Daniel Arkkan | Cirth
MEDIODÍA
Se suele decir que no conoces el verdadero miedo hasta que tienes algo que perder, y había estado de acuerdo con esa afirmación desde el mismo momento en el que me di cuenta de lo que sentía por Sarah. Pero existía un miedo más profundo, un terror que podía recorrer todo tu cuerpo y dejarte incapaz de hacer nada, como un pequeño niño asustado ante la oscuridad. Ese terror no se conoce hasta que no has estado a punto de perder algo que amabas, o incluso llegando perderlo, y vuelves a amar.
Había tenido miedo por mis padres la noche en la que murieron, porque eran el único mundo que había para mí entonces salvo unas pocas excepciones, y continué teniendo miedo casi toda mi vida. El miedo se convirtió en un compañero, en un oscuro consejero que dirigía mis acciones como si fuese poco más que una simple marioneta, un esclavo.
Y ahora, tenía terror porque había vuelto a amar, había vuelto a tener una familia, y si no la había perdido ya, podría estar a punto de hacerlo, de una forma o de otra. El terror es algo difícil de explicar, porque puede acompañarte durante días, semanas o incluso meses. Por aquél entonces, mientras conducía el Ford Mustang del ’67 por la carretera comarcal que llevaba a la linde del bosque que rodeaba el Palacio Kvinneby, el terror llevaba conmigo semanas, calándome mucho más hondo de lo que el mismo frío me había calado esa mañana.
El terror se abría paso poco a poco, acechante, en las sombras. Había empezado a acecharme la misma noche en la que Kaylee murió y se había ido acrecentando poco a poco a medida que veía a Sarah hundida en su sufrimiento. El miedo podía llegar a controlarte, pero el terror lo hacía, porque deseabas hacer cualquier cosa para evitar sentirte así, y a veces eso era lo peor que podías hacer.
No podía hacer más que sentirme culpable por no haber sido la persona que Sarah necesitaba a su lado cuando perdió a Kaylee, y mucho menos no haberla apoyado la noche en la que tomó una decisión apoyada en parte por el enemigo invisible que era el terror, tratando de salvarnos a todos.
La soledad no hacía más que acrecentar ese terror, porque es entonces cuando te enfrentas a tu verdadero enemigo, que no es otro que tú mismo. Pero incluso viviendo aterrorizado, con miedo persistente a que la distancia física que notas día a día sea un vacío insondable que nunca volverá a saltarse, puedes sentir esa oscura sensación con más fuerza.
Así la sentí cuando escuché las palabras del ‘Bibliotecario‘ convirtiendo en una posibilidad mi peor pesadilla, ya no solo no estar junto a ella, sino perderla para siempre. Entonces empecé a despertar de mi letargo, la sensación de que hacía lo correcto intentando protegerla de ese lugar me reconfortó, me indicó que iba en el camino correcto y que debía apremiarme.
Pero incluso con un objetivo, por noble que sea, las dudas no dejan de asaltar la mente en ningún momento. El ser humano, y aesir también claro, tiende a ser egoísta, y el amor no es un sentimiento que pueda apagarse, no puedes decidir dejar de sentirte así. Y amor era lo que seguía sintiendo por Sarah, pese a ser consciente de que no la merecía, pese a ser consciente de que no era bueno para ella, incluso así, la quería a mi lado, pero no estaba seguro de que eso fuese a ser posible.
El terror había vuelto esa mañana al ver el recuerdo de Sarah en ese lugar, sola aunque estuviese acompañada, sufriendo de la forma en la que solo se sufría cuando ese dolor lleva anclado a tu pecho durante mucho tiempo.
Para mí, amar solo tenía y sigue teniendo un significado, preocuparte de una persona mucho más de lo que te preocupas por ti mismo, que si esa persona sufre, sentirás ese sufrimiento en tus propias carnes, y que si es feliz, serás la persona más feliz de la Tierra. Ver a Sarah así me destrozaba, pero a la vez, la emoción de volver a verla, de volver a encontrarme con ella aunque fuese durante un segundo, de saber que estaba a salvo, me apremiaba, me daba fuerzas y me hacía seguir adelante con una promesa, la de mantenerla a salvo, incluso aunque no lo necesitase. Porque no era algo que hubiese elegido, era parte de lo que era, igual que ser aesir, y estar maldito, decían.
