Daakka | La Nave, Moondale
MEDIODIA
Cada peldaño de la escalera que descendía era una prueba de voluntad. Nunca habría pensado que tendría que pensar y sacar fuerzas para ir a ver a Selardi…a Cara Elle, pero la forma en la que me miraba desde que había descubierto el secreto que le ocultaba, la decepción que había en sus ojos, era demasiado dolorosa.
Tengo una teoría, y es que todos somos valientes hasta que aparece algo que no queremos perder. Los miedos no son más que el rechazo a una pérdida: perder a un ser querido, perder la vida, perder la cordura, perder la confianza de alguien…
La valentía no consiste en no tener miedo, porque entonces los únicos valientes serían los que no tendrían nada que perder, si no en afrontar esa inseguridad y evitar perder algo de verdad, o nunca llegar a tenerlo.
En mi caso me enfrentaba al rechazo en los ojos de Cara, a la decepción, por temor a que nunca volviese a confiar en mí, pero si no lo enfrentaba, nunca conseguiría que confiase en mí de nuevo. Eso me decía a cada paso, pero eso no lo hacía más fácil.
Con la aparición de esa bruma y la llamada de Christopher, lo que podía perder en caso de no enfrentarme a mi miedo era mucho más, porque Cara podría estar allí abajo, en peligro o herida por culpa de esas visiones que te paralizaban según él, y yo allí arriba, pensando cómo bajar.
Fue ese pensamiento y esa ira hacia mi propia estupidez las que me hicieron ir más rápido, aprovechando un viejo truco que había aprendido mientras fingía ser dos personas diferentes, y no tardé en llegar a la puerta que comunicaba la ‘Sala Común Moondie’ con la recepción, una puerta a la que los clientes no tenían acceso.
Había recorrido ese último tramo con tanta prisa, que cuando abrí la puerta y pasé a la recepción no me di cuenta de que estaba en mi apariencia de demonio. Me paralicé un instante, pero al ver que no había nadie me tranquilicé y miré hacia la mesa de Selardi.
Cuando la miré, vi que me estaba mirando, pero giró rápidamente la vista para evitar que nuestros ojos se cruzasen. Aun así, lo hicieron, y esta vez me perdí aún más que de costumbre en sus preciosos ojos verdes.
A mi alrededor, todo parecía estar cambiando, como si me arrastrase a otro lugar, pero lo único que veía eran los verdes ojos de Selardi, y cómo su ceño pasaba de estar fruncido a relajado, cómo la tristeza daba paso a la ilusión.
Por un instante, solo por un instante, apenas una décima de segundo, mis corazones dieron un vuelco porque pensé que era verme a mí lo que la alegraba, que me había perdonado y todo podría volver a ser como antes, pero mejor porque ahora conocía mi secreto, pero esa esperanza tardó en hacerse añicos lo que tardó el mundo en mostrarme su cambio a mi alrededor.
Estaba en otra parte, la Nave había quedado lejos ya, suplantada por una especie de sala de estar de una casa pequeña, a juzgar por la cocina que se veía al fondo. Todo a mi alrededor tenía un halo…distinto, no sabría explicarlo demasiado bien. Supongo que todo el mundo conoce cómo se representan los recuerdos en las series y las películas, difuminados, en otro color, siempre con algo que los diferencie. Pues bien, en la vida real la diferencia era más tenue, más bien una sensación, pero alguien que pasó su primer año de vida confinado en un tanque revisitando viejos recuerdos, es una sensación que no se olvida.
Volví a mirar a Selardi, ahora que se había roto el influjo de sus magnéticos ojos, y vi que era una niña pequeña, de poco más de ocho años. Estaba sentada jugando con algunos juguetes que tenía esparcidos por el suelo, o al menos había estado jugando, porque ahora miraba fijamente y con ilusión en mi dirección.
