Moondale

Autor: dracon

  • WHEN FEAR ARRIVES IV

    DANTE VILLIERS

    Dante se despertó en una cama menos cómoda que la de la Nave, pero a la vez, más acogedora, más propia de su tiempo, de su mundo. Se incorporó, revisando la habitación a su alrededor. No le resultaba conocida, pero prefería creer cualquier opción que implicase haber vuelto a casa.

    Al menos seguía entero. Se puso en pie para estirar las alas y su olfato se percató del olor a tabaco que impregnaba la habitación. Había botellas de cerveza tiradas por el suelo y el orden no se acercaba a ese piso desde hacía mucho.

    Se acercó al baño en busca de un espejo en el que verse. Estaba igual de descuidado que el resto, pero en el sucio espejo vio que le devolvía la mirada un rostro que no era el suyo. Pertenecía a otra persona con la que compartía más de lo que deseaba: Logan Villiers.

    El sonido del timbre contuvo su respuesta.

    AMY MACLEOD

    Amy estaba acostumbrada a despertarse sin recordar exactamente cómo había llegado a un lugar. Eran efectos secundarios de la oxitocina que segregaba su cuerpo de licántropa para atravesar la transformación sin volverse loca.

    Esta vez se sentía diferente, como si lo que hubiera olvidado fuese algo más profundo, algo tan arraigado en su interior que parecía que ni siquiera era ella misma. Empezó a sentirse ansiosa, agobiada por no recordar aquello que había olvidado.

    Fue entonces cuando la vio, saliendo entre los árboles. Una loba de pelaje rojizo mirándola fijamente con unos ojos castaños llenos de arrojo. Ella era lo que había olvidado, lo que había perdido.

    OWEN WILLIAMS

    Owen sacudió la cabeza. La notaba pesada. Bostezó, pero el aire parecía no llegar bien a sus pulmones. Parpadeó varias veces pero la neblina no se disipó, estaba en el ambiente, no en sus ojos.

    Miró a su alrededor y vio roca húmeda y musgosa. Al moverse, uno de sus pies patinó y resbaló, quedando de rodillas en el suelo mientras el pie tocaba el vacío. Agachado miró a ambos lados de la pequeña zona en la que se encontraba. No había nada más que metros y metros entre él y el suelo.

    Solo encontró una alternativa en uno de los lados, donde un puente de cuerda se mecía ante el viento que azotaba, helador e inclemente. Se puso en pie y colocó una mano sobre la cuerda, fría y húmeda por el rocío. Dio un paso adelante y la primera tablilla crugió bajo su peso, amenazando con ceder.

    Retrocedió. Tenía que pensar claro, no podía ir a lo loco. Así solía hacer las cosas y esta vez podía meterle en una situación complicada. Escuchó un susurro que parecía el rumor del viento, pero que se acrecentó hasta sonar a una voz humana y muy conocida.

    – [Jane]Owen, Owen ayúdame.[/Jane] – gritaba la voz de su hermana al otro lado del puente.

    LEKWAA

    ¿Cuál era su nombre? No podía recordarlo. ¿Tenía importancia siquiera? Era un arma, un guerrero con un propósito, una venganza, un destino. Lo demás no tenía sentido. ¿Necesitaba un nombre alguien como él? No, aunque podían llamarle ‘Lekwaa’. Era lo único que necesitaban para referirse a él.

    Aquellos extraños eran tan solo un medio para lograr su propósito. ‘Lekwaa’ no tenía amigos, ‘Lekwaa’ no podía amar. No era más que una herramienta, un cuerpo puesto a disposición de los espíritus.

    NATE ROGERS

    Nate abrió los ojos y percibió un aroma agradable a café recién hecho filtrándose por la ventana. Lo recibió con normalidad, estaba en su cama y siempre se despertaba con el café que preparaba MacLeod nada más llegar a la Escuela Legado.

    Sin embargo, en lo más recóndito de su mente, un pensamiento germinó, recordando que hacía mucho que no se despertaba así, que hacía mucho que no estaba en su hogar.

    Se puso en pie y salió corriendo, tratando de averiguar qué estaba pasando. No encontró a nadie en la recepción de la Escuela, pero si vio una escultura de piedra que nunca había estado allí. En la cima de ella rezaba un grabado en piedra que decía ‘In memoriam’. Y debajo de él, uno tras otro, estaban los nombres de todos aquellos con los que había vivido en la Kvasir.

    CHLOE MACLAY

    Parpadeó un par de veces, tratando de librarse del sopor. Hacía calor en aquella clase y a juzgar por el olor, debía ser una de las últimas horas, después de educación física.

    Miró el móvil, nadie había escrito. Tampoco era raro si estaban en clase, pero el mero hecho de estar allí parecía fuera de lugar. Chloe sentía que tenía que estar en otra parte, sin saber muy claro cuál.

    De pronto un golpe sobre su mesa la sobresaltó. Levantó la vista hasta ver a la Meister mirándola con regocijo. Solo podía tramar algo horrible, porque aquella mujer la odiaba. Bajó la vista y vio un examen. De pronto empezó a sudar. ¿Cómo era posible? No recordaba nada de un examen y ni siquiera reconocía los temas que había. Cada pregunta que leía le sonaba aún más rara que la anterior.

  • EL ORIGEN DEL MIEDO

    DIARIOS DE DESTINO

    NEXUS

    La ciudad de ‘Flecha’ estaba llena de vida y luz pese a haber caído la noche hacía ya horas. Ajenos a que sus beneficios y protecciones se habían desvanecido junto a la derrota de Antailtire, sus vidas seguían como si en el castillo aún habitase alguien. Aunque no estaban del todo errados.

    Una sombra recorrió a toda velocidad sus calles y se adentró en el vacío castillo, decorado con excesos para todos los gustos que podía presentar quien vivía en él. A la sombra se le unieron más y más, que empezaron a tomar una forma tangible bajo la luz de la luna. Era un ser de un negro insondable, tan oscuro que la luz parecía huir de él. La silueta, apenas humanoide porque no pretendía parecerse a aquellos seres inferiores, caminó hasta un ventanal y observó la ciudad festejando.

    Parásitos. Alimentados durante un milenio con la sangre del resto de mundos. Infantes mimados que no han conocido el hambre, la enfermedad o la guerra. La utopía de alguien que creía ser un dios. Que se veía con tanto poder como para osar encerrar a uno.La silueta mostró una sonrisa de dientes blancos y afilados. – Pero ya no. Al final te alcanzó la profecía, pequeña deidad. Y yo sin embargo, estoy aquí, libre, mientras tú vives una eternidad de locura.los ojos de la oscuridad miraban más allá, tan lejos como podía estar el Vacío, donde Antailtire cumpliría su condena. – Y ahora uno de los tuyos cumple mis órdenes. Que osadez pensar que podrías controlar el miedo. ¿No sabías que yo soy el origen del miedo? No te preocupes, le daré buen uso, ahora mismo está alimentándose de los Daë que han enviado a detenerme a mí. – el ser soltó una risotada que reverberó en el salón. – No espero que dure eternamente, pero yo me encargaré cara a cara. Hace mucho que no disfruto de la libertad. Y quería empezar devolviéndote mi encierro y asegurándome de que lo vieses a través de mis ojos.

    La visión viajó hacia el insondable Vacío, donde Ella la dejó pasar para que la cordura de Antailtire empezara a resentirse antes de conocerla siquiera. Vio su ciudad, su obra de siglos seleccionando culturas, ajustando sus relaciones para obtener lo mejor de lo mejor y crear una sociedad perfecta. Su gente festejaba, pero las luces empezaron a fallar y apagarse. Las personas entraron en pánico y la oscuridad, como tentáculos, comenzó a adentrarse y corromper a algunos de ellos, que se golpeaban, asaltaban comercios y cometían toda clase de fechorías seguidos rápidamente por los que no estaban aún corruptos. En tan solo unos segundos, Chernobog había convertido su Utopía en una caos de crimen y destrucción. Aun así, una pizca de la cordura de Antailtire empezó a quebrarse y se echó a reír, porque sabía que ahora les tocaba a los New Moondies, y ese nombre se grabaría con obsesión en su fracturada mente.

  • PÉRDIDAS

    EZEQUIEL

    TANTEION

    La sensación de familiaridad me acompañó desde el principio. Mis primeros cincuenta años de vida se habían visto centrados en la guerra, la rebeldía de la juventud y el odio a ese padre psicópata que dejó a mi madre embarazada y sola.

    Cansado, había terminado subiéndome a un barco con destino a las Américas, en cuya costa arribé sin mucho éxito cerca de 1570, dando tumbos hasta encontrar la paz que buscaba en la Patagonia. Allí empecé a aprovechar discretamente mis dones para cumplir trabajos de un poblado cercano y conseguí construirme una cabaña y una vida decente. Tranquila.

    No lo esperaba, no lo buscaba, pero también allí fue donde conocí a Lucía. No quería enamorarme después de los horrores que había visto hacer en nombre de ese sentimiento. Pero las emociones no se pueden someter siempre y lo que sentíamos el uno por el otro pudo más que el sentido común.

    Con los años dimos la bienvenida a una más, una pequeña sonriente que nos brindó la mayor de las alegrías. Hacía tanto tiempo desde la última vez que la había visto, más de doscientos años tratando de mantener vivo el recuerdo de ambas.

    – [Ezequiel]¿Floriana?[/Ezequiel] – corrí hacia ella y la abracé, tratando de aferrarme a lo que sea que estuviera viendo. Quizá el viaje de vuelta a la Kvasir me había llevado a otro lugar y otro tiempo. O puede que todo fuera un sueño, pero sin duda era vívido, sentía el calor de su espalda bajo mis dedos, el olor de su pelo, el mismo que la había acompañado desde el día en que la había visto venir al mundo. El mismo que el día en el que la había visto abandonarlo.

    – [b]Papá, ¿qué haces?[/b] – preguntó ella. Su voz era la misma, solo cambiada ligeramente con el paso del tiempo. Me eché hacia atrás y la miré, los mismos ojos aventureros que mostraron fiereza ante su lecho de muerte. Floriana había enfrentado cada aspecto de su vida con el mismo arrojo. No podía sentir más que orgullo por ella. Por mi primera y única hija.

    Cogí su pequeña mano entre las mías y caí hacia atrás cuando vi que se convertía en una mano grande, de dedos delgados y macilentos, por los que corría una tenue vida a punto de extinguirse. Y su rostro, el cabello oscuro dio paso a un pelo blanco y débil. Aparté la mano y unos ojos carentes de vida me devolvieron la mirada.

    Me alejé y fuera lo que fuera aquella visión, se desvaneció en un parpadeo. Continué hacia la cabaña sin saber qué hacer en aquél lugar, preguntándome qué era lo que había visto, qué clase de juego estaba tejiendo el mundo haciéndome recordar la muerte de mi pequeña.

    Para un adulto, las reglas básicas suelen establecer que los mayores abandonarán el mundo primero. Luego hay enfermedades, accidentes, guerras. Pero en mi caso, la vida implicaba ser consciente de que incluso sin ningún suceso que lo adelante, vería morir a todos los que una vez hubiera querido.

