Christopher MacLeod | Hotel White Candle

TARDE | 18 DE ABRIL

Parecía mentira que hubieran pasado cuatro meses desde aquella tarde en la que nos aventuramos en el subconsciente de Mara y ella regresó a nosotros, tres días después, despertando con el llanto del pequeño Idris, convertida ahora en una licántropa como yo. Bueno, no exactamente como yo, Mara era ligeramente diferente, la especie que debían haber usado en los experimentos con King no era un ‘Lupus Exterus‘, sino probablemente, un ‘Lupus Garou‘.

Pensándolo fríamente, apenas habían pasado también poco más de ocho meses desde que habíamos pasado las ‘Pruebas’, Kaylee había muerto y el grupo se había ido haciendo pedazos, que no se habían vuelto a ensamblar hasta hacía algo menos de seis meses, con algunas piezas adicionales más.

Para no irme por las ramas, el caso era que habíamos tenido muchas cosas con las que ponernos al día. Nuevos aliados, una nueva licántropa, el proyecto de la Escuela que podía hacer mucho bien a la gente, información de los enemigos a los que nos íbamos a enfrentar que asimilar y estudiar, una boda en la familia y un parto inminente. Lo extraño era que no hubiese pasado más tiempo.

Quizá por eso una parte de mí agradecía la relajación de haberme tomado por fin el permiso de paternidad y poder disfrutar de esos días de vacaciones preboda para poder disfrutar de Diana.

Al menos una parte, la otra no dejaba de zumbar dentro de mi cabeza, inquieta por todos los asuntos pendientes, mientras me entretenía en planchar un vestido de Diana para la cena preboda de esa noche.

Diana estaba sentada en la cama, con la espalda apoyada en el cabecero mientras navegaba con su tablet apoyada en la barriga. Esos aparatos serían un día peor amenaza que los demonios.

– [MacLeod]¿Estás bien bicho?[/MacLeod] – pregunté girándome para que entrase en mi campo de visión mientras intentaba no chamuscarme la mano sin querer. Diana siempre camuflaba lo que sentía hasta que no podía sostenerlo más. Había aprendido a desarrollar un sexto sentido para saber cuando le pasaba algo, por eso mismo en ese momento sabía que estaba inquieta. Quizá porque la pequeña podía venir en cualquier momento.

– [Diana]Como si tuviera dentro a un bebé de casi tres kilos[/Diana].- respondió desviando la mirada hacia mí, ocultando sus pensamientos detrás de una sonrisa que no podía negar que fuese preciosa.

– [MacLeod]No le debe quedar mucho.[/MacLeod] – coloqué su vestido en una percha y me acerqué hasta ella para pasarle la mano suavemente por la barriga.

– [Diana]No sé si eso me alegra o me acojona[/Diana].- admitió con una sonrisa. No podía pretender ponerme en su piel cuando no iba a ser yo el que diese a luz. Pese a todo, yo también estaba inquieto, llevaba un par de noches teniendo pesadillas con el parto, con que el médico me tendía horrorizado a una niña peluda, con garras y colmillos afilados, y los tres teníamos que salir corriendo de allí a escondernos.

– [MacLeod]Todo irá, bien, no te preocupes.[/MacLeod] – le aseguré, paseando mis dedos por el Colgante Gleipnir, que había obtenido en las Pruebas y que Diana había llevado siempre encima desde entonces, para protegerla de la licantropía, tanto por mí como por el bebé. A veces pensaba que en el futuro quizá esa niña nos llamase exagerados cuando se enterase de que yo había elegido proteger a su madre por encima del conocimiento o la cura de la licantropía, y que su madre había renacido de entre las cenizas y se había tragado una gema para que su cuerpo resistiese el embarazo de un pequeño bebé con garras.

Mientras pensaba eso, no pude evitar mirar esos ojos del color de la arena húmeda y ser consciente de lo mucho que la amaba. – [MacLeod]Conseguiste dar a luz a una niña preciosa en dos futuros…de mierda.[/MacLeod] – argumenté haciendo alusión al futuro en el que el Soberano reinaba sobre todo y al más reciente en el que los metahumanos y sobrenaturales eran perseguidos y tratados como esclavos. En ese teníamos incluso dos hijas, tan preciosas como su madre.

– [Diana]Pero no había una cámara en mi vagina para ver cómo quedaba, ¿eh?[/Diana]- replicó señalándome con un dedo acusador.

– [MacLeod]Una obra de arte, seguro.[/MacLeod] – afirmé con una ampla sonrisa, acercándome lo suficiente para rozar sus labios con los míos.

– [Diana]Lo dudo. La última vez que fui a la matrona me dijo que había dilatado no sé cuantos centímetros. Ahora mismo, mi vagina parece la sonrisa del Joker[/Diana].- se lamentó. Cuanto más hablaba y bromeaba, más consciente era de lo mucho que le preocupaba. Habría dado lo que fuera necesario por ayudarla, pero solo podía estar ahí y apoyarla hasta que todo terminase.

– [MacLeod]Al final todo vuelve a su cauce.[/MacLeod] – la animé dándole un beso en la frente. Al sentir su piel suave y su aroma a lavanda me di cuenta de que con el miedo y las prisas de estos últimos meses llevábamos demasiado sin «estar solos». – [MacLeod]La última vez teníamos dos hijas, tan mal no quedará.[/MacLeod] – repliqué intentando concentrarme.

