Moondale

Categoría: Diario de Ezequiel

  • PÉRDIDAS

    EZEQUIEL

    TANTEION

    La sensación de familiaridad me acompañó desde el principio. Mis primeros cincuenta años de vida se habían visto centrados en la guerra, la rebeldía de la juventud y el odio a ese padre psicópata que dejó a mi madre embarazada y sola.

    Cansado, había terminado subiéndome a un barco con destino a las Américas, en cuya costa arribé sin mucho éxito cerca de 1570, dando tumbos hasta encontrar la paz que buscaba en la Patagonia. Allí empecé a aprovechar discretamente mis dones para cumplir trabajos de un poblado cercano y conseguí construirme una cabaña y una vida decente. Tranquila.

    No lo esperaba, no lo buscaba, pero también allí fue donde conocí a Lucía. No quería enamorarme después de los horrores que había visto hacer en nombre de ese sentimiento. Pero las emociones no se pueden someter siempre y lo que sentíamos el uno por el otro pudo más que el sentido común.

    Con los años dimos la bienvenida a una más, una pequeña sonriente que nos brindó la mayor de las alegrías. Hacía tanto tiempo desde la última vez que la había visto, más de doscientos años tratando de mantener vivo el recuerdo de ambas.

    – [Ezequiel]¿Floriana?[/Ezequiel] – corrí hacia ella y la abracé, tratando de aferrarme a lo que sea que estuviera viendo. Quizá el viaje de vuelta a la Kvasir me había llevado a otro lugar y otro tiempo. O puede que todo fuera un sueño, pero sin duda era vívido, sentía el calor de su espalda bajo mis dedos, el olor de su pelo, el mismo que la había acompañado desde el día en que la había visto venir al mundo. El mismo que el día en el que la había visto abandonarlo.

    – [b]Papá, ¿qué haces?[/b] – preguntó ella. Su voz era la misma, solo cambiada ligeramente con el paso del tiempo. Me eché hacia atrás y la miré, los mismos ojos aventureros que mostraron fiereza ante su lecho de muerte. Floriana había enfrentado cada aspecto de su vida con el mismo arrojo. No podía sentir más que orgullo por ella. Por mi primera y única hija.

    Cogí su pequeña mano entre las mías y caí hacia atrás cuando vi que se convertía en una mano grande, de dedos delgados y macilentos, por los que corría una tenue vida a punto de extinguirse. Y su rostro, el cabello oscuro dio paso a un pelo blanco y débil. Aparté la mano y unos ojos carentes de vida me devolvieron la mirada.

    Me alejé y fuera lo que fuera aquella visión, se desvaneció en un parpadeo. Continué hacia la cabaña sin saber qué hacer en aquél lugar, preguntándome qué era lo que había visto, qué clase de juego estaba tejiendo el mundo haciéndome recordar la muerte de mi pequeña.

    Para un adulto, las reglas básicas suelen establecer que los mayores abandonarán el mundo primero. Luego hay enfermedades, accidentes, guerras. Pero en mi caso, la vida implicaba ser consciente de que incluso sin ningún suceso que lo adelante, vería morir a todos los que una vez hubiera querido.

    Primero se fue Lucía, asesinada para tratar de conseguirme a mí, a mi sangre, la maldición y único legado de un bastardo al que le robé el apellido para llevarle al menos el dolor de saber que viviría para recordar su deshonra.

    – [b]¿Por qué no me diste tu sangre?[/b] – dijo de nuevo una voz. Floriana estaba detrás de mí. Joven y fuerte como el día de su boda. – [b]Podía haberme salvado. A mí, a tus nietos.[/b] – el rencor palpitaba en su voz.

    Negué con la cabeza, la vida tenía un equilibrio y mi maldición solo traía desgracia. No había nada natural en ver morir a tu hija, a tus nietos, en sobrevivir a todos hasta vivir al tiempo de unos descendientes a los que ni siquiera conoces.

    Me sentía destrozado, sin fuerzas. Pensé en qué decirle, y sin embargo me encontré con que ya había pensado todo eso alguna vez. Floriana lo entendía, nunca lo había pedido, nunca lo había reprochado. Este ser que tenía ante mí vistiendo su aspecto solo buscaba torturarme.

