Moondale

Autor: Vera MacLeod

  • VIVIENDO DE VERDAD

    Vera – Artisan

    Mañana

    Cuando eres pequeña, tienes que aprender a perder. De nada sirve que juegues si no eres consciente de que a esta vida has venido a que se coman tus fichas, a vender tus hoteles por cuatro duros, a que la palabra correcta se te quede en la punta de la lengua, por muy injusto que te parezca. Desde bien pronto, descubres que hay un montón de niñas más altas que tú, más listas que tú, más guapas que tú. Nunca nada es suficiente. Si sacas un nueve en un examen, una compañera, esa que se sienta tres pupitres más allá, tiene un diez y si siempre sacas dieces, un día malo sacas un nueve y alguien se convierte en la «Nueva Persona Más Lista».

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  • AHORA NOS BESAMOS

    Vera – Artisan

    Tarde

    No nos quedó más remedio que huir. Los rumores empezaron a extenderse por el pueblo como la pólvora. En cuestión de días, teníamos los campos plagados de carteles amenazadores. Así pues, hicimos las maletas y abandonamos el que había sido nuestro refugio. Fue una decisión rápida e impulsiva. Cogimos cuatro trapos y echamos a correr como descosidas. Sabíamos que el nidito de amor no iba a durar y (casi) siempre es mejor pedir perdón que pedir permiso.

    [Jamie]No puedo creer que hayamos hecho esto.[/Jamie] – comentó Jamie mirándome con las mejillas sonrosadas mientras atravesábamos el cielo en dirección a una ciudad flotante. Y si pensáis que eso es raro, teníais que habernos visto subidas en moto a toda velocidad o en un tren de aspecto steampunk.

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  • YA NOS PREOCUPARÍAMOS MÁS ADELANTE

    Vera – Artisan

    Mañana

    La casa de Jamie era una vieja conocida, pero aquello que antes era un lugar lleno de vida, era ahora poco más que un cascarón vacío. La mayoría de las habitaciones estaban cerradas y tenían los muebles cubiertos por sábanas.  nos movíamos solo por la planta baja: allí estaban la cocina, el baño, el salón y nuestro dormitorio. No sentíamos la necesidad de subir las escaleras, porque cuantas más estancias usáramos, más había que limpiar.

    – [Vera]No sé cómo habría sobrevivido aquí sin ti[/Vera].- comentó ella, ataviada con un sencillo vestido azul cobalto, mientras leía sentada en uno de los sillones orejeros del salón. El mobiliario, antaño bonito y caro, estaba desvaído y polvoriento, por más que me afanara en limpiar.

    Aquel día había tenido que salir a por leña para mantener la chimenea encendida. Estábamos en el mes de abril, pero seguía haciendo frío. No se me daba bien cortar troncos, pero Jamie no es que fuera la persona más amante de los trabajos manuales que había conocido. (más…)

  • NO ES NECESARIO RELLENAR LOS SILENCIOS

    Vera – Selas

    Mediodía

    Jamie y yo nos alejamos del grupo en busca de algo que comer. No se me pasaba por la cabeza cazar a ningún animal, así que nuestra esperanza era encontrar agua que pudiéramos hervir para no morirnos de una diarrea y hacer unas verduras al fuego que conjuraría Kaylee. Caminamos en dirección a unas tierras cultivadas. No era lo más ético, pero teníamos hambre. Nuestra idea era coger lo justo para alimentarnos.

    Durante el trayecto, no pude evitar mirarla. Me fijé en ella, en su pelo rojizo que le caía por los hombros, en el color de su piel, en la forma en la que la toga se ajustaba a su cuerpo. Nunca había sentido nada parecido por nadie e incluso hubo en la época en la que me planteé que quizás nunca llegaría.

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  • TAN BONITA Y SEGURA DE SÍ MISMA

    Vera – Kvasir

    Mañana

    Disclaimer: este post contiene spoilers de la trama del cómic «El príncipe y la modista» de Jen Wang. Este aviso es por ti, Dioni.

    James y yo estábamos en la biblioteca de la nave anotando hechizos que más tarde practicaríamos. No es que fuera una experta en temas mágicos, pero cuando alguien necesita mi ayuda, intento poner el máximo empeño.

    La biblioteca era grande, con enormes mesas de madera y estanterías cubiertas de libros, de los cuales, muchos de ellos aún no habían sido escritos. Alguien con una alineación más caótica, se los habría leído para después publicarlos, pero no era mi caso.

