Vincent C. Solo | Louna
MEDIODÍA
Escuché atentamente cada una de las palabras de Bill y Keli, que pese a sus peleas, cada vez parecían más compenetrados, como un matrimonio, aunque no dejaba de preguntarme hasta qué punto estaría metida en la cabeza de Bill como para haberse estado comunicando con él dentro del recuerdo.
El caso es que la situación era preocupante, cualquiera, en cualquier momento, podía quedarse en un trance mientras veía los recuerdos de quien tuviese cerca, o de cualquiera de los Campeones, y Ed se había ido. A juzgar por cómo estaba después de haber escuchado a Keli y a la demonio hablar, antes de que Bill quedase en trance, era probable que hubiese ido a pedir cuentas a su padre, pero si era un hombre tan peligroso como para hacer lo que había hecho a Lucy, y Ed podía quedar en trance en cualquier momento, la cosa no pintaba bien.
Entonces, por el rabillo del ojo vi como la silente Mara se disponía a moverse y su paso se hacía errático, como si su cuerpo se hubiese desconectado. Reaccioné sin pensarlo y me lancé hacia ella para cogerla antes de que cayese al suelo. La acomodé mejor en mis brazos y miré sus ojos, el vivo reflejo de una noche estrellada, así que la alcé y me dispuse a llevarla a la cama.
Karen me ayudó, moviendo a Lucy para hacer un hueco a Mara, y la deposité con cuidado junto a ella. Cuando lo hice, me quedé cerca, observando sus ojos perdidos en otro lugar y su cuerpo inerte y una extraña sensación de intranquilidad me recorrió el cuerpo.
No tardé en ver algo distinto en sus ojos, una escena que parecía dibujarse cada vez con más intensidad, como si sus ojos estuviesen cada vez más cerca, mientras mi cuerpo se desplomaba inerte sobre ella, ante la atónita mirada de los demás. Aunque yo no era consciente, mi mente estaba en otro lugar, en una planta de un edificio con grandes cristaleras por ventanas.
La planta estaba prácticamente vacía, exceptuando una larga fila de mesas cubiertas por una tela de color rojo con un bordado en dorado en el que se leía ‘Caterings Food on the Wind’ sobre las que no había nada todavía. En el centro, cerca de unas columnas había dispuesto una especie escenario rodeado de focos intensos y varias personas alrededor, uno de ellos, justo frente al escenario, se movía adoptando diferentes posturas, cada una seguida de uno o varios flash de su cámara que inmortalizaban a una chica en lencería que iba cambiando de poses según lo que le indicaban.
A mí mente lo costó más que a mi visión procesar que esa chica era Karen, unos cuantos años más joven. No sabía a dónde dirigir la mirada mientras veía a Karen tan ligera de ropa en posturas cada vez más…sugerentes, así que me entretuve en contar las láminas del falso techo y mirar si las lámparas estaban alineadas y seguían una distribución uniforme.
Una de las lámparas pareció desprender un fogonazo y cuando miré a mi alrededor la planta antes casi vacía bullía de vida. Habían retirado el escenario y ahora había allí una especie barra de bar. Había más mesas como las de antes, ahora con diferentes aperitivos sobre ellas, y el lugar estaba lleno del murmullo de las conversaciones.
Al lado de una de las mesas que tenía más cerca estaba Karen, hablando con un tipo que parecía el que antes estaba sacando las fotos. Karen estaba tan guapa como siempre, con un vestido sencillo de flores y la cara un poco más redonda de la juventud y unos gestos menos medidos, más natural. Él sin embargo no iba de la misma forma: llevaba el pelo negro engominado en un tupé de varios centímetros, mientras que el resto de su pelo (a los lados y en la parte de atrás) estaba afeitado casi completamente; la barba la llevaba larga pero recortada con mucho cuidado, y el resto de su cara que no estaba ocupada por la barba lo estaba por unas grandes gafas de pasta negras que no estaba seguro de que llevasen cristales; en cuanto a la ropa, vestía unos pantalones que parecían fusionados a sus finas piernas, una camisa negra completamente abotonada y metida por dentro de los pantalones y unos tirantes rojo sangre.
– [Humano]Parece que alguien te ha echado el ojo.[/Humano] – le dijo señalando con la cabeza a un tipo trajeado, de unos cincuenta y tantos, con el pelo teñido de rubio y una cadena de oro al cuello. No me daba buena espina.
– [Karen]Será uno del pueblo[/Karen].- replicó Karen encogiéndose de hombros. Me resultaba incómodo estar allí, Karen había sido algo reservada para su pasado y eso era algo que podía entender, estar allí, viéndolo sin su consentimiento me resultaba muy parecido al ‘Bautismo’ de Aihalia por el que nunca podría mentir.
