January Allard | Subterraneo 3
Volvía a sentirme adormecida. El hambre me había mantenido en vilo toda la noche y no había podido evitarlo: en cuanto escuché el sonido del plato entrando en la celda, me había avalanzado sobre la papilla grisácea, devorándolo como si estuviese ante el plato más exquisito del mundo. Me había arrepentido apenas unos segundos después, pero visto lo visto, tampoco importaba mucho. Eso sí, quedaba patente que la droga se ocultaba en aquello que llamaban alimento (y yo excremento de hiena, como mucho).
Al menos había tenido toda la noche para pensar. No que hubiera pensado mucho, porque gran parte del tiempo lo había pasado repitiéndome que era el jodido Remus Lupin de la universidad, y luego consolándome porque, eh, mi vecino de celda también lo era, así que quizás hubiera más. No podía ser tan malo, ¿no? O sí. Lo peor era no saberlo, no haberlo vivido nunca y estar a la espera. ¿Cuánto quedaría para la luna llena? ¿Qué ocurriría entonces? ¿Me volvería loca e iría atacando gente? Eran demasiadas preguntas que no me había atrevido a hacer a Alexander.