    Primero se fue Lucía, asesinada para tratar de conseguirme a mí, a mi sangre, la maldición y único legado de un bastardo al que le robé el apellido para llevarle al menos el dolor de saber que viviría para recordar su deshonra.

    – [b]¿Por qué no me diste tu sangre?[/b] – dijo de nuevo una voz. Floriana estaba detrás de mí. Joven y fuerte como el día de su boda. – [b]Podía haberme salvado. A mí, a tus nietos.[/b] – el rencor palpitaba en su voz.

    Negué con la cabeza, la vida tenía un equilibrio y mi maldición solo traía desgracia. No había nada natural en ver morir a tu hija, a tus nietos, en sobrevivir a todos hasta vivir al tiempo de unos descendientes a los que ni siquiera conoces.

    Me sentía destrozado, sin fuerzas. Pensé en qué decirle, y sin embargo me encontré con que ya había pensado todo eso alguna vez. Floriana lo entendía, nunca lo había pedido, nunca lo había reprochado. Este ser que tenía ante mí vistiendo su aspecto solo buscaba torturarme.

    Y entonces lo entendí. Había hecho un pacto con Caitriona para tomar el puesto de Daë que me estaba vaticinado, pero aún no lo era de pleno derecho, y ésta era mi prueba. Éste era mi miedo.

  • WHEN FEAR ARRIVES II

    XANDER ECHOLLS

    – [b]Alexander, despierte. Es hora de la medicación.[/b] – dijo una voz. Xander abrió los ojos y vio el rostro conocido de Jane. Parpardeó un par de veces para salir de la ensoñación y se fijó en que llevaba un atuendo de enfermera. Había soñado algo parecido alguna vez, pero Jane no se acercaba.

    Trató de mover los brazos y fue incapaz. Descubrió entonces que llevaba una camisa de fuerza y de pronto todo empezó a tornarse más claro. Las paredes acolchadas, el dolor en el cuerpo por el camastro en el que debía pasar los días.

    – [Xander]¿Qué estoy haciendo aquí? La Nave, los demás…[/Xander] – preguntó, confundido. Sus fuertes brazos trataban de soltarse pero no podían.

    – [b]Alexander tiene que concentrarse, está aquí, está a salvo, no hay monstruos que le acechan, no tiene que salvar el mundo. Sus amigos y su familia están bien, en la Tierra, no a millones de kilómetros.[/b] – recitó, como si estuviera habituada a ello.

    EZEQUIEL

    Aquél bosque. Cada árbol, cada brizna de hierba, cada veta en la madera de la cabaña que él mismo había construido. Lo recordaba a la perfección pese a haber pasado tantos años. Quizá era una maldición que de todo, eso no hubiera sido capaz de olvidarlo.

    Escuchó un ruido a sus espaldas y se giró para descubrir a una pequeña caminando hacia él. – [Ezequiel]¿Floriana?[/Ezequiel] – corrió hacia ella y la abrazó. Se sentía real bajo sus dedos, olía a ella.

    – [b]Papá, ¿qué haces?[/b] – preguntó ella. Su voz era la misma, no la había olvidado en los siglos que habían pasado desde su muerte.

    JANE WILLIAMS

    – [Rebecca]¿Jane? JANE.[/Rebecca] – gritó una voz a lo lejos. Jane abrió los ojos, sobresaltada. Reconocía la voz, al igual que reconocía perfectamente la habitación en la que se encontraba. La que había compartido con su hermano Owen hasta que le pasaron a compartir cuarto con Elliot.

    Jane se puso en pie, no sabía cómo había llegado allí, pero después de tanto tiempo lejos de casa, necesitaba una muestra de que había vuelto.

    Abajo, a los pies de la escalera, estaba su madre, Rebecca, tal y como la recordaba. Tenía el rostro pálido y cara de haber dormido mal. Allí sentado en la mesa de la cocina estaba su padre, Dominic, desaliñado y con aspecto de haber bebido.

    ELLIOT WILLIAMS

    Estaba confuso al principio, pero tras caminar un rato entre la multitud, solo podía pensar en que había demasiada gente, no en cómo había llegado allí. Decidido a aislarse, sacó los auriculares sin sentir el tacto del cuero de su bandolera y se los colocó.

    Le reconfortó dejar de escuchar a la muchedumbre. Buscó una canción que le relajase y le dio al play. Tras unos segundos sin escuchar nada, probó con otra, nada. Se quitó los auriculares y trató de poner disimuladamente el altavoz de la Infiniband para ver si había algún problema, pero seguía sin escucharlo.

    Tardó un minuto en darse cuenta de que tampoco escuchaba ya la muchedumbre, pese a seguir en medio de ella. No podía escuchar nada. Pero eso no era todo, pasó corriendo por uno de sus puestos de comida callejera favorita y fue incapaz de olerlo. Estaba empezando a perder el resto de sentidos además del tacto.

    JULIA ROSE GARLAND

    Julia recordaba aquellos pasillos repletos de plantas de diversas clases, vivas, prometedoras, como un arca. Por eso supo que todo había cambiado, porque las plantas volvían a estar allí, en los pasillos.

    Quizá todo había sido un mal sueño, uno en el que viajaba en el tiempo para conocer a los héroes de los tiempos antiguos, para sufrir penurias y para acostumbrarse a vivir sabiendo cómo iba a suceder todo.

    Por instinto fue hacia la biblioteca, cruzándose con rostros conocidos. Cuando las puertas se abrieron allí estaba él, Duncan, como si nada hubiera sucedido. Le sonrió y ella pensó que todo iría bien, hasta que vio que su mirada se fijaba tras ella, hacia Keira.

     

    CAITRIONA


    El fuego devoraba el bosque. Los chillidos de niños y niñas faë eran ahogados por los gritos de los soldados humanos. Hombres, arrasando su hogar, su futuro, llevándoselo todo porque podían, porque querían asentarse allí, porque buscaban un tesoro oculto. Siempre era la misma historia.

    Pero no, aquello no estaba bien, aquél mismo día había hecho el pacto para vengarse, el pacto que le había dado poder para no sufrir de nuevo. ¿Entonces qué hacía allí? ¿Ereshkigal la había devuelto a esos tiempos oscuros por ayudar a los Daë? Había notado que su magia decrecía, que el poder de sus pactos se esfumaba, pero aquello no se lo esperaba.

  • VENGANZA

    EZEQUIEL PONCE DE LEÓN

    NOCHE – NEXUS

     

    La humanidad, sobrenatural o no, apenas había cambiado en los siglos que contaba a mis espaldas, ni siquiera en esa civilización avanzada en el tiempo gracias al sacrificio de más de una docena de mundos.

    Esa gente entre la que caminábamos veneraba al Arquitecto como una especie de ser liberador que había apartado la oscuridad de los mundos y había eliminado la pobreza, las enfermedades, el peligro de los sobrenaturales… Todo lo que les hiciera diferentes, incluso la fealdad. No había nadie feo entre aquellas gentes, nadie tosiendo, nadie con los dientes mal, con calvicie, nada. Incluso en algunos anuncios que habíamos encontrado se mostraban curas a disposición de todos para el cáncer, el alzheimer, la diabetes, para extensión de la vida, para curar la depresión o para enfermedades cuyo nombre desconocía.

    Pero todo eso era a costa de que los sobrenaturales a lo largo de catorce mundos sufrieran, y no solo ellos, si no también el resto de seres humanos que él no había escogido para ser su pueblo elegido. Era la misma desigualdad de siempre, pero llevada al extremo por la todopoderosa magia de ese ser. Era obsceno.

    Después del ataque, nuestro grupo se había dividido en cuatro. Henry llevaba el seguimiento del resto gracias a una esfera que ni Zahra ni yo teníamos. Ese orbe era la esfera Daë, un artefacto mágico que se otorgaba normalmente a los Daë y terminaba convirtiéndose en los discos que abrían las puertas de las pruebas en el Axis Mundi. Conocía bien su historia y habría esperado obtener uno cuando cerré el pacto con Caitriona, pero no fue así. Algo más de la mitad de la nave los tenía y podían comunicarse entre sí, mientras que el resto, los que no habíamos llegado juntos al Cúmulo, no. El resto solía pensar que eso era así porque ellos no eran Daë, que estaban allí por estar, pero yo había elegido serlo, solo que quizá tenía algo que demostrar, como los demás, algo que los New Moondies ya habían cumplido al atreverse a cruzar la entrada al Axis Mundi.

    Las historias solían contar a menudo cómo los Daesdi podían realizar varias pruebas antes de confirmar que alguien era un verdadero Daë y no tenían miedo en cambiar de idea si no lo veían digno. A mí me habían permitido obtener el destino de Daë de Laura Petrov, porque yo lo quería y ella no, pero ahora tenía que seguir demostrando mi valía. Jamie, Ruby, Robin, Lekwaa, Chloe y Zahra habían cruzado sus caminos con los de los demás pero también tenían que demostrarlo, como yo.

    Miré a mis compañeros, Henry, que caminaba al frente, toqueteando un reloj inteligente en el que parecía haber cargado el mapa de la ciudad, silencioso desde el principio. Zahir caminaba más cerca de mí, cubierto con la capucha. Había tomado esa apariencia al separarnos y miraba inquieto en todas direcciones.

    – [Ezequiel]¿No te gusta este lugar verdad?[/Ezequiel] – le pregunté cuando entramos en una calle poco concurrida.

    – [Zahra]No.[/Zahra]- admitió.

    – [Ezequiel]He oído que eres de este mundo, pero de la superficie.[/Ezequiel] – había dedicado mi estancia en la nave para aprender todo lo posible sobre ellos y ellas sin resultar molesto. De Zahir no era de quien más sabía, era una de las personas más reservadas. Por el contrario de Idris lo sabía casi todo.

    – [Zahra]Lo soy.[/Zahra]

    Asentí, imaginando que no debía ser fácil encontrarse en la ciudad. – [Ezequiel]Aquí parecen odiar a los vuestros, como si fuerais malvados.[/Ezequiel] – comenté. Había escuchado conversaciones, visto anuncios contra los sobrenaturales en los que se exageraban sus rasgos, nada distinto de lo que se hacía en mi época con las personas de distinto tono de piel.

    – [Zahra]Nos odian.[/Zahra]- afirmó Zahir. Luego se quedó callado, esquivando mi mirada.

    – [Ezequiel]Disculpa si hablo demasiado. Es una mala costumbre.[/Ezequiel] – aclaré. En otro tiempo mi silencio se veía impuesto, pero la ventaja de vivir en otro siglo radicaba en haber aprendido a ser libre disfrutar de pequeñas cosas como la libertad de expresión.

    – [Zahra]No es que tú hables demasiado. Es que yo no suelo hacerlo.[/Zahra] – respondió él. Era una persona silente, eso era cierto, un misterio en el corazón de la nave.

    – [Ezequiel]Es tan respetable uno como lo otro.[/Ezequiel] – esbocé una sonrisa cortés y él la correspondió. – [Ezequiel]Él tampoco habla mucho.[/Ezequiel] – comenté, apuntando con la cabeza hacia Henry, que dudaba entre dos caminos. Era un hombre diferente, con una personalidad que aún no terminaba de descifrar. Tan enigmático como su tecnología, que escapaba a mi comprensión.

