Diarios de Destino | Condado de Ripper
Tarde
Los hijos de los Moondies esperaron varios minutos en silencio tras la marcha de Ezra, creyendo que en cualquier momento un destello de luz les haría desvanecerse, que empezarían a verse transparentes hasta cambiar por completo.
Pero no fue así, Ezra se había ido y el mundo no había cambiado para ellos. Quizá le había ocurrido algo, quizá Verónica hubiese acabado con su vida. No podían saberlo. Lo único que sabían es que Ezra había desaparecido para siempre y ellos solo podían seguir adelante.
Sus únicas esperanzas serían las que se construyesen ellos mismos. Y tenían mucho trabajo por delante.
Diarios de Destino | Skye
noche
La ciudad de Skye era fría y la nieve del Pico Tantree podía verse durante todo el año, incluso en los algo más calurosos meses de verano.
Pero siendo ya primeros de diciembre y con el invierno a la vuelta de la esquina, la región de Skye parecía el cuadro de una postal navideña.
Las calles estaban desiertas a esa hora. En parte a causa del frío. Parte también se debía a que, por mucho que su clima la diferenciase, se trataba de una ciudad del condado de Ripper, y todo el mundo sabía lo que podía pasar si salías cuando la noche era cerrada, aunque los jóvenes ignorasen esos «cuentos de viejos».
Una figura solitaria y oscura cruzaba las calles dejando sus huellas en la nieve. Oscuro incluso bajo la luz de las farolas.
Él no tenía miedo a las desgracias que pudieran ocurrir en una noche oscura, porque él era la encarnación de esas desgracias, del miedo.
Llegó hasta la puerta de una casa de dos plantas. Un regalo de Siegfried. En su interior vivía Abel Moreau, su mujer y su hijo pequeño. Mientras tanto los demás convivían en esa especie de comuna que era el Palacio, siguiendo las mismas estúpidas reglas.
Puso una mano en la puerta y sonrió. Sentía el miedo en el interior, alimentándolo.
Adquirió durante unos segundos su forma de demonio. Piel azul oscuro, casi negro. Ojos blanquecinos con unas pupilas negras como la noche. Y unos dientes blancos, finos y afilados. Con un giro de su muñeca su fuerza de demonio hizo saltar los tornillos y se abrió suavemente.
Escuchó durante unos segundos pero nadie pareció extrañarse, así que entró.
En la casa reinaba un silencio espectral. Sentía el aire de la muerte, presente ya incluso antes de una desgracia, al menos para él. Había aprendido a reconocerla, a glorificarse de esa anticipación.
El recibidor de suelo de madera estaba oscuro. Igual que la cocina, a su izquierda. Entró hacia ella y observó la tacoma de cuchillos. Cogió uno de ellos y lo presionó ligeramente contra su dedo, haciendo que cayese la sangre. Estaban afilados. Le servirían bien.
Se guardó un par y salió. La sala de estar también estaba vacía. Con una luz azulada proveniente de las farolas de la calle.
Subió por las escaleras lentamente, si la mujer se había dormido quería verla en sus últimos instantes de paz.
Un escalón crugió. Esperó pero nadie se acercó a comprobar. Al llegar arriba vio varias puertas. Dos de ellas eran baños y estaban abiertas, no quiso perder el tiempo. Abrió una de las dos restantes y entró a un cuarto de bebé.
Estaba decorado con dibujos de felinos en las paredes y en los muebles. Al niño debían gustarle.
El hombre se acercó hasta la cuna y observó al niño dormir plácidamente. Cogió uno de sus afilados cuchillos y sopesó arrebatarle la vida en ese instante.
Su trato con la Reina Negra había sido asesinar a la mujer de Abel a cambio de que ella asesinase a ese depravado de alas de ángel. Así no habría pruebas que indicasen nada en contra de los principales sospechosos, podrían tener coartada.
El niño no entraba en el trato, pero tampoco había dicho nada en contra. Simplemente quería que se hiciera estando Abel lejos, para que no saliese herido. Casualmente hoy Abel estaba ocupado con todo lo que había ocurrido en el Palacio, así que era la noche perfecta.