– [Diana]¡NO SE SABE! ¡En el próximo futuro quiero un plano de mi cuerpo desnudo![/Diana]- replicó mirando al techo, aunque dudaba mucho que los Grandes Poderes tuviesen más poder que el de intentar equilibrar la balanza entre el bien y el mal. A fin de cuentas, no eran dioses ni creadores, solo protectores.

– [MacLeod]No me hagas imaginarme eso, que no soy persona.[/MacLeod] – admití, intentando apartar de mi cabeza la imagen de dos Dianas desnudas frente a frente. Ella no fue capaz de contener la risa, una de sus diversiones en las últimas semanas era reírse de lo «animal» que estaba a veces.

Diana movió la cabeza extrañada, como si escuchase algo extraño. Al poco, yo trambién lo escuché. Parecían acordes de guitarra. Quizá algún turista estaba tocando en la zona de la piscina. El caso es que parecía salir de la misma habitación.

– [Diana]Creo que estoy flipándolo, porque escucho una guitarra[/Diana].- admitió sin dar crédito.

– [MacLeod]No eres la única…tengo…como ganas de cantarte todo lo que siento.[/MacLeod] – me sinceré, porque casi no podía evitar que fuese de otra forma. Tenía, literalmente, los sentimientos a flor de piel, sentía como tiraban de ellos y era incapaz de agarrarlos sin dejarme llevar. Apenas me di cuenta cuando las primeras estrofas salieron de mi garganta.

[MacLeod]When I first held you I was cold
A melting snowman I was told
But now there was no one there to hold
Before I swore that I would be alone forever more[/MacLeod]

Mi mano estaba a un lado de la cara de Diana y ni siquiera recordaba el impulso de haberla movido hasta allí.

[Diana]Wow look at you now
Flowers in the window
It’s such a lovely day
And I’m glad you feel the same
Stand up, out in the crowd
You are one in a million
And I love you so
Let’s watch the flowers grow[/Diana]

Cantó ella con una voz atrayente, o quizá fuese yo el que la percibía así. Cuando terminó de cantar, nuestros rostros estaban frente a frente, mientras nos mirábamos a los ojos. Podía ver motas de color carmín.

– [MacLeod]I don’t know what’s happening.[/MacLeod] – continué, meneando las caderas. Os diré algo, normalmente no solía cantar, porque para mi cabeza omnilingüista resultaba algo confuso.

– [Diana]Cariño, la música ya no suena[/Diana].- me salvó ella, cruzándose de brazos.

– [MacLeod]Tienes razón.[/MacLeod] – admití antes de que se hiciera el silencio. – [MacLeod]¿Has sido tú o…?[/MacLeod] – pregunté, aunque sabía la respuesta. Era magia sí, pero otro tipo de magia.

– [Diana]Ya me gustaría tener ese poder[/Diana].- se lamentó ella. La oscuridad interior de Diana había sido purgada, pero eso no quitaba que siguiera gustándole la magia más que comer con los dedos. Solo que ahora no perdía el control por ella.

– [MacLeod]Me preocupa.[/MacLeod] – comenté sentándome a su lado en la cama. – [MacLeod]Pero me encanta cuando cantas.[/MacLeod] – admití dándole un beso en la mejilla.

Ella sonrió y se aclaró la voz. – [Diana]Como una ola…tu amor llegó a mi vida…[/Diana]- empezó a cantar, pero esta vez la música no la acompañó.

– [MacLeod]Déjame probar.[/MacLeod] – dije colocándome frente a ella y cogiéndole las manos mientras intentaba concentrarme en lo que sentía por ella. – [MacLeod]Y como un lobo, voy detrás de ti.[/MacLeod] – dije con un beso bastante más largo de lo que había pretendido en un principio.

– [Diana]El moreno baila, el moreno ríe, el moreno quiere mover su cuerpo…[/Diana]- bailoteó sin salirse de la cama.

– [MacLeod]Nada.[/MacLeod] – afirmé antes de darle otro beso intenso, por probar suerte y…bueno, a nadie amarga un dulce, como se suele decir.

– [Diana]Eso significa que lo que sea que esté pasando no lo controlamos nosotros[/Diana].- sentenció con el rostro algo más serio.

– [MacLeod]Y aquí no tengo mis libros.[/MacLeod] – maldije para mis adentros. Después la miré y pensé en la enorme tontería que habría sido pasar las vacaciones investigando qué podía ser lo que nos estuviera causando eso. Por el momento era solo cantar, aunque había sentido como si algo se «alimentase» de mis sentimientos. Seguían ahí, no habían mermado ni les había afectado en absoluto, pero tenía la impresión de que algo había obtenido fuerzas de ello. Aun así, ahora la prioridad era Diana.

– [Diana]Habrá que tener cuidado. Mientras tanto, el espectáculo debe continuar[/Diana].- añadió ella sonriente. Había estado a punto de decir algo para animarla y ella misma había sido la que lo había dicho para animarme a mí. No me extrañaba que algo quisiera sacar partido de lo que sentía por ella, porque parecía una fuente inagotable.

Cuando terminé de planchar, Diana y yo nos pasamos el resto de la tarde en la cama, disfrutando el uno del otro, antes de irnos a la cena con los demás. Lo que no sabía es que quedaba poco más de un día para que mi hija viniera al mundo.