– [Cara]¡Abueloooo![/Cara]- exclamó ella emocionada. Se levantó y echó a correr en mi dirección, pero no frenó cuando llegó a mi altura, siguió corriendo un poco más, atravesando mi cuerpo y continuando. Me giré y la vi abrazada a un hombre mayor, de pelo y barba salpicados de canas, que acababa de entrar por la puerta. El abuelo de Cara Elle y de Daniel, el que la había tenido sola y encerrada durante años, perdiendo su infancia a cambio de…sobrevivir.
– [Aidan]Ellie. ¿Cómo te has portado?[/Aidan] – le respondió apartándose de su abrazo para verla bien. Había algo en los ojos de ese hombre, una parte, que se alegraba de ver a su nieta, quizá no era tan malo, quizá habíamos entendido mal su historia y la infancia de Cara no había sido tan terrible, al fin y al cabo, ella lo recordaba difuminado por culpa de ‘La del Pelo Rojo’.
– [Cara]Bien[/Cara].- respondió con una amplia sonrisa. Entonces echó a correr hacia donde estaban sus juguetes desperdigados por el suelo y empezó a meterlos en una caja a toda prisa. La observé bien, tan alegre, sin tanto dolor encima, sin una coraza que le impedía ser ella misma. Era la Selardi de antes del vacío, completamente ajena al conocimiento de que unos cuantos años más tarde acabaría en un lugar sin nada, ni siquiera esperanza, donde torturarían su mente.
Deseé poder cambiar lo que iba a ocurrirle, avisarles, incluso aunque eso implicase que no llegase a conocerla, lo que fuese con tal de evitar ese dolor, pero no podía hacer nada, era un mero recuerdo. Las visiones de las que hablaba Christopher eran recuerdos de otros.
– [Aidan]¿Estás segura? ¿Has entrenado?[/Aidan] – le preguntó él frunciendo el ceño. Sus inquisitivas cejas parecían imponer un enorme respeto en la pequeña Selardi, tanto que de pronto sentí que empezaba a enfadarme.
– [Cara]Un poco…[/Cara]- respondió ella trazando círculos en la alfrombra con un dedo, evitando mirarle directamente.
– [Aidan]Si no te portas bien y haces los ejercicios no te traeré más regalos.[/Aidan] – de nuevo volví a desear estar allí, esta vez para decirle a ese pequeño hombrecillo que no amenazase a una pobre niña pequeña a la que tenía sola y abandonada en una cabaña mientras el tiempo en el exterior avanzaba mucho más despacio. Me acerqué a la pequeña Selardi, mirando a ese hombre de frente, en mi mano saltó una chispa, pero era un recuerdo, tenía que controlarme para que mi cuerpo real no electrocutase a nadie en la Nave.
Vi que llevaba algo a la espalda pero no le miré demasiado porque cada vez que me fijaba en su rostro me tensaba, así que me giré hacia la pequeña Cara. Tan pequeña, tan indefensa, la barbilla le temblaba y tenía los ojos empañados en lágrimas, estaba asustada. Volví a girarme hacia su abuelo, no quería olvidar nunca ese rostro, ese momento, por si alguna vez nos encontrábamos, se arrepentiría de asustar a una pobre niña indefensa, de robarle su infancia.
Entonces su ceño se relajó y vi como se agachaba, acercándose a ella. – [Aidan]Eh, no llores, no llores. Es tu cumpleaños.[/Aidan] – le recordó sonriendo. Miré el calendario, las fechas no encajaban. – [Aidan]Te he traído una cosa.[/Aidan] – dijo mostrándole una gran caja envuelta que tenía a la espalda.
La pequeña Selardi…Cara Elle, se limpió las lágrimas con las mangas y le miró sin comprender.- [Cara]¿Otra vez es mi cumpleaños?[/Cara]- dijo cogiendo el regalo y empezando a rasgar el papel. Para ser una niña pequeña, no mostraba demasiado entusiasmo por el regalo que tenía delante. Entonces comprendí que la etapa de su vida que había pasado en el vacío no había sido la única que le había hecho daño.
