Christopher MacLeod | Bosque de los Lobos
TARDE
Las hojas secas crujieron bajo el peso de mis botas con un sonido que inundaba mis oídos y me ponía alerta. Para los demás no debía ser así, apenas un sonido molesto que quizá podría alertar a alguien si estuviese lo suficientemente pendiente, pero que en la mayor parte de los casos terminaría tapado por el fuerte viento de esa tarde.
Tampoco para mí debería resultar tan ensordecedor, pero mis sentidos estaban mucho más alerta de lo habitual. Era como si una parte de mí, la parte animal, salvaje y violenta, reconociese el bosque al que los de su especie habían dado nombre con sus aullidos a la luz de la luna llena.
Intenté no preocuparme, lo achaqué a todo tipo de excusas, la cercanía de la próxima luna llena, aunque todavía quedaba una semana, la presión del rescate, el miedo a perder a cualquiera de ellos pero especialmente a Diana, la conexión del licántropo con nuestra hija, que si el futuro no mentía, también lo sería…. Aunque en el fondo un miedo crecía en mi interior, una sensación de que el licántropo y yo estábamos cada vez más cerca desde lo que había hecho Bergrisar.
Es curioso que a veces la humanidad contemple más maldad y malas intenciones de las que existen realmente, que lleguemos a adjudicar el adjetivo «salvaje» como algo negativo cuando nosotros, en nuestra supuesta civilización, somos miles de veces más pérfidos. Con el tiempo lo supe, el licántropo se preocupaba por su manada, especialmente por su «hembra» embarazada de su «cachorro» y ese estado de alerta disparaba mis sentidos, sus sentidos. La navaja de Occam.
La respuesta no estaba a mi alcance en ese momento por todas las preocupaciones que rondaban mi cabeza: la guerra inminente entre Z y la Iniciativa; Sarah, Daakka y Ed en peligro, de nuevo cautivos; la mujer de mi vida poniendo en riesgo su vida para rescatar a su hermana, para más inri, embarazada de mi hija, que sería una licántropa por mi culpa, recuerdo de un error que me perseguiría siempre; los cambios que habían supuesto para todos las Pruebas y a los que no habíamos tenido tiempo de adaptarnos; la muerte y reencarnación de Kaylee en Lucy, de la que me preocupaba que se adaptase a la que podía ser su familia, pero siendo consciente de que ella era ella en sí misma, que los demás se preocupaban por Lucy, no por una pseudoKaylee; la marcha de Daniel y la mella que podría haberle hecho y que podría hacerle si las cosas no iban bien entre él y Sarah; el futuro que nos deparaba si la Iniciativa se hacía con el poder que habíamos visto, con los gemelos Williams, nosotros y algunos de nuestros hijos e hijas muertos y el resto sobreviviendo en un mundo sin esperanza; el poder que se suponía que tenía Sarah; el hecho de saber que podría tener dos hijas, dos preciosas hijas a las que tenía miedo de lo que pudiese ocurrirles; el aviso del Soberano sobre «ella»; el negocio que no terminaba de despegar; reunir a más gente a la que poner en peligro para intentar salvar el mundo, los Satellites… Todo ello se sumaba y zumbaba continuamente dentro de mi cabeza, era ensordecedor.
El graznido de una pega me sacó de mis pensamientos el tiempo suficiente para prestar atención al entorno y ver que habíamos recorrido la mitad del camino mientras pensaba. Me fijé y vi varias sujetas a las ramas de un grupo de árboles cercanos. Las conté, tres. Pensé en la rima:
One for sorrow, two for joy,
Three for a girl, four for a boy.
Five for silver, six for gold,
And seven for a secret that must never be told.
Apuré un poco el paso y me coloqué a la altura de Karen y Dom, mis compañeros de equipo.
Había dividido al grupo en varios equipos pequeños para asegurarme de que no nos escuchaban llegar. Había puesto a Daniel junto a Cara, sin nadie más, para forzar una conversación que tenían pendiente. Bill, Vincent, Oliver y Joey iban en otro, turnándose entre Bill, Oliver y Joey para cargar con la máquina de O.W.L.S. Había insistido en tener a Ted siempre cerca de Diana para evitar desgracias, aunque tampoco quería que le pasase nada malo a Ted, él siempre resucitaría. Junto a Diana y Ted iban April y Magnolia. El último grupo éramos nosotros tres.
Pensé por un instante en el momento en el que Vincent llamó a Mara, diez minutos después de haberle dicho que estaba en un atasco a las afueras de Louna y le dijo que habían llegado ya a Moondale, guiados por el obsequio de la Guardiana de Vincent y alertados desde mucho antes por un…fantasma.
– [MacLeod]Entonces, ¿os avisó un…fantasma?[/MacLeod] – le pregunté a Karen, con la que había mantenido conversaciones por teléfono pero era la primera vez que la veía en persona. No dudaba de su poder, pero había algo en el más allá que me dejaba dudas.
– [Karen]¿Tan raro te parece? En un mundo en el que hay: brujas, licántropos, vampiros, demonios…[/Karen]- argumentó con toda la razón. Entendía perfectamente su razonamiento, pero ella se había acostumbrado a ese poder, a ese conocimiento, mientras que a mí me hacía cuestionarme infinidad de cosas.
– [MacLeod]Tenía que hacer la entrada dramática.[/MacLeod] – me quejé negando con la cabeza. Me pregunté donde estaría Hiroshi.
– [Logan]Cab…cruasán, cuanto tiempo.[/Logan] – saludó a Dominic cuando llegó a nuestra altura. Siempre pedía que los demás le tomasen en serio y le tratasen como a una persona de valor, pero con los motes tendría difícil conseguirlo. – [Logan]¿Este no será toda el equipo de rescate no?[/Logan] – dijo mirándonos y saludándome con una inclinación de cabeza antes de inclinarla aún más mientras miraba a Karen.
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