    – [Zahra]Lo está pasando mal.[/Zahra]- explicó Zahir.- [Zahra]O eso parece.[/Zahra] – añadió.

    – [Ezequiel]Era muy cercano a la muchacha que se fue, ¿no?[/Ezequiel] – sabía que la chica cuyo puesto había ocupado yo había decidido marcharse, pero había pedido una forma de comunicarse con la nave, manifiesta en una orbe parecida a las de los Daë pero mayor, que acumulaba polvo porque nadie la había usado aún. O al menos no que hubiera visto.

    Zahir se encogió de hombros.- [Zahra]Supongo que era su compañera.[/Zahra] – parecía una persona que no tenía el romance en sus prioridades. Podría empatizar con eso, porque en ese momento tampoco era la mía, salvo que lo mío era fruto del tiempo, de tener el corazón roto en innumerables ocasiones porque nadie vivía tanto como yo.

    – [Ezequiel]No es fácil ser un héroe. Los sacrificios que se exigen son demasiados a veces.[/Ezequiel]

    – [Zahra]Al final, tienes que decidir si vale la pena ese sacrificio o no y Laura actuó en consecuencia.[/Zahra]

    – [Ezequiel]Es respetable.[/Ezequiel] – pensé en voz alta. – [Ezequiel]Pero si todo el mundo fuera así, no existiría vida a estas alturas.[/Ezequiel] – había aprendido el significado de la tolerancia en mi larga vida, pero también que si todos nos escudábamos en la comodidad de la seguridad, nadie haría nada y nada cambiaría.

    – [Zahra]No veo el problema.[/Zahra]- respondió él sonriendo.

    – [Ezequiel]¿No te motiva la supervivencia?[/Ezequiel] – pregunté, intrigado, mientras le veía aguzar la mirada al entrar en ese callejón oscuro. No conocía a qué especie sobrenatural pertenecía, pero parecía ver mejor que yo en la oscuridad y sabía por lo que se contaba por ahí que sobrevivir era lo que le había alimentado durante una buena temporada.

    Zahir se encogió de hombros.- [Zahra]No a cualquier precio. Eso lo aprendí hace mucho y lo tengo grabado a fuego.[/Zahra]

    – [Ezequiel]El tiempo cambia muchas cosas.[/Ezequiel] – comenté. Si algo tenía que ofrecer al grupo además de mi resistencia, era mi experiencia. – [Ezequiel]Quizá ahora puedas empezar a pensar en un deseo de futuro.[/Ezequiel] – porque al final no se puede vivir solo de luchar y sobrevivir.

    – [Zahra]Quizás.[/Zahra] – dijo antes de guardar silencio una vez más.

    Le sonreí y me adelanté con la esperanza de hablar con Henry, al que apenas se veía en la oscuridad del callejón. Estaba a punto de darle alcance cuando vi unas figuras aparecer al final de camino.

    – [b][i]Hemos avistado a los sospechosos. [/i][/b] – dijo una voz proveniente de uno de ellos. No necesité más. En un par de zancadas me coloqué delante de Henry, que había frenado al verlos. Nos habían encontrado.

    – [Ezequiel]Preparaos para luchar.[/Ezequiel] – les dije desenvainando a Semign, la espada que me acompañaba desde hacía siglos.

    Los policías de Antailtire se acercaron pero cuando me preparaba para luchar, una figura les embistió y empezó a golpearles con una fuerza sobrehumana. En un punto, lanzó a uno de ellos con una mano contra una pared y su cabeza emitió un sonido hueco, probablemente estuviera muerto.

    Detrás de mí Zahir cayó al suelo. Pensé que le había ocurrido algo pero al girarme vi que se estaba haciendo el muerto. Me asaltó una imagen de mí mucho más joven, aprendiendo a hacerlo para protegerme de los temibles osos de la zona.

    – [Ezequiel]¿Quién eres?[/Ezequiel] – pregunté al ver que la figura se acercaba a nosotros después de derribar a todos los policías. No teníamos mucho tiempo, pronto los que estuvieran vivos podrían levantarse y otros acudir a su rescate.

    – [b]Hace mucho que no tengo nombre, pero puedes llamarme Haevn.[/b] – respondió. Al acercarse vi que parecía un hombre, de hombros anchos, cabello rapado y voz ronca. Pero había algo más, algo extraño a lo que mi cuerpo reaccionaba con deseo de huir.

    – [Ezequiel]Gracias por la ayuda, pero, ¿por qué?[/Ezequiel] – pregunté. No parecía alguien de la ciudad y era poco probable encontrar un amigo salido de la nada, menos aún viendo como había matado a algunos de los policías.

    – [b]Daños colaterales, estaban en mi camino. Eres una persona difícil de localizar… Zahra.[/b] – su mirada se centró en un punto detrás de mí. Zahir seguía en el suelo, inmóvil.

    – [Ezequiel]¿Por qué buscas a Zahra?[/Ezequiel] – pregunté.

    – [b]Por su culpa soy lo que soy.[/b] – al acercarse a la tenue luz, sus ojos emitieron un brillo fantasmagórico. Era un reanimado, un espectro ocupando el cuerpo de un fallecido. – [b]Da igual en que mundo o bajo que cara te escondas, siempre te encontraré[/b] – prometió. Un problema más en nuestro camino, esa venganza era una distracción que no podíamos permitirnos.

    Vi que Zahir se levantaba, pero ahora siendo Zahra. Tenía una pose digna, dispuesta a enfrentarse a la venganza de ese ser.- [Zahra]Te equivocas.[/Zahra]

    – [b]Tu pacto no solo acabo con tu gente…[/b] – había escuchado que Zahra era el producto de un trato que salió mal. Una maldición de algún ser mágico que se había aprovechado de sus deseos.

    – [Zahra]No tienes ni idea de qué estás hablando. Qué atrevida es la ignorancia, Haevn.[/Zahra]- discutió ella. Parecía creerlo con firmeza, pero también ese ser llamado Haevn. Aun así, era fácil engañar a un reanimado, lo espíritus que se aferraban a la vida eran incapaces de controlar sus emociones y eso les hacía fácilmente manipulables.

    – [Ezequiel]Estoy seguro de que podéis resolverlo hablando. La venganza nunca lleva a nada bueno.[/Ezequiel] – propuse.

    – [Zahra]Eso díselo a él.[/Zahra]- replicó Zahra. El lenguaje corporal de Haevn no mostraba ningún interés en dialogar.

    – [b]No hay nada que hablar, si os interponéis en mi camino moriréis también.[/b] – sentenció, acercándose con posición amenazadora.

    – [Ezequiel]Deberías reconsiderado.[/Ezequiel] – le advertí, aferrando la espada con disposición a enfrentarnos. – [Ezequiel]No todo el mundo tiene el privilegio de morir.[/Ezequiel] – por mucha fuerza que tuviese, mi cuerpo resistiría sus golpes y las heridas una y otra vez. Pero por otro lado, había sido traído de vuelta de la muerte, así que tampoco podría hacerle mucho. Estaríamos luchando una eternidad.

    – [Zahra]Haevn, estamos en medio de algo importante y tu venganza lo único que hace es interponerse en ello.[/Zahra] – insistió Zahra.

    Pero Haevn ya no escuchaba, su velocidad de espectro le permitió abalanzarse contra nosotros, pero no contaba con Henry, que en silencio todo ese rato se había colocado detrás de Zahra y de mí y nos teletransportó a varias calles de distancia, donde echamos a correr, escuchando el eco del grito de rabia de Haevn

  • LA FUENTE DE LA ETERNA JUVENTUD

    EZEQUIEL

    LA KVASIR – NOCHE

    Aquellos primeros días no dejaba de observar las estrellas, incapaz, pese a que la profecía decía que todo pasaría en otros mundos, de ser consciente de que me encontraba, en efecto, muy lejos de la Tierra.

    Había decidido instalarme en la cabina de esa nave estrellada a la que llamaban ‘La Kvasir’, para acortar la discusión inicial del grupo sobre qué hacer conmigo. Entregué mis armas, ahora a buen recaudo en el almacén y había pasado el tiempo allí, solo, observando el cielo y pensando. Cuando eres inmortal tienes tiempo de sobra para pensar y para estar solo.

    Había escuchado poco después de presentarme, en mitad del debate de si fiarse de mí o no, que la abuela de varios miembros del grupo había muerto, así que una vez que aceptaron dejarme la cabina – con la excepción del muchacho alto y sonriente, al que no parecía hacerle mucha gracia, como más tarde descubriría, que durmiera en la cabina otro que no fuera él – decidí dejarles espacio para sanar y recuperarse también de sus sacrificios ante ‘La Bruja del Bosque del Crepúsculo’.

    Salía para buscar comida, saludaba a los habitantes de la nave y trataba de aprenderme sus nombres y volvía a mi espacio. Hasta que esa noche, alguien llamó a la puerta. Me quité la manta y me levanté de la silla del piloto. La puerta estaba cerrada, pero presioné el dispositivo de apertura que estaba a un lado y esta se abrió, deslizándose hacia un lado. Al otro lado, una joven alta, de cabello largo y rubio, me saludó con una sonrisa. Era ella, Elle, la Vanir.

    – [Elle]¿Puedo pasar? Siento haberte despertado, pero necesitaba hablar contigo a solas.[/Elle] – preguntó con unos modales impecables. No todo el mundo era así, esa nave albergaba un grupo muy variopinto, con problemas personales que interferirían muy probablemente en su deber. Pero quizá me vendría bien recordar lo que era sentirse humano.

    – [Ezequiel]Tranquila, hace mucho que tengo todo el tiempo del mundo para dormir.[/Ezequiel] – admití, apartándome para que pasara.

    – [Elle]Gracias.[/Elle]- respondió mientras se acercaba a la luna de la cabina y oteaba las estrellas, pensando seguro qué decir.- [Elle]Quería saber…[/Elle]- se giró y se rió de su propia idea. Era una situación difícil en la que se encontraba.- [Elle]Supongo que te lo imaginas.[/Elle] – resumió. Era franca, aquello me gustó.

    – [Ezequiel]Imagino que querrás saber muchas cosas y yo os debo al menos eso para ganarme vuestra confianza.[/Ezequiel] – afirmé, caminando hacia el extremo opuesto. Había vivido a lo largo de bastantes epidemias, pero desde la era del coronavirus mantener una conversación a cierta distancia se había ganado un lugar especial como señal de deferencia hacia la otra persona.

    – [Elle]Sobre todo quiero saber cómo has llegado hasta aquí y si eres de los buenos.[/Elle]- resumió. Iba directa al grano, sin medias tintas. Su sinceridad le iba a venir bien en su papel.

