Diana | Su despacho
MAÑANA



En orden de aparición: Carmela D’Angelo, Braulio Matías Mendoza «Matty», Ted Sánchez y April Halpert.
Me había pasado media noche sentada en una de las sillas de la cocina ideando formas de ahogar a MacLeod con la almohada sin que pudieran inculparme por ello. Porque sí, era el amor de mi vida, el padre de mi hija y cada vez que lo veía, me temblaban las canillas, pero roncaba como un puto perro viejo y encima, cuando le clavaba el codo en las costillas, me gruñía. Literalmente. El puñetero Christopher MacPerro me gruñía y amenazaba con enseñarme los dientes. Era lo que me faltaba, que me pegara la rabia el muy cabrón.
No tenía bastante con parecer un globo terráqueo con piernas (tremendamente sexy, todo hay que decirlo), sino que encima ahora dormía de pena, porque mi hija tenía futuro bailando flamenco y su padre le tocaba las palmas con la nariz de puñetera madre. Si a eso le sumabas que me levantar a mear unas ochenta veces, más o menos, estaba a punto de meterme la mano en el vagina y sacar a la niña yo misma.
Pero todavía me quedaban unos cuantos meses o no sé-qué-semanas, según la matrona que me había regañado por engordar dos kilos más de la cuenta y me había puesto a dieta. Se me habían acabado las pizzas, las hamburguesas y los desayunos de Hobbit, porque el test O’Sullivan era en unos días (la prueba de la diabetes gestacional) y sólo me faltaba tener que tomarme los cafés (que ya eran descafeinados) sin una pizca de azúcar.
En eso pensaba yo mientras me metía en la boca un panecillo integral con queso fresco y contenía una arcada. Esta niña era más MacLeod que su padre, porque desde que estaba embarazada me daban grima casi todos los quesos, aunque también podía ser porque me apetecía comer cualquier cosa que no fueran dos panecillos más pequeños que mi dedo meñique, un café con leche desnatada y media cucharada de azúcar y un bol con frutas. Cuando me quise dar cuenta, me estaban cayendo dos lagrimones sobre el mantel de la cocina, porque me sentía la persona más desgraciada de la Tierra por haber tenido que estar en embarazada en la única época en la que no te permitían «comer por dos». Escuché los pasos de MacLeod, que venía de pasear a las perras y se las había dejado a Jaime para que las lavara, así que me limpié las lágrimas y esperé a que viniera.-[MacLeod]¿El primero o el segundo?[/MacLeod] – preguntó bromeando al verme, aunque sabía que había estado llorando, pero prefirió no decir nada.
– [Diana]Ñe….[/Diana]- farfullé comiéndome las frutas con desgana.
– [MacLeod]Te has levantado un poco gruñona.[/MacLeod] – me besó en la sien y se preparó un café.
– [Diana]No me has dejado dormir en toda la noche[/Diana].- reprimí un bostezo y miré por la ventana. Al menos, hacía sol.
– [MacLeod]Esta noche dormiré en el sofá y te dejaré tranquila.[/MacLeod] – me acarició la mejilla, mientras untaba un pan de leche con una pizca de mantequilla y lo metía en el tostador.
– [Diana]Tranquilo. Si me sigues molestando me busco a uno más joven[/Diana].- sonreí llevándome el último trozo de manzana a la boca.
– [MacLeod]Oye…no bromees con eso.[/MacLeod] – se quejó haciéndose el dolido.
– [Diana]¿Quién te ha dicho que es broma?[/Diana]- dejé los platos en el fregadero riéndome.- [Diana]Voy a ducharme[/Diana].- anuncié arrastrándome.
– [MacLeod]¿Y yo no puedo verlo?[/MacLeod] – le dije que «no» con el dedo y salí de la cocina, a la que entraron Freya y Éowyn como un vendaval. Sarah las había malacostumbrado dándoles una loncha de jamón cocido mientras desayunaba y ahora, aunque ella no estaba seguía viniendo a buscarla. Christopher abrió la nevera y les pidió que se sentaran, a lo que respondieron levantando la pata a la vez. Tras eso, le dio una loncha a cada una y se marcharon moviendo el rabo. Echaba tanto de menos a mi hermana que incluso esa visión del padre de mi hija cebando a dos perras gordas me provocó un nudo en la garganta, por lo que decidí marcharme a la ducha con dignidad.
