Christopher MacLeod | Aleion, Subconsciente de Sarah
desconocido
Las copas de los árboles se mecían en el viento con una tranquilidad asombrosa, casi irreal habría pensado, de no haber sabido que era muy real, o al menos lo había sido. El silencio comenzó a romperse poco a poco, presa de unos pies calzados en botas pesadas que aguantaban el peso de cuerpos cargados de armas.
Los cazadores atravesaron todo el bosque hasta llegar al claro donde descansaba el clan de demonios Gygax. Todo pasó muy deprisa, pero la barbarie nunca se me olvidaría, como espero que no se le olvide a cualquiera que lea este diario.
Los cazadores dispararon a ancianos, jóvenes, mujeres, niños, cualquiera que fuese un ‘humano’. Persiguieron al último de ellos durante casi una hora y cuando finalmente lo alcanzaron, un cuerpo se interpuso en su camino, recibiendo los disparos sin inmutarse mientras observaba cómo su cuerpo se hacía resistente a ellos y las balas caían al suelo.
Loz cazadores no tuvieron tiempo a reaccionar, Z y los suyos los siguieron en su huida y los abatieron uno a uno, mientras Z prestaba su apoyo al último de los ‘Gygax’, ‘Dwarf’.
Cuando volví a la estación me llevé la mano sobre los ojos en un cansancio que poco tenía que ver con la forma física que veía en ese momento, porque mi cuerpo estaba en otra parte, donde el resto de los nuestros libraba su propia batalla.
Continué caminando, sorprendido al escuchar la voz de Daniel y ver el lugar en el que Ed y él se encontraban. Me despedí de ellos para que continuasen de camino a reencontrarse con las demás y traté de contactar de nuevo con Diana y Sarah, pero esta vez ninguna de las dos respondió.
Intenté no preocuparme, aunque como decía Yoda sabiamente, «hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes», así que no lo hice. En lugar de eso continué centrado en ocupar mi mente en más trabajo. Localicé la siguiente maleta y tardé unos instantes en decidirme a tocarla, porque tenía el aspecto de estar hecha de piel humana.
Cuando la toqué, sentí esa aversión aún con más fuerza. El entorno cambió a la habitación de un apartamento en un edificio bastante alto a juzgar por escuetas vistas de la única ventana, tapada además con cortinas.
Un olor acre y dulzón embargaba la habitación. A mi verdadero yo le asqueaba, pero la persona del recuerdo lo encontraba cómodo. Tardé unos minutos en darme cuenta de dónde provenía el olor, por la oscuridad que reinaba. Después fue cuando vi que las paredes estaban cubiertas de rostros de personas y demonios como puras máscaras de dolor y sufrimiento.
Una puerta se abrió con un golpe y Z la atravesó seguido del Rey Blanco, la Reina Gris y algún otro que no conseguí distinguir. Al observar las paredes, Z arremetió contra el Rey Negro, golpeándole sin que el otro se defendiera. Lo único que hacía era reír mientras la sangre oscurecía sus dientes.
– [BlackMask]Ha sido…un error. Pero no son…frescas. Es un recuerdo de quién era.[/BlackMask] – rodeado por su recuerdo, supe que mentía, no sentía nada de lo que estaba diciendo y muchas de las «máscaras» sí eran recientes.
– [Aaron]No podemos permitirlo.[/Aaron] – dijo el Rey Blanco mirando fijamente a Z. Incluso un hombre bueno puede sentir ganas de hacer daño y en ese momento, Aaron le habría matado.
– [Inola]Podemos comprobar si son…recientes.[/Inola] – aseguró la Reina Gris, asqueada.
– [BlackMask]Hay rostros recientes…de asesinos, poco más que animales. Si no confias en que yo pueda cambiar…¿de qué sirve tu sueño?[/BlackMask] – añadió el Rey Negro entre dientes. Intentaba parecer arrepentido, pero era todo una simple mentira.
