Mara | Apartamento de Vincent
MEDIODÍA
En el apartamento de Vincent no cabía un alfiler. Por suerte, ya no escuchaba los corazones de los demás ni sentía la necesidad de desgarrar sus preciadas gargantas, pero aún así, prefería la soledad y el silencio.
Era el cuarto día en el que Lucy permanecía en una especie de sueño del que no podía despertar y habíamos tenido que utilizar los contactos de Bill y Vincent para conseguir una vía con la que administrarle suero para que no se deshidratara y una sonda que eliminase los desechos. No era la opción ideal, pero era lo único que podíamos hacer por ella, a pesar de que sugerí llevarla al hospital ante la negativa de todos. El volver a ser humana me hacía más consciente de la fragilidad de la vida y por eso, me preocupaba más, por eso y porque no quería comérmelos.
La habitación de Vincent, que durante un breve lapso de tiempo había sido la mía, se había convertido en el hospital de campaña, cuya cama ocupaba una Lucy que parecía dormir apaciblemente y por las noches, Ed era su compañero que dormía sobre las mantas y separado a una distancia prudencial, así que Vincent y yo dormíamos en el salón, uno en el sofá y el otro, en el sillón. No era el colmo de la comodidad, pero tampoco es que nuestro repertorio de opciones fuera enorme.
Aquella mañana cuando abrí los ojos, Vincent ya no dormitaba en el sillón, sino que estaba despierto y el ruido me indicaba que trasteando en la cocina. La puerta de la habitación de Lucy continuaba cerrada, por lo que doblé la manta pulcramente y la coloqué al lado de la almohada para ir a la cocina a ayuda a Vince. Me fijé en que llevaba el pijama y, como no había entrado en la habitación, no llevaba sujetador, lo que me hizo sentirme bastante incómoda. Me apoyé en el marco de la cocina y crucé los brazos para que se notara lo menos posible.- [Mara]¿Y…esto?[/Mara]- pregunté sin poder disimular una pequeña sonrisa. Él estaba calentando la leche, haciendo café y la mesa estaba llena de todo tipo de bollería, frutas, cereales e, incluso, tostadas. Se me hacía la boca agua.
Ahora, la bruma había salido disparada en dirección a nuestras vías respiratorias hacía unos minutos y cada vez me encontraba peor, además del hecho de que aquella demonio no parecía muy amistosa. Al principio, lo había achacado a un poco de ansiedad, porque a nadie le gustaba notar cómo algo extraño se abría paso por sus fosas nasales, pero era algo más, porque tras racionalizarlo e intentar calmarme, seguía sintiéndome cada vez más debilitada, con la vista cansada y la sensación de que tenía la cabeza embotada. Eché otro vistazo al móvil para ver cómo estaba Ed, porque aunque ya no quería aprovecharme de él en más de un sentido, seguía teniéndole aprecio, a pesar de que cada vez teníamos menos tiempo para cuidar de nuestra amistad.
Fui hasta Lucy para comprobar sus constantes una vez más y me dispuse a hacerme un café para ver si me despejaba, pero cada vez me costaba más caminar. Me fijé en que Vincent me miraba preocupado, pero no tuve tiempo de decirle nada, porque me dejé arrastrar por la bruma que me nublaba la vista y el cerebro. Sólo esperaba que el golpe que me daría fuera poca cosa.
***
Cuando recuperé el control de mi cuerpo, me fijé en que todo estaba en su sitio y no me había caído, pero estaba…en un bosque en plena noche. Me acerqué a sendero para alejarme del hielo que cubría la vegetación y observé. Nada de eso me resultaba familiar y no tenía frío. No entendía nada, salvo que fuera el recuerdo de otra persona, tal como Keli había avisado. Esperé pacientemente sintiéndome una inculta al observar tanto árbol cuyo nombre no sabía identificar, hasta que vi a un chico y a una chica correr entre risas para darse el lote entre los árboles. Me pasé la mano por la cara, incómoda y avancé hasta ellos, porque deduje que tenía que ver lo que fuera que iban a hacer (aunque me lo imaginaba).
– [Siobhan]¡Shh![/Siobhan]- le chistó la chica, que tenía la cara redonda, unos ojos oscuros muy expresivos y el pelo de un color anaranjado que le caía sobre los hombros en unas ondas muy bonitas. Llevaba un vestido largo de esos ¿hippies? y unas botas altas.- [Siobhan]Si no dejas de jadear como si fueras un perro, nos van a pillar[/Siobhan].- dijo tapándose la boca para que no se le oyera reírse.
– [MacLeod]Ésa es la idea.[/MacLeod] – le respondió una versión muy joven de Christopher, que llevaba unos vaqueros y una camiseta de color verde oscuro. Puso una mano sobre la pierna de la chica (¿Siobhan?) y empezó a levantarle el vestido. Estaba a punto de apartar la vista, cuando escuché unos disparos de una escopeta.
– [b]¡La próxima vez vais a entrar a meteros mano a la huerta de vuestra puñetera madre![/b]- gritó una voz con un acento escocés muy marcado.
– [MacLeod]¡Mi madre no tiene, pero gracias por la idea, señor![/MacLeod]- le respondió Christopher haciéndose el gallito y tiró de Siobhan con la que siguió corriendo hasta que no se escucharon más disparos.- [MacLeod]¿Por dónde íbamos?[/MacLeod]- le preguntó a la chica que todavía estaba sudorosa. Llevó sus manos hasta la cara de ella y sus labios se juntaron.
Ese recuerdo empezó a desvanecerse justo antes de que empezase a sentirme violenta.
***
Seguía siendo de noche y a mi alrededor había otro bosque, aunque juraría que no era el mismo que el anterior, pero como no era una experta en botánica, no podía asegurarlo. A lo lejos se veía un pueblo pequeño con casas de piedra cuyos tejados estaban cubiertos de nieve. Empecé a caminar en círculos, nerviosa, porque sabía que en algún momento me tocaría ver más del pasado de Christopher y eso, me hacía sentir como si estuviese entrometiéndome en sus asuntos.
– [MacLeod]Siob…Siob…[/MacLeod]- escuché como un eco lejano y eché a correr en dirección a esa voz, que provenía de la espesura. Aparté los matorrales y pude ver a Christopher arrodillado sobre el cuerpo sin vida de Siobhan, que por la posición de su cuello, había muerto desnucada. Parecía confuso y asustado, el bravucón había desaparecido.
Di un paso y me puse a su altura.- [Mara]Sólo…es un recuerdo, Christopher. No…es real[/Mara].- le expliqué, pero él seguía en shock. Intenté ponerle la mano en el hombro, pero no pude tocarle. Era una mera espectadora.
Un gruñido sacó a MacLeod del trance en el que estaba sumido: un enorme Lupus de pelaje pardo que caminaba sobre las dos patas (la botánica y los licántropos no son lo mío) enseñaba los dientes en señal de que todavía tenía ganas de marcha. El licántropo no le dio tiempo a reaccionar, le propinó un manotazo que le hizo caer de costado, pero él volvió a levantarse y el Lupus se abalanzó sobre él, que sacó un cuchillo e intentó clavárselo.
No pude ver el final del recuerdo, pero lo conocía y eso hizo que se me pusieran los pelos de punta.
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