Moondale

PULSIÓN

MIKE SOLO-NOVAK

DYAVOL – NOCHE

Divisé las gaviotas en el horizonte después de que alguien en el barco gritase «Tierra a la vista». Ni mi visión agudizada gracias al felino que convivía conmigo me habían permitido adelantarme a alguien con la experiencia de decenas de travesías como aquellas.

Tras el ataque del barco fantasma, Francis y su tripulación habían limpiado la cubierta de cuerpos, casi todos de los «corruptos» como les llamaban, pero también tenían que entregar al mar a dos de los suyos.

Sophie entonó una preciosa canción mientras les devolvían al mar. La observé mientras lo hacía, con una voz que parecía pertenecer al mar por cómo reverberaba contra sus olas y una melodía que surgía de lo más profundo de su corazón. Caitriona había despertado su herencia de sirena y aunque para ella fuese algo nuevo, era parte de sí misma desde que había nacido, reprimida por alguna magia. Quién sabía lo que eso podría haberle hecho, sentir toda tu vida que te falta algo que ni siquiera recuerdas. Era una suerte que Sophie fuera tan resiliente.

Mientras el rostro de la mujer pirata se unía al hombre que habían sumergido antes, sentí una pulsión que apenas recordaba ya. Mi madre y yo nos habíamos realizado varias pruebas para comprobar si nuestra resistencia a los «simbiontes» eran algo físico o se movían en el plano espiritual. No habíamos obtenido nada concluyente, pero también era cierto que la medicina en ese ámbito no era nada avanzada, no teníamos forma aún de diferenciar con ninguna prueba no visual si alguien tenía poderes o no. En ocasiones, los poderes eran un vestigio de un pasado de sangre híbrida con otros sobrenaturales y ahí sí que había genes patentes, pero en otros era una pura mutación familiar de la que todavía no teníamos una teoría firme para establecer patrones.

Sea como fuere, algo en mi, que había heredado de mi madre, me hacía resistir la tentación del felino de salir con libertad y arrasar con todo a su paso cada noche. Pero en aquél mundo tenebroso, bajo la luz de la Luna, la llamada era más potente. Percibía esa oscuridad de la que nos habían hablado y que devoraba ese mundo llamándome, instándome a desatar todos mis impulsos.

Apreté la baranda de madera entre mis manos y fijé la vista en el agua para calmarme. Al llegar a tierra podríamos descansar y con algo de suerte, al estar reducido este mundo a poco más que una isla de supervivientes, encontraríamos rápido al último Daë del Cúmulo y nos alejaríamos de la influencia de ese diablo corruptor.

Una mano pequeña pero firme, de dedos largos, presionó contra mi hombro. Me giré para ver a Sophie con una sonrisa que esperaba antes de girarme. Si lo que solían decir de que los opuestos se atraen era cierto, eso explicaba la electricidad que resonaba entre ella y yo. Ella siempre sonreía y yo casi siempre estaba serio.

Fui consciente en exceso de cada uno de sus movimientos al ponerse a mi lado y apoyarse en la barandilla. El felino en mí estaba haciendo que mi visión fuera más animal que humana. Ellos percibían menos el color y a cambio, eso les permitía centrarse en el movimiento, tal y como me estaba ocurriendo.

Como si ella lo supiera, posó su mano sobre la mía. Fui consciente de pronto de lo frías que se habían quedado las mías al haberlas mantenido aferrando la madera. Las suyas sin embargo eran cálidas y me hicieron recordar la calidez de su cuerpo bajo el tenue sol en la playa de Viltis.

Intenté pensar en otra cosa, había demasiados problemas como para dejarse llevar por el hedonismo. Owen había resultado herido y su cura era algo que escapaba a mis conocimientos, aunque no habría sido así si hubiera aceptado el faustiano trato de Caitriona. Claro que para poder ayudar a Owen aún habiendo aceptado eso, habría tenido que matar antes a otro aesir, quizá incluso a un aesir ya infectado con la licantropía.

No había tiempo de lamentarse, tenía que hacer todo lo que estuviera en mi mano para ayudarle y evitar su desenlace, pero la ausencia de información era una lacra. Solo sabíamos lo que los Moondies habían visto en un Daniel Arkkan aquejado por la misma enfermedad, en una realidad alternativa que no llegó a ser la nuestra. Eso y retazos perdidos en el folklore.

– [Sophie]Pareces más serio que de costumbre, mi niño.[/Sophie] – Sophie cambió el silencio que había entre nosotros por el inicio de una conversación que carecía de presión. Resultaba natural hablar con ella, apetecible.

– [Mike]Es este mundo, la noche. Lo de Owen…[/Mike] – comenté. Muchas cosas malas y poco control sobre ellas.

– [Sophie]¿Lo superará?[/Sophie] – preguntó. La miré a los ojos, sopesando las opciones. Estaba acostumbrado a la idea preconcebida de que tendría que decir la fría verdad a mis pacientes y sus familias, pero había algo en los ojos de Sophie que me hacía rechazar esa dura realidad. Y a la vez, también rechazaba mentirle.

– [Mike]Se curará de la herida pronto, pero después empezará a afectarle, a debilitarle.[/Mike] – expliqué. A efectos prácticos se comportaba como una enfermedad autoinmune, la genética aesir luchaba contra el virus de la licantropía y el cuerpo sufría siendo ese campo de guerra.

– [Sophie]Ya, pero para eso somos Daë.[/Sophie] – me recordó. Aquella palabra, Daë, para nosotros sinónimo de héroes y heroínas de leyenda, de nuestros padres y madres. Yo quería cambiar el mundo, salvar a las personas, pero no me había imaginado haciéndolo así.

Saqué el crucifijo de plata que llevaba en una cadena, pegado contra el cuerpo. El vial vacío del brebaje que había curado el vampirismo de mi madre tintineó colgado a su lado. – [Mike]Soy hijo de una vampiresa, supongo que tenemos que ser positivos.[/Mike] – pensé, tratando de ser positivo, aunque solo fuese por ella. Se había curado de vampirismo como consecuencia de ser una Daë, pero luego había sido convertida en licántropa y de eso no había encontrado cura.

Ella asintió. Miré su mano sobre la barandilla. – [Sophie]Saldremos de esta.[/Sophie] – dijo. Alcé la vista hacia sus labios cuando los movía para dejar pasar su melodiosa voz. Un mechón rosado ondeaba con el viento acariciando su labio inferior.

Coloqué mi mano sobre la suya y sonreí. Ante lo inevitable, solo podemos confiar en nuestra voluntad para sobreponernos a las dificultades.

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