    – [Ezequiel]Ojalá el mundo fuera así de fácil, se me olvida la fortaleza de la juventud.[/Ezequiel] – pensé en voz alta. Apenas recordaba esa sensación de que el mundo se divide entre lo que está mal y lo que está bien. Muchas veces hay grises, quizá demasiados. Grises que nos obligan a hacer cosas que no querríamos hacer. – [Ezequiel]Si, podría decirse que soy de los buenos, igual que vosotros.[/Ezequiel] – respondí. Era todo lo bueno que los Daë pudieran ser. Su destino era salvar vidas, aunque a veces los sacrificios que tenían que tolerar les movían a zonas más grises. – [Ezequiel]Llegué aquí porque estaba la noche que os atacó la que es igual que una de vosotros.[/Ezequiel] – añadí. Supuse que necesitaba saber ciertas cosas desde el principio. La profecía dictaba la era en la que pasaría todo, así que llegué a Moondale en ese tiempo y empecé a observar los movimientos de aquellos jóvenes hasta que les vi reunirse y dirigirse hacia la montaña. Sabía que esa era la entrada por la que sus antecesores habían cruzado al Axis Mundi, así que recogí mis cosas, vi cómo les atacaba ese ser tan poderoso y cuando vi que se abría el portal corrí tras ellos y crucé.

    – [Elle]Omega.[/Elle]- dijo ella. Se quedó pensativa y después se acercó hacia la puerta para cerrarla. Había visto a esa joven pasar mucho tiempo con la que era igual que la que les había atacado, parecían ser muy amigas así que quizá trataba de recordarle la cruda realidad.- [Elle]Ezequiel, no quiero que pienses que soy tonta, pero en el mundo hay gente buena y gente mala.[/Elle]- fijó sus ojos en los míos y ahí la vi por primera vez, no a Elle, si no a la vanir de la profecía. Aquella joven emanaba poder de muchos tipos. En el acontecer de mi larga vida me había encontrado a muchas personas con poder que se dejaban devorar por él o personas sin poder que fingían tenerlo, pero había encontrado pocas que lo tuvieran y lo llevasen así. Esas personas eran auténticas líderes y en ese momento vi que Elle era una de ellas.- [Elle]Si estás aquí, es porque eres de los primeros, porque si eres de los segundos, no tendrás universo para huir de mí.[/Elle] – sentenció. Esa determinación escondida tras su apariencia afable sería el azote de la oscuridad del mundo. Mis dudas empezaron a despejarse a partir de aquel momento, hasta entonces había pensado si alguien sería capaz de verdad de la gesta que ella tenía por delante, de liderar no uno, si no dos grupos de Daë.

    – [Ezequiel]Lo sé. Sé quién eres, hija de dos Kvasir.[/Ezequiel] – así la llamaba la profecía. No la entendí hasta que no la vi salir de su hogar con su familia, una mujer rubia y bajita que emanaba el mismo aura de líder que ahora tenía ella, un hombre pelirrojo con aspecto de guerrero y una mujer rubia de aspecto luchador. Las circunstancias que rodeaban el milagro de su nacimiento las desconocía, pero eran también el origen de su gran poder Vanir.

    – [Elle]Crees que sabes quién soy, pero no lo sabes.[/Elle]- dijo, recordándome que apenas conocía a nadie de aquella nave y aún me debatía con los parentescos de muchos de ellos.- [Elle]Confiaré plenamente en ti si me das tu palabra.[/Elle] – la observé. Aún no sabía de mí nada más que el hecho de que les había espiado y sin embargo, me estaba ofreciendo una mano amiga, confianza plena. Hay que tener mucha fortaleza para ofrecer tu confianza así, eso solo pueden hacerlo unas pocas personas elegidas y era una muestra más del papel que jugaba en todo esto.

    – [Ezequiel]Tienes mi palabra.[/Ezequiel] – prometí. – [Ezequiel]Conozco la profecía que habla de ti y de ellos.[/Ezequiel] – le expliqué, señalando al resto de la nave con la mano. – [Ezequiel]Por eso me convertí en Daë, para ayudaros.[/Ezequiel] – la profecía había llegado a mis manos sesgada, a través de un sueño. Reuní sus pedazos y la reconstruí. Entonces supe que yo sería parte de ella, tenía que ayudarles, hacer de mi eterna existencia un propósito.

    Elle me tendió la mano.- [Elle]Bienvenido a la nave, Ezequiel. Aquí tienes a una amiga para lo que necesites.[/Elle]- me dedicó una sonrisa auténtica, pese a todo lo que ella misma estaba pasando. ¿De qué clase de madera estaba hecha esa mujer? Juré apoyarla en las dudas que tuviese a partir de ese momento, porque sabía que, con profecía de por medio o no, estaba destinada a liderar y a luchar.- [Elle]Ahora necesito que me hagas un favor y es que actúes como si te hubiera dado una charla motivadora que ha cambiado tu vida. ¿Crees que puedes hacerlo? De momento, no somos ni un grupo, pero la misión se está alargando demasiado y ha llegado la hora de actuar.[/Elle] – sonreí. Estaba tomando el control de la situación y había empezado asegurándose de que yo no era una amenaza y me convertía en un aliado. Si conseguía generar en los demás la misma fe que había creado en mí, el grupo se uniría por sí solo.

    – [Ezequiel]No necesito fingir Elle, has venido, has hablado conmigo y me has dado lo que necesitaba, un lugar y confianza. No pienses dos veces lo que te sale de forma natural. [/Ezequiel]- le aconsejé. No había mejor charla motivadora para mí que ver los atributos que había demostrado.

    – [Elle]Veo que lo vas pillando.[/Elle]- me guiñó un ojo, pensando que le estaba siguiendo la corriente. Era modesta, pese a estar empezando a actuar de líder, aún no creía merecérselo. Quizá era la receta del éxito, no quererlo y pensar que no lo mereces.

    – [Ezequiel]Si necesitas saber algo más de mí, solo tienes que preguntar. [/Ezequiel]- le ofrecí. Mi vida tenía historias para contar cada noche y dudaba que a nadie le interesara tanto, pero no me molestaba hablar de ello si era necesario.

    – [Elle]Me gustaría saber de dónde vienes. Un resumen de tu historia o lo que me quieras contar.[/Elle]- pidió amablemente, sentándose en uno de los asientos de la tripulación, yo me senté en otro, alejado.

    – [Ezequiel]Me llamo Ezequiel de León, por Ponce de León, mi padre.[/Ezequiel] – empecé por el nombre que muchos habían escuchado, aunque fuese en ficción. Un nombre que poco guardaba ya de la persona que había sido, transformada ahora en toda suerte de leyendas con el paso de los siglos.

    Ella reaccionó como venía siendo habitual en las pocas personas que descubrían el nombre de mi mal llamado padre, un conquistador de tierras y gentes. – [Elle]¿Cómo?[/Elle]

    – [Ezequiel]Nací en el siglo XVI, en Borikén, lo que ahora se conoce por Puerto Rico. [/Ezequiel]- le expliqué. El mundo era muy distinto ahora al que me había visto nacer, por suerte para todos. – [Ezequiel]Todo el mundo sabe que Ponce buscaba la fuente de la eterna juventud.[/Ezequiel] – comenté. Con los años me había ido liberando de las fórmulas impuestas y había conseguido tratarlo por su nombre, crear distancia. – [Ezequiel]Lo que no se sabe es que la encontró y que esa fuente era la sangre que corría por las venas de mi familia materna.[/Ezequiel] – aclaré. Era pronto aún para dar detalles de mi convulsa relación familiar, pero necesitaba conocer mi don. O maldición según a quién le preguntaran.

    – [Elle]Nos habría venido muy bien un poco se tu sangre para ayudar a mi abuela.[/Elle]- dejó escapar sin pararse a pensarlo. Pareció arrepentirse al instante.

    – [Ezequiel]Mi sangre y la de los míos ha desatado muchas guerras.[/Ezequiel] – le expliqué. – [Ezequiel]Que yo sepa, solo estoy yo.[/Ezequiel] – añadí, era el último receptáculo de la fuente de la eterna juventud, todos los demás habían caído en malas manos o habían cedido a las presiones del paso del tiempo. – [Ezequiel]Tienes que entender que puede curar, pero la gente la codicia enseguida, es una maldición que la acompaña.[/Ezequiel] – le aconsejé. No podía decirle mucho más, pese a todo lo malo que pudiera tener, era cierto que cualquiera daría lo que fuese por tener acceso a ello y salvar a sus seres queridos. Por muy cansado que pudiera haber estado yo de mi larga vida en cualquier momento, no me atrevería a pensar que soy un desafortunado, porque era un privilegio del que nadie más gozaba.

    – [Elle]No quería ofenderte.[/Elle]- se apresuró a decir, algo sonrojada pero entera. Aguantaba bien la presión y los errores.- [Elle]Lo he dicho sin pensar.[/Elle] – añadió con sinceridad.

    – [Ezequiel]Habría ayudado a tu abuela de haber podido, lo lamento mucho.[/Ezequiel] – respondí, sentía pena por la pérdida de aquella joven, porque no sería la última. Aún recordaba el dolor de algunas de las peores pérdidas de mi vida, eso te marca, te acompaña.

    – [Elle]Gracias. No quería ponerte en la tesitura de tener que decir eso.[/Elle]- aclaró. Era cauta, vigilaba bien sus palabras y evitaba ofender. Tenía un control emocional bueno y su carisma la hacía fácil de seguir. Era una buena receta para liderar, faltaba ver qué haría con ello, pero ponía mis apuestas en que algo grande.- [Elle]Es que es muy reciente. Lo siento, de verdad.[/Elle] – insistió. Me sentí mal por la forma en que se culpaba.

    – [Ezequiel]Si algo me han enseñado los años es a no tener que lamentar ser sincero.[/Ezequiel] – traté de reconfortarla. Llevaba muchos años aislado de las relaciones sociales y eso sería un problema a solucionar para convivir en esa nave. – [Ezequiel]La pérdida es dura, pero los que nos dejan de quedan con nosotros. Son parte de nosotros.[/Ezequiel] – mi madre me acompañaba siempre, al igual que la de Yarielis.

    Ella asintió.- [Elle]Voy a ir a desayunar, que me muero de hambre.[/Elle]- se excusó, poniéndose en pie.- [Elle]Gracias.[/Elle] – sentí que lo decía de verdad. En ella todo gesto y emoción era así, auténtico, rebosaba de la ilusión de la juventud.

    – [Ezequiel]Gracias a ti Elle.[/Ezequiel] – respondí, asintiendo. – [Ezequiel]Hija de dos Kvasir y un Aesir.[/Ezequiel] – corregí, esperando que incluir a su padre le hiciera sentir mejor.

    – [Elle]Soy mucho más que «la hija de».[/Elle]- replicó con una sonrisa acompañada de un guiño del ojo derecho. Parecía que si le había gustado más ese apodo, aunque tenía razón, era mucho más. Asentí y ella salió, dejándome de nuevo con mis pensamientos, mis recuerdos y la soledad para orbitar alrededor de ellos.

  • UN PACTO DE SANGRE

    EZEQUIEL

    BOSQUE DEL CREPÚSCULO

    El hombre, porque pese a su aspecto ya pocos podían referirse a él como el joven, cruzó el arco que llevaba al centro del laberinto y esperó. Sintió la densa niebla ascender. Era tal y como le habían dicho, el laberinto mágico y al final, la niebla ponzoñosa que abotarga los sentidos antes del viaje. Solo que en su caso, haría el viaje despierto.

