, sin atender a la llamada de Oliver, corrió pasando bajo la valla y continuó recto hacia las aspas de la máquina. Me dispuse a saltar la valla, pero entonces me di cuenta de que no podía hacer nada, si no podían verme, no podía intervenir, era un simple recuerdo.
Miré fijamente al pobre cachorro y su cara de felicidad correteando por el campo y algo en mi interior se removió, tanto en la parte humana como en la licántropa. No podía verlo, ¿por qué me habían llevado allí para ver eso?
Aparté la mirada y entonces fue cuando vi a Oliver corriendo a través del campo a toda velocidad, parecía que podía llegar al cachorro, pero no que fuese a tener tiempo de apartarlo, en lugar de eso acabarían los dos debajo de las aspas.
Llegó y cogió al cachorro entre sus brazos, pero la cosechadora estaba demasiado cerca. Murmuré un conjuro a la desesperada, a la vez que me maldecía por no ser tan ducho en magia como Diana o Ed, pero no conseguí nada, en ese mundo no era más que un Vigilante sin capacidad para intervenir, una posición que no podía desagradarme más.
Esperaba ya lo peor cuando vi que algo brillaba en Oliver, era el destello del sol en su piel, salvo que no era piel, parecía metal. No tuve tiempo a pensar nada antes de que la cosechadora chocase contra él con un estrépito de metal contra metal que llenó el ambiente, entonces la cosechadora se detuvo al encontrar un atasco en sus aspas. Observé la escena atentamente, las aspas estaban destrozadas contra el cuerpo de Oliver, todavía de metal. El chico empezó a moverse para salir del amasijo de hierros y dejó en el suelo al perro mientras su piel volvía a la normalidad. Tras regañar al cachorro, se giró para ver la maquinaria destrozada y se llevó las manos a la cabeza.
– [Oliver]¿Está bien, profesor MacLeod?[/Oliver] – escuché como un eco que reverberaba en la pradera, solo que ya no era una pradera, estaba en la biblioteca, con el libro frente al lector, no me había movido en todo ese tiempo. Oliver Kent seguía ahí, mirándome preocupado.
– [MacLeod]Eh, sí, Oliver.[/MacLeod] – respondí algo confuso. No entendía como había podido entrar en sus recuerdos, nunca había tenido esa clase de poder, yo solo…entendía todas las lenguas…nada más. Le sonreí para restarle importancia y pasé el último libro antes de entregárselos.
– [Oliver]Gracias.[/Oliver] – dijo al cogerlos. Todavía me observaba preocupado, pero al ver que no quería hablar de ello, se giró dispuesto a irse.
– [MacLeod]Oliver, espera.[/MacLeod] – le llamé cuando ya estaba cerca de la puerta. Me había estado preocupando el hecho de saber cómo encontrar a otros metahumanos antes de que la Iniciativa o la gente del Director lo hiciese, y ahí tenía a uno, servido en bandeja de plata, pero eso no hacía que fuese más fácil abordar una conversación de ese tipo. [i]Hola, ¿qué tal? Mira es que va a haber una guerra entre demonios, gente con poderes, cyborgs y gente controlada mentalmente y me vendría bien que nos ayudases a evitar el apocalipsis.[/i]. Normalmente, la idea de cómo empezar una conversación así puede llegar a paralizarte si valoras continuamente como se lo va a tomar el otro, así que decidí lanzarme y empezar con lo simple. – [MacLeod]¿Qué tal está Sultán?[/MacLeod] – pregunté. Los ojos de Oliver se abrieron, sorprendidos y confusos.
– [Oliver]¿Sultán?[/Oliver] – preguntó contrariado. Me miraba fijamente, intentando averiguar en qué conversación de las pocas que habíamos tenido podía haberlo dicho. La respuesta era simple, en ninguna, su mente debía haber llegado a la misma conclusión, pero siempre intentamos hacer lógicas las cosas que quizá no lo son.
– [MacLeod]El labrador creo. Sé que le salvaste.[/MacLeod] – añadí esperando que no echase a correr. Por suerte Oliver parecía un chico campechano y amable, porque de lo contrario su tamaño y su poder habrían impuesto mucho en mi situación.
– [Oliver]¿Cómo sabe todo eso?[/Oliver] – preguntó acercándose con el ceño fruncido, mirando a nuestro alrededor para ver si había alguien. No lo había, de haber sido así no lo habría dicho en voz alta, siempre debes tratar los secretos de los demás como si fuesen los tuyos propios.
