Moondale

EL MENTOR

NOAH ARKKAN

DAONNA

Persistí durante horas tratando de volver a llegar hasta Lexie. Al final tuve que desistir porque mi cuerpo no aguantaba más. Necesitaba descansar, comer, hidratarme y pensar con claridad. En otro tiempo habría tenido más facilidad para encargarme de todo, pero ya no era así de rápido.

Traté de no alejarme demasiado. La noche ya había caído y temía que en un momento de guardia baja algún depredador, ya fuera dinosaurio o demoníaco, fuese a por ella. Encendí una hoguera para prepararme algo de comer y la ilusión en el horizonte no se desvaneció.

Mastiqué un par de bocados y dejé a un lado el resto, algún pequeño animal lo aprovecharía más tarde. Yo no conseguía comer, no hacía más que pensar en Lexie y en cómo podría su propio poder hacerle creer que estaba comiendo mientras su cuerpo sufría los efectos del hambre y la sed.

No tenía demasiado tiempo y maldije una vez más haber cambiado mis poderes. Hubiera descubierto o no que una parte de ellos vivía en mí con el don de mi padre, ya no era igual, mi mente no iba a la velocidad de la luz. Estaba seguro de que hacía semanas habría encontrado la respuesta y Lexie estaría ya recuperándose.

Al calor de la hoguera, pese a las preocupaciones, fui consciente del cansancio acumulado. La tensión y los nervios que había pasado mientras trataba de volver con ella habían pasado factura y pronto empecé a notar los párpados pesados.

Caí en un sueño contra el que luché, sin conseguir vencer, algo común ese día. Al cabo de lo que me parecieron minutos, desperté de pronto, sobresaltado. Notaba algo acercarse, algo peligroso. Aún adormilado, abrí los ojos y me incorporé. Tras la maleza había algo arrastrándose.

Me puse en pie por completo y apagué el fuego. A oscuras, mi oído se agudizó y seguí escuchando algo arrastrarse, esta vez acompañado de un lamento. Cambié a mi apariencia demoníaca para estar protegido y cuando el sonido se hizo más cercano, invoqué electricidad en la palma de mi mano para iluminar frente a mí.

Me eché hacia atrás con un grito al ver el rostro de un cadáver frente a mí. Tenía el rostro hundido y los ojos casi blancos, pero la habría reconocido en cualquier parte. Lexie. No, no podía ser, no podía haberle pasado eso en unas horas.

Seguí retrocediendo mientras el cadáver me perseguía despacio. Pensé en huir hacia la derecha, pero entonces otra figura apareció. Esta vez el cuerpo del no muerto también era conocido, mi hermano, Leo. Como si se llamasen entre sí, fueron surgiendo más y más, una tras otra todas las personas importantes que había perdido en esos mundos, aparecieron de entre las sombras para ir hacia mí.

Acorralado, esquivé a un Xander cegado por la muerte y corrí hacia la caverna, mi única salida posible, usando la velocidad que me permitía mi control de la electricidad.

En la oscuridad de la cueva, cada esquina parecía guardar una amenaza, un nuevo fantasma del pasado. Escuché el sonido de los muertos persiguiéndome. Ya habían entrado a la cueva y yo no sabía si había salida. Seguía avanzando, impulsado por el miedo, hasta que me encontré con un camino que descendía hasta un abismo insondable.

No podía seguir, estaba rodeado y no conseguía pensar con claridad. No podían estar todos muertos, no tenía sentido. ¿Y qué hacían aquí? Lexie había estado bien la última vez que la vi, no llevaba tanto sin comer y su ilusión no había disminuido, era difícil pensar que no hubiese engañado a cualquier amenaza que se acercase. La había visto engañar a los dinosaurios.

Fue entonces cuando me di cuenta. Las ilusiones de Lexie. De alguna manera me habían seguido, habían tratado de evitar que me acercase a ella alejándome a través de mis miedos. Tenía que dar la vuelta.

Al hacerlo, vi un rostro descompuesto observándome en la oscuridad. – [Noah]No vas a alejarme, sé que no eres real.[/Noah] – el cadáver sonrió y se abalanzó contra mí. Sentí sus manos sobre mi pecho con la fuerza suficiente como para hacerme caer hacia el abismo.

Mi espalda chocó contra una pendiente descendente. Sentía la roca chocar contra mi piel escamosa. Tuve suerte de estar en forma de Rakkthathor porque de lo contrario no habría aguantado los cortes. Rodé, choqué, me golpeé varias veces por el descenso incremental hasta que ya no hubo más roca y sufrí una caída de más de diez metros a un lago agua gélida.

