DANTE VILLIERS
Dante se despertó en una cama menos cómoda que la de la Nave, pero a la vez, más acogedora, más propia de su tiempo, de su mundo. Se incorporó, revisando la habitación a su alrededor. No le resultaba conocida, pero prefería creer cualquier opción que implicase haber vuelto a casa.
Al menos seguía entero. Se puso en pie para estirar las alas y su olfato se percató del olor a tabaco que impregnaba la habitación. Había botellas de cerveza tiradas por el suelo y el orden no se acercaba a ese piso desde hacía mucho.
Se acercó al baño en busca de un espejo en el que verse. Estaba igual de descuidado que el resto, pero en el sucio espejo vio que le devolvía la mirada un rostro que no era el suyo. Pertenecía a otra persona con la que compartía más de lo que deseaba: Logan Villiers.
El sonido del timbre contuvo su respuesta.
AMY MACLEOD
Amy estaba acostumbrada a despertarse sin recordar exactamente cómo había llegado a un lugar. Eran efectos secundarios de la oxitocina que segregaba su cuerpo de licántropa para atravesar la transformación sin volverse loca.
Esta vez se sentía diferente, como si lo que hubiera olvidado fuese algo más profundo, algo tan arraigado en su interior que parecía que ni siquiera era ella misma. Empezó a sentirse ansiosa, agobiada por no recordar aquello que había olvidado.
Fue entonces cuando la vio, saliendo entre los árboles. Una loba de pelaje rojizo mirándola fijamente con unos ojos castaños llenos de arrojo. Ella era lo que había olvidado, lo que había perdido.
OWEN WILLIAMS
Owen sacudió la cabeza. La notaba pesada. Bostezó, pero el aire parecía no llegar bien a sus pulmones. Parpadeó varias veces pero la neblina no se disipó, estaba en el ambiente, no en sus ojos.
Miró a su alrededor y vio roca húmeda y musgosa. Al moverse, uno de sus pies patinó y resbaló, quedando de rodillas en el suelo mientras el pie tocaba el vacío. Agachado miró a ambos lados de la pequeña zona en la que se encontraba. No había nada más que metros y metros entre él y el suelo.
Solo encontró una alternativa en uno de los lados, donde un puente de cuerda se mecía ante el viento que azotaba, helador e inclemente. Se puso en pie y colocó una mano sobre la cuerda, fría y húmeda por el rocío. Dio un paso adelante y la primera tablilla crugió bajo su peso, amenazando con ceder.
Retrocedió. Tenía que pensar claro, no podía ir a lo loco. Así solía hacer las cosas y esta vez podía meterle en una situación complicada. Escuchó un susurro que parecía el rumor del viento, pero que se acrecentó hasta sonar a una voz humana y muy conocida.
– [Jane]Owen, Owen ayúdame.[/Jane] – gritaba la voz de su hermana al otro lado del puente.
LEKWAA
¿Cuál era su nombre? No podía recordarlo. ¿Tenía importancia siquiera? Era un arma, un guerrero con un propósito, una venganza, un destino. Lo demás no tenía sentido. ¿Necesitaba un nombre alguien como él? No, aunque podían llamarle ‘Lekwaa’. Era lo único que necesitaban para referirse a él.
Aquellos extraños eran tan solo un medio para lograr su propósito. ‘Lekwaa’ no tenía amigos, ‘Lekwaa’ no podía amar. No era más que una herramienta, un cuerpo puesto a disposición de los espíritus.
NATE ROGERS
Nate abrió los ojos y percibió un aroma agradable a café recién hecho filtrándose por la ventana. Lo recibió con normalidad, estaba en su cama y siempre se despertaba con el café que preparaba MacLeod nada más llegar a la Escuela Legado.
Sin embargo, en lo más recóndito de su mente, un pensamiento germinó, recordando que hacía mucho que no se despertaba así, que hacía mucho que no estaba en su hogar.
Se puso en pie y salió corriendo, tratando de averiguar qué estaba pasando. No encontró a nadie en la recepción de la Escuela, pero si vio una escultura de piedra que nunca había estado allí. En la cima de ella rezaba un grabado en piedra que decía ‘In memoriam’. Y debajo de él, uno tras otro, estaban los nombres de todos aquellos con los que había vivido en la Kvasir.
CHLOE MACLAY
Parpadeó un par de veces, tratando de librarse del sopor. Hacía calor en aquella clase y a juzgar por el olor, debía ser una de las últimas horas, después de educación física.
Miró el móvil, nadie había escrito. Tampoco era raro si estaban en clase, pero el mero hecho de estar allí parecía fuera de lugar. Chloe sentía que tenía que estar en otra parte, sin saber muy claro cuál.
De pronto un golpe sobre su mesa la sobresaltó. Levantó la vista hasta ver a la Meister mirándola con regocijo. Solo podía tramar algo horrible, porque aquella mujer la odiaba. Bajó la vista y vio un examen. De pronto empezó a sudar. ¿Cómo era posible? No recordaba nada de un examen y ni siquiera reconocía los temas que había. Cada pregunta que leía le sonaba aún más rara que la anterior.
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