    Y entonces lo entendí. Había hecho un pacto con Caitriona para tomar el puesto de Daë que me estaba vaticinado, pero aún no lo era de pleno derecho, y ésta era mi prueba. Éste era mi miedo.

  • LA FEA VERDAD

    EZEQUIEL

    TARDE – KOURAS

    El calor sofocante del tipi que nos provocó la visión resultó ser un precursor de lo que estaba por llegar. Me llevé una mano a la frente para quitarme el escaso sudor que podía producir ya mi cuerpo. Me pregunté si podía morir deshidratado, lo dudaba, pero tampoco me apetecía comprobarlo.

    La visión nos había indicado una dirección clara, el desierto, donde el Caballo tenía su hogar ancestral según la anciana de la tribu.

    Al principio el camino había sido duro, pero con la idea de salir de ese páramo y volver a nuestra misión, habíamos usado todo nuestro espíritu, en especial Henry que había usado su poder una y otra vez para teletransportarnos más adelante hasta que el agotamiento había podido con él y ahora apenas podía mantenerse en pie. Parecía caminar porque sus piernas tendían a seguir en movimiento con más facilidad que detenerse.

    – [Ezequiel]¿Quieres parar?[/Ezequiel] – dije, preguntándome a mí mismo cómo era capaz de seguir avanzando.

    – [Henry] No sé si es lo mejor parar con este calor. Pero como no lo haga tampoco sé si podré seguir.[/Henry] – aseguró. Pese a ser un potenciado, dejando a un lado sus poderes, era un humano, con las mismas debilidades y fortalezas. No sabía de dónde sacaba las fuerzas.

    – [Ezequiel]Necesitamos encontrar el caballo pronto, porque no podemos llegar a ningún sitio con agua.[/Ezequiel] – tomé asiento en un montículo de arena, forzando así a Henry a tomar aliento. Mi poder me había llevado a ver morir a muchas personas, así que conocía el aspecto que tenían cuando estaban al borde.

    – [Henry] No podía estar asentado en guardián al lado del pueblo.[/Henry]- se quejó, con la respiración entrecortada. ¿De esa pasta estaban hechos todos los Daë? Con poco más de una veintena de años a sus espaldas y aún así capaces de darlo todo con más espíritu que alguien con cientos de veranos disfrutados y sufridos.

    – [Ezequiel]Al menos no puede ir mucho peor. [/Ezequiel]- traté de bromear para animarle. Pensé en todas nuestras opciones, barajando hasta conseguir una en la que Henry no saliese mal parado.

    Fue en ese silencio compartido cuando un viento nos azotó el rostro. Al principio, lo tomé por una mala señal. Una tormenta de arena era la sentencia de muerte de Henry. Yo quizá tardaría en recuperarme, que la arena arañe tu piel hasta sentir que te la arrancan no debía ser agradable, nunca había muerto así y no me apetecía probarlo, pero lo peor sería despertar y ver lo que le había ocurrido a un amigo. Al primero en mucho tiempo.

    – [Henry] Tenías que hablar.[/Henry]- se quejó, sacando una manta de su mochila para echársela encima. Eso le protegería de la abrasión pero la arena podía enterrarnos o ahogarnos.

    Me acerqué a su posición, trataría de evitar que la arena le enterrase en la medida de lo posible, pero mis poderes eran poco más que una maldición en este caso, solo conseguirían que viviera para lamentar la pérdida, como muchas otras veces.

    – [Ezequiel]Maldita sea, es demasiado. [/Ezequiel]- la tormenta era tan densa que apenas podía ver lo que me rodeaba. Notaba la tierra en mi garganta. Entre el silbido del viento escuché un relincho. Lo primero que pensé fue en la montura de Henry, pero la había dejado atrás para evitarle un viaje así de duro.

    – [Henry] Tormenta no ha sido.[/Henry]- confirmó él.

    – [Ezequiel]Es el caballo, tiene que serlo.[/Ezequiel] – un rayo de esperanza. Éramos Daë, nuestra historia no podía terminar ahí. Los libros de historia nos recordaban, los que se habían enfrentado a la corrupción.