Dejé el coche en la zona de siempre, lo bastante alejado y rodeado de matorrales como para que nadie husmease. Cogí las cosas de la parte de atrás, que consistían en ‘Sendero Oscuro’ y una bandolera de cuero donde tenía agua bendita y algunas otras cosas que podía necesitar, entre ellas, mi almuerzo.
Puse una mano sobre el metal oscuro del coche, sintiendo el calor de esa extraña mañana soleada. El coche y mis cosas estarían seguras, incluso de los vampiros. Mi mano pasó por el surco de las runas grabadas hacía mucho tiempo, casi parecería que por un hombre diferente, aunque ya no podía estar seguro.
Dejé el coche atrás y me interné en la arboleda. Lo pájaros cantaban, ajenos al mundo que podía desmoronarse a su alrededor, pero menos ajenos que algunas personas que vivían sus vidas pensando que lo peor que podría pasarles era que les despidieran o que cancelasen su concurso favorito en televisión.
A mitad de camino trepé a uno de los árboles y continué mi camino avanzando de copa en copa hasta llegar a mi posición habitual, desde la que se avistaba todo el terreno del Palacio Kvinneby. La ventana de Sarah estaba abierta y las cortinas también, estaba despierta.
Me acomodé entre las ramas y comí un almuerzo que parecía servir solo al propósito de alimentarme. Durante los años en los que estuve solo, había cazado y me había alimentado muchas veces solamente de esa misma caza, asada al fuego. Pero después, con Sarah, había aprendido a apreciar toda clase de comidas que en algunos casos no habría probado por mí mismo, y las echaba de menos.
Casi una hora después, empecé a escuchar unos pasos atravesando el camino. Me camuflé mejor entre las hojas y escuché atentamente. Quien fuera, partía las ramas con sus pisadas, y desplazaba las hojas secas delatando su posición.
Llevé una mano a la empuñadura de la espada, para estar preparado, pero la mano se quedó ahí, porque la persona que entró en mi rango de visión no era ningún enemigo, pero sí una gran sorpresa. Era ni más ni menos que Dominic Williams.
Me quedé observándole, con una mezcla de emociones entre la alegría de poder volver a un amigo, el miedo por su reacción y la sorpresa por encontrarle ahí.
Dom siguió caminando, pero su paso parecía más errático, había algo en su forma de caminar que no iba bien, hasta que se detuvo, completamente. Esperé unos segundos, observando y luchando conmigo mismo sobre si sería una trampa, si sabría que estaba allí escondido y quería que bajase para convencerme de volver. Al ver que seguía inmóvil, en la misma posición, bajé.
No se movió tampoco al escuchar ruido a su espalda, así que empecé a preocuparme, sí le había ocurrido algo, no podría evitar culparme, por el hecho de haberme ido. Me acerqué con cautela, queriendo creer que todo eso seguía siendo una treta para descubrirme, pero Dom no se movía. Aceleré el paso y me situé a su lado, tenía la mirada fija en el frente pero había algo extraño en sus ojos, no eran del color que deberían ser.
Me coloqué delante de él para verlos mejor y vi que sus ojos no tenían iris visible, estaban cubiertos de algo que parecía la bruma que casi me había ahogado esa mañana. Eso confirmaba mis sospechas, no era el único afectado, así que Dominic debía estar viendo un recuerdo.
Un escalofrío me recorrió la espalda. Al principio pensé que era por ver a mi amigo así, y por pensar que todos los demás podrían estar igual, pero después la sensación fue a más, las piernas me pesaban y me sentía arrastrado fuera de mi cuerpo, otra vez.
