Diarios de Destino | Condado de Ripper
MEDIODÍA
Abel Moreau, más conocido como ‘El Consejero‘ entre la mayoría de los residentes del Palacio Kvinneby, ‘The Soul‘ por un círculo mucho más reducido de ellos y ‘El Consejero Pordiosero‘ por la mala prensa, condujo su sedán hacia el aparcamiento del Palacio.
Había dejado atrás a una mujer preocupada y nerviosa, aunque no podía culparla, él también sentía una sensación incómoda cada vez que se acercaba al Palacio, la sensación de que algunas miradas le perseguían desde las sombras, aunque una de las miradas que más le preocupaba era la que no se escondía, la de la Reina Negra, Aislinn Gallagher, que en ese momento le observaba desde su ventana en la planta reservada a los miembros de ‘Gambit’. Él era uno de ellos, pero su mujer se había negado a mudarse allí con el pequeño Idris, y no había día en el que no la quisiera un poco más por eso.
Pero pese a todo, Abel seguía yendo allí cuando era necesario, pero no solo por un trabajo que no estaba del todo mal pagado, aunque la mitad de sus competencias fuesen secreto de estado y la otra mitad pareciesen sacadas de un cómic. Abel acudía allí cada vez que era necesario por un sueño, un sueño que en manos de alguien con los recursos del Director podía conseguirse. Abel quería un futuro así para su pequeño, no podía soportar la idea de que estuviese siempre en peligro por ser…diferente.
Abel tenía un papel importante en ese mundo utópico, porque el Director había vivido durante mucho tiempo, y había presenciado muchos horrores, entre ellos el asesinato salvaje de la mujer a la que amaba, y sin alguien como Abel a su lado, aconsejando y guiando en la medida de lo posible, ese sueño podría salir adelante, sí, pero tras un baño de sangre.
Aun así, nada garantizaba que le hiciesen caso, todo el asunto de la Cazadora estaba fuera de sus manos. Desaprobaba completamente lo que habían hecho al presentarse así ante esos muchachos y obligar a la chica a que se fuera con ellos, pero ahora no podía hacer nada salvo intentar ponerle remedio. El Director le había asegurado que la chica estaría a salvo cuando terminase el ritual para traer de vuelta a su amada, pero no podía enterarse de nada. Pese a la confianza que tenía en él por las cosas que le había visto hacer, no terminaba de fiarse, a veces un hombre hace locuras por amor.
Continuó su camino con su distintiva forma de caminar y pasó entre Steel y Link que vigilaban esa mañana la entrada norte. No tenía a ninguno en especial consideración, el primero era un bruto que tampoco parecía demasiado malo, simplemente alguien que hace lo que le dicen, y el segundo era un sádico que jugaba con las emociones de los demás.
Las plantas más bajas bullían de gente, porque además de todos los que el Director había reunido, algo más de un centenar, estaba reuniendo algunos nuevos en el Condado. Saludó con la mano a Aaron, que caminaba junto a un muchacho de pelo rubio que acababa de unirse. Abel mismo había hablado con él. El chico se llamaba no se qué Blackgrave, y podía curar casi cualquier cosa.
Había algo de esa comunidad con lo que nunca había estado de acuerdo, desde que entró a formar parte de ‘Gambit’, y era el «equilibrio» en el que el Director insistía para hacer las cosas de la mejor forma posible. El Director tenía la concepción de que si su gente de confianza se equilibraba entre sí, con los tres bandos: Blanco, Gris y Negro; Bien, Neutral, Mal; estaba asegurado que su objetivo era el adecuado. Para Abel esa balanza era imposible de equilibrar, porque el Mal siempre va a querer devorarlo todo, es impredecible, es incontrolable.
Cuando llegó a la planta de ‘Gambit’, Aislinn salió a su paso para acompañarle. Abel contestó asintiendo o negando con la cabeza, además de con algún gruñido, pero la Reina Negra no parecía entender que simplemente, no le gustaba su presencia, nunca se podría fiar de alguien como ella, lo había demostrado al atacar a esa pobre chica embarazada. Al final, llegó al despacho del Director. Pronto se reunirían con la Cazadora y esperaba enmendar un poco los errores que habían cometido.