    – [b]Darías cualquier cosa porque lo fuera, ¿verdad? Por volver a tu tranquila soledad. [/b]- susurró una voz. Busqué a Henry con la mirada pero todo era arena pasando a gran velocidad, aunque entre ella, se veía una enorme silueta recortada en el horizonte, un caballo gigantesco. – [b]Si, te lo digo a ti.[/b] – no sabía si hablaba de mí o de Henry. Sin duda mis últimos años habían sido de soledad, completa y profunda. Pero, ¿quería volver a ello?

    – [Henry] Si eso me permite salir de esta tormenta, entonces si.[/Henry] – escuché responder a Henry, él también era solitario, aunque nos habíamos apoyado y habíamos conseguido entablar una amistad tras estar varados en ese lugar.

    – [b]Es humano, siempre lo será, tu sangre puede darle mucho, ya está preparado para traicionarte.[/b]- algo me golpeó y caí al suelo. Pude ver mi sangre manchando la arena. Mi sangre, codiciada por muchos hasta el punto de traicionarme, de matar por ella. Pero…¿Henry también?

    – [b]Nunca será humano, tú morirás y el podrá seguir adelante. [/b]- escuché decir a la voz. Esta vez parecía que hacia Henry. Trataba de separarnos. Caminé hacia mi amigo pero la tormenta pareció engullirlo.

    – [Henry] No envidio la inmortalidad.[/Henry] – le escuché decir desde algún lugar tras la cortina de arena.

    – [b]¿Estás seguro de conocerte?[/b] – preguntó de nuevo. La tormenta se volvió tan intensa que dejé de ver. Mis ojos se sumieron en una oscuridad completa. Pensé que la arena me había dañado los ojos, pero pronto empecé a ver una sucesión de imágenes ante mí.

    Una a una desplomadas en la arena estaban las personas que aún recordaba. Algunas de ellas tenían el rostro más difuminado, las que me costaba recordar porque mi mente había diluido su recuerdo con los años. Entre los cuerpos estaban los otros Daë, sin embargo no sentía que me importase, era como si vivir tanto tiempo me hubiese vuelto inhumano.

    Pero no, yo no era así, eso era un reflejo de aquello en lo que podría convertirme, una frialdad que amenazaba por despojarme de mi verdadero ser y que solo quedase alguien eterno, siempre vivo pero sin vivir realmente.

    Rompí la imagen con toda la fuerza de mi voluntad y avancé por la arena hacia Henry, que parecía estar haciendo lo mismo. Él también había afrontado la visión de su peor yo y con la verdad resuelta, la arena dejó de moverse y un hombre de tez olivácea nos señaló un estanque cercano.

    Me acerqué primero para comprobar que fuera potable y una vez sobreviví, dejé que Henry se hidratase. Al girarme, el Caballo había desaparecido, pero reflejado en el agua había un portal para salir de Kouras.

  • VENGANZA

    EZEQUIEL PONCE DE LEÓN

    NOCHE – NEXUS

     

    La humanidad, sobrenatural o no, apenas había cambiado en los siglos que contaba a mis espaldas, ni siquiera en esa civilización avanzada en el tiempo gracias al sacrificio de más de una docena de mundos.

    Esa gente entre la que caminábamos veneraba al Arquitecto como una especie de ser liberador que había apartado la oscuridad de los mundos y había eliminado la pobreza, las enfermedades, el peligro de los sobrenaturales… Todo lo que les hiciera diferentes, incluso la fealdad. No había nadie feo entre aquellas gentes, nadie tosiendo, nadie con los dientes mal, con calvicie, nada. Incluso en algunos anuncios que habíamos encontrado se mostraban curas a disposición de todos para el cáncer, el alzheimer, la diabetes, para extensión de la vida, para curar la depresión o para enfermedades cuyo nombre desconocía.

    Pero todo eso era a costa de que los sobrenaturales a lo largo de catorce mundos sufrieran, y no solo ellos, si no también el resto de seres humanos que él no había escogido para ser su pueblo elegido. Era la misma desigualdad de siempre, pero llevada al extremo por la todopoderosa magia de ese ser. Era obsceno.