– [Humano]No creo que viese tu…gran interpretación en…¿»Miss Cebada»?[/Humano] – comentó en un evidente tono de burla. En este mundo, o al menos este continente, había mucha tradición de celebrar concursos en los que, las mujeres casi siempre, se valoraba a quién le sentaba mejor estar en bañador, y si sabía decir un par de capitales del mundo. Podía entenderlo con adultos, al fin y al cabo cada uno decide lo que quiere, pero me resultaba antinatural cuando eran niñas, convertidas desde pequeñas en poco más que muñecas.
– [Karen]He sido Miss Cosecha dos años consecutivos[/Karen].- replicó con un acento marcado que me recordaba a Andem, por las veces en las que había ido a visitar las instalaciones de los O.W.L.S bajo una granja. Nunca me había imaginado a Karen como una muchacha de pueblo que participa en concursos de belleza, aunque sí me creía que hubiese ganado dos veces.
– [Humano]Disculpa mi ignorancia.[/Humano] – replicó con un exagerado gesto de la cabeza. Me fijé que tenía un agujero en las orejas enmarcado por un aro negro, dilataciones me parecía que las llamaban, unos cuantos de los que pasaban por la comisaría llevaban algunas así, en algunos casos parecía que las orejas les reposaban en los hombros. – [Humano]Ese tipo es el dueño de ‘Luxury Angels‘, ya me gustaría a mí cobrar lo que cobran sus fichajes solo por acompañar a viejos ricos y solitarios.[/Humano] – añadió dando un trago mientras miraba al trajeado tipo cuyo oro venía de vender carne, la de chicas inocentes a las que podía pasar cualquier cosa.
– [Karen]¿Son putas?[/Karen]- soltó esa Karen mientras se metía un par de canapés en la boca. Estuve a punto de atragantarme con la saliva por la risa que me dio en ese momento, pero es que me había pillado de imprevisto.
– [Humano]»Acompañantes». Si luego se tiran a los viejos o no, no lo sé.[/Humano]- aseguró él. Resultaba difícil entender el negocio de que alguien te pague por ir de su brazo a eventos sociales, pero la soledad era dura, yo mismo lo sabía. Pensé en los días que había pasado Mara en el apartamento y lo poco que le quedaba para irse. Esos días la casa estaba más animada, con más vida, era un lugar al que apetecía volver.
Sentí que algo tiraba de mí, como antes y me vi en lo que al principio pensé que era otra zona de la fiesta, pero no, era una fiesta completamente diferente en una sala amplia con intrincados diseños arquitectónicos y lámparas de araña, me recordaba a un teatro o una ópera, o a esa película, ‘Titanic‘. Karen estaba cerca de mí, caminando del brazo de un tipo de rostro severo que se aferraba a ella como si fuese un accesorio más, como el pañuelo de seda que llevaba en el bolsillo de su americana.
Siempre había odiado ese desprecio hacia las mujeres, esas costumbres arraigadas de una forma tan errónea, el mundo necesitaba un cambio si no querían degenerar hacia una sociedad como la de Aihalia, donde los hombres tenían una graduación superior, «exceptuando» a la Reina, aunque muchos decían que no era tal la excepción porque tenía un «secreto» bajo la falda.
En ese momento sonó el teléfono de Karen, que abrió su diminuto bolso y lo comprobó. – [Karen]Discúlpame un momento[/Karen].- le dijo a su acompañante con una delicadeza que contrastaba con la Karen que estaba devorando los aperitivos.
Karen caminó a un lugar apartado y yo, como si fuera atraído por una fuerza mágica que me movía, aparecí a su lado.
– [HumanoB]¿Lori?[/HumanoB] – escuché decir a una voz como si se proyectase por la sala, pero nadie giró la vista hacia Karen así que imaginé que sería una proyección de lo que ella recordaba que su padre le había dicho.
– [Karen]¿Papá?[/Karen]- preguntó ella sorprendida por la llamada a juzgar por su rostro.
– [HumanoB]Sí. ¿Qué estás haciendo, Lorelai?[/HumanoB] – le preguntó con una entonación que iba a medio camino entre la tristeza, la ira y el cansancio. Era curioso darse cuenta de las cosas que no sabes de una persona a la que consideras amiga, como su segundo nombre, Lorelai. – [HumanoB]Es un pueblo pequeño, el hijo de los Abercott ha contado que te vio con un…con un viejo.[/HumanoB] – continuó cuando vio que Karen no respondía. Vi su cara de preocupación y sentí pena por ella, pero Karen era una chica fuerte.
