MIKE SOLO-NOVAK
KARNAK – MAÑANA
Mi madre siempre contaba que ella toda la vida se había tenido por una mujer de ciencia criada en un entorno en el que la fe era un pilar fundamental. Sin embargo, su forma de pensar cambió cuando fue convertida en vampiresa y vio toda serie de cosas inexplicables hasta el momento, incluso siéndole concedida una cura. Desde ese momento, nos decía, había vuelto a colgarse la cruz al cuello y aceptado ambas facetas de su vida.
Mi hermano Idris llevaba al cuello una cadena de plata que le habían regalado los abuelos, pero tenía más fe en sí mismo que en otras cosas. Mi padre tenía su propia fe, una cuyos símbolos estaban perdidos en su mundo, más cercana a la parte que mucha gente desconoce del islam, la que no es raíz de fundamentalismos ni guerras absurdas.
Y yo por mi parte, había salido a mi madre, aunque mi fe era un poco menos esperanzadora. No contaba con milagros ni cambios radicales distintos a los que yo mismo hiciera. Creía en algo que nos protegía y nos permitía seguir siendo relativamente libres. Y quizá ahora, viendo la oscuridad que crecía en todas partes, creía aún más.
Pero mis esperanzas siempre habían sido un punto débil, me consideraba realista aunque quizá con perspectiva habrían podido llamarme pesimista. Cuando llegamos de nuevo a Karnak, solos Sophie y yo, buscamos formas de regresar con el resto. Tras semanas sin conseguir contactar con nadie, con las esferas como piedras inertes y sin ningún portal funcionando, me conformé, arrastrando a Sophie conmigo.
Era cierto que una parte de la vida que llevábamos allí era agradable, teníamos tiempo para estar a solas, la gente que nos había acogido en aquella pequeña ciudad a orillas del Nilo nos trataba como dioses y hacíamos una labor curando a personas día tras día. Estaba claro que echaba de menos otras comodidades de la Tierra o incluso de la Nave, y también a los demás, a mis padres, a mi hermano…
Aún así, hasta aquella mañana, nos conformamos.
Amaneció como cualquier otro día. Me levanté de la cama con Sophie aún durmiendo al lado y preparé un desayuno para los dos con algunas frutas que nos había traído un paciente. Después de desayunar Sophie fue a darse un baño en un pequeño estanque artificial que habíamos formado cerca del río. Estaba protegido de las miradas en cierto modo, pero los habitantes nos tenían tanto respeto que no se acercaban por allí. Habíamos pasado muchas tardes divertidas en ese estanque.
Tenía una visita temprano, así que no pude acompañarla para empezar el día con energía. En la visita había una mujer, tenía constitución delgada y la piel blanquecina por el dolor o la fiebre.
– [Mike]Buenos días, soy Michael.[/Mike] – empecé a decir, gracias al traductor que me había llevado a la última misión. Lo había guardado cuando los demás la habían dado por finalizada. Una desgracia con suerte.
La muchacha me miró, parecía un pajarillo asustado, salvo en los ojos, sus ojos irradiaban algo. Me acerqué despacio para no asustarla, pero de pronto ella se abalanzó sobre mí y me puso la mano en la frente.
Una sucesión de imágenes se precipitó como una cascada en mi mente. No era capaz de procesar lo que estaba viendo, pero era como si ya lo hubiera visto. Antailtire enviado al Vacío tras el sacrificio de los Daë, una oscuridad saliendo de su cárcel en Dyavol y alcanzando todos los mundos, esferas que se apagaban, debilitadas como el poder de los Daesdi contra esa oscuridad y separados, repartidos por el Cúmulo, nosotros. Y los mundos aún tenían una luz, un viejo portal del que surgían todos los demás, protegidos por criaturas míticas.
Me llevé una mano a la frente y me aparté de la joven, que ya parecía más tranquila, recuperando su tono cobrizo natural. Parecía confusa, o cohibida ahora que se había liberado de esa carga. Tras un rápido vistazo la mandé marchar y me senté, abatido. Estaban vivos, todo este tiempo lo habían estado.
Me esforcé en recuperarme y salí en busca de Sophie, dándole vueltas a cómo decirle lo que había descubierto y pensando en cómo enfrentarnos al Perro.
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