    Después del ataque, nuestro grupo se había dividido en cuatro. Henry llevaba el seguimiento del resto gracias a una esfera que ni Zahra ni yo teníamos. Ese orbe era la esfera Daë, un artefacto mágico que se otorgaba normalmente a los Daë y terminaba convirtiéndose en los discos que abrían las puertas de las pruebas en el Axis Mundi. Conocía bien su historia y habría esperado obtener uno cuando cerré el pacto con Caitriona, pero no fue así. Algo más de la mitad de la nave los tenía y podían comunicarse entre sí, mientras que el resto, los que no habíamos llegado juntos al Cúmulo, no. El resto solía pensar que eso era así porque ellos no eran Daë, que estaban allí por estar, pero yo había elegido serlo, solo que quizá tenía algo que demostrar, como los demás, algo que los New Moondies ya habían cumplido al atreverse a cruzar la entrada al Axis Mundi.

    Las historias solían contar a menudo cómo los Daesdi podían realizar varias pruebas antes de confirmar que alguien era un verdadero Daë y no tenían miedo en cambiar de idea si no lo veían digno. A mí me habían permitido obtener el destino de Daë de Laura Petrov, porque yo lo quería y ella no, pero ahora tenía que seguir demostrando mi valía. Jamie, Ruby, Robin, Lekwaa, Chloe y Zahra habían cruzado sus caminos con los de los demás pero también tenían que demostrarlo, como yo.

    Miré a mis compañeros, Henry, que caminaba al frente, toqueteando un reloj inteligente en el que parecía haber cargado el mapa de la ciudad, silencioso desde el principio. Zahir caminaba más cerca de mí, cubierto con la capucha. Había tomado esa apariencia al separarnos y miraba inquieto en todas direcciones.

    – [Ezequiel]¿No te gusta este lugar verdad?[/Ezequiel] – le pregunté cuando entramos en una calle poco concurrida.

    – [Zahra]No.[/Zahra]- admitió.

    – [Ezequiel]He oído que eres de este mundo, pero de la superficie.[/Ezequiel] – había dedicado mi estancia en la nave para aprender todo lo posible sobre ellos y ellas sin resultar molesto. De Zahir no era de quien más sabía, era una de las personas más reservadas. Por el contrario de Idris lo sabía casi todo.

    – [Zahra]Lo soy.[/Zahra]

    Asentí, imaginando que no debía ser fácil encontrarse en la ciudad. – [Ezequiel]Aquí parecen odiar a los vuestros, como si fuerais malvados.[/Ezequiel] – comenté. Había escuchado conversaciones, visto anuncios contra los sobrenaturales en los que se exageraban sus rasgos, nada distinto de lo que se hacía en mi época con las personas de distinto tono de piel.

    – [Zahra]Nos odian.[/Zahra]- afirmó Zahir. Luego se quedó callado, esquivando mi mirada.

    – [Ezequiel]Disculpa si hablo demasiado. Es una mala costumbre.[/Ezequiel] – aclaré. En otro tiempo mi silencio se veía impuesto, pero la ventaja de vivir en otro siglo radicaba en haber aprendido a ser libre disfrutar de pequeñas cosas como la libertad de expresión.

    – [Zahra]No es que tú hables demasiado. Es que yo no suelo hacerlo.[/Zahra] – respondió él. Era una persona silente, eso era cierto, un misterio en el corazón de la nave.

    – [Ezequiel]Es tan respetable uno como lo otro.[/Ezequiel] – esbocé una sonrisa cortés y él la correspondió. – [Ezequiel]Él tampoco habla mucho.[/Ezequiel] – comenté, apuntando con la cabeza hacia Henry, que dudaba entre dos caminos. Era un hombre diferente, con una personalidad que aún no terminaba de descifrar. Tan enigmático como su tecnología, que escapaba a mi comprensión.

    – [Zahra]Lo está pasando mal.[/Zahra]- explicó Zahir.- [Zahra]O eso parece.[/Zahra] – añadió.