– [MacLeod]Es largo de explicar, pero sé que no eres como todos, y conozco a más gente como tú.[/MacLeod] – comenté escuetamente, verdaderamente era muy largo de explicar, empezando porque no teníamos una terminología común que todo el mundo entendiese: seres sobrenaturales cubría un poco todo aunque te hacía olvidarte de los humanos con poderes, culpa de la cultura popular; sobrehumanos sonaba prepotente; metahumanos cubría también todo pero tenía el efecto contrario a sobrenaturales, la gente se olvidaba de las «criaturas de cuentos»; potenciados, mutantes, dotados…todo eso se refería a medias a los humanos con poderes pero olvidaban a los sobrenaturales, que también podían tener poderes; y desde luego no era agradable utilizar términos como «no humanos» o dejar de considerarnos «normales», que la gente no sepa de la existencia de más «razas» y de habilidades especiales no quiere decir que dejemos de ser personas.
– [Oliver]No sé de qué…habla, tengo que irme a clase, profesor, llego tarde.[/Oliver] – aseguró algo nervioso. Oliver era el típico estudiante que teme una reprimenda de los profesores, especialmente si le cogen en una mentira. Estaba claro que se tomaba muy en serio su secreto.
– [MacLeod]Oliver, escucha, sé que puedes cubrir tu piel de acero.[/MacLeod] – dije en voz baja intentando zanjar esa situación. Necesitábamos hablar claro, porque todavía no había podido llamar siquiera a Diana para ver si estaba bien, y el resto podían estar también en problemas. Pero mi apremio se vio cargado de culpabilidad cuando vi la preocupación en los ojos de Oliver, y no quería eso para nadie más. – [MacLeod]Tranquilo, no se lo diré a nadie, pero necesito hablar contigo, ahora mismo hay muchos peligros.[/MacLeod] – le aseguré intentando que se despreocupase, su secreto estaba a salvo conmigo, pero necesitaba que él también lo estuviese.
– [Oliver]¿Qué clase de peligros?[/Oliver] – preguntó él.
– [MacLeod]Es largo de explicar, ¿nos vemos en mi despacho después de tu clase?[/MacLeod] – le ofrecí tratando de sonreír pese a la preocupación, el muchacho no tenía la culpa de que estuviese muerto de miedo por la idea de que le hubiera pasado algo a Diana. Asintió ligeramente y se marchó.
Me llevé una mano a la cabeza cuando salió de la biblioteca, era más duro de lo que parecía cargar a la gente con pesos como ese sobre los hombros, pero en esta ocasión no quedaba más remedio, o todos conocíamos la verdad y cargábamos con ella, o nos mataba por la espalda.
Volví a descolgar el teléfono y marqué la extensión interna de Diana. Tras unos tonos que parecieron eternos, escuché cómo descolgaba su auricular.
– [MacLeod]Diana, ¿estás bien? ¿Has visto la bruma?[/MacLeod] – pregunté tan atropelladamente que dudé incluso que hubiera podido entenderme. Resulta muy extraño explicar como es eso de preocuparse tanto por una persona que no puedes esperar a ver que está bien, que darías lo que fuera, incluso a ti mismo, para que lo estuviese. Además, cuantos mayores los peligros, mayor el miedo y nosotros vivíamos expuestos a muchos. A veces me preguntaba si mi cachorro…pequeña vendría a un mundo seguro, tenía que protegerlas de todo y ahora mismo la principal amenaza eran la Iniciativa y la gente de Z.
– [Diana]He notado el subidón de magia, sí[/Diana].- respondió ella. Diana era una hechicera nata, no tenía nada con lo que compararme a ella, porque era capaz incluso de sentir la magia y eso no se consigue con práctica, salvo que seas Willow Rosenberg y ni siquiera estoy muy seguro de eso. Por suerte Diana estaba libre ya de adicciones, al menos de momento.
– [MacLeod]¿Has visto algo…raro?[/MacLeod] – pregunté al ver que ella no me comentaba nada más. Parecía estar bien, bueno, todo lo bien que puedes estar llevando una niña licántropo en la barriga de la que te salva un elixir cristalizado que te tragaste sin ni siquiera un vaso de agua, mientras ves como tu familia se desmantela poco a poco.
– [Diana]Una barriga que me cubre mi preciosa vagina[/Diana].- rió. Su risa era contagiosa, ni con todas las preocupaciones que tenía encima pude evitar sonreír y sentir una sensación de alivio que me recorrió todo el cuerpo, como si alguien lo hubiese estado sosteniendo y se soltase de pronto, dejándome con una sensación de cansancio permanente.
– [MacLeod]Dije raro, no precioso.[/MacLeod] – respondí dedicándole una sonrisa aunque no estuviera allí para verme. – [MacLeod]Te lo pregunto porque Oliver Kent estaba sacando unos libros después de que se fuese la bruma, y le vi haciendo algo … poco habitual.[/MacLeod] – comenté algo más tranquilo, una vez que había comprobado que ella estaba bien, solo tenía que asegurarme de que los demás también y centrarme en qué era esa bruma púrpura y dorada y esa extraña visión.
– [Diana]¿De qué decías que eran los libros?[/Diana]- bromeó soltando una carcajada. Estaba despistado y no m había dado cuenta de que hablaba con la reina de los dobles sentidos.