    Esperó lo suficiente y sintió un tirón, parecido a la sensación que nos dejan los sueños de estar a punto de caer pero amplificado, como si el espacio dejase de existir y solo hubiese una caída infinita. Cuando volvió a sentir el suelo bajo sus pies lo agradeció. Estaba en una cabaña, con una mujer de aspecto joven, ataviada con una toga que no era más que un vestigio del mundo en el que se encontraban, uno en el que las leyendas de la mitología griega vivían día día, bestias y héroes, dioses y magia. Había tenido que atravesar varias ciudades, mares y montañas hasta llegar a la tierra donde el aire era diferente, donde la magia griega daba paso a la celta y los peligros eran otros, todo para encontrarla a ella.

    – [Ezequiel]Me han dicho que tú puedes darme lo que busco.[/Ezequiel] – dijo, sin prestar demasiada atención a la cabaña. Sabía que era parte de sus dominios, del Bosque del Crepúsculo que estaba tan vivo y ligado a ella como podría estarlo una mascota.

    – [Caitriona]Ezequiel, te esperaba un poco más tarde.[/Caitriona]- respondió Caitriona. Ezequiel vio la muestra de poder de la que hacía gala, ni siquiera su búsqueda pasaba desapercibida para ella. Le esperaba, sabía de él igual que él conocía su nombre y sus leyendas por boca de otros.

    – [Ezequiel]Prefiero llegar antes, así tengo más tiempo para discutir los términos.[/Ezequiel] – replicó él. Tenía claro su parte del trato, lo que quería, pero de ella dependía qué pedirle. Había escuchado de gente que había terminado perdiendo la cabeza al tener lo que creían querer y sin embargo perder algo que no valoraron hasta que ya no estaba. No quedaba duda de que el ser al que Caitriona servía se habría alimentado de esas personas hasta que ya no quedó más.

    Ella rió, le gustaba la sinceridad. – [Caitriona]Dime qué quieres y te diré qué puedo hacer al respecto.[/Caitriona] – propuso, sentándose en una silla que alzó en mitad de la cabaña, junto a una gemela para él. Aceptó la oferta y sentó, más por no parecer soberbio quedándose a una altura diferente mientras conversaban. Cosa que a él solía pasarle mucho con su escasa estatura.

    – [Ezequiel]He venido siguiendo la estela de tus pactos ‘Bruja del Crepúsculo’, sé que ya sabes lo que quiero.[/Ezequiel] – aclaró Ezequiel, usando el sobrenombre por el que la conocían, sobre todo al otro lado del mar. – [Ezequiel]¿Puede concederme eso quién está al mando?[/Ezequiel] – preguntó.

    – [Caitriona]Sí.[/Caitriona]- dijo sin más. Ezequiel supo que la mención a quien estaba al mando le había cambiado el rostro. Aquella mujer con tanto poder no disfrutaba viéndose servir a otros, y sin embargo lo hacía.

    – [Ezequiel]¿Cuál es el coste?[/Ezequiel]

    – [Caitriona]Tu sangre.[/Caitriona] – dijo, fue como si todo ese tiempo él hubiera sabido qué iba a pedir a cambio. Su sangre era valiosa, los dos eran conscientes de por qué cientos de miles de personas la habían buscado a lo largo de los siglos.

    – [Ezequiel]¿Se utilizará contra mí?[/Ezequiel] – preguntó el hombre, echándose un poco hacia delante, apoyando una mano en la rodilla. Bajo la toga celta que llevaba, su musculatura se apreciaba firme, preparada para saltar en cualquier momento como si de un gran felino se tratase. Ezequiel había conocido muchos tipos de magia y sabía lo que alguien con poder tendría la capacidad de hacer con la sangre de otro, llegando incluso a dominarlo por completo.

    – [Caitriona]No.[/Caitriona] – supo que no mentía, igual que ella misma valoraba la sinceridad.

    – [Ezequiel]¿Y contra otros?[/Ezequiel] – tenía que asegurarse de que no haría mal a nadie con su decisión. Lo que necesitaba de ella era parte de su camino, pero si alguien salía perjudicado, tendría que valorar otras opciones, aunque no hubiese ninguna a simple vista.

    – [Caitriona]No.[/Caitriona] – añadió.

    – [Ezequiel]Pero sí dolerá.[/Ezequiel]- aquello ya no era una pregunta, si la deidad a la que servía Caitriona no lo iba a aprovechar para obtener dolor de otros, lo haría de su sacrificio.

    – [Caitriona]Un poquito.[/Caitriona]- dijo mirándole fijamente. Esbozó una leve sonrisa, dejando clara la verdad.

    – [Ezequiel]Los dos sabemos que eso no es del todo cierto. [/Ezequiel]- dijo él, volviendo a apoyarse en el respaldo mientras pensaba en lo mucho que echaba de menos no tener que llevar aquellas pesadas ropas sobre su camiseta y sus vaqueros. Pero habría llamado demasiado la atención. – [Ezequiel]Tu deidad tiene que alimentarse y lo hará con lo que yo sufra.[/Ezequiel] – dijo en voz alta. Sabía que estaría escuchando en todo momento, pero si iba a aceptar ese pacto, sería dejando claro de que era consciente de qué implicaba. – [Ezequiel]Estoy seguro de que la sangre quedará en tus manos, espero que la uses bien.[/Ezequiel] – afirmó, mirándola. Ella no dijo nada, pero él sintió que le daría buen uso, comprometida con proteger ese poder que corría por sus venas.

    – [Caitriona]¿Entonces aceptas el pacto?[/Caitriona] – preguntó, poniéndose en pie. Él se levantó también, estando tan cerca notaba más los más de diez centímetros que debían separarles.

    – [Ezequiel]Lo acepto.[/Ezequiel] – extendió su mano y ella la agarró con la suya. Sintió una descarga que le atravesaba, desgarrando y a la vez, iluminando el camino a su paso. Cuando Caitriona apartó la mano, Ezequiel encontró una daga ornamentada en ella. Sabía lo que tenía que hacer, pero ella le detuvo y con un gesto de su mano hizo que en el suelo se gravase un símbolo que no reconocía. Cada uno de sus trazos horadado en la misma piedra, preparado para recibir su sacrificio.

    Sin pensarlo más, Ezequiel cogió la daga y se cortó la palma. La sangre, roja como la de cualquiera, comenzó a caer. La sostuvo hasta que el símbolo estuvo lleno de ella y comenzó a brillar.

    – [Caitriona]Volveremos a vernos.[/Caitriona] – dijo ella, girándose para marcharse.

    – [Ezequiel]Hasta entonces.[/Ezequiel] – se despidió él preguntándose cuándo y por qué volverían a cruzarse sus caminos.

    – [Caitriona]Disfruta de ser Daë.[/Caitriona]- le guiñó un ojo antes de desaparecer por la puerta.

    Ezequiel observó el lugar donde ella había estado, pensativo. Había buscado durante mucho tiempo, atravesando todos los mundos de aquél Cúmulo, sorteando y sufriendo los peligros que escondía cada uno de ellos, pero finalmente había llegado a su destino. Era uno de los Daë, tal como estaba escrito, pero no le había venido otorgado si no que había tenido que luchar por ello. No se le escapaba que incluso aunque aquella deidad tuviese poder, los Daesdi no habrían permitido que él se convirtiera en uno de sus elegidos sin su supervisión. Había padecido para ello y había pagado en sangre. Aunque eso no significase que la sangre que había manchado sus manos en otros tiempos fuese a ser olvidada.

    Miró una vez más el símbolo en el suelo, redibujado con su sangre, hasta que volvió a sentir un tirón. Solo que ahora, a diferencia de antes, aferraba en su mano derecha una esfera en la que dos colores fluctuaban continuamente.

  • INTERLUDIO. EL COMPENDIO

    ANTAILTIRE

    ESFERA NEXUS

    El omnipotente Antailtire estaba sentado en su trono de piedras preciosas. Las más raras gemas de Daonna formaban su lugar de reposo habitual, suavizado por un cojín y reposamanos de pelo de nirlo, un casi extinto animal de Gwiddon.

    Él era el señor de aquél Cúmulo. Antes de su reinado, los mundos eran muy diferentes, demasiado caóticos, demasiado libres, sin nadie que explotase su verdadero valor.

    Se levantó del trono y caminó por la sala principal de su palacio, al que muchos llamaban «La Catedral del Mañana». Hacía siglos había sido un monasterio del Escudo de Alqaws, de los que ya solo quedaba uno, escondido en las profundidados del planeta esperando que sus bestias le dieran caza.

    Él y solo él había llevado la prosperidad a ese mundo. La ciudad de ‘La Flecha’ era un ejemplo de la magnificencia del futuro y sus habitantes le adoraban. Claro está, no les dejaba acostumbrarse a su presencia. Normalmente le separaban de ellos sus innumerables ejércitos apostados continuamente alrededor de la Catedral en la ciudad militar conocida como ‘El Muro’. Aunque a veces si se dejaba ver, en ocasiones señaladas agasajaba al pueblo con regalos o con fiestas como nadie habría imaginado.

    Toda aquella tecnología, opulencia y cultura del hedonismo eran gracias a él y al sistema que había instaurado. Todo funcionaba perfectamente gracias a su magia, que había superado las barreras del multiverso y había rescatado viejas civilizaciones de la Tierra en realidades en las que nunca habían llegado a avanzar. Esas civilizaciones se habían especializado en una cosa y para eso les había aprovechado él, sabiendo exprimir su valor, su potencial.

    Antailtire continuó caminando y se retiró a su sala de meditación, un cuarto con veintitrés paredes cubiertas de espejos. Esperó pacientemente hasta que se manifestó una figura en uno de ellos.

    EMPERADOR CLAUDIO SEVERO

    ESFERA SENATUS

    Él era el Emperador de todo el Nuevo Imperio Romano. Vestía con las más finas túnicas, de color púrpura, con bordados en oro.

    Nunca había sido un guerrero. Dedicaba su cuerpo a los placeres en lugar de a las penurias. El guerrero había sido su padre Palladius Maximus. Su herencia era igual de impresionante: su abuelo había levantado los muros, su bisabuelo había expandido los límites del imperio y su tatarabuelo había huido con los supervivientes del cataclismo. Él, por su parte, se dedicaba a la vida contemplativa mientras que relegaba los menesteres del Imperio al Senado y las labores de guerrero al Legatus Tulio.

    A veces le tocaba hacer labores aburridas claro, como asistir a las reuniones del Senado o reunirse con el Legatus Tulio por asuntos de vital importancia. Aquella mañana había tenido que encontrarse con él por la aparición de unos visitantes de extramuros.

    Todo el asunto se debía a que un hombre había tratado de hacer su trabajo eliminándolos allí mismo, pero ellos, junto a una Decurión que había osado decidir por sí misma, le habían detenido. Eso nos daba un problema, porque los había traído a la mismísima puerta del Senado, donde podía haberles visto cualquier ciudadano.