Una vez salí de la ducha, ya vestida con mis vaqueros de premamá, una blusa vaporosa que lucía mis dos nuevos encantos y una chaqueta abrigada porque todavía hacía frío, le robé las llaves del coche a MacLeod y fuimos juntos hasta la Universidad, en la que nos despedimos con un beso antes de irnos a nuestros respectivos despachos. Caminando por los pasillos todavía casi desiertos me di cuenta de lo rápido que pasaba el tiempo. Supongo que era cosa de las hormonas, pero no hacía muchos años de la primera vez que crucé esa puerta, ni de cuando le derramé el café encima a MacLeod o de cuando Ed ni siquiera existía, pero era como si hubieran pasado décadas, como si fuera la vida de otra gente. Ahora, estaba a punto de nacer mi primera hija (que si las visiones no me engañaban, no sería la última, aunque a Christopher no pensaba decírselo) y en un par de días llegarían Arthur, Delly y la tía Charisma para pasar una temporada antes de que me pusiera de parto. Supongo que os estaréis preguntando por Robert. Yo también.
– [Carmela]Ay niña, qué fatiga más grande tengo[/Carmela].- me chilló Carmela, una de las limpiadoras de la Universidad, que tenía unos sesenta y pico años, llevaba el pelo rubio mal teñido. Ese día, para no perder la costumbre, llevaba una bata de limpieza reventona y estaba echando un cigarro, a pesar de que estaba terminantemente prohibido en las instalaciones..
Me di la vuelta y me fijé en que acababa de pisarle lo fregado, pero tampoco es que se hubiera esmerado mucho, porque ahora estaba apoyada en el carrito de limpieza mirándome directamente a la barriga.-[Diana]Carmela, no me hagas a la niña drogadicta antes de nacer[/Diana].- me quejé colocando un dedo sobe mi tripa.
– [Carmela]He tenío yo tres niños y no me han fartado los cigarritos[/Carmela].- le dio una calada y al expulsar el humo noté que el humo se arremolinaba a su alrededor de una forma rara, pero no puede ver mucho más porque lo tiró al suelo y lo pisó con el zueco. Me imagino que después lo barrería.- [Carmela]No valéis pa’ ná hoy en día[/Carmela].
Me quedé callada. Christopher me había dicho que se iba a liar muy gorda y el humo de Carmela era…extraño. No tenía sentido, pero…¿y si en esta ciudad de locos había una tía que era humokinética? – [Diana]¿Qué te parece si me voy para allá y te fumas otro mientas te miro?[/Diana]- dejé escapar una carcajada nerviosa.- [Diana]El mono todavía aprieta[/Diana].- había empezado a fumar con dieciséis años para parecer mayor y, por suerte, pude dejarlo sin subirme a la lámpara, pero a estas alturas me daba repelús incluso el olor. Me había convertido en una cascarrabias.
Carmela se encogió de hombros y me hizo una seña para que me mis neuras maternales y yo nos alejáramos.- [Carmela]Mira que eres rara[/Carmela].- sacó una pitillera de plata y un Zippo con cristales de Swarovski, que era tan hortera todo como os lo estáis imaginando, para encenderse el cigarrillo y darle una calada con parsimonia. Si seguía fumando así, iba a irse para el otro barrio antes de jubilarse.
El humo se arremolinaba alrededor de Carmela como si fuera una especie de barrera telekinética. Era una cosa muy rara, del tipo laca de serie B, pero me imaginaba que se podría entrenar para utilizarlo de manera ofensiva.- [Diana]¿De dónde has sacado ese poder?[/Diana]- le pregunté cuando lo acabó y pude volver a acercarme a ella.