Una tenue sonrisa cruzó mi rostro pensando que volvería a ver a Sarah de nuevo, pero esta vez estaba en otro lugar. Era la sala de estar de una casa cuya distribución me resultaba conocida. Eché un vistazo a mi alrededor y lo confirmé, recordaba ese lugar, pero diferente, ahora estaba vivo, tenía un propósito, La última vez que la había visto era un eco de otra vida.
Me moví un poco por el lugar y vi a un niño y una niña sentados en una alfombra de la sala de estar. El niño tenía el pelo corto, castaño claro y era algo mayor que la niña de pelo largo y rubio. Estaban los dos apoyados en unos cojines, contra el sofá, y tapados por una manta y el niño le leía a su hermana.
Debía hacer frío, porque tenían encendida la chimenea, pero yo no sentía nada, era un recuerdo y nada podía hacer, pero una sensación de agobio creció en mí por la impresión de que lo que estaba a punto de ver era una noche que había marcado la vida de ese niño de pelo castaño, Dominic.
Un hombre bajo las escaleras y se acercó a los niños, acariciándoles la cabeza, sonriendo. Debía ser el padre de Dominic. Después de estar con sus hijos, pasó por donde yo me encontraba, y me aparté para dejarle pasar, aunque mi experiencia con las sábanas del recuerdo de Sarah me hacía creer que habría pasado de todas formas.
Vi que se dirigía a la cocina, donde una mujer de pelo rubio y largo, muy parecida a Jessica, Renee. Sonrió al ver acercarse al padre de Dominic, que le dio un beso y tomó su lugar preparando la cena para que ella fuese con los niños.
La observé mientras se acercaba hacia ellos, el parecido con Jessica era indiscutible, evidente, pero había algo en su forma de sonreír que me recordaba a Dominic, eso, y sus ojos. Pasó a mi lado y se sentó junto a ellos, sonriente.
Pasaron los minutos y el padre de Dominic dijo que la cena estaba lista, así que Renee les mandó a lavarse las manos y se dirigió a la cocina. En ese momento, alguien llamó a la puerta.
Ese momento era crucial, si esa puerta no se hubiera abierto, la vida de Dom será totalmente distinta, nunca habrían perdido a sus padres. Como alguien que ha pasado por algo similar, yo mismo había vuelto mentalmente a mi momento crucial y pensado cómo habría cambiado mi vida, pero cuando empecé a salir con Sarah ya no pensaba de la misma forma.
Pero aunque no queramos cambiar el final de nuestra historia, nunca podemos dejar de anhelar tenerlo todo, que las cosas hubieran sido de otra forma, que Sarah hubiese conocido a mis padres, que Rebecca hubiese conocido a los de Dom.
Sabía que no podía hacer nada por cambiar ese momento, porque no era más que un recuerdo, porque ni siquiera debía haber hecho nada si hubiese podido. No era mi pasado, no era mi decisión. Era un mero espectador aterrorizado por ver a alguien pasar por algo como lo que yo mismo había pasado.
El padre de Dominic se dirigió hacia la puerta y miró con cautela por la mirilla. La madre de Dominic le preguntó pero él no respondía, como si estuviera en una especie de trance, y su mano fue hacia la manilla y abrió la puerta. Al otro lado un hombre pálido, con aspecto de psicópata, esperaba sonriente. Sus ojos centelleaban de una forma antinatural incluso para un vampiro, estaba controlando al padre de Dominic.
Reneé debió reconocerle, o simplemente alertarse del peligro, porque corrió hacia sus hijos, ocultos de la visión del vampiro, y les envió a esconderse. Jessica fue primero, pero Dom dudó, hasta que su madre le dijo que cuidase a su hermana y le entregó su colgante.
Después todo avanzó rápidamente, el vampiro usó su control mental y entró. El padre de Dominic cayó primero, Reneé luchó, pero era un vampiro demasiado fuerte, y su poder le hacía más fuerte todavía.
No podía soportar esa visión, así que subí las escaleras hacia la buhardilla y vi a los pequeños escondidos en una zona oculta. Dom abrazaba a su hermana mientras en el piso de abajo su vida se derrumbaba. Estuvieron allí, encerrados, hasta que el vigilante Arthur Smith apareció y se lo encontró todo.
