Moondale

QUÉ COJONES HACÉIS EN MI NAVE

Julia – Nave

Tarde

Cuando me desperté, empecé a mosquearme. Eso era bastante habitual en mí, sí. No es que yo hubiera sido nunca una de esas personas que se levantan a las seis de la mañana, hacen yoga, cardio y luego desayunan un yogur con frutos rojos y semillas. A mí me gustaba quedarme hasta tarde charlando con una copa en la mano (¿alcoholismo?) y levantarme por la mañana hecha unas bragas que solo funcionan a medias después del tercer café.

En fin, la cuestión es que supe que algo iba mal porque no había restos de rímel en la almohada. Tampoco había sido nunca muy amiga de los desmaquilladores, porque me ahorraban la mitad del trabajo de la reconstrucción del día siguiente.

No reparé en la habitación y me puse en pie como un resorte. Me estaba meando, coño. En la ficción, la gente no se mea nunca. Jamás tienen diarrea, ni la regla, ni un día de estos de «hoy me quedaba en la cama, porque he normalizado los signos de de la depresión». Pero yo me meaba a chorro.

En cuanto salí al pasillo, me frené en seco. Se me quitaron las ganas de orinar de golpe (esto no es verdad). De pronto, los pasillos que aún estaban medio en construcción, volvían a parecer el paraíso de un agricultor: plantas, semillas, muestras colocadas de manera pulcra en las estanterías. Clasificadas, con sus cartelitos y toda la parafernalia.

Mierda.

Empecé a agobiarme, pero antes, hice caso a la madre naturaleza e hice pis. Los baños tampoco estaban como siempre. Eso fue en lo que pensé mientras mi vejiga se vaciaba y mientras me lavaba las manos.

Me apetecía un café. O quizás algo más fuerte, a lo mejor cianuro.

Corrí en dirección a la biblioteca. No sé ni cómo. Iba a bordo de un cuerpo que era el mío, pero parecía el del vecino del quinto. La nave de mi cabeza no la estaba pilotando yo. Qué bonita es la ansiedad.

Me pellizqué. No era un sueño.

No hice la estupidez de ponerme a llamar a la gente, porque todo indicaba que los New Moondies llevaban un milenio criando malvas.

Ja.

Los Exiles estaban de misión casi seguro.

Me habría gustado creer en algo y ponerme a rezar cuando mi mano tocó el pomo de la biblioteca. Cuando abrí la puerta y vi a Duncan hablando con Keira (tan altos, tan rubios, tan perfectos) creí que me caía panza arriba. Joder, noté cómo me bajaba la tensión. A lo mejor el café había sido buena idea.

– [Julia]¿QUÉ COJONES HACÉIS EN MI NAVE?[/Julia]

Fue lo último que dije antes de caer al suelo inconsciente. Moraleja: nunca hagáis cosas sin haber desayunado.

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