– [Carmela]¿Er qué?[/Carmela]- me devolvió la pregunta con su marcado acento de ese pueblo cercano a Velze que no era capaz de recordar.
– [Diana]La niebla de videoclip cutre que sale de tu cigarro[/Diana].- señalé a mi alrededor.- [Diana]Venga, suéltalo[/Diana].
– [Carmela]Una mardisión[/Carmela].- simplificó en exceso. Los alumnos empezaban a llegar a la Universidad y no era el mejor sitio para hablar.- [Carmela]Pero déjame, que tengo musho que fregá y la Mercides ésa va a esharme del trabajo[/Carmela].- me hizo una seña con la mano para que me apartara y empujó el carrito. Las dos colillas seguía en el suelo.
– [Diana]¿Si te traigo cigarritos con aliño me lo dices?[/Diana]- bajé la voz y le guiñé el ojo. Estaba harta de incautar marihuana al alumnado.
– [Carmela]No, no, yo sólo fumo mis Par Mál[/Carmela].- negó con la cabeza, pero estaba diciéndome que sí con la mirada.
Esbocé una sonrisa y me fui a mi despacho. Christopher me había pedido que reclutara a gente, pero no me había especificado los métodos.
***
En cuanto llegué al despacho, dejé la chaqueta colgada porque hacía un calor de mil demonios y miré el correo que me había enviado Christopher. Primero: tenía un adjunto de
un vídeo que me hizo llorar tres veces (es que no pude verlo menos) y luego, un listado de alumnos, alumnas y personal del centro que debía reclutar por lo legal o por lo criminal, así que pedí a Janice que reenviara los correos pertinentes con el asunto «URGENTE» y esperé a que empezaran a llegar mientras escuchaba toda la playlist de
‘Mumford & Sons’, que a juzgar por las patadas que daba mi hija, o le encantaban o estaba deseando salir de ahí para arrancarse las orejas.
Alguien llamó a la puerta con los nudillos, así que apagué la música, me abroché un botón para que los encantos no se desbordaran y abrí con la mejor de mi sonrisas. La sonrisa la podemos definir como «vendedora de biblias/Testigo de Jehová maciza».- [Diana]¿Hola?[/Diana]- «coño, no hay nadie», fue lo que pensé al abrir y no ver nada, pero un carraspeo me sacó del ensimismamiento y al mirar abajo vi que estaba allí Braulio Matías Mendonza, conocido por ser el estudiante más brillante de la Universidad, porque con tan sólo doce años estaba cursando 2º de Derecho. Al ver que era él, le envié un mensaje a Janice para que me hiciera un encargo.
– [Diana]¿Eres Braulio?[/Diana]- le pregunté con una sonrisa echańdome a un lado para que pasara. Eso sin dejar de vigilar cómo Janice echaba a correr tras recibir el mensaje.
– [Matty]Prefiero ‘Matty’, señorita Echolls, gracias.[/Matty] – se sentó a observarme y nos quedamos en silencio, porque Janice no llegaba. Por suerte, a los cinco minutos lo hizo y pude dejar de intentar hablar con él de Pokemon, que por lo visto ya no se llevaba. Me salvó la entrada de la secretaria, que dejó en mi mesa una bolsa del McDonalds más cercano y salió de allí cagándose en todos mis ancestros. La abrí, aspiré su aroma a fritanga y la empujé hasta Matty.-[Diana]¿Te apetece?[/Diana]- dentro había un menú infantil con sus muñequitos correspondientes.
– [Matty]No sé por quién me toma.[/Matty] – saqué la caja que había en su interior y la puse encima de la mesa. – [Matty]Lo comeré porque no me parece educado rechazar un regalo, pero no soy un niño.[/Matty] – replicó abriéndola para después devorar la hamburguesa, las patatas y el refresco. No me dejó ni las migas el puñetero niño.