Cara Elle Arkkan
Cara observó por el rabillo del ojo a Daakka, todavía con los ojos rojos como si hubiera estado cortando «pequeños demonios morados» como el los llamaba, girarse hacia la puerta para volver al estudio de Duke, bueno, al suyo.
Cuando apareció se sintió extraña, porque una parte de ella le echaba de menos, al fin y al cabo se habían criado juntos, siempre el uno junto al otro, pero otra parte seguía muy dolida y era incapaz de perdonar que la hubiese engañado de esa forma, los dos, aunque fuesen uno.
Y después se había quedado quieto, inmóvil allí en medio sin preocuparse de si alguien entraba y le veía. Se preguntó si sería un intento de demostrarle algo, pero cuando vio que en sus manos saltaban chispas supo que algo había ido mal. Unos minutos más tarde volvió a mover, ya con los ojos enrojecidos y las escamas mojadas y ahora volvía a irse.
Christopher le había avisado de que podía pasar algo así, porque no era nadie fumando un tabaco de humo morado que la había hecho una fumadora pasiva, si no un humo mágico que también la había hecho fumadora pasiva o «miradora» de recuerdos pasiva. Hasta el momento no le había pasado, pero cuando Daakka puso la mano en la cerradura sintió que el mundo giraba a más velocidad de lo normal y se encontró en la habitación de Daakka.
Allí, Daakka estaba mirándose frente a un espejo. Entonces cerró los ojos, como si estuviera muy concentrado, y no pasó nada. Volvió a hacerlo y tampoco. Le vio repetirlo varias veces hasta que vio como se transformaba lentamente en Duke.
Daniel Arkkan
La mañana había empezado «revuelta», como diría Sarah, para Daniel. Una sensación de asfixia le sobrecogió en sueños, como si volviese a ser ese pequeño asmático al que la genética de aesir todavía no había despertado de su letargo, ese pequeño que tenía miedo a no llegar al día siguiente.
Se despertó de un sobresalto y tuve tiempo a ver como los últimos retazos de una extraña bruma se introducían por su garganta. Tosió y respiró con fuerza, pero ese humo se desvaneció en su interior.
Se vio tentando a coger el teléfono y llamar a los demás, estaba preocupado y una sensación le decía que esa bruma tenía algo que ver con los demás, pero finalmente decidió dejarlo apagado en la guantera del coche, era mejor para ellos estar lejos de él.
Con el cuerpo dolorido por el frío y el brusco despertar, cogió a ‘Sendero Oscuro’ y metió todo lo necesario en el coche para emprender su camino habitual, pero antes, se dirigió a las duchas. Abrió el agua, fría como un témpano y se quitó la ropa. Colocó sus manos alrededor de la tubería y uso la luz de sus manos, tan concentrada como pudo para calentar un poco el agua con el calor desprendido. Consiguió templarla ligeramente así que se sumergió bajo el chorro y mantuvo las manos de la misma forma para que no se enfriase. Fue entonces cuando tuvo la primera visión, la fundición quedó atrás mientras era arrastrado a una enorme sala que no conocía. Había un montón de paquetes amontonados en un rincón y la decoración era cuanto menos ostentosa, entonces la vio allí en medio, a Sarah, sentada en la cama con la cara metida entre las manos. Escuchó sus sollozos. Quiso acercarse, pero fue arrancado de esa visión por el agua gélida cayendo sobre su piel, al perder el control de su cuerpo había vuelto a enfriarse.
Se vistió a toda prisa y condujo su viejo Ford Mustang del ’67 hasta el bosque que lindaba el Palacio Kvinneby. Lo dejó en un sitio que no llamase mucho la atención y atravesó el bosque en silencio, como un fantasma, hasta subirse a su árbol de costumbre.
Y ahí estaba ahora, viendo aparecer a Dominic Williams por mitad de ese bosque. Pero algo detuvo su paso de forma abrupta y se quedó clavado en el sitio.
Daniel esperó unos minutos y al ver que no se movía, bajó preocupado. Se colocó frente a él, con cautela y observó sus ojos convertidos en una galaxia en miniatura, y entonces, su consciencia volvió a separarse de su cuerpo y se encontró en una casa de la que guardaba un ligero recuerdo. Era la casa de Dominic, donde habían muerto sus padres, y en efecto, allí estaban los pequeños Dom y Jessica Williams junto a ellos.