    Tulio ya sabía las órdenes. Habían sido las mismas desde los tiempos de mi padre. Cualquier sobrenatural tenía que morir. Para el Imperio eran los monstruos de leyenda contra los que luchábamos día a día. Si de pronto desaparecía esa amenaza, la gente empezaría a cuestionarse las políticas internas. Por eso de vez en cuando el Legatus tenía órdenes de orquestar ataques sorpresa a las granjas limítrofes con el último muro. Por lo que él mismo había dicho, la familia de la Decurión había muerto en una de esas incursiones, así que era el momento de que los monstruos volviesen a su granja y esta vez se cobraran trágicamente su vida, junto a la de los desconocidos.

    Cansado de tanto pensar, el Emperador ordenó traer a un grupo mixto de esclavos y esclavas. Necesitaba dedicarse un rato a los placeres para quitarse esa extraña sensación de que alguien le observaba.

    ANTAILTIRE

    ESFERA NEXUS

    Antailtire dejó que la figura se desvaneciera en el espejo y pensó en aquellos extraños que habían aparecido. No le gustaban las sorpresas inesperadas y había algunas profecías de la Oráculo de Selas que la mencionaban a ella misma y al fin de su reinado que nombraban la aparición de extraños en los diferentes mundos como el punto de inicio.

    Por esa razón había colocado varios miembros del «Compendio» en cada uno de los mundos, y no uno solo, para mantenerlos vigilados. Inquieta, volvió a esperar hasta que una figura se manifestó en otro espejo.

    EL BANQUERO

    ESFERA KOURAS

    El Banquero terminó de contar lentamente las monedas que tenía sobre la mesa. Lo anotó en un papel y lo guardó todo pulcramente colocado en su caja fuerte. Frente a él había un grupo de forajidos esperando. Sabían que no debían molestarle si estaba concentrado, incluso aunque uno de ellos se estuviera sujetando una herida de flecha sangrante.

    – [Banquero]¿Y bien? ¿Habéis matado al gólem?[/Banquero] – preguntó, observándoles por encima de sus gafas.

    – [b]Eran demasiados, señor. Hemos perdido a casi todos mis hombres. Tenían…más gente. Aquella chica que tumbó a cinco en el saloon y el crío, y tres más.[/b] – dijo uno de ellos, Cassidy el Negro, que se había ganado el mote por el color de sus dientes.

    El hombre, que rondaba los cincuenta, se puso en pie tras su escritorio y se acercó a los forajidos. Todos conocían su fama y todos sabían lo mucho que deseaba poner sus manos en los metales preciosos que había en el viejo hogar de los golem de piedra de las montañas. Para ellos, todo era oro y plata, pero él conocía otros metales que su comprador le recompensaría mejor.

    – [Banquero]¿Y qué hacéis aquí?[/Banquero] – preguntó él, desarmado, acercándose sin temor ninguno.

    – [b]M-mis hombres, necesitaré recursos para conseguir más. Hicieron volar la dinamita desde lejos, eran espíritus de esos indios.[/b] – confesó. – [b]Necesitaremos un ejército.[/b] – añadió. El Banquero retrocedió un poco al percibir el olor humano del forajido. Cogió un pañuelo de su bolsillo y se tapó un poco la nariz.

    – [Banquero]¿Vienes aquí habiendo fallado a pedirme dinero?[/Banquero] – vio como llevaban la mano a sus colt, pero no le importó. Había muchos más forajidos en aquella ciudad y en las cercanas, sería fácil motivarles para trabajar para él. Aquellos habían demostrado ser inútiles.

    – [b]No, es más fácil matarte a ti y quedarnos con todo.[/b] – dijo mostrando sus negros dientes con una sonrisa.

    El Banquero le miró, asqueado y dejó que le dispararan. Las balas dejaron su ropa hecha jirones y él cayó hacia atrás en el escritorio. Esperó un par de minutos a levantarse para hacer más dramática su entrada y dejó que vieran su verdadera cara.

    – [b]E-eres un puto monstruo como ellos.[/b] – el forajido se echó hacia atrás y sus compañeros intentaron huir, pero el Banquero usó sus poderes para cerrar la puerta. De su impoluto aspecto no quedaba nada. Su cara estaba cuarteada y parecía cuero oscuro, su frente estaba ahora atravesada por una cresta de cuernos. Ya no tenía ojos, pero veía. Sus garras tenían ansia de sangre.

    En el exterior, nadie oyó los gritos.

    EL NIGROMANTE

    ESFERA GWIDDON

    Cuando el Nigromante sintió la presencia observándole, le pidió que se manifestara. Antailtire se dejó ver en el salón de su castillo, contrastando su aspecto sofisticado con las ropas barbáricas del Nigromante.

    – [Nigromante]Dichosos los ojos.[/Nigromante] – dijo el hombre.

    – [Arquitecto]¿Cómo van las cosas por aquí? ¿Habéis tenido algún viajero inesperado?[/Arquitecto] – comentó ella. En ocasiones, los habitantes de los distintos mundos se topaban con artefactos que les llevaban de un mundo a otro, portales en miniatura que ya estaban allí mucho antes de la arquitectura que Antailtire había construido y que tomaban forma de objetos. Normalmente, los habitantes los veían extraños y los evitaban, pero otras veces los tocaban y acababan en un mundo completamente diferente. En esos casos, se encargaba de que los miembros del ‘Compendio’ les dieran caza.

    El Nigromante era distinto a otros miembros del ‘Compendio’, él era de los pocos conscientes de la existencia de Antailtire y de su relación. Pese a ello, era un hombre fácil de controlar, porque solo quería poder. A él no necesitaba darle una excusa para buscar a los viajeros.

    – [Nigromante]Tengo a dos encerrados, estoy esperando a que otros dos vengan a rescatarlos para entregártelos todos juntos.[/Nigromante] – explicó, acercándose a una mesa con comida para comer un trozo de pollo de una forma que a Antailtire le resultó poco agradable. – [Nigromante]Ropas extrañas, una lengua parecida a la nuestra pero distinta.[/Nigromante] – era un hombre perspicaz, tenía la capacidad de ver ciertas cosas en los seres vivos y tenía un don para entender los artefactos mágicos, así que le servía perfectamente para su propósito en ese mundo, dotar de armas sin igual a su ejército y de reliquias con gran utilidad para sí misma. El resto, las de menos importancia, le dejaba quedárselas.

    – [Arquitecto]Házmelo saber cuando los tengas a todos. Quiero hablar con ellos antes de que los mates.[/Arquitecto] – sentenció. Necesitaba saber cuántos había. Le estaba empezando a preocupar cómo estaban plagando todos sus mundos, alterando su control.

    – [Nigromante]También puedo matarlos ya y traerlos de vuelta para que los interrogues.[/Nigromante] – propuso el sádico Señor de las Islas. Odiaba que le apodaran Nigromante y otros nombres menos agradables, pero al final, es lo que era, un carnicero.

    – [Arquitecto]No me interesa hablar con tus reanimaciones descerebradas. Cuando termine con ellos, haz lo que quieras.[/Arquitecto] – dijo antes de desvanecerse. El Nigromante era desafiante, pero valoraba su poder y temía perderlo si Antailtire se ponía en su contra, así que obedecería.

    EL CARDENAL

    ESFERA KARDAS

    El Cardenal descansaba en sus aposentos, vigilado por dos guardias de la Hermandad de Tauro. Aquél día había sido terrible y su fé se había visto resquebrajada. No solo habían escapado cuatro abominaciones, si no que una de ellas había conseguido afectar a sus caballeros sagrados con su terrible y oscura seducción.

    No recordaba tiempos tan aciagos. Ver a sus caballeros siendo corrompidos, le recordó la reciente pérdida de uno de ellos. Richard Crane era uno de sus mejores hombres, valiente, carismático, él solo había purgado al mundo de muchos de esos demonios. Había vencido en combate singular a cinco licántropos, aquello había parecido un milagro, pero no lo fue. No lo vimos, estábamos cegados, pero estaba cambiado.

    El Cardenal se arrodilló ante la llama blanca y una voz le habló:

    – [Arquitecto]La oscuridad debe ser purgada. Trae a los mancillados ante mí y yo les purificaré.[/Arquitecto] – escuchó.

    – [Cardenal]Así se hará.[/Cardenal] – el Cardenal conocía su misión. Era el emisario en aquellas tierras de la Luz y como tal, debía mantenerse fuerte. A la mañana siguiente la Hermandad al completo abandonaría el castillo para buscar a aquellos pobres diablos.

    LA LOBA

    ESFERA KARDAS

    El bosque susurraba. Para los habitantes del castillo, el susurro era inquietante y peligroso, aún más sumado a la oscuridad de la noche. Pero para ellos, para los mancillados, el susurro era el sonido del hogar.

    Sus patas dieron paso a piernas y brazos a medida que regresaba a su cabaña. Sus sentidos de loba habían percibido algo vigilándola, como tantas otras veces, pero lo atribuyó a la madre naturaleza que guiaba sus acciones e incluso a veces, le hablaba en su forma de loba.

    La voz le había dicho que había un grupo de refugiados que acababan de huir del castillo. Pensó darles cobijo al instante, pero la madre le advirtió de que tuviese cuidado porque su llegada era un mal augurio y la Hermandad podía terminar arrasando su refugio. Si llegaban a ella, se aseguraría de observarlos con cautela antes de proceder.

    Tenía a demasiados a su cargo como para perderlos por unos recién llegados. Aquel pueblo no habría existido sin ella, los mancillados nunca habrían tenido un hogar. Algún día tendrían que librar la guerra, pero aún eran pocos.

    EL SOBERANO

    ESFERA DAONNA

    El hombre vestía un traje de alto rango de un azul impecable. Su pechera,  cubierta de condecoraciones, destacaba a simple vista. Su sombrero reposaba encima de la mesa de su tienda, mientras él se colocaba firmemente frente a un espejo, esperándole a su realeza, Pensaer de Mundos, aunque no tardó demasiado, aquello era una de las cosas que compartían.

    Muchos le tomaban por un loco y un sádico, pero nadie le tomaba por tonto. El Soberano se había alzado sobre el resto de brujos y brujas de Daonna, dominando la región sur del planeta. Su magia sobre la tecnología le hacía superior.

    Su ejército avanzó inexpugnable por el enorme planeta. Los demonios acababan subyugados por su magia, esclavizados por su mejor invención y entregadosa Antailtire.

    Pero el Soberano no era estúpido, como el resto del ‘Compendio’. Era consciente de que Antailtire y él eran simples caras de una moneda. Una moneda con múltiples dimensiones. Por eso trabajaban juntos, por el bien común de ambos y también porque disfrutaba del poder que ostentaba en ese mundo.

    Y quien sabe, quizá un día sus papeles se vieran cambiados y fuera él el Soberano de todo el Cúmulo. Sin duda no sería ninguno de los otros miembros del Compendio. Habían sido unos inútiles, permitiendo que sus mundos se desestabilizaran por la llegada de unos viajeros.

    En el mundo del Soberano aún no había divisado a nadie, pero cuando lo hiciera, no tardaría en someterlos bajo su control.