Se preguntaba qué pretendía esa loca obsesionada. Sonrió pensando en ella imaginándose una noche de sexo salvaje con el Consejero. Estuvo a punto de soltar una carcajada.
Miró al niño de piel oscura a los ojos. No era humano, era algo más. Algo más fuerte, que vivía más tiempo.
Si le dejaba vivir y asesinaba a su madre, su recuerdo le perseguiría para siempre. Sería su hombre del saco, su boogeyman. Y se alimentaría de ese miedo mientras el niño viviese.
Era una garantía de alimentarse continuamente que no le apetecía desaprovechar, así que guardó el cuchillo y salió, cerrando la puerta.
Fue hasta la última y entró a la habitación de matrimonio con cautela. No tardó en ver la figura femenina tumbada encima de la cama, plácidamente dormida.
Tenía el teléfono a un lado y el mando de la televisión al otro. Debía haber estado esperando a su marido. Se acercó a ella y observó su tez oscura, su melena negra y sus generosas curvas. Entendía por qué la Reina quería quitarla del medio. La habría tomado allí mismo, pero tenía un trato que cumplir y otras necesidades que saciar.
Pasó unos minutos observándola, conociéndola, intuyendo su cuerpo bajo el escaso camisón. Tampoco ella era humana, su hijo había heredado su raza. Pero a ella no podía dejarla vivir.
Sacó el cuchillo y sonrió. Se arrodilló en la cama y reptó hasta ella. Cuando estuvo encima, vio como ella se desperezaba y antes de que abriese los ojos, le tapó la boca y le sujetó las manos. Sintió el terror en sus ojos, profundo y poderoso. Entraba en él y le daba fuerzas como un pantagruélico festín. Pero no había terminado.
Sabía que ella le reconocía, sabía quién era y por eso tenía más miedo. Aunque su miedo se iba hacia su niño, sentía cómo se debatía pensando si estaría bien.
– [BlackMask]No te preocupes, todavía no he matado al pequeño.[/BlackMask] – le susurró al oído antes de lamerle el cuello y sentir el sabor salado del sudor provocado por el miedo.
Soltó la mano de su boca y ella gritó. Un dulce grito de terror. Con la mano libre el cuchillo se movió rápidamente y le provocó un par de cortes antes de apartarse.
Le gustaba recrearse. Se colocó en pie y vio como ella se incorporaba en la cama y cambiaba a su verdadera forma, de orejas más alargadas, piel más grisácea y ojos de color brillante. Estaba más atractiva incluso.
Empezó a ver una conocida sensación en sus ojos, la de que estaba viendo algo distinto. No tardó en percibir los cambios. Su musculatura crecía, sus dedos se alargaban y se cubrían de largas y afiladas uñas, duras como el acero. Sus dientes crecían, más afilados pero pequeños, propios de alguien que no se alimenta de carne.
En sus brazos sostenía a su pequeño, que se agitaba mientras el ser en el que se había convertido devoraba su alma.
Ese era el miedo de la mujer, que el demonio temido por los suyos viniese a reclamar a su hijo.
Gritó y se abalanzó sobre él pero el monstruo era más fuerte. El hombre disfrutó cortando esa piel morena con sus afiladas garras. La sangre teñía la cama.
Mientras tanto, en la otra habitación, el bebé se despertó y lloró al escuchar los gritos de su madre.
Varios minutos más tarde, los gritos cesaron y el silencio volvió a reinar en la habitación de matrimonio.
El niño seguía llorando cuando la puerta principal se abrió y un hombre alto y de piel oscura entró con la respiración acelerada. El Consejero sentía miedo y el ser que seguía en la habitación de matrimonio, observando a la mujer sin vida, se alimentó de ese miedo.
Escuchó como subía las escaleras e iba a encontrarse con el niño que lloraba. El llanto cesó poco más tarde. Debía haberle cogido en brazos para tranquilizarle.
No tardaría en ir a la habitación a comprobar cómo estaba su mujer, pero temía hacerlo. Los pasos se acercaban desde la habitación del niño, debía haberlo dejado en la cuna, no sería tan imprudente de llevárselo.