– [Abel]Sean de lo que sean, es inhumano.[/Abel] – añadió el Consejero.
– [Z]Si esto vuelve a pasar, sean asesinos o sean quienes sean, te mataré yo mismo, lentamente.[/Z] – sentenció él con una mirada airada. – [Z]Limpia todo esto, ya.[/Z] – añadió dándose media vuelta.
El Rey Negro observó cómo se marchaba y cuando la puerta se cerró, su rostro mudó en una mueca de ira y determinación que llegó a asustarme.
El miedo continuó calándome hondo incluso cuando el recuerdo se desvaneció. Me apoyé en una barandilla, apretando contra ella una mano de largas uñas. Temía que la gente que me importaba tuviese que vivir en un mundo con un monstruo como ese. Y ese miedo me hacía débil, el licántropo lo sabía y por eso trataba de salir.
Traté de contenerme, intentando sacar determinación de donde aún no la había, porque no podía hacer nada todavía y menos aún desde ese lugar. Me hice a un lado y vomité el recuerdo de esos rostros de agonía. No podíamos permitir que ese monstruo siguiese libre por el mundo, incluso a costa de tener que matarle.
Aún sosteniéndome a la barandilla, observé mis manos empezar a cubrirse de pelo y el dolor de la transformación me dobló por la mitad, como si todo mi cuerpo fuese destrozado a la vez, rehaciéndose sin preocuparse de qué había en su interior.
Cerré los ojos soportando el dolor y cuando los abrí, comprobé que mis manos eran las mías y no las zarpas del licántropo, pero cuando me puse en pie, le vi frente a mí, a dos patas, observándome con unos ojos fríos y calculadores.
Aguanté su mirada y sentí lo que pensaba, era débil, no era capaz de proteger a su manada, así que él había tenido que salir a protegerlas. Gruñó mostrando sus dientes frente a mí, como si lo confirmase, pero no me aparté aunque me vi tentado. Necesitaba responder al reto, no iba a dejar a mi mujer y a mi hija en manos de una bestia peluda.
El tiempo que pasamos frente a frente se me hizo eterno, nuestros ojos clavados unos en los del otro, sincronizando nuestros parpadeos para no dar síntoma de rendición, hasta que el licántropo aulló y se colocó a cuatro patas frente a mí.
Posé una mano en el pelaje de su cabeza y sentí algo distinto en mí, una conexión más profunda. Jamás había compartido nada con el licántropo, pero ahora teníamos algo en común: mi hija y para él, la suya.
El licántropo me observó una última vez y se desvaneció en un humo de color verde claro que me rodeó hasta desaparecer. Volvíamos a ser uno.
Apoyé la espalda en la barandilla, cansado. Cerré los ojos un instante y me estiré, escuchando un crujido en los hombros. Cuando volví a abrirlos, me puse en pie y continué caminando, esas maletas no solo ayudaban a Sarah sino que me estaban dando una mayor perspectiva de la gente que estaba cerca del Director. Esa información podía ser clave.
La siguiente maleta era metálica, cuando la toqué, pensé que estaba reviviendo un recuerdo que yo mismo había visto, aquél en el que Oliver se volvía de metal para salvar al perro, pero eso solo se debía a que era el mismo lugar, la granja de los padres de Oliver, en Andem, no demasiado lejos de donde mi cuerpo se encontraba en realidad.
Me acerqué al muchacho, que trabajaba en una valla. Al acercarme, alzó la vista y miró hacia mí. Me sorprendí por un instante, pero después vi que miraba a través de mí, hacia otro muchacho grandote que se acercaba tras bajarse de un todoterreno.
– [Steel]¡Primo![/Steel] – saludó el invitado, acercándose. Rememoré lo que sabía y me di cuenta de que ese grandote debía ser Steel, un miembro de la gente de Z con un poder parecido al de Oliver. – [Steel]Mi segunda parada iba a ser la Universidad, pero estaba seguro de que te encontraría aquí.[/Steel] – percibí un deje de decepción con Oliver en su primo, de quien debía ser el recuerdo.