Suspiré profundamente, aguanté el aire y lo liberé, tratando de mantenerme calmado, algo que me estaba resultando demasiado difícil, porque nadie se metía con mi ‘Rakkna’ y menos con Selardi.
Como respuesta, su abuelo miró el calendario durante unos segundos. Después sacó una llave de uno de sus bolsillos y abrió un cajón, del que sacó un viejo reloj digital. Pasaba la mirada de uno a otro hasta que volvió a guardarlo en el cajón, bajo llave, y sus cejas enarcadas se dirigieron hacia la pequeña. – [Aidan]Cara, no has pasado las páginas bien.[/Aidan] – la regañó. Al parecer durante su ausencia Cara tenía que encargarse de todo lo necesario para seguir adelante, pero además entrenarse físicamente y pasar las páginas de un maldito calendario. Con ocho años. Me imaginé de una forma bastante realista cómo cogía a ese pequeño hombrecillo y le enseñaba a tratar a una niña, su nieta además. – [Aidan]Ya hace un año desde la última vez que vine, sí, es tu cumpleaños.[/Aidan] – continuó aparentemente más relajado, cómo si hubiese visto lo que mi mente había imaginado y no tuviese ganas de que un demonio con pinta de lagarto le dijese seriamente lo que tenía que hacer. También habría servido un tipo grandote que parecía Conan el Bárbaro, pero lo de demonio imponía más.
Cara se encogió de hombros, restándole importancia y empezó a sacar las cosas de la caja sin demasiado interés. Libros de texto, cintas en VHS, algo de ropa…- [Cara]Abuelito, ¿cuándo vas a llevarme a comer una hamburguesa?[/Cara] – preguntó con toda la ilusión que puede poner una niña pequeña en una cosa tan corriente como una hamburguesa. Aunque la entendía, hacía meses yo me moría por hacer lo mismo. Al parecer a nadie le había extrañado que Duke pidiese cuatro hamburguesas diferentes, patatas y esos trocitos de pollo empanado que estaban tan buenos. Había tenido suerte de que resultase ser un tipo de esa complexión, no me imaginaba transformándome en un tipo de poco más de metro y medio. Aun así, seguía en guerra con Duke por lo que había pasado, aunque fuese una tontería, aunque Duke fuese «yo», pero era su aparición, el descubrimiento del concepto de Duke lo que me había alejado de ella, y quizá por eso, últimamente evitaba estar en forma humana más allá de lo esencial.
Me acerqué a Selardi y me puse en cuclillas a su lado. Su pelo dorado ondeaba libre, tal cómo ella era siempre. En sus ojos se adivinaban unas lágrimas incipientes, porque sabía lo que estaba a punto de suceder, que se quedaría sola todo un año, una vez más, con la única visión del mundo exterior que le daba el jardín de la casa, porque la valla no podía cruzarla, ese terrible hombre se lo había prohibido.
Llevé una mano al rostro de Cara, pese a que no podía tocarla y suspiré. Estaba siendo testigo de un dolor inimaginable. Como Selardi no hablaba demasiado de ello, porque no lo recordaba aún o al menos hacía que no lo recordaba, la idea de esa infancia robada solo estaba presente en las palabras de Daniel y parecía algo lejano. Pero estar allí y ver todo eso era descorazonador.
– [Aidan]En tu próximo cumpleaños te traeré un montón. ¿Vale?[/Aidan] – le respondió de forma esquiva, agachándose para estar a su altura. Desde donde estaba, pude ver como la pequeña estaba a punto de echarse a llorar.
– [Cara]No te vayas, abuelito[/Cara].- le pidió con unas lágrimas que ya caían por su rostro. – [Cara]Por favor…[/Cara] – le suplicó. Parpadeé un par de veces, porque mis ojos se habían empañado.