Se escondió en las sombras poco antes de que la puerta se abriese y Abel entrase empuñando su arma. Pero en cuanto vio a su mujer tendida en la cama, inerte y ensangrentada, su seguridad se vino abajo y el miedo se apoderó de todo, miedo a vivir.
El Rey Negro sintió el subidón provocado por su festín de miedo y se dejó llevar, pero no había miedo que personificar, el mayor miedo de Abel se había hecho realidad.
Salió de las sombras adoptando su forma de demonio y Abel se giró hacia él. Le reconoció al instante y no tardó en disparar.
– [Abel]¿Por qué?[/Abel] – preguntó desconcertado. Buscaba una respuesta que no existía.
– [BlackMask]Porque la Reina Negra se encargó muy bien de ese serafín.[/BlackMask] – respondí mientras las balas abandonaban mi cuerpo y la herida se cerraba, gracias a su miedo. Me hacía invencible. – [BlackMask]Y porque podía.[/BlackMask] – sentenció.
Disfrutó de la lucha entre ambos, pero esta vez el héroe no iba a ganar y Z no estaba para protegerle. Cayó cubierto de sangre, luchando hasta el último aliento, igual que su mujer, pero de poco había servido.
El Rey Negro dejó atrás la casa y al niño que lloraba en su cuna dándole fuerzas. Algún día se alimentaría del terror del mundo entero, incluso de la Reina Negra. Pero necesitaba ser paciente, esperar el momento oportuno.
Diarios de Destino | Palacio de Z
amanecer
Abrí los ojos y me incorporé completamente desorientada. Ya era de día y la pomposa habitación me recibió como si fuera un lugar ajeno y no el que había sido mi hogar durante casi dos meses. Sentados en dos sillas, apoyados en el escritorio, Duke y Ed me miraban de soslayo sin dejar de jugar al ajedrez.- [Sarah]¿Cuánto lleváis despiertos?[/Sarah]- pregunté incorporándome con un codo y fijándome en que llevaba la misma ropa de antes. Me pasé la mano por la frente, intentando superar la sensación de irrealidad que acompañaba lo que estaba viendo.
– [Ed]Unos quince minutos[/Ed].- comentó Ed distraídamente con los ojos entrecerrados. Supongo que todavía no se había despertado del todo. La maldición del sueño de las Echolls alcanzaba a todos los de la familia y Ed no podía ser menos.
– [Duke]Sarah, ¿qué vamos a hacer?[/Duke] – intervino Duke moviendo uno de sus peones.
Negué con la cabeza sin saber cuál era la respuesta correcta y me senté en la cama para ponerme de pie.- [Sarah]No lo sé[/Sarah].- admití derrotada. Podía ser verdad todo lo que había visto y que esos chicos y chicas (¿mis hijos y mis sobrinos?) nos necesitaran, pero también sabía que lo que Z me había mostrado no era más que lo que quería que viera. Era verdad, claro, pero una verdad a medias.
Salí de la habitación caminando como una zombi y fui directamente a su despacho. Ni siquiera llamé, porque sabía que me estaba esperando y no me equivocaba. Me recibió de espaldas, con la mirada perdida en el horizonte y su impoluto traje blanco de chaqueta.- [Z]¿Has tomado una decisión?[/Z]- se giró con parsimonia y me observó. Los primeros rayos del sol se colaban por el ventanal dándole un aspecto más irreal si era posible.
– [Sarah]La has tomado tú por mí[/Sarah].- dije con voz monótona.
– [Z]Eres libre de pensar lo que quieras[/Z].- me recordó.
– [Sarah]Ya[/Sarah].- no creía ni una palabra de lo que me decía, pero tenía que entrar en la Iniciativa para que no se cumpliera nada de lo que había visto y después, detendría a Z, aunque todavía no supiera cómo.- [Sarah]Entraré, pero no lo haré por ti, sino por ellos[/Sarah].
Por Ellie, Xander, Amy, Kaylee, Noah, Idris, Xandra, Ezra, Nick, S.H.E, Henry, Owen, JJ, Leo….
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