– [Oliver]Hola, Will.[/Oliver] – saludó sin demasiado ánimo. – [Oliver]¿Qué te trae por aquí?[/Oliver] – preguntó haciendo que Steel pensase que su primo no había olvidado sus viejos encontronazos.
– [Steel]¿Qué tal la tía Sue?[/Steel] – preguntó intentando no ir directamente al tema que le había llevado allí.
– [Oliver]Con la nueva medicación está algo mejor. Y la enfermera es buena.[/Oliver] – aseguró. Percibí su tristeza, no demasiado mostrada sino más bien arraigada en sí mismo, como si se hubiera hecho a la idea.
– [Steel]Puedo mover algunos hilos y conseguirle un sitio donde esté cuidada.[/Steel] – respondió su primo, quitándose las gafas de sol.
– [Oliver]Es mi madre, no voy a mandarla a una residencia. Menos después de perder a pá.[/Oliver] – replicó con firmeza. – [Oliver]Si quieres verla, está en casa. Tengo mucho trabajo.[/Oliver] – añadió convirtiendo su mano en metal para golpear un gran clavo que atravesó la madera con facilidad.
– [Steel]Mira primo, he conocido una gente. Son como nosotros.[/Steel] – empezó a explicarle. Oliver continuó con su trabajo sin mirarle. – [Steel]Intentan conseguir un mundo en el que no tengamos miedo. Se harán cargo de la tía. Podrás salir de esta miseria.[/Steel] – añadió intentando mirarle a los ojos.
– [Oliver]No me interesa Will, ya tengo mis planes y una miseria de la que encargarme.[/Oliver] – Oliver levantó la cabeza para mirarle ahora sí fijamente. – [Oliver]Si quieres hablar de otra cosa, perfecto. Pero si vas a seguir intentando que me una a ese grupo tuyo, puedes irte.[/Oliver] – sentenció con una crudeza que a ‘Steel’ le recordó a su propio padre y al de Oliver, por algo eran hermanos.
– [Steel]Dejaré que lo pienses, pero las cosas se van a poner crudas.[/Steel] – dijo llevándole una mano sobre el brazo. – [Steel]Cuando empiece la guerra, te recomiendo estar en el bando ganador.[/Steel] – sentenció. Oliver puso su mano sobre la de su primo y se la quitó de encima.
– [Oliver]En la guerra no gana nadie.[/Oliver] – respondió finalmente. El silencio se interpuso entre ellos hasta que Steel se marchó hacia su todoterreno, dirigiendo una última mirada a la granja antes de ponerse las gafas de sol y marcharse.
Mientras volvía al subconsciente de Sarah pensé en lo anclada que estaba esa guerra inminente en el Condado, separando incluso a familias. En medio de esa guerra tendríamos que interponernos nosotros, superados en número por cualquiera de los dos bandos en solitario y teniendo más que perder que cualquiera de ellos.
Al final, los más perjudicados en esa clase de conflictos eran las personas de a pie, los ‘civiles’ como los llamaría la Iniciativa.
Seguí con mi labor durante lo que parecieron horas, abriendo una maleta tras de otra y tratando de asimilar todo lo que pudiera de las visiones que obtenía, principalmente de la gente de Palacio.
Vi a una adolescente como otra cualquiera que veía su rostro cubrirse de marcas día tras día, tratada como una paria en el colegio hasta que las marcas cubrieron su rostro. Los médicos no tenían respuesta y la muchacha terminó por fugarse de casa y esconderse en las cloacas hasta que Aaron la encontró.
Le vi a él, a Aaron, el Rey Blanco, alzarse todopoderoso bajo el sol ante una pirámide que él había levantado, piedra a piedra, hasta que terminó por ver el precio del poder en manos de los hombres. Se ocultó del mundo, pero finalmente un hombre con un sueño le hizo volver.