– [MacLeod]Malpensada.[/MacLeod] – respondí dejando escapar una risa. – [MacLeod]Le vi salvando a un cachorro de una cosechadora, su piel se cubrió de metal y las hojas se destrozaron contra su cuerpo.[/MacLeod] – resumí en pocas palabras.
– [Diana]¿Futuro, quizás?[/Diana]- preguntó ella interesada en las visiones. Por lo que sabía, desde las Pruebas había dejado de recibir visiones, quizá tenía que ver con el embarazo, al fin y al cabo a ella esas visiones habían estado a punto de matarla y solo pensarlo me daba escalofríos, pero también podía tener algo que ver con el trauma por lo ocurrido con Kaylee o sencillamente con que los Grandes Poderes se habían olvidado de nosotros después de servir para su propósito.
– [MacLeod]Pasado más bien.[/MacLeod] – le aclaré. Al principio esa forma de desvanecerse todo a nuestro alrededor me recordó a experiencias como las del Demonio del Miedo o las del mundo de los sueños, pero el hecho de no poder hacer nada en ese lugar, que ni siquiera pudiesen verme, y que la escena la protagonizase un alumno al que apenas conocía me dejaban claro que era un recuerdo del propio Oliver. – [MacLeod]No sé cómo ha sido pero es muy raro que sea justo después de esa extraña niebla.[/MacLeod] – compartí mis sospechas. Las dos cosas tenían que estar relacionadas, y si Diana había visto también la bruma eso significaba que podría ver algún recuerdo próximamente. Volví a estar preocupado.
– [Diana]Un hechizo potente…[/Diana]- meditó ella. Un hechizo de esa magnitud resultaría fácil de localizar en el mapa para alguien con experiencia, pero no quería meter a Diana en eso tal y como estaban las cosas, y Ed todavía no había vuelto, así que eso estaba descartado por el momento, necesitaba seguir reuniendo información y hablar con los demás.
– [MacLeod]Hasta que sepamos más, ten mucho cuidado, yo me quedé inmóvil todo el rato mientras veía la visión, era como si estuviese allí…si hubiera ido en el coche…[/MacLeod] – me habría estrellado, no quería ni pensar en la posibilidad de que eso le hubiera pasado a cualquiera de los demás.
– [Diana]Te vas a morir de un infarto, viejo[/Diana].- bromeó riéndose, seguramente, a mandíbula batiente. La verdad es que empezaba a sentir que no daba a basto y me daba la impresión de que si fuese más joven habría tenido energías de sobra para lidiar con todas esas preocupaciones. Y quizá la pequeña lo notase cuando no pudiese seguirle el ritmo, o Diana. No había tiempo para pensar en ello, tendría que seguir preocupándome más tarde, cuando tuviese menos frentes abiertos.
– [MacLeod]Pues échame una mano y pide a tu madre que te recoja, ¿vale?[/MacLeod] – le pedí como un favor. A Diana no le gustaba sentirse como una enferma por el hecho de estar embarazada, y hacía todo lo posible por no sobreprotegerla, pero esto era diferente, le habría pedido lo mismo de no estar embarazada.
– [Diana]Vaaale[/Diana].-me concedió. Adoraba hablar con ella y verla alegre, porque eso significaba que las cosas no iban tan mal como para que dejase de disimular que todo iba bien.
– [MacLeod]Te quiero. ¿Qué día te está dando la meona?[/MacLeod] – le pregunté pasando a hablar un poco de cosas más alegres. Cada día quedaba menos para poder ver a la pequeñaja y todavía no había solucionado casi nada, de hecho iban a peor porque aunque Ed y Mara iban a volver pero todavía no habían podido, Cara y Daakka ya no se hablaban desde que ella había descubierto que Daakka había aprendido a adoptar forma humana y no se lo había dicho. Reconozco que estaba un poco estresado, parecía que en vez de a Diana me había dado a mí el síndrome del nido, pero es que necesitaba arreglar las cosas, por las dos, y también disfrutar junto a ella de todo lo que estaba pasando, porque sin duda era un milagro. Cuando todo terminase tendrían que recogerme con una esponja.
– [Diana]A veces dudo si es una niña o un alien, pero por lo demás, bien[/Diana].- respondió ella tan bromista como siempre. Diana era un soplo de aire fresco para alguien asfixiado como yo estaba.- [Diana]Yo también te quiero, anciano[/Diana].- se despidió antes de colgar.
Suspiré, me estiré y miré el reloj, tenía cuarenta minutos para ponerme en contacto con todos los demás y ver si estaban bien, y aun así no podría quedarme del todo tranquilo porque no tenía forma de contactar rápidamente con Sarah, Rebecca y Daniel. Y después me tocaba explicarle a Oliver Kent los secretos que escondía el Condado de Ripper sin que me tomase por un loco o por un sectario para que nos ayudase en la guerra entre bandos inminente. Pero sin presiones.
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