– [Diana]Pedona, a veces se me olvida que tienes 53 años[/Diana].- sonreí apretando los dientes. No eran ni las once de la mañana y ya estaba muerta de hambre.- [Diana]El cerebro de embarazada, ya sabes[/Diana]
– [Matty]No pasa nada, la gente suele confundirse dejándose llevar por mi juvenil apariencia.[/Matty] – me sonrió con condescendencia y se limpió la boca con la servilleta. – [Matty]¿Cómo lleva el embarazo?[/Matty] – preguntó por hablar de algo y no sé cómo, quince minutos después estaba siendo él el orientador y yo la desesperada.- [Diana]¡No sabes lo difícil que es ver cómo te transformar en una foca monje que tiene dentro a una máquina de darte patadas en la vejiga para que te mees[/Diana].- grité fuera de mí con las lágrimas recorriendo mis mejillas.
– [Matty]Pobre. Resulta complejo adaptarse a un cambio así, pero tu cuerpo volverá a la normalidad y te olvidarás de todos los malos momentos.[/Matty] – asintió dándole un sorbo a su taza de café solo, sin azúcar, que se bebía con el meñique levantado.
– [Diana]¿Pero y si nunca más le gusto a Christopher?[/Diana]- hice un puchero.- [Diana]Mi agujero tiene posibilidades de convertirse en un túnel. Imagínate que da de sí…[/Diana]- me tapé la cara con las manos.
Le vi hacer una mueca de asco. – [Matty]Claro que no, vas a ser la madre de su hija, cuando tú solo tengas ojos para ella, él solo tendrá ojos para ti. Y «eso» no cede, mujer.[/Matty] – puso una mano sobre la mía.
– [Diana]¿Entonces qué, Matty? Eso que te he comentado antes, ¿cómo lo ves?[/Diana]- me soné los mocos.
– [Matty]Está claro que uno no puede dar lugar a que la gente inocente sufra en un conflicto manifiesto como el que está a punto de cernirse sobre nuestro condado. Podéis contar conmigo para lo que necesitéis.[/Matty] – aseguró sonriendo. – [Matty]Si está libre me gustaría llamarme «Mr. Mind»[/Matty] – entrelazó los dedos.
– [Diana]A sus órdenes, Mr. Mind[/Diana].- le hice el saludo militar y él salió de mi despacho.
***
Cuando Mr. Mind se fue de mi despacho, le pedí a Janice que desviara las llamadas a mi móvil y me fui a dar un paseo por los jardines de la Universidad, porque según la lista de Christopher había alguien por esa zona que podía ser un potencial aliado. El sol brillaba y algunos estudiantes aprovechaban para repasar anatomía humana debajo de los árboles, mientras que los del equipo de mantenimiento y jardinería se ocupaban de su trabajo. Uno de ellos, un tipo alto, moreno, que rondaba los cuarenta y era medianamente atractivo estaba podando «una planta» (no me preguntéis cuál) ataviado con un mono manchado de tierra y una gorra. Definitivamente, ése debía ser Ted Sánchez.- [Diana]Hola, ¿conoces a Ted?[/Diana]- le saludé sonriendo a lo que él respondió dando un salto hacia atrás. Parecía un poco asustado.
– [Ted]Eh, sí, soy yo. S-sí, em, si se ha vuelto a estropear el baño de profesores yo solo soy el jardinero…[/Ted] – se me quedó mirando. – [Ted]P-pero puedo echarle un vistazo.[/Ted] – esto lo dijo sin apartar la vista de mi barriga.
– [Diana]Soy Diana Echolls, pero supongo que ya me conoces. En realidad, te necesito para otra cosa: no sé si te acordarás de lo que pasó aquella noche seis meses entre tú y yo[/Diana].- me crucé de brazos y hablé de forma pausada, como si estuviera diciendo algo muy importante.
– [Ted]Eh, yo…yo…n-no, pero cómo….per..nnn…[/Ted] – Ted dejó de podar y empezó a ponerse nervioso, tanto que acabó tropezando consigo mismo y clavándose las enormes tijeras en el estómago.