Vi a otro de los titanes de la antigüedad, al Rey Gris, vestido con su atuendo de general romano, segando las vidas de aquellos que encontrase a su paso. Vi a un druida tendido frente a él, moribundo, murmurando un conjuro con su último aliento, el Rey Gris no conocería descanso, su vida nunca terminaría. Los suyos le repudiaron llamándole monstruo y solo encontró cobijo entre otro grupo de druidas, convirtiéndose en su protector y segando las vidas de su vieja patria. Vi el musgo y las telarañas cubriendo su rostro mientras se sumía en un profundo sueño, hasta que Z le despertó.
En otra ocasión fui testigo de cómo una joven sonriente observaba un cielo cubierto de nubes negras y utilizando su poder las disipaba, haciendo que la luz del sol bañase su rostro y el de una mujer delgada y con la cabeza rapada que lo miraba con ilusión desde su silla de ruedas.
Marrow, otra protegida de Z, empezó siendo una adolescente como otra cualquiera, popular dirían algunos por lo que pude sentir. Entonces empezó su «enfermedad», sus huesos crecían anormalmente. Ningún médico supo darle respuesta, excepto Engel Krueger, que prometió a sus padres llevarla a un lugar seguro.
También vi a un hombre de unos cuarenta años, un ingeniero nuclear llamado Mikhail Kurochkin, que vivía feliz con su mujer hasta que a ella le diagnosticaron un cáncer en estadio III. Sentir lo que el sintió, especialmente cuando descubrió que él era el culpable de su estado, por la radiación que su propio poder del que no era consciente emitía, fue horrible y tardé un rato en quitarme el «mal cuerpo». Tras la muerte de su mujer, Mikhail se marchó a un rincón perdido de Siberia, alejado de todo el mundo, hasta que Z en persona fue a buscarle.
De la fría y gélida Siberia, pasé a la visión de una calurosa sabana en la que tenía lugar un extraño ritual llevado a cabo por la que terminaría siendo la Reina Gris. Era la curandera del pueblo, a la que llevaban a todos aquellos con enfermedades mentales, para que ella los sanase. Fui testigo de cómo curaba completamente a algunos de ellos, y también de cómo acababa con la vida de uno al que no pudo curar.
Otra de las visiones me mostró a una joven de la época actual, de espaldas, subiendo las escaleras que conducían al Partenón. Allí observó la piedra con el anhelo de que el mundo se pareciese más a las leyendas y mitos griegos. La escena cambió a una habitación con recortes de modelos y actrices. La chica, a la que no conseguí ver el rostro, empezó a cambiar de altura y volverse más delgada, hasta tener el mismo aspecto que una joven de la revista que estaba mirando.
Otra me llevó a un lugar profundo, bajo tierra. A la reunión secreta de una sociedad de…demonios perezosos…que intentaban planificar la dominación de la humanidad, aunque nunca conseguían tener suficientes energías para terminar su plan. Uno de ellos observaba la escena alegremente, contagiando su buen humor a los que estaban cerca, hasta que le apartaron.
La siguiente visión no me sacó a la superficie, volvía a ser un lugar subterráneo, pero esta vez ornamentado como si de un salón egipcio se tratase. Allí, una joven demonio de piel y pelo blancos como la nieve, obedecía los mandatos de su hermano y marido mientras él estudiaba las costumbres de la humanidad con la que pensaba terminar.
Una de las visiones fue fugaz, la espalda desnuda de una muchacha asiática azotada por un látigo de cuero que golpeaba su piel con fiereza sin que ella diese ninguna muestra de dolor más allá de las lágrimas que recorrían sus mejillas en silencio.