Aquellas aguas parecían pesar, sujetarme y arrastrarme al fondo. Volvía a ser consciente de mi cansancio y mis párpados pesaban. Solo tenía que dejarme llevar, aferrarme los brazos para conservar el calor y dormir un poco. Solo un poco.

Mi cuerpo se hundía y mi mente estaba en calma. Algo recorrió mi cuerpo como una sacudida eléctrica, enviando una rápida sucesión de imágenes a mi cabeza.

Veía a Antailtire siendo arrastrado a la Nada, con sus personalidades siendo arrancadas de su ser una a una como capas de una cebolla por aquella que moraba allí, la del Pelo Rojo que había atormentado a mi madre, esa cuyo nombre no podía recordar pero no debíamos olvidar.

Mi visión se alejó como un ave migrando hacia otro lugar y volvió a fijarse en el Cúmulo, donde Dyavol se hundía en una oscuridad profunda y corrupta. En su interior, la chispa de la maldad  sonreía con malicia al sentir la marcha de su captor y extendía sus tentáculos por todos los catorce mundos.

Vi Daonna, brillante, salvaje, poderosa. En lo más recóndito el oculto protector de la magia de ese mundo cantaba al sol y con su canto los portales crepitaban cargados de energía. La oscuridad lo alcanzó, lo corrompió y su canto se volvió ansioso, destructivo, llamaba a disfrutar sin pensar en las consecuencias. En vivir la vida sin pararse a pensar en que eso la hiciera breve.

Su canto parecía ocultar un llanto y con él, mi visión volvió a los catorce mundos volviéndose corruptos uno tras otro, a igual que sus tótem protectores, solo que ya no veía los mundos tal cual, si no como un mapa estratégico fusionado con un tablero de ajedrez. Cada fila era un planeta, hasta un total de quince incluyendo una de las lunas. Las negras estaban sumidas en la oscuridad, cubiertas de una neblina que no permitía verlas.

En la primera fila, el planeta alineado con Sagitario, había tres figuras blancas: Una tenía los brazos abiertos, el Amigo; otra tenía un rasgo permanente tatuado en la mirada, era la Rebelde; y el tercero sostenía entre sus manos alzadas un objeto brillante, era el Creyente. Observé la figura entre tinieblas y fue como si algo interviniese para despejarlas, la figura negra era el Mono.

En la segunda fila, la alineada con Cetus, la Analista y el Estudiante iban camino de encontrarse con el Conejo.

En la tercera, la alineada con Aries, el Diplomático y el Inventor cruzarían su destino con el Caballo.

En la cuarta, la alineada con Escorpio, el Harlequín, la Penitente y la Sombra avanzaban hacia el Tigre.

En la quinta, la alineada con Piscis, el Guerrero y la Defensora estaban ya cerca de la Rata.

En la sexta, la alineada con Libra, el Sanador y la Inocente eran esperados por el Perro.

En la séptima, la alineada con Géminis, la Elegida y el Huérfano perseguían al Cerdo.

En la octava, la alineada con Tauro, la Hedonista y el Hermitaño eran guiados hasta el Buey.

En la novena, la alineada con Cáncer, el Fénix y el Poeta enfrentaban a la Cabra

En la décima, la alineada con Acuario, el Explorador y la Amazona iban en busca del Pez.

En la decimoprimera, la alineada con Virgo, el Mártir, la Madre y la Proscrita iban camino de despertar al Dragón.

En la decimosegunda, el Vínculo y la Amante trataban de alcanzar al Águila.

En la decimotercera, la alineada con Ofiuco, la Perfeccionista sufría el veneno de la Serpiente.

En la decimocuarta, el Mentor y la Ilusionista estaban separados. La figura oscura estaba tras la Ilusionista, envolviéndola en su bruma. La visión lo mostró en toda su claridad. El Gallo había cautivado a la Ilusionista en su canto.

Y por último, en la decimoquinta, la de la Luna Viltis, el Visionario se enfrentaba a una bruma oscura que reptaba en el corazón del hogar.

Con la última de las visiones, abrí los ojos y noté la presión en mis pulmones mientras nadaba hacia la superficie. Pese a ser Rakkthathor, notaba las extremidades frías, si no salía de allí pronto acabaría helado. Nadé hacia la orilla y traté de procesar lo que había visto. Aún estaba fresco en mi mente así que dejé que se deslizara hacia mi memoria genética, donde ni yo ni ninguno de mis descendientes, si es que llegaba a tenerlos, lo olvidaría jamás.

Me di cuenta de que llevaba demasiado tiempo dependiendo de mis poderes para definirme. Tenía que luchar por lo que quería. Seguía siendo un Daë. Era hora de que el Mentor demostrase lo que mejor se le daba. El Gallo estaba aprovechándose del poder de Lexie para sumirla aún más en el hedonismo de su canto. Y yo no iba a permitirlo.

 

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