Cualquier otro se habría asustado, pero estábamos en Moondale y MacLeod me había dado una serie de pautas.- [Diana]¿Te has muerto o sólo te estás desangrando?[/Diana]- le pregunté agachándome un poco. Era una suerte que en esta ciudad todo el mundo fuera a su bola, porque pasaban tantas cosas raras que a la gente no le daba tiempo a asimilarlo. Debajo de Ted había un charco de sangre y tenía la mirada perdida, pero por si acaso le puse los dedos en la garganta para tomarle el pulso. No tenía, así que estaba muerto. Estupendo.
Me senté cerca de él a darle de comer a los animales de mi granja virtual y al poco, Ted empezó a moverse, respirando el aire a bocanadas. – [Ted]Oh, Dios, oh Dios, ¿lo ha visto alguien más?[/Ted] – preguntó sacándose las tijeras del estómago y observando la herida que ya se había cerrado, aunque la sangre seguía. Tendríamos que limpiarla.
– [Diana]Tranquilo, sólo se ha quedado en mi retina y seguramente, mi pobre bebé tenga pesadillas con esto hasta el día que estire la pata[/Diana].- me guardé el móvil en el bolsillo.
– [Ted]Y-yo…eh…¿lo siento?[/Ted]- se rascó la parte trasera de la cabeza, totalmente confuso. Me tendió unos papeles de periódico y empezamos a recoger la sangre, pero al ver que no era muy práctico, conjuré un glamour en el que se nos veía a nosotros mismos hablando, cuando lo que en realidad estábamos haciendo era echarle agua encima a la sangre hasta que acabó yéndose por la alcantarilla.
– [Diana]Mira Ted, todos sabemos que tu poder es una puñetera mierda. Sería casi más útil si las uñas de tus pies pudieran crecer a tu antojo, porque al menos te servirían para atacar a alguien[/Diana].- comenté haciéndole una seña cuando ya habíamos terminado de adecentar eso (más o menos). Por suerte, Mercy estaba de nuestro lado y no haría preguntas. Dejamos el carro con sus utensilios por ahí y empezamos a caminar.
– [Ted]Ya…[/Ted] – agachó la cabeza con tristeza, mientras caminábamos por los jardines.
– [Diana]La cuestión es que me caen bien los penas como tú[/Diana].- esbocé una sonrisa intentando que se sintiera mejor- [Diana]Mi mejor amigo se parece a ti[/Diana].
– [Ted]P…pero, soy…el padre…¿n-nos conocemos o…?[/Ted] – a Ted no se le había olvidado el motivo de su muerte. Quizás tenía sentido.
– [Diana]En tus sueños[/Diana].- le di una palmadita en la espalda. Si hubiera querido que un tío así fecundase mis óvulos, se lo habría pedido a Ed. Ugh. Borrad esa imagen, por favor.
– [Ted]A-ah…vale.[/Ted] – se quitó la gorra y la arrugó hasta meterla en el bolsillo. – [Ted]G-gracias, creo.[/Ted] – comentó de pasada, intentando cubrir con las manos la sangre seca de su estómago. – [Ted]M-me pasa bastante a menudo, pero Dios no da con las dos manos.[/Ted] – replicó dibujando una sonrisa tímida y la tomé como una invitación para engancharme a su brazo, porque empezaba a estar cansada de tanto paseo.
Él se quedó mirándome con los ojos a punto de salirse de sus órbitas y bajé la voz.- [Diana]No te emociones. Te necesitamos, porque se va a liar una muy gorda y gente inocente puede morir si no hacemos algo[/Diana].- apunté cambiando de tercio y Ted se quedó en silencio. Sabía por Christopher que su poder era algo así como un imán para las muertes, pero por suerte, él resucitaba.
Se quedó pensativo y sacó de su cuello una pequeña cruz de plata que llevaba colgada.- [Ted]Siempre he pensado que me habían dado esto por algo, no sé cómo funciona, pero si estoy allí quizá…quizá muera yo en vez de inocentes.[/Ted] – aseguró.
– [Diana]Si todo va mal, morirás tú como doscientas veces, pero resucitarás. En realidad, tu poder es mejor que si te tocase la lotería[/Diana].-esta vez, hablaba en serio.- [Diana]No tienes que hacer nada, simplemente estar ahí para…morir si…[/Diana]- intenté simular entusiasmo, pero no era capaz de hacerlo imaginando que todo fuera mal.