Entre visiones, Sarah me envió un pequeño mensaje mental para decirme que la que había tirado a Ed era Beatrix, una Cazadora y el amor que Z buscaba devolver a la vida desesperadamente. Por suerte, me tranquilizó diciendo que no era peligrosa, solo estaba confusa al principio y ahora había decidido ayudarla.
No necesitaba una visión para saber cómo había muerto. Los nombres, fechas y motivos de la muerte de cada Cazadora estaban documentados en el ‘Fatali Sorte’, un compendio que cada Vigilante debe conocer de memoria antes de ser nombrado como tal, a fin de aprender de los errores pasados. Esa muerte no se había debido a ningún demonio o ser sobrenatural, habían sido los humanos los que habían acabado con su vida, el nombre Beatrix Lenora Browning era difícil de olvidar.
Aun así, los espectros y fantasmas seguían siendo territorio desconocido para mí, por todo lo que involucraba, y como suele pasar, cuanto menos entiendas algo, más te llevará el destino por el camino que te obligue a hacerlo.
La siguiente maleta me mostró de hecho algo relacionado. Un rey de hacía siglos, cruel y temible al que llamaban ‘The Fisher King’, enterrado de la forma menos honorable para que sufriera un castigo eterno, provocando así una perturbación que hizo que un espectro tomase su cuerpo y lo reanimase como un «revenant» en busca de seguir reinando de nuevo. Por suerte, su lugar de reposo estaba sellado, hasta que alguien encontró la forma de entrar.
Tras esa visión vino una que me hizo tener que descansar durante un momento, por el horror del que fui testigo. El protagonista no era otro que el mismo Z, el prisionero 003787961266, el propietario de ese brazalete que había visto hacía algo más de un año en el almacén de la Iniciativa. Vi, igual que él vio, las masacres, torturas y salvajismos cometidos por los nazis en los campos de concentración. Sentí su dolor, su pena, su desesperación y una ira incontenible. En ese momento tuvo claro su papel en la historia.
Después de un descanso, me acerqué a una maleta que irradiaba una luz intensa y revitalizante, como si fuera el poder de Daniel, pero que irradiaba vida en estado puro. Al tocarla no «vi» nada, sino que lo sentí. Instintivamente, mi mente buscó a los demás para compartir esa visión con ellos.
– [MacLeod]…Lucy in the Sky with Diamonds.[/MacLeod] – escuché decir a mi propia voz mientras «sentía» cómo desaparecía del mundo, cómo cada célula de su ser se fundía con el resto de Campeones.
Todo se desvaneció hasta que el sonido volvió. – [b]¿Cómo te llamas?[/b] – preguntó una voz que conocía personalmente. Cordelia.
– [Lucy]L…Lucy.[/Lucy] – respondió otra voz, la de la propia Lucy, aunque estaba cambiada, como si su voz y la de Kaylee fuesen una sola, si es que eso era posible.
– [b]Vive Lucy.[/b] – añadió con una calidez que la rodeó y la hizo sentir viva, más que nunca. Pero antes de que esa sensación llegase a su punto culmen, sintió como algo tiraba de ella, una magia poderosa, antigua y oscura.
La observé, la misma Lucy que conocía, aparecida en mitad de un círculo de sangre mientras un grupo de gente la observaba, entre ellos un hombre trajeado que debía ser el padre de Ed.
Cuando la visión se cortó, no recibí respuesta de los demás. No estaba seguro de si lo habían visto o no, tendría que preguntárselo más tarde.
La siguiente maleta estaba muy cerca, parecía ajada por los viajes. Lo primero que vi al tocarla fue un pequeño apartamento en el que todo estaba como en un piso de muestra, excepto un traje que Ed descolgó para ponerse, no sin un suspiro.
Le vi caminar y cruzar las puertas de Wolfram&Hart sintiendo cómo se odiaba a sí mismo, el temor cuando se vio en la ‘Sala de blanco’ y su mente se vio inundada de conocimientos legales. Pero mayor fue el temor que sentía cuando despertó del letargo provocado por la ‘Sala de blanco’ y observó la oscuridad plasmada en los papeles que pasaban por su mesa.
