Jane – Casa de los Williams
Mañana
Todo lo que aparece a continuación forma parte de una pesadilla de Jane. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia (más vale). Perdón, Dioni. No me odies.
Me desperté sobresaltada. Estaba segura de haber escuchado la voz de mi madre llamándome y todo fue a peor cuando abrí los ojos y vi que estaba en la habitación de la casa de mis padres. Aparté el nórdico de Frozen de un manotazo y observé el dormitorio, que reconocería incluso aunque pasaran mil años: la cama nido de 90, las paredes pintadas del azul exacto del vestido de Elsa, el vinilo en el que podía leerse el que siempre sería mi tatuaje pendiente (Let it go) y todos los detalles que me traían de vuelta a mi infancia.
Me puse en pie y salí en dirección a la cocina, que estaba en la planta baja. Según caminaba, percibí el olor a gofres, aunque lejos de ser agradable, parecía que se habían quemado un poco. Nada nuevo en Villa Williams.
– [Rebecca]¿Jane? JANE.[/Rebecca] – me llamó mi madre una vez más y entonces, dando un paso más, me adentré en la cocina. Los muebles de madera oscura, la piedra de granito rosa y negro. El microondas blanco. La vieja tele en la que había vídeos musicales de grupos demasiado antiguos. Y, a mano derecha, en la mesa redonda de la cocina estaban sentados mis hermanos, que me miraban juzgando porque querían comerse los gofres. Mi madre, con cara de agotada y también estaba mi padre, que miraba fijamente a su café con pinta de venir de doblete de cazar vampiros.
– [Jane]Buenos días[/Jane].- respondí con una voz que sonó infantil. No hacía falta ser un genio para saber que yo era una niña y todo lo que creía haber vivido, un sueño.
– [Dom]¿No vienes a darme un beso, princesa?[/Dom]- preguntó mi padre y yo sonreí y me acerqué a él.- [Jane]Ay, pinchas[/Jane].- me quejé tras besarle en la mejilla. Omití decirle que olía a alcohol.
Tras eso, me senté a desayunar. Mi madre, con su gofre delante, no era capaz de probar bocado. Su móvil vibró.- [Rebecca]Dom, otro aviso del banco…[/Rebecca]- susurró, más pálida que de costumbre y eso ya era mucho decir.
– [Dom]Tal vez si trabajaras en lugar de estudiar…[/Dom]- gruñó el aludido. Era un golpe bajo.
– [Rebecca]¿Y quién se ocupa de la casa y de los niños mientras tú estás durmiendo la mona?[/Rebecca]- apuntó con el tenedor en dirección a mi padre.
– [Dom]Ya tienen edad de apañarse solos[/Dom].
Mi madre se quedó mirando a un punto fijo y vi cómo sus ojos se llenaban de lágrimas. No quería llorar y consiguió no hacerlo para poder decir lo siguiente.- [Rebecca]¿Sabes una cosa, Jane? Nunca te cases con el malote de la historia, porque siempre acaba mal[/Rebecca].- se puso en pie y salió de la cocina como una exhalación.
– [Jane]Lo que has dicho…[/Jane]- murmuré sin ser capaz de continuar. Me costaba ser crítica con mi padre.
– [Dom]¿La verdad? He visto cómo me miras. Eres igual que tú madre. Piensas que soy un inútil[/Dom].- lo dijo con tanta rabia, que la vena de su cuello parecía a punto de explotar.
– [Jane]Yo…yo…[/Jane]- tenía un nudo en la garganta tan grande que era incapaz de hablar.
– [Owen]Eh, deja a Jane en paz[/Owen].- le pidió Owen. Elliot miraba de un lado a otro. Estaba asustado y yo también.
– [Dom]Cállate, maricón. Vete a ponerte tacones y a jugar a las princesas con tu hermana[/Dom].
– [Owen]Por lo menos yo no estoy todo el día borracho[/Owen].
Mi padre, con toda la fuerza, agarró el plato de los gofres de mi mellizo y lo estrelló contra la pared. Ellit rompió a llorar y yo salí corriendo en dirección a la puerta principal.
Quería huir, escapar de ese infierno. Lo que no esperaba, era encontrarme con que la puerta no abría.
Giré la manilla un par de veces. Nada.
Me estaba agobiando.
Quise abrir una de las ventanas y tampoco fui capaz.
Golpeé los cristales.- [Jane]Quiero salir[/Jane].
Nadie respondió. En la cocina, se oían más gritos. Mi madre había bajado a defendernos.
Un golpe. Un grito. Nadie me dejaba salir. Las puertas cerradas, la casa era una caja fuerte.
Lo único que pude hacer fue gritar más fuerte.
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