     

  • DEL BOSQUE A LA BOCA DEL LOBO

    XANDER ECHOLLS

    TARDE / NOCHE – BOSQUE DE LOS LOBOS, SEDE DE INFINITY

    No era la primera vez que ponía los pies en el Bosque de los Lobos. En el colegio y en el instituto era un lugar de excursiones habitual. Tenía una loma despejada donde había un área recreativa y unas vistas impresionantes, pero el verdadero motivo de ir allí era para dar una lección de historia local sobre la Batalla de Ripper. Las primeras veces que escuché la «versión oficial» me molesté un poco por el hecho de que lo que habían sacrificado los Moondies pasara desapercibido, pero al final uno se acostumbra a que el anonimato es mejor.

    Todas las veces que había ido había sentido una sensación poderosa y sobrecogedora. Una cosa es saber que tu familia y sus amigos han evitado el apocalipsis en más de una ocasión y otra ser testigo en primera persona del lugar en el que ocurrió una de las más duras batallas.

    Esa vez, sin duda, la sensación fue mucho más fuerte. Me sentí muy conectado a ellos cuando nos acercamos a un extremo del bosque y atisbamos el edificio de la vieja Iniciativa. El ajado y descolorido logotipo ‘Iniciativa Awaken‘ había desaparecido casi completamente mientras que el infinito que simbolizaba ‘Infinity‘ se alzaba imponente, como si no tuviese nada que ocultar y mucho de lo que enorgullecerse.

    Allí, tan cerca de aquél lugar, me sentí muy conectado a los Moondies. Fue huir de allí juntos una de las cosas que más les unieron y ahora yo estaba allí también con un grupo de personas importantes en mi vida, esperando para entrar y rescatar a dos más.

    Me noté inquieto, preocupado. No sabía si los héroes se sentían así, si los Moondies se habían sentido así alguna vez cuando tenían que enfrentarse a algo. Mi cuerpo habría aceptado cualquier excusa para irse corriendo a casa.

    Miré a los demás, que esperaban en silencio a la señal de Henry, nuestro enlace y nuestra única forma de entrar y salir. Si no hubiera sido por la visión de Amy, habría meditado confiar en Henry pese a ser hijo de una de los O.W.L.S. Nos tenía a su completa disposición.

    El resto del equipo no era muy extenso. Eché en falta a muchas personas, pero no podía culparles. Me acerqué a Amy, que estaba apoyada cerca de un árbol de color gris oscuro. Según la versión oficial de la guerra, había sido un combate entre una fuerza militar del gobierno y un grupo de terroristas amparados por el Director de Inteligencia Nacional. En el combate, decían, se habían usado armas químicas alucinógenas pero también otros prototipos. Supuestamente la petrificación de ese árbol era el resultado de un arma tóxica, pero en realidad mi padre me había contado una vez cuando era pequeño que había sido el poder de uno de los controlados por la Iniciativa.

    Observé el reloj, esperando el cambio de turno que había programado Henry. Noah caminaba de un lado a otro, inquieto, pensativo. Cargaba con demasiados recuerdos encima de ese lugar. Ellie e Idris estaban uno al lado del otro, bastante juntos. Me alegraba ver que mi hermana sonreía y era feliz. Owen estaba cerca de mí, pero lejos de Amy, ella se encargaba de mantener la distancia para evitar la visión que le había agobiado durante semanas.

     

    – [Xander]¿Crees que seremos suficientes?[/Xander] – pregunté a Henry, que a fin de cuentas era el que sabía cómo estaba todo dentro.

    – [Henry]Sí. Aunque no creo que haga falta…-[/Henry] respondió, señalando mi espalda. Ahí llevaba atado el legado de mi padre y mis abuelos paternos, la espada Ocaso, una hoja celta, corta, de empuñadura oscura. Ellie tenía su gemela, Albor, pero no la había llevado. Mi padre nos las había dado como un regalo muy especial para él. Hacía ya muchos años que había dejado de utilizarlas, desde que creó ‘Sendero Oscuro’.

    – [Xander]Prefiero ir preparado.[/Xander] – confesé. La hoja a la espalda me hacía sentirme más seguro. Noah y yo teníamos experiencia en combate, pero no en este tipo de combate. No es lo mismo luchar contra humanos, incluso armados o superándote en número, que contra humanos con armamento pesado y cualquier otra cosa que pudieran sacarse de la manga.

    – [Elle]¿Alguien se quiere ir?[/Elle] – preguntó mi hermana. La veía tan segura de sí misma que tenía claro que ella había heredado el temple de nuestras madres y padre. En un grupo de verdad, ella sería la líder natural.

    – [Idris]Es el momento.[/Idris] – apuntó Idris, el único que había tenido verdadero contacto con la lucha contra la oscuridad. Todos nos miramos, en silencio, esperando, pero nadie se fue.

    – [Elle]¿Vamos?[/Elle] – añadió mi hermana, algo nerviosa.

    – [Noah]Cuanto antes entremos antes nos iremos de ese sitio.[/Noah] – comentó Noah, parándose un momento en el sitio mientras sus ojos pasaban por el perfil del edificio.

    Asentí y estábamos a punto de marcharnos cuando Idris hizo una señal. Agudicé el oído y escuché unos pasos de alguien que se acercaba corriendo. Mi corazón latió dos veces en un instante y me preparé para agarrar la espada.

    El momento fue eterno, pero entre los árboles lo que apareció no fue una amenaza, si no Jane, que en parte era una amenaza para mi concentración.

    – [JJ]Siento haber llegado tarde.[/JJ]- respondió tomando aire después de la carrera. Hacía mucho tiempo que no la veía en persona, pero seguía siendo igual de guapa, y eso que iba vestida con unos vaqueros sencillos y una sudadera oscura – [JJ]Hola[/JJ] – saludó, algo más cohibida.

    – [Owen]Creía que no ibas a venir.-[/Owen] le preguntó su hermano, uno de los pocos que no estaba pendiente de mi reacción.

    – [JJ]No quería dejaros solos. [/JJ]-  explicó. No me había extrañado que Jane no viniera a Infinity, en parte por mí, pero principalmente porque no aprobaría un plan que nos pusiera en peligro. Pero quizá había decidido protegernos de una forma más directa.

    – [Elle]En realidad, es que querías hacer una entrada triunfal. [/Elle]- respondió mi hermana, sonriendo, intentando contribuir a calmar la tensión.

    Me removí en el sitio, sin saber qué decir. No era el mejor momento para causar problemas y no me apetecía molestarla, así que me centré en nuestra misión. – [Xander]Será mejor que entremos entonces.[/Xander] – dije. Henry parecía no entender del todo lo que estaba pasando. Era una larga historia.

    Jamás me habría imaginado lo que pasó, ni aunque me lo hubiera jurado Amy. Jane caminó hacia mí y se paró a unos pasos.- [JJ]He estado pensando…[/JJ] – empezó a decir.

    – [Xander]Podemos hablar después.[/Xander] – repliqué, nervioso por ser el centro de todas las miradas.

    – [JJ]Ya, pero déjame hacer una cosa.[/JJ]- asintió y lo siguiente que sentí fue su cuerpo contra el mío, abrazándome. Se aseguró de no cruzar su cara, lo único que no llevaba tapado, con nada de piel descubierta de mi cuerpo, evitando la acción de su poder. No sabía que en mi estancia en Merelia con Amy había descubierto por qué los Moondies no tenían miedo de que Jane y yo jugásemos juntos.

    – [Idris]Si nos vamos a poner todos cariñosones dejadnos un minuto.[/Idris] – bromeó Idris. Mi hermana le dio un puñetazo fuerte a juzgar por su cara. Yo no pude evitar sonrojarme, pero sonreí, mirando a Jane cuando nuestros cuerpos se distanciaron.

    Ella me guió un ojo. – [JJ]Ya nos podemos ir.[/JJ] – replicó. Se había vuelto a encender la esperanza de que Jane y yo volviésemos al menos a ser amigos y todo, probablemente, gracias al empujón de Amy para regalarle algo por su cumpleaños. Busqué a mi prima para agradecérselo con la mirada y la encontré aún apoyada en el árbol, parecía incómoda.

    – [Owen]Creo que voy a llorar…-[/Owen] sonrió Owen, abanicándose con la mano en un gesto exagerado.

    – [Henry]Está bien. Nunca he intentando esto con tanta gente. Por favor agarraos de las manos.-[/Henry] pidió. Jane agarró una de mis manos y con la otra a Elle. Como llevaba unos guantes negros no había problema, su poder, como el de su madre, funcionaba con el contacto directo.

    Cuanto todos cerramos un círculo alrededor de Henry, como si intentásemos despertar a un Super Saiyan Dios, el suelo y el cielo parecieron fundirse con un choque eléctrico. Segundos después aparecimos en un almacén cuyo final no se distinguía, de un blanco impoluto. La sensación de desorientación era terrible.

    Me pasé una mano por los ojos tratando de enfocar la mirada. Cuando lo conseguí, vi que había un montón de artefactos a ambos lados de la sala, en ocasiones también en el centro.

    – [Noah]Tienen todo lo que tenían en la Iniciativa y muchas más.[/Noah] – Noah estaba más acostumbrado a ese cambio de ubicación, así que aprovechó mientras nos recuperábamos para echar un vistazo a casi todo el pasillo.

    – [Elle]Amy, ¿cómo lo hacemos?[/Elle] – preguntó mi hermana. Mi mente estaba distraída en todos los artefactos, dossiers y notas que había por todas partes. Me forcé a concentrarme, no estábamos allí para eso.

    – [Amy]No lo sé.[/Amy] – respondió Amy, parecía frustrada, siempre fruncía el ceño de la misma forma cuando lo estaba.- [Amy]Algo ha cambiado y no sé cómo seguir.[/Amy] – explicó. El problema de ver el futuro ya lo habían contemplado los Moondies. Normalmente, cambia, al menos cuando lo ves y necesitas evitarlo, suele pasar. El problema está en que teóricamente esos futuros sí llegan a existir, porque de otra forma Ezra no estaría aquí, así que cada decisión nuestra crea un mundo nuevo. Decidme si no es presión tener que pensar así.

    – [Xander]Hay que sacarles de aquí. Es lo principal.[/Xander] – respondí. Las cápsulas no se veían por la zona en la que estábamos. Esperé la respuesta de Henry, pero estaba apoyado en una pared, casi incapaz de mantenerse en pie. El salto había sido demasiado.

    – [Xander]Elle, ¿puedes ayudarle?[/Xander] – le pregunté. Mi hermana, siempre preparada, sacó una botella de agua y una onza de chocolate de la mochila.Le hice un gesto a Noah, que inspeccionó el terreno en una fracción del tiempo que habríamos tardado el resto.

    – [Noah]Las tres cápsulas están allí delante.[/Noah] – señaló el camino y caminamos detrás de él, con cuidado. Idris, el más grande, llevaba a Henry a cuestas.

    Por el camino vi toda clase de cosas preocupantes, pero cuando llegamos a las cápsulas todo fue a más. Toda la pared que las rodeaba parecía un mural de la vida de los Moondies y de la nuestra también. Había fotos de los discos de las pruebas, de los Moondies, de objetos que tenían en su posesión y una especie de árbol genealógico de cada uno en el que también salíamos nosotros. Por si fuera poco, las fotos eran recientes y llevaban una serie de anotaciones.