Miré cómo cogía el teléfono y estaba a punto de marcar el número de Diana, pero después se echaba atrás y llamaba a los O.W.L.S en su lugar.
No pude ver mucho más, excepto una última imagen del rostro de Lucy cuando entró a su despacho para llevar un traje.
Continué caminando durante un rato más, asegurándome de que no quedaban más maletas sueltas en ninguna parte de la estación. Localicé la última de todas sobre el tren que conducía al subconsiciente de Daniel.
Me alcé y la toqué, siendo transportado varios años atrás para observar a sus padres, algo más jóvenes que cuando yo les había conocido, todavía no tenían a Daniel.
– [MacLeod]Daniel, tienes que ver esto.[/MacLeod] – pedí intentando volver a contactar con él.
– [Daniel]Aquí estoy. Siento no haber podido responderte antes, pero he visto lo de Lucy.[/Daniel] – aseguró. – [Daniel]¿Qué estamos…?[/Daniel] – empezó a preguntar hasta que la visión de sus padres le detuvo. Guardé silencio, intentando no entrometerme en algo que era para él. Volví a llamar a Sarah, porque sentía que ella debía estar con él en eso. No respondió, pero la sentía cerca.
– [Lillian]Xander, creo que tenían razón.[/Lillian] – vimos a la madre de Daniel decirle emocionada a su padre, mientras se acercaba. Parecía que estaban en un apartamento, algo temporal a juzgar por la decoración. No era de extrañar, los padres de Daniel habían estado huyendo media vida para evitar al Kurgan.
– [Alexander]Despacio, despacio, ¿de qué hablas cariño?[/Alexander] – respondió él dejando la guitarra a un lado, sonriendo.
– [Lillian]Los Vigilantes, se equivocan. Es decir, tienen razón, pero lo han olvidado.[/Lillian] – trató de explicar. – [Lillian]Esa leyenda del «enlace empático» de las Cazadoras, es cierto.[/Lillian] – aseguró con ojos brillando de emoción. Los padres de Daniel habían investigado mucho tiempo a las Cazadoras, pero ella era la principal investigadora. Por desgracia todas sus averiguaciones se habían destruido en el incendio.
– [Alexander]Y eso significa que se equivocan intentando mantenerlas aisladas. Son más fuertes si tienen relaciones.[/Alexander] – pensó en voz alta, completando lo que quería decir su pareja. Ella asintió y le rodeó con los brazos, dedicándole un beso que duró unos instantes. Me sentí un poco extraño.
– [Daniel]Tenía psicometría…mi madre.[/Daniel] – comentó Daniel como en un susurro. La psicometría permitía a su portador tocar un objeto y recibir una visión del pasado de ese objeto, de su historia. No sabía que la madre de Daniel también tenía poderes más allá de la magia, seguramente mi padre sí, pero el tema nunca había surgido. Tras conocer a Aidan, asumí que los poderes de Daniel venían de la herencia de su abuelo.
– [Lillian]Tenemos que decírselo, conseguir que nos escuchen.[/Lillian] – añadió ella, emocionada.
– [Alexander]Poco a poco, tesoro. Hay un Vigilante en Escocia que es un viejo amigo mío, me salvó de un apuro en un nido de vampiros. Pero antes…[/Alexander] – dijo él con el semblante más serio. – [Alexander]Esta mañana he ido de caza, había dos demonios ‘Rach’, nada importante, pero murmuraron algo sobre él. Está aquí.[/Alexander] – su rostro se ensombreció. Incluso yo sabía que se refería al Kurgan. – [Alexander]Tenemos que irnos.[/Alexander] – le pidió con pesar.