– [Ted]Eh…sí…e-eso.[/Ted] – asintió visiblemente preocupado.
– [Diana]Será en plan…[/Diana]- puse un dedo en el cuello, hice un ruido, me quedé quieta un rato y volví a abrirlos dando saltos.- [Diana]Puedes aprovechar para ligar. Es un win-win[/Diana].
Como salida de la nada, una chica pelirroja (diría que lo llevaba teñido), con una chaqueta amarilla, camisa de flores, pantalones rosa fucsia y deportivas fucsias con lucecitas se plantó delante de nosotros.- [April]Hola, sé que estáis buscando personas con poderes y yo los tengo[/April].- se señaló y me fijé en que también llevaba una mochila de Mickey Mouse. Su cara me sonaba de algo. Creo que era una chica nueva de conserjería, pero debía llevar como mucho veinticuatro horas trabajando.
– [Diana]¿Pero qué coño…?[/Diana]- miré a Ted sin dejar de asombrarme en que la chica ni siquiera había parpadeado ni dejado de sonreír.
– [April]Os he escuchado pensar y he me he dicho «oye April, ¿por qué no hablas con ese chico tan mono y esa bruja pelirroja»? Y la verdad es que tenía razón, pero me he pasado un rato discutiendo conmigo misma, porque no se puede llamar bruja a otra chica, aunque claro, tú lo eres de verdad[/April].- hablaba tan alto que estaba segura de que los padres de Christopher la habían escuchado desde Escocia. Una vez más daba las gracias por vivir en un pueblo en el que nadie era normal.
<<<¿Pero quién narices eres?>>>
– [April]Antes de que digas nada, mi nombre es April Halpert y soy telépata, que es una habilidad súper útil porque escuchas lo que piensan los demás[/April].- me guiñó el ojo. Su entusiasmo me habría resultado contagioso en cualquier momento menos en ese. <<<Seguro que no tienes muchos amigos, porque no hay quién te aguante>>>.- [April]Y la verdad es que no, no tengo muchos amigos, pero en realidad, soy majísima[/April].
– [Ted]¿Soy mono?[/Ted] – Ted iba con retraso en la vida en general me parecía a mí.
– [April]Sí, pero te falta un poco de autoconfianza[/April].- se acercó a él y le señaló la mancha de sangre.- [April]Es y lavarte la ropa, pero no pasa nada, todo se consigue en esta vida[/April].-levantó el puño al aire.- [April]¿No lo pilláis? ¡Es el final de «El club de los cinco»?[/April]
<<<Menos mal que no he pensado en la Nave y no se puede presentar allí a las cinco el viernes que viene.>>>
– [April]Pues nada, chicos. Nos vemos en La Nave a las 17.00 el viernes que viene[/April].- se giró y sus deportivas brillantes chirriaron.- [April]¡Me pido llevar cupcackes![/April]- se marchó aferrándose a su mochila.
– [Ted]Sí, n-nos vemos allí.[/Ted] – titubeó Ted sin dejar de mirarla. Oh, el amor…
– [Diana]¿Qué coño acaba de pasar?[/Diana]- le pregunté separándome de él.
– [Ted]Contad conmigo, espera, ¿ya lo he dicho?[/Ted] – April se perdió entrando en el edificio principal. Tres veces. Eran tal para cual.
– [Diana]Lo que nos faltaba: una telépata y un gafe[/Diana].- negué con la cabeza y revisé el correo del móvil para ver que todavía me quedaban unas cuantas entrevistas.- [Diana]Tengo que irme, Ted. Cuento contigo el viernes a las cinco. Te enviaré las instrucciones[/Diana].
Me despedí de Ted con la mano y volví a mi despacho. El móvil no dejaba de vibrar, pero no pensaba mirarlo, porque tenía hambre, sueño y me hacía pis.
No es fácil salvar el mundo cuando estás embarazada.
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