– [Karen]Esos Abercott no verían una vaca ni aunque la tuvieran delante[/Karen].- masculló con aspecto de enfadada. La gente solía hablar de lo que no le interesaba para llenar huecos en sus vidas vacías y darse una autoconfianza que podían conseguir de otros sitios mejores.
– [HumanoB]No si la vaca se estuviese tirando al toro.[/HumanoB] – replicó con un «no» que sonó como «neah». A Karen se le había ido yendo el acento, de hecho ya no se percibía nada prácticamente salvo en ese instante, hablando con su padre, pero el hombre tenía un acento bastante cerrado. Imaginé que lo que acababa de decir significaba que eran unos chismosos. – [HumanoB]No será’ una de esas…ya sabe'[/HumanoB] – dijo absorbiendo algunas eses.
– [Karen]¿Una qué, pá’?[/Karen]- le preguntó ella con las cejas enarcadas en un gesto de enfado visible. Me sorprendía escuchar a Karen hablar así, pero me resultaba refrescante, natural. Es una pena que las personas tengamos que fingir a veces ser algo que no somos para congraciarnos con los demás.
– [HumanoB]¡Una prestituta de esas![/HumanoB] – respondió su padre incapaz de contener su ira.
– [Karen]Soy una acompañante[/Karen].- explicó Karen con la lentitud y fuerza en las palabras del ojo de una tormenta.
– [HumanoB]A mis oíos lo mismo.[/HumanoB] – le replicó él. Me sentía mal por Karen, sus elecciones eran suyas solamente, y tener que escuchar eso de su padre debía ser duro. – [HumanoB]Deja eso, vuelve a casa. Ma’ está preocupada.[/HumanoB] – le pidió. Vi la cara de mi amiga, intentando buscar una forma de explicárselo.
– [Karen]Estoy ganando pasta, pá. Para ma’ y para los hermanos[/Karen].- le respondió casi en un ruego.
– [HumanoB]En mi casa no va a entrá’ ese sucio dinero. Vuelve tú…o olvídate.[/HumanoB] – respondió con una frialdad propia de un enfado, de decir lo que no piensas, pero a veces una cosa así marca una barrera entre dos personas.
– [Karen]No pienso volver[/Karen].- respondió ella, seria, pero sus ojos contenían las lágrimas que estaban a punto de salir sin control.
– [HumanoB]’tonces nos has enterrao. Mi hija no es ninguna prestituta.[/HumanoB] – dijo su padre antes de que pudiese escuchar el tono del teléfono al colgar.
Karen guardó el móvil y dirigió un saludo a su acompañante para indicarle que iba al baño. Una vez allí dentro, se metió en uno de los excusados y cerró la puerta. Me sentí un poco incómodo al ver que me quedaba dentro del baño, pero Karen bajó la tapa, se sentó y rompió a llorar con la cara enterrada en las manos. Quise consolarla, quise ayudarla, pero no era más que un mero espectador.
Al cabo de un rato, sacó una toallita húmeda del bolso y se limpió las marcas de maquillaje de la cara que la hacían parecer un mapache, y fue hacia los espejos para volver a maquillarse, cuando estuvo lista, salió y volvió al brazo del hombre trajeado, a su papel.
– [Karen]¿Por dónde íbamos?[/Karen]- le dijo con una sonrisa tan amplia como fingida.
Entonces el ruido de la fiesta pareció convertirse cada vez en un eco más lejano, a medida que era arrastrado de nuevo a mi cuerpo.
Al volver en mí, vi que estaba tumbado en la cama. Traté de levantarme, pero tenía un peso encima que me resultó extraño, hasta que vi que Mara estaba tumbada sobre mí, debíamos habernos movido los dos mientras nuestras mentes estaban en otro lugar y ahora estaba aprisionado sin poder salir, por miedo a que le pasase como a un sonámbulo.
Giré la vista y vi a Karen mirándome con una amplia sonrisa, moviendo las cejas de una forma bastante cómica, y no pude evitar sonreír de forma cómplice. Pero cuando vi a Bill, con su inexcrutable rostro situarse al lado e imitarla, tuve que reprimir una carcajada para no despertar a Mara bruscamente.
No sabía cuanto tiempo tendría que pasar inmóvil allí, con el cálido y suave cuerpo de Mara contra mí, pero no me parecía un mal plan. Quizá los recuerdos que estábamos viendo nos enseñaban algo que necesitábamos saber, quizá Lucy nos estaba ayudando de alguna forma, inconscientemente. Del recuerdo de Karen había conseguido comprenderla mejor y quizá así, poder ayudarla de alguna forma, pero también había entendido un mensaje más, el de ser consecuente con uno mismo, natural a cómo es y lo que siente, y tendría que ponerlo en práctica.
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