    – [Ezequiel]Era muy cercano a la muchacha que se fue, ¿no?[/Ezequiel] – sabía que la chica cuyo puesto había ocupado yo había decidido marcharse, pero había pedido una forma de comunicarse con la nave, manifiesta en una orbe parecida a las de los Daë pero mayor, que acumulaba polvo porque nadie la había usado aún. O al menos no que hubiera visto.

    Zahir se encogió de hombros.- [Zahra]Supongo que era su compañera.[/Zahra] – parecía una persona que no tenía el romance en sus prioridades. Podría empatizar con eso, porque en ese momento tampoco era la mía, salvo que lo mío era fruto del tiempo, de tener el corazón roto en innumerables ocasiones porque nadie vivía tanto como yo.

    – [Ezequiel]No es fácil ser un héroe. Los sacrificios que se exigen son demasiados a veces.[/Ezequiel]

    – [Zahra]Al final, tienes que decidir si vale la pena ese sacrificio o no y Laura actuó en consecuencia.[/Zahra]

    – [Ezequiel]Es respetable.[/Ezequiel] – pensé en voz alta. – [Ezequiel]Pero si todo el mundo fuera así, no existiría vida a estas alturas.[/Ezequiel] – había aprendido el significado de la tolerancia en mi larga vida, pero también que si todos nos escudábamos en la comodidad de la seguridad, nadie haría nada y nada cambiaría.

    – [Zahra]No veo el problema.[/Zahra]- respondió él sonriendo.

    – [Ezequiel]¿No te motiva la supervivencia?[/Ezequiel] – pregunté, intrigado, mientras le veía aguzar la mirada al entrar en ese callejón oscuro. No conocía a qué especie sobrenatural pertenecía, pero parecía ver mejor que yo en la oscuridad y sabía por lo que se contaba por ahí que sobrevivir era lo que le había alimentado durante una buena temporada.

    Zahir se encogió de hombros.- [Zahra]No a cualquier precio. Eso lo aprendí hace mucho y lo tengo grabado a fuego.[/Zahra]

    – [Ezequiel]El tiempo cambia muchas cosas.[/Ezequiel] – comenté. Si algo tenía que ofrecer al grupo además de mi resistencia, era mi experiencia. – [Ezequiel]Quizá ahora puedas empezar a pensar en un deseo de futuro.[/Ezequiel] – porque al final no se puede vivir solo de luchar y sobrevivir.

    – [Zahra]Quizás.[/Zahra] – dijo antes de guardar silencio una vez más.

    Le sonreí y me adelanté con la esperanza de hablar con Henry, al que apenas se veía en la oscuridad del callejón. Estaba a punto de darle alcance cuando vi unas figuras aparecer al final de camino.

    – [b][i]Hemos avistado a los sospechosos. [/i][/b] – dijo una voz proveniente de uno de ellos. No necesité más. En un par de zancadas me coloqué delante de Henry, que había frenado al verlos. Nos habían encontrado.

    – [Ezequiel]Preparaos para luchar.[/Ezequiel] – les dije desenvainando a Semign, la espada que me acompañaba desde hacía siglos.

    Los policías de Antailtire se acercaron pero cuando me preparaba para luchar, una figura les embistió y empezó a golpearles con una fuerza sobrehumana. En un punto, lanzó a uno de ellos con una mano contra una pared y su cabeza emitió un sonido hueco, probablemente estuviera muerto.

    Detrás de mí Zahir cayó al suelo. Pensé que le había ocurrido algo pero al girarme vi que se estaba haciendo el muerto. Me asaltó una imagen de mí mucho más joven, aprendiendo a hacerlo para protegerme de los temibles osos de la zona.

    – [Ezequiel]¿Quién eres?[/Ezequiel] – pregunté al ver que la figura se acercaba a nosotros después de derribar a todos los policías. No teníamos mucho tiempo, pronto los que estuvieran vivos podrían levantarse y otros acudir a su rescate.

    – [b]Hace mucho que no tengo nombre, pero puedes llamarme Haevn.[/b] – respondió. Al acercarse vi que parecía un hombre, de hombros anchos, cabello rapado y voz ronca. Pero había algo más, algo extraño a lo que mi cuerpo reaccionaba con deseo de huir.