    Me acerqué a ellas y se me heló la sangre. Sabían nuestra raza, nuestro grupo sanguíneo…incluso nuestros gustos. La mayoría de las fotos tenían nuestro nick en Endless, así que Infinity estaba sacando esa información del escáner que nos hacían al entrar al juego. Eso, o escuchaban nuestras conversaciones y mensajes, probablemente todo junto.

    Me aparté, deseando prender fuego a toda esa información, aunque fuera un sinsentido, porque tenían acceso siempre a esos datos. Me forcé a volver al presente y preocuparme más tarde de esa amenaza. Jane estaba cerca de las cápsulas, observándolas, como el resto.

    – [Idris]¿De quién es la vacía?[/Idris] – preguntó Idris, señalando una cápsula destrozada.

    – [Noah]Verónica Preston. Vino con Ezra.[/Noah] – explicó Noah, serio. Él sabía más que ninguno sobre la historia de los Moondies y había cosas que le habían pedido omitir. Conocía la historia de Ezra igual que algunos otros, el tío Ed se había pasado años buscándole, pero de la versión malvada de Jane no sabía nada casi nadie, seguramente para evitar que le cogiéramos miedo a la de verdad por su poder.

    – [JJ]¿Preston?[/JJ] – preguntó Jane, temblorosa. La mención a ese apellido era peliaguda, todo el mundo sabía quién era el abuelo de Jane, Owen y Elliot, pero nadie se lo recordaba.

    – [Noah]Tu versión alternativa…y malvada.[/Noah] – resumió Noah.

    – [JJ]Pues qué bien.[/JJ] – replicó ella, cruzándose de brazos. Se hizo el silencio entre nosotros.

    – [Elle]Primero deberíamos sacar al chico.[/Elle]- propuso mi hermana, rompiendo el silencio. Seguramente lo había dicho por algo. Henry había comentado que no teníamos mucho tiempo, así que podía ser eso.

    – [Noah]¿Qué fue lo primero que te regalo tu hermano?[/Noah] – intervino Noah de pronto, cortando la conversación. Estaba mirando a Jane fijamente, casi sin parpadear o tan rápido que no podíamos verlo. Me puse en tensión instintivamente.

    – [JJ]Unos patines de Frozen. [/JJ]- respondió al momento. Noah miró a Owen, que asintió. – [JJ]¿A qué viene eso?[/JJ] – preguntó Jane, molesta. Sabía a qué se debía, pero no pude evitar sentirme un poco molesto.

    – [Elle]Noah, ¿qué pasa? [/Elle]- preguntó mi hermana, colocándose en mitad de todos.

    – [Noah]Cuando los Moondies vieron el futuro, no sabían si Verónica y Ezra habían venido o no al cambiar la historia. Al estar él y esa cápsula vacía al lado…eso significa que tu doble está por ahí en alguna parte. Tenía que asegurarme.[/Noah] – explicó. Noah era práctico, no dijo que lo sentía, porque era necesario despejar la duda, especialmente allí dentro.

    Jane asintió, quitándole importancia, aunque parecía algo molesta, a cinco segundos de responderle algo, entonces un contenedor refrigerado llamó su atención.

    – [JJ]Henry, ¿tienen adn de Verónica?[/JJ] – preguntó, algo asustada. Me acerqué al contenedor donde había muestras biológicas desagradables y viales con muestras de sangre. Estaba el de Verónica y también el de mis madres.

    – [Henry]Sí.-[/Henry] aseguró él. Maldije no tener tiempo para llevarnos o deshacernos de todo lo peligroso de aquella sala, pero teníamos que priorizar a la gente. – [Henry]La llamaban Omega.[/Henry] – aseguró. Un escalofrío recorrió mi espalda con la mención de ese nombre. Miré a Noah y él me devolvió la mirada.

    – [Noah]¿Verónica es Omega?[/Noah] – preguntó para confirmar. Henry asintió. A mi familia no le gustaba demasiado recrearse en lo que había pasado en la Iniciativa. Sabíamos a grandes rasgos que les habían capturado, que había sido una pesadilla y que habían huido, pero durante años les habían seguido amenazando y habían tenido que volver a entrar varias veces, hasta su supuesta desmantelación. Lleno de dudas acudí a Noah. Su padre no había estado en la Iniciativa la primera vez, pero si en las reuniones de los Moondies en las que se aseguraban de no dejar amenazas sueltas. Una de ellas era referente a un cautivo peligroso que había escapado cuando ellos, Omega. – [Noah]Huyó de aquí la misma noche que nuestros padres hace más de veinte años.[/Noah] – resumió. Era terrorífico pensar que Verónica llevaba años por allí, pero también un alivio porque eso significaba que tenía el doble de años que Jane.

    – [Xander]Hay que librarse de las muestras[/Xander] – indiqué. Las de mis madres, la de Verónica, a saber qué podrían hacer con eso.

    – [Amy]No.[/Amy] – intervino Amy, mirándome fijamente. En ese momento tenía lo que yo llamaba de broma «mirada de alfa», que basicamente era ella llena de convicción para evitar algo.

    La miré, entrecerrando los ojos, pidiendo una explicación. – [Amy]Es el adn de Verónica, no el de Jane.[/Amy] – puntualizó.

    – [Xander]Sigue siendo peligroso.[/Xander] – dije tratando de razonar. Por lo que sabíamos, su adn debía ser idéntico.

    – [Amy]Para nosotros.[/Amy] – aseguró. Entonces dudé, confiaba en Amy igual que ella confiaba en mí, si no, Owen ni siquiera habría participado en la misión.

    – [Elle]Amy, estás siendo injusta.[/Elle] – terció mi hermana. – [Elle]Si fuera el de alguien que se parece a ti, lo habrías roto.[/Elle] – añadió. Entendía a mi hermana, pero si Amy lo decía, quizá fuese porque esa sangre podía ayudar contra Omega, o quizá ayudar a la propia Jane a librarse de su poder, las posibilidades eran infinitas.

    Jane no respondió, se quedó pensativa, observando los viales durante unos segundos, antes de irse a inspeccionar las cápsulas. – [Xander]Más tarde lo votaremos.[/Xander] – propuse, para centrar nuestros esfuerzos.

     

    – [Idris]¿Cómo sacamos al Capitán América?[/Idris] – preguntó Idris.

    – [Noah]Has estado mucho tiempo mirándolo. ¿Se te ocurre algo?[/Noah] – Noah se giró hacia Henry, que parecía pensativo.

    – [Henry]Ella puede despertar a She.-[/Henry] comentó, mirando a Elle. – [Henry]Compartis secuencuas genéticas. Solo… pon la mano sobre la cápsula. Para él no se que podemos hacer.[/Henry] – explicó. Al menos ya sabíamos cómo sacar a uno de ellos. La mención a la genética compartida me hizo pensar en el futuro. Esa muchacha era nuestra hermana, hubiese nacido como hubiese nacido, así que sería nuestra responsabilidad a partir de ese momento.

    Elle hizo caso y buscó el punto en el que colocar su mano. El escáner, muy parecido al que te hacían al entrar en Endless, cubrió con un haz azul el cuerpo de Elle, identificándola. Con lo que Henry estaba dicho quedaba claro, Infinity tenía todos nuestros datos genéticos. Si querían buscar a un sobrenatural, lo tendrían fácil, salvo que los vampiros no jugasen a Endless. – [Elle]Siempre he querido tener una hermana [/Elle].- sonrió Ellie, emocionada. Sonreí ligeramente, pese a la preocupación, mi hermana era adorable.- [Elle]No te ofendas, Xan[/Elle]. – apuntó, mirándome mientras me sacaba la lengua.

    – [Xander]No me ofendo, yo también he querido tener siempre una hermana.[/Xander] – me burlé, colocándome a su lado para poner una mano en su hombro como gesto de apoyo.

    Todo pasó muy rápido, pero diferente a lo que estáis acostumbrados a ver en las películas. Empezó a escucharse un sonido de succión y una especie de gel que había en el interior de la cápsula se fue absorbiendo por unos conductos. Cuando no quedó nada, la cápsula se abrió. La muchacha estaba allí, dormida aparentemente. Ayudé a Elle a sacarla, estaba completamente desnuda, así que Idris, que era el más alto, se quitó la chaqueta y se la pusimos. Era una suerte que a Idris no le molestase el frío de esa sala, que me imaginé que sería para mantener los artefactos en estado óptimo.

    La observé, tumbada en el suelo, con apariencia de dormir plácidamente. Se parecía a mis dos madres, y a Ellie. Es un poco extraño como me sentí. Habíamos empezado esa misión con el fin de salvarles a los dos, pero no me había parado a pensar hasta ese momento que tendría una nueva hermana y…era extraño porque solo con verla ya le tenía aprecio. Ellie me miró y vi que tenía los ojos brillantes, estaba emocionada.

    Por desgracia, los buenos momentos suelen ser breves. Escuché un ruido extraño y me giré para ver a Amy en estado glabro, cuando era aún más humana que loba, pero con un aspecto feral. Aulló y el sonido reverberó por todo el almacén.

    Me quedé parado y los demás también, observando. Cuando el aullido se detuvo, un ruido de golpes vino de la cápsula de Ezra. Nos acercamos corriendo y vimos que se removía, muy agitado, intentando salir.

    La puerta era muy resistente y él tenía poco espacio para hacer fuerza, así que decidimos tirar de la puerta. Noah se transformó y entre él, Idris, Owen, Elle, Jane y yo conseguimos arrancar la puerta de sus goznes.

    Una niebla helada salió del interior de la cápsula, seguida segundos después de un chico joven, robusto, más animal que hombre en aquél momento.

    Ezra fijó en nosotros sus ojos ambarinos y se lanzó contra Jane antes de que pudiéramos evitarlo. Noah se puso entre ellos en un parpadeo, pero Ezra no se amedrentó.

    – [Amy]¡ATRÁS, BETA![/Amy] – gritó Amy, interponiéndose. Él gruñó y ella le devolvió un gruñido. Después de unos momentos de tensión, su forma empezó a remitir a la humana. Eso sí, desnudo, ese día iba a ser marcado en el calendario como el de ver a tus parientes desnudos.

    – [Ezra]No lo entiendes. Estoy aquí para acabar con ella.-[/Ezra] trató de explicar, parpadeando demasiado. Parecía confuso.

    – [Xander]No la buscas a ella. No es Verónica.[/Xander] – me coloqué cerca de él y le puse una mano en el hombro, intentando anclarlo a la realidad. Después de años en crioestasis no debía poder diferenciar realidad de sueño.

    – [Ezra]¿Victor? Pero ella te…-[/Ezra] observó fijamente a Owen. Victor y Verónica Preston, no se lo había dicho nunca a Owen pero él también tenía su otra mitad sedienta de sangre. -[Ezra]Entiendo. Son los de vuestra linea temporal.[/Ezra] – dijo en voz más baja. Se llevó una mano al rostro, como si le doliera la cabeza. La desorientación tenía que ser muy fuerte, si no hubiera sido un licántropo quizá no lo habría contado.

    Un sonido metálico me distrajo. Me giré y había una docena de guardias apuntándonos con armas que parecían sacadas de una película de ciencia ficción. – [b]¡Quietos ahí![/b] – gritó uno de ellos. El aullido había debido alertarles.