– [Aidan]Estaré de vuelta enseguida, te lo prometo. Dentro de poco podré quedarme.[/Aidan] – le aseguró. Mis ojos anegados en lágrimas dieron pasó a un rostro enfurecido. No era más que una vil mentira, estaba haciendo ilusionarse a una pequeña inocente solo para esquivarla. Le estaba haciendo pasar por una vida horrible y ni siquiera merecía una explicación.
– [Cara]¿Promesa de meñiques?[/Cara]- le preguntó apartándose el pelo de la cara y levantando la mano derecha con el meñique flexionado.
– [Aidan]Promesa de meñiques.[/Aidan] – respondió él uniendo su meñique al de la pequeña. Había roto una promesa de meñiques, algo sagrado para Selardi.
Y entonces lo comprendí todo, todo el daño que yo mismo le había a Selardi, tanto Duke, como Daakka. Después de todo lo que le había pasado, para Cara Elle la confianza era algo tremendamente importante, y yo la había defraudado, había hecho como ese hombre y le había ocultado lo que estaba pasado, la verdad que merecía.
En ese momento el abuelo desapareció, dejándola sola y el recuerdo empezó a cambiar. Comencé a ver una sucesión de años, de momentos: vi a Selardi en el jardín, recogiendo una caja con provisiones que ese monstruo debía mandarle desde fuera para evitar que saliese; la vi practicando con un arco y haciendo ejercicios; tomando el té con sus muñecas mientras hablaba con el muñeco de un bebé, sola, en una casa vacía; la vi en plena adolescencia, mirando sus vídeos en la televisión; planchándose su ropa; cocinando; maldiciendo en una casa que le devolvía el eco de sus palabras; todo con tal de llenar cada uno de sus días, porque el vacío la perseguía.
El recuerdo comenzó a desvanecerse, y escuché un carraspeo de una Selardi más mayor, la que conocía y había defraudado. Me había quedado inmóvil en mitad de la recepción mientras veía esos recuerdos, ni siquiera sabía cuanto tiempo había pasado.
Veía todo difuminado, al principio lo había achacado a acostumbrarme al mundo, pero eran mis ojos, enrojecidos y llorosos. Mi cara estaba húmeda, como cuando cortaba muchos de esos demonios morados y blancos con capas que tanto le gustaban a Cara y que se defendían con tantas ganas.
– [Daakka]S-Sel….Cara Elle.[/Daakka] – dije mirándola de nuevo a los ojos, que no tardaron esquivar los míos. Pese a que seguía dolida conmigo, algo había cambiado, por mi parte. Ahora la comprendía mucho mejor, entendía el dolor que le había causado y haría todo lo posible por arreglarlo, aunque solo fuese para sacarle una sonrisa y que Selardi nunca, jamás volviese a pasar por cosas como las que había pasado.
– [Daakka]Estás…bien. Mejor marchar.[/Daakka] – le aseguré. Quizá necesitaba un tiempo a solas, más aún del que ya habíamos estado. Mientras tanto, pensaría una forma de arreglar las cosas para ella, porque con todo lo que estaba pasando, la gente que se iba, la decepción que yo le había causado, debía estar sintiendo miedo, el miedo a perder lo que tenía ahora: la gente, la confianza. Miedo a volver a estar sola y engañada.
Ella no respondió. Le dirigí una última mirada, que vio por el rabillo del ojo, y me giré hacia la puerta dispuesto a empezar con mis planes. Si había traicionado tanto a Selardi como para que nunca quisiera estar conmigo, al menos sería su ángel guardián que conseguiría que su mundo fuese perfecto, que pudiese volver a sonreír sin miedo a lo que podía pasar o a quien podía engañarla. Y…bueno, a fin de cuentas, como había aprendido viendo la tele con Sarah, el ángel guardián a veces se lleva a la embrujada…digo, a la chica.
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