Sentí que me temblaban las piernas, en parte porque lo que acababa de presenciar traía recuerdos de mi propio pasado, pero lo que de verdad pesaba era ver a un amigo pasar por algo así. Dom era de hecho, más que un amigo, era familia, la vida nos había hecho serlo, y ver ese horror hacía que la oscuridad creciese en mi interior, un oscuridad que volcaba contra la misma oscuridad.
***
El temblor se acentuó, y todo a mi alrededor empezó a cambiar. La oscura buhardilla dio paso a un exterior iluminado, una mañana de verano a juzgar por el color del cielo y el tono del verde los prados. No era un exterior cualquiera, tras de mí, se podía ver perfectamente la casa de los MacLeod, de mi familia adoptiva, a juzgar por las obras, todavía estaban reparándola después de haberla comprado, debía ser poco tiempo después de que me acogiesen.
Mis cálculos no fallaron, porque distinguí a un grupo de personas que caminaba por allí. Los dos adultos eran los dos Arthur, los dos vigilantes. Uno de los niños era yo, y el otro lo acababa de ver hacía muy poco, aunque más pequeño, era Dominic. Éste era el momento en el que nos conocíamos, en el que nuestros caminos se cruzaban por primera vez.
Desde el momento en el que Dom me mostró la foto, en Escocia, no dejaba de preguntarme cómo podría haber olvidado ese instante, pero la respuesta era muy sencilla. No sabía lo importante que terminaría siendo ese muchacho que también era aesir como yo, y en aquél entonces, tenía demasiado reciente la muerte de mis padres y el odio a mí mismo como para recordarlo.
Me acerqué para escuchar la conversación, pero en ese momento los adultos nos les dijeron algo y ellos se fueron caminando. Les seguí todo el camino hasta que se detuvieron cerca de un árbol alto, bajo el cuál una pequeña Rebecca leía un libro. Bueno, en realidad, hacía como que leía porque no dejaba de mirarles por encima del libro.
El pelirrojo de melenilla rizada y regordete – aunque de aquella ya había empezado a adelgazar algo -, en otras palabras, yo, miraba fijamente a la muchacha.
Traté de recordar aquellos meses después de llegar, no conocía a Rebecca desde hacía mucho. Delly me la había presentado confiando en que nos hiciéramos amigos, ya que no había muchos más niños por allí y los dos teníamos historias un poco trágicas. Rebecca había perdido a sus padres en un accidente, y los míos…a la gente se le decía que en un incendio. Pero las llamas solo se llevaron los cuerpos asesinados por ese engendro.
Quizá se debía a la sensación de culpa, pero enseguida me llevé bien con Rebecca, ella y Christopher se convirtieron en mis únicos amigos, porque Zack era mayor y Arthur y Delly…bueno, en aquél entonces no me atrevía a llamarlos así pero era mi padres.
– [Daniel]¿Quieres venir? Vamos a dar una vuelta.[/Daniel] – le pregunté. Intentar cuidar de Rebecca, ser amable con ella y ayudarla, fueron algunas de las cosas que me ayudaron a seguir adelante y defenderme de la culpa que yo mismo me infligía.
Rebecca se quedó callada, no sabía qué decir.
– [Dom]Hola, soy Dominic.[/Dom] – la saludó el pequeño Dom, que no le había quitado ojo desde entonces.
– [Rebecca]Hola[/Rebecca].- respondió ella agachando la cabeza. Entonces se puso de pie para ir con nosotros, no sin antes sacudirse el pantalón y coger el libro que había estado leyendo.
– [Daniel]Dominic es inglés y un a…amigo.[/Daniel] – explicó mi yo más joven, a punto de tener que darle muchas explicaciones sobre qué era un aesir. La verdad es que lo mío no eran las presentaciones, y seguían sin serlo. Empezaron a caminar y los seguí.