    Anoté un par de hechizos más: tirer la couverture y otros tantos. Me fijé en James. Ese día, parecía con un aire más taciturno de lo habitual y su ropa, más cercana a mi época que le suya, le hacía parecer que no estaba del todo a gusto en su propia piel.

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  • CICATRICES POR UNA CHICA

    Vera – Bosque del Crepúsculo

    ¿Tarde?

    Me quedé inconsciente mientras hablaba con Elliot y, cuando volví a estar en pleno control de mi cuerpo, me encontré con que me habían movido en contra de mi voluntad. La sensación de desagrado fue en aumento al darme cuenta de que estaba en una cama mugrienta dentro de una habitación que no pasaba los estándares mínimos de salubridad. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal y pensé en que quizás habían abusado de mí.

    Intenté tranquilizarme mientras me incorporaba. Observé mi ropa, que era la misma que antes de quedarme inconsciente: vaqueros y blazer negros y camiseta blanca. No tenía marcas en ninguna parte visible y mi ropa interior parecía intacta. Fuera quien fuera la persona que me había movido, no me había tocado.

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  • NADA IBA A SER COMO ANTES

     Vera Sansa – Artisan (s.XIX)

    Mañana

    Cuando atravesamos el portal me vino un olor desagradable, que no era ni más ni menos que el de la falta de higiene. Aparecimos en una calle empedrada, con edificios de poca altura y gente vistiendo con los harapos más mugrientos que pudiera imaginar. A lo lejos, en lo que parecían las afueras, una fábrica ennegrecía el aire y enfermaba nuestros pulmones.- [Vera]Me siento como en Los Miserables[/Vera].- me quejé.

    – [Leo]O en alguna adaptación de Jack el Destripador.[/Leo] – Leo, que arrugaba la nariz por el humo, señaló con la cabeza un cartel colgado de un muro en el que se veían los retratos de unas mujeres desaparecidas.

    Un escalofrío recorrió mi espina dorsal. En el futuro, después de que casi acabáramos con el mundo, nos habíamos convertido en una sociedad consciente y procurábamos, en la medida de lo posible, contribuir para que todo no se fuera al carajo, pero viendo los excesos de épocas pasadas de primera mano, lo raro es que la extinción no hubiera llegado cincuenta años antes.

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  • DEJA LA CHARLA AMOROSA PARA OTRO MOMENTO

    Vera – Esfera Kouras

    Mañana

    Hacía un calor infernal y más con mi ropa de exploradora de la jungla (pantalones con bolsillos, camiseta y chubasquero). Estábamos en un desierto rocoso de escasa vegetación y agua inexistente. Era, de todas las opciones, la peor para perderse. No había dónde resguardarse, ni qué comer y las opciones de sobrevivir más días de los que teníamos cubiertos con las provisiones eran irrisorias.

    Elliot y Jane se fueron en dirección al pueblo. No me parecía la posibilidad más inteligente, pero era la que ellos habían elegido. En el pueblo había mucha gente y en el Oeste la gente no se caracterizaba por su amabilidad. Era una época nauseabunda que el cine se había empeñado en mitificar como si tuviera algo de bonito robar, pelearse y beber hasta la inconsciencia.
    Noté una molestia en el vientre y eché cuentas: me iba a venir la regla. Yo, que siempre había sido muy previsora, había echado mi copa menstrual en la mochila de útiles, pero aquí no había agua más que la que traía para beber y no iba a utilizar el cazo de cocinar para estos menesteres, así que estaba igual de fastidiada que si no hubiera traído nada. Tendría que improvisar unas compresas con alguna camiseta a la que hubiera dejado de tenerle cariño. Menudo asco de viaje me esperaba.

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  • EN LA LIGA INFANTIL

    Vera – Instituto

    Mañana

    Basajaun. Txantxigorri. Belagile. 

    El eco de mis padres charlando sin parar, de la vieja radio en la que sonaba una canción de Bruno Mars y de Kaylee trasteando su móvil, no era para mí más que eso: un eco. El café con leche se estaba enfriando y con las tostadas podría acabar sujetando la pata de una silla coja de lo duras que estaban ya, pero no podía parar de leer. Estaba enfrascada en mi última aventura, que era leer en español el libro «El guardián invisible», de Dolores Redondo. El libro no era gran cosa, pero estaba ambientado en la Comunidad Foral de Navarra y tenía bastantes palabras en euskera, otro de los idiomas co-oficiales de España. Disfrutaba cada palabra como si estuviera ante un festín, porque de algo me tenía que servir haber heredado la habilidad de mi padre, el omnilingüismo.

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