Sarah Echolls
Sarah apenas tuvo tiempo a recuperarse e inventarse una excusa para que los demás no supiesen lo que había pasado hasta que pudiese hablarlo a solas con Rebecca antes de que su teléfono se iluminase y en la pantalla apareciese un texto en letras negras sobre fondo blanco donde se podía leer «Reúnete conmigo en dos horas. Gracias. Z«.
Eso no hizo más que mantenerla alerta, recordándole que Z no era solo alguien poderoso y antiguo que dirigía a toda esa gente y les mantenía equilibrados, si no que también era el máximo dirigente de las agencias de inteligencia del país, que utilizaba los escándalos de Snowden y la NSA para como una cortina de humo para sus acciones, y que se podía permitir mostrar un mensaje en cualquier teléfono como demostración de poder.
Se despidió de los demás con la excusa del mensaje y le dijo a ‘Rogue‘ que se quedase un momento, provocando una mirada de ‘Wing‘ con una amplia sonrisa que recibió una acerada mirada de Sarah a cambio. Después de hablar con Rebecca en privado y explicarle lo que había pasado, a costa de que todo el mundo pensase que estaban juntas, lo cual seguía viniéndoles de maravilla, se preparó para encontrarse con Z.
No tardó en llegar al despacho de Z, que estaba cerca de su habitación y cuando entró, se encontró con que no era Z la única persona que estaba allí esperándola para la reunión, aunque por suerte esta vez no era ‘Faust‘, si no un hombre de tez oscura, con el pelo y la barba negros poblados de canas.
Sarah no le conocía, pero sabía quien era, había hecho bien sus deberes y había prestado atención a todo, enterándose de las cosas de las que solo se entera alguien que intenta pasar desapercibido. Era ‘El Consejero‘, el único humano de ‘Gambit‘ y de todos los que estaban allí, la mano derecha de Z.
Tenía un rostro más afable, de confianza, aunque allí dentro Sarah siempre estaba alerta. Tras él, mirando a través del amplio ventanal, estaba Z, con su impoluto traje blanco y su pelo negro, sin ninguna cana.
Se giró y cuando Sarah vio sus ojos sintió que abandonaba su cuerpo para ir a otro lugar, un lugar antiguo.
Estaba en un poblado vikingo que le recordaba al de la serie de mismo nombre. Allí en el centro había un grupo de guerreros vestidos para un combate, rodeados del resto de habitantes. Todos coreaban el mismo nombre, mirando hacia el guerrero que estaba en el centro, ataviado con una simple armadura de cuero y sin ninguna marca de combate al contrario que el resto. Todos coreaban su nombre:
‘Siegfried. Siegfried. Siegfried’
Diana Echolls
Elizabeth abrió la puerta del copiloto y le tendió una mano a su hija para ayudarla a salir. Mientras cogía las bolsas del maletero, Diana se dirigió a la puerta y entró a la casa.
Su primera parada fue el baño, rezando para que no le viniese una nueva visión y acabase con la cabeza metida en el váter. Cuando salió, su madre estaba sacando la compra y colocando cada cosa en su sitio.
No habían hablado más del tema de la vergonzosa juventud de su madre, pero algo le decía que la historia tenía más que contar. Se acercó hasta la cocina y miró cómo colocaba las cosas su madre, que se la miraba sonriente, pero con la cabeza en otro lugar.
Finalmente, viendo la sonrisa dibujada en los labios de su hija, Elizabeth decidió que era el momento de hablar del tema y se sentaron juntas en el sofá.
Mientras su madre hablaba, Diana esperaba expectante una nueva visión vergonzosa del pasado de su madre, pero parecía que no llegaba. Se paró a pensar en lo extraño que le resultaba pensar que su madre, la que tenía delante, y la que había visto eran la misma persona. Y entonces, cuando bajó la guardia, el sofá y su madre se desvanecieron cambiados por el cementerio a las afueras de Moondale, en plena noche, y allí estaban los tres.
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