– [Rebecca]Mi mamá siempre decía que los ingleses tenían un palo en el…[/Rebecca]- empezó a decir, pero no fue capaz de terminar la frase porque su cara se encendió como una bombilla. Me vi sonreír, pero sabía que mi sonrisa era tenue, débil, nada comparada con la forma en la que sonreía a Sarah sin poder evitarlo.
– [Dom]No es verdad.[/Dom] – replicó Dominic. Pasaron cerca de un árbol y Dom lo trepó para demostrarle que no tenía razón. Lástima no tener una cámara, pero guardaría esos instantes en mi cabeza, era una buena anécdota, tan pequeños y ya tan Dom y Rebecca.
– [Rebecca]Eso también lo hace Christopher[/Rebecca].- respondió ella poniendo los ojos en blanco. Era verdad que cuando llegué, Rebecca hablaba con Christopher todo lo posible, pero nunca me había parado a pensar que podía gustarle, cosas de críos.
– [Dom]Pero seguro que no puede hacer esto.[/Dom] – se jactó acomodándose en las ramas. Vi como movía una mano y el pelo de Rebecca se echaba hacia atrás.
Al principio me quedé asombrado, abriendo mucho los ojos, él también tenía una habilidad extraña, era telekinético. Entonces le hice un gesto para que disimulase e intenté enmendarlo como pude. – [Daniel]Hace…mucho viento.[/Daniel] – comenté.
– [Rebecca]Sí puede, porque es muy inteligente[/Rebecca].- replicó ella sacándole la lengua a Dominic. Debía haber pensado que lo que Dom decía que Christopher no podía hacer era…mover la mano.
– [Daniel]Si vamos por ahí está el lago. Dicen que hay un demonio en el fondo.[/Daniel] – les indiqué mientras Dominic bajaba. Solía ir al lago a menudo cuando era pequeño, me gustaba estar lejos de todo, observando la cristalina superficie del agua. En cuanto al demonio, bueno, me gustaban las leyendas e imaginarme a mí mismo como un caballero cazador de demonios, o al menos hasta que mis padres murieron, después solo quedaba el ansia de venganza.
– [Rebecca]¿En serio?[/Rebecca]- preguntó Rebecca con los ojos muy abiertos mientras caminábamos hacia el lago.
– [Dom]Seguro que come niñas.[/Dom] – intervino Dominic con una sonrisa pícara, y echó a correr cuesta abajo hacia el agua.
– [Rebecca]Pues cuidado, porque te va a comer[/Rebecca].- le gritó. Se cruzó de brazos y le dio una patada al suelo con un enfado visible. Eran el vivo reflejo de los niños que se gustan y él la incordia.
– [Daniel]No te enfades, vamos a divertirnos.[/Daniel] – le aseguré para animarla. – [Daniel]Y si hay demonio, Dom y yo lo mataremos.[/Daniel] – añadí henchido de falsa seguridad. Curiosas esas palabras, y que al final Dominic y yo matásemos demonios juntos.
– [Rebecca]Las chicas también matan demonios[/Rebecca].- puntualizó antes de seguirme. Los recuerdos empezaron a brotar en mi mente a partir del de Dominic, fue una tarde divertida aquella, Dom volvió alguna vez, hasta que dejó de hacerlo, nuestras vidas a veces nos separan, pero si está destinado, nos vuelven a unir.
El lago empezó a desvanecerse y en su lugar volví al bosque, frente a un Dom todavía inerte. Miré sus ojos y vi como la bruma empezaba a despejarse, estaba despertando. Me habría dado tiempo a subir al árbol de nuevo, pero después de lo que había visto, le debía unas cuantas explicaciones. Era mi amigo, desde hacía más tiempo del que creía. Ya me había separado una vez de la gente que me importaba, quizá esta vez debía aprender de aquella.
Y sí, Rebecca tenía razón, las chicas también matan demonios, y ese pequeño niño pelirrojo iba a enamorarse algún día de una preciosa chica que mataba demonios como nadie. Y también cocinaba como nadie.
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