Rebecca – Casa de los Williams
Noche
Dejé de escribir en estos diarios cuando me separé de Dom y, por consiguiente, de los Moondies. No me parecía justo obligar a nadie a elegir bando y yo decidí por todos. La decisión de separarnos también fue unilateral, porque me cansé de discutir con Dominic sobre si lo mejor para Elliot era intentar curarse o aprender a vivir con su condición. Si no hubiera sido tan obstinada, si no me hubiera empeñado en luchar contra la propia naturaleza de mi hijo menor, quizás mi hija no me odiaría ahora mismo. O quizás sí, porque Jane Jessica se parece demasiado a mí y los polos iguales se repelen.
Ahora que Elliot había dejado los tratamientos, que Owen dormía en el sótano en su propia fantasía de apartamento de soltero y que JJ seguía compartiendo piso con su padre a la espera de terminar la carrera, yo estaba haciendo lo mismo con mi licenciatura. Sí, aquella que dejé por dos mellizos que tenían que tomar su biberón cada dos horas, porque habían venido a este mundo para acabar con todas las existencias de fórmula y con nuestros ahorros. Ahora ya lo llevaba mejor, pero durante muchos años me sentí culpable por no ser capaz de mantener la lactancia materna con mis hijos.
Una cesárea, porque Jane se había atravesado a pesar de que Owen estuviese perfectamente colocado, un montón de horas sin poder estar en contacto con mis hijos y los malos consejos, acabaron con un suplemento de biberón que se convirtió en lo único que pude darles. A veces pienso que esa fue la forma que tuvo el destino de castigarme por no haber querido tener hijos.
Pero en honor a la verdad, lo más difícil llegó cuando nació Elliot. Que nadie me malinterprete, siempre fue un niño encantador y muy tranquilo, pero el no saber lidiar con su condición y tener que vivir con la culpa por tener a dos hijos enfermos, hizo que mi familia saltase por los aires.
Los años que vinieron fueron muy duros. Dom y yo no habíamos dejado de querernos, pero tampoco podíamos estar juntos, Jane me culpaba por haber destrozado a la familia y los tratamientos para Elliot no daban resultado y nos dejaban con poco margen en el terreno económico.
Hice lo que pude y ahora sé que no fue bastante. Tuve trabajos de baja cualificación (a veces, incluso dos) e intenté pasar el mayor tiempo posible con los niños, pero la culpa y el cansancio no me dejaban disfrutar de ellos. Si la vida me hubiera dejado planearlo todo mejor, acabar mi carrera y entrar con una beca en el departamento de Literatura Inglesa, no me habrían faltado el dinero ni el buen humor.
No voy a decir que haya sido una Santa, ni que nunca me equivocase. Podría haber hecho muchas cosas mejor, pero que te digan que dos de tus hijos tienen algo que puede que tú hayas provocado no es plato de buen gusto para nadie.
Por si a alguien le quedan dudas: quiero a mis tres hijos con toda mi alma, pero perdí a mi madre demasiado joven y expresar mis sentimientos nunca ha sido mi punto fuerte, así que cuando Dom me propuso volver, me quedé un poco sobrepasada. ¿Le seguía queriendo? Sí. ¿Dom era un maldito desastre en casi todos los aspectos de su vida? Pues también. También pesaba mucho en esta decisión pensar en que podría desestabilizar a mis hijos, pero merecíamos ser felices. Todos.
El día del cumpleaños de los mellizos decidimos hacerlo oficial tras unas semanas buscando la mejor forma. Elegí unas deportivas de marca para cada uno de ello. El regalo tenía su gracia (al menos, para mí), porque eran el mismo modelo para los dos. Todavía echaba de menos la época en la que iban iguales y me preguntaban si Jane «era un niño», porque los dos tenían el mismo peto.
El problema llegó cuando entré en el restaurante. Lo que no esperaba era encontrarme a Jane con un pichi que había sido mío y que era muy parecido al que llevaba, porque hacía años que no me compraba ropa para no gastar en tonterías. Eso a mi hija no le gustó ni un pelo, pero tampoco saber que su padre y yo íbamos a volver. Intenté hablar con ella y me ofrecí a irme, pero lo hizo ella antes.
Cuando salió y al poco se fue su hermano Owen, me sentí mal, pero Dominic me convenció para que siguiera comiendo con él y con Elliot. Una vez acabamos, llevamos al niño a casa y nosotros nos fuimos a tomar un café. Elegimos una cafetería propiedad de ‘Infinity’ que tenía los cafés a precio de oro, pero que también servía tés.
A esas horas, no estaba muy llena y elegimos una mesa tranquila de la terraza. Cuando la chica de pelo rosa chicle y piel morena nos sirvió lo que habíamos pedido, me quedé pensativa dándole vueltas a la cucharilla en la taza.- [Dom]Ya se le pasará. No puede estar toda la vida enfada con nosotros[/Dom].- intervino él cuando vio que no hacía esfuerzos por entablar conversación.
– [Rebecca]Eso díselo a Owen y a Alexander[/Rebecca].- los enfados de mi hija se podían calificar de apoteósicos y era capaz de estar enfadada tantos años como ella creyese necesarios.
– [Dom]Bueno, con Owen lo ha arreglado. Y lleva tanto tiempo sin saber nada de Xander que no le quedará otra que preguntar por él[/Dom].- Dom jugueteó con la nata de su café irlandés. Menos mal que estábamos cerca de casa y habíamos dejado el coche allí.
Suspiré.- [Rebecca]Somos un desastre[/Rebecca].- contra todo pronóstico, habíamos acabado juntos y formado una familia, pero no sabido mantenerla. A veces, no basta con quererse.
– [Dom]Han sido años difíciles, pero aún estamos a tiempo de arreglarlo[/Dom].-me miró y volví a sentir lo mismo que la primera vez en Escocia. Maldito Dominic Williams.
– [Rebecca]A lo mejor ya es tarde[/Rebecca].-puede que nuestra oportunidad ya hubiese caducado.
– [Dom]No lo es. Aún te quiero Rebecca. Siempre te he querido y siempre te querré[/Dom].- si hubiera sido más emocional, habría llorado al escucharle, pero estaba demasiado acostumbrada a no mostrar mis sentimientos.- [Dom]No hace falta que digas nada, se que sientes lo mismo. Solo, no te rindas. No ahora[/Dom].- alargué la mano por encima de la mesa y él la acarició.
Empezaba nuestra segunda oportunidad.
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.