Ella le acarició el rostro y sonrió. – [Lillian]Recogeré todo y nos iremos esta tarde. No te preocupes.[/Lillian] – añadió. – [Lillian]Tengo otra noticia…buena.[/Lillian] – sus ojos mostraban una ilusión patente incluso después de lo que había dicho su marido. – [Lillian]Estoy embarazada.[/Lillian] – anunció.
Alexander pasó por varios estadios. Primero sonrió abiertamente y la abrazó. Después caminó, pensativo, su preocupación era fácil de conocer, podría ser un aesir más, perseguido de por vida por el Kurgan. Finalmente, su pareja le abrazó por la espalda.
– [Lillian]Todo irá bien.[/Lillian] – aseguró, tranquilizadora. Pensé de quién sería ese recuerdo. Daniel era el único que coincidía pero era apenas una célula. Quizá era algo más, un regalo, que no llegó en su momento por la sobredosis de visiones.
La visión se desvaneció y me despedí de Daniel sin querer preguntarle demasiado. De vuelta en la estación me estiré, cansado, y me senté en un banco, viendo pasar a la gente mientras descansaba mi mente de todo lo que había visto. Entonces la sentí: calidez, fuerza, amor. Era Diana contactando conmigo.
– [MacLeod]Cariño, ¿estás bien?[/MacLeod] – pregunté deseando volver a ver ese rostro renacido entre las llamas.
– [Diana]Vamos…corriendo…detrás…de un maldito lobo[/Diana].- dijo con dificultad. Me llevó unos instantes ponerme en situación.
– [MacLeod]¿Viste lo de Lucy?[/MacLeod] – pregunté, imaginando que la respuesta era un sí y que no había podido responder por esa carrera en la que estaba metida.
– [Diana]Sí[/Diana].- respondió simplemente. Deseaba estar a su lado y abrazarla para superar todo lo que estaba pasando y había pasado, así que me puse en pie.
– [MacLeod]Voy de camino, cogeré el tren de Mara ahora.[/MacLeod] – le aseguré, determinado a ayudarlas en lo que pudiera.
– [Diana]Mara quiere ser un lobo, así que no corras, porque no tienes edad[/Diana].- replicó riéndose.
– [MacLeod]Intentaré llegar, monstruito.[/MacLeod] – añadí sonriendo. Ése era el «efecto Diana», estando ella, el mundo parecía mejor.
– [Diana]Nos vemos, porque no puedo pensar y correr a la vez[/Diana] – admitió cansada.
– [MacLeod]Llegaré enseguida.[/MacLeod] – me despedí sin querer retenerla más.
Cuando se cortó la conexión me quedé pensando en lo que había dicho de Mara. Quería ser una loba. Su decisión entraba directamente en el territorio de lo que yo conocía, y habría podido aconsejarla en contra si existiese otra opción.
Para Mara era la licantropía o el vampirismo como mejores opciones, porque los O.W.L.S habían insistido mucho en que eliminar las dos enfermedades de su organismo podía ser mortal. Habíamos entrado para que Sarah pudiese hablar con ella y asegurarse de que no era esa opción la que prefería. Si ya lo habían descubierto, me alegraba saber que Sarah no cargaría con un peso tan grande sobre sus hombros, aunque fuese a cargarlo hasta que la propia Mara volviese a estar consciente.
Caminé hacia su tren y me subí, pensando cómo podría ayudar a Mara si todo salía bien. El tren se puso en marcha. Mi relación con la licantropía no era la mejor, así que no era un buen modelo a seguir. Quizá Fenris, pero Mara nunca querría meterse de lleno en la manada de Canton.
Por otro lado, mi hija, si el futuro no cambiaba demasiado, podría ser muy probablemente una licántropa, y no podía confiar su cuidado a nadie. Quiza era todo una señal para que yo mismo aprendiese y transmitiese ese conocimiento a los demás. Era el momento de que el lobo y yo cambiáramos nuestra relación, de convertirme en un verdadero licántropo.
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.