    – [Ezequiel]Gracias por la ayuda, pero, ¿por qué?[/Ezequiel] – pregunté. No parecía alguien de la ciudad y era poco probable encontrar un amigo salido de la nada, menos aún viendo como había matado a algunos de los policías.

    – [b]Daños colaterales, estaban en mi camino. Eres una persona difícil de localizar… Zahra.[/b] – su mirada se centró en un punto detrás de mí. Zahir seguía en el suelo, inmóvil.

    – [Ezequiel]¿Por qué buscas a Zahra?[/Ezequiel] – pregunté.

    – [b]Por su culpa soy lo que soy.[/b] – al acercarse a la tenue luz, sus ojos emitieron un brillo fantasmagórico. Era un reanimado, un espectro ocupando el cuerpo de un fallecido. – [b]Da igual en que mundo o bajo que cara te escondas, siempre te encontraré[/b] – prometió. Un problema más en nuestro camino, esa venganza era una distracción que no podíamos permitirnos.

    Vi que Zahir se levantaba, pero ahora siendo Zahra. Tenía una pose digna, dispuesta a enfrentarse a la venganza de ese ser.- [Zahra]Te equivocas.[/Zahra]

    – [b]Tu pacto no solo acabo con tu gente…[/b] – había escuchado que Zahra era el producto de un trato que salió mal. Una maldición de algún ser mágico que se había aprovechado de sus deseos.

    – [Zahra]No tienes ni idea de qué estás hablando. Qué atrevida es la ignorancia, Haevn.[/Zahra]- discutió ella. Parecía creerlo con firmeza, pero también ese ser llamado Haevn. Aun así, era fácil engañar a un reanimado, lo espíritus que se aferraban a la vida eran incapaces de controlar sus emociones y eso les hacía fácilmente manipulables.

    – [Ezequiel]Estoy seguro de que podéis resolverlo hablando. La venganza nunca lleva a nada bueno.[/Ezequiel] – propuse.

    – [Zahra]Eso díselo a él.[/Zahra]- replicó Zahra. El lenguaje corporal de Haevn no mostraba ningún interés en dialogar.

    – [b]No hay nada que hablar, si os interponéis en mi camino moriréis también.[/b] – sentenció, acercándose con posición amenazadora.

    – [Ezequiel]Deberías reconsiderado.[/Ezequiel] – le advertí, aferrando la espada con disposición a enfrentarnos. – [Ezequiel]No todo el mundo tiene el privilegio de morir.[/Ezequiel] – por mucha fuerza que tuviese, mi cuerpo resistiría sus golpes y las heridas una y otra vez. Pero por otro lado, había sido traído de vuelta de la muerte, así que tampoco podría hacerle mucho. Estaríamos luchando una eternidad.

    – [Zahra]Haevn, estamos en medio de algo importante y tu venganza lo único que hace es interponerse en ello.[/Zahra] – insistió Zahra.

    Pero Haevn ya no escuchaba, su velocidad de espectro le permitió abalanzarse contra nosotros, pero no contaba con Henry, que en silencio todo ese rato se había colocado detrás de Zahra y de mí y nos teletransportó a varias calles de distancia, donde echamos a correr, escuchando el eco del grito de rabia de Haevn

  • LA FUENTE DE LA ETERNA JUVENTUD

    EZEQUIEL

    LA KVASIR – NOCHE

    Aquellos primeros días no dejaba de observar las estrellas, incapaz, pese a que la profecía decía que todo pasaría en otros mundos, de ser consciente de que me encontraba, en efecto, muy lejos de la Tierra.

    Había decidido instalarme en la cabina de esa nave estrellada a la que llamaban ‘La Kvasir’, para acortar la discusión inicial del grupo sobre qué hacer conmigo. Entregué mis armas, ahora a buen recaudo en el almacén y había pasado el tiempo allí, solo, observando el cielo y pensando. Cuando eres inmortal tienes tiempo de sobra para pensar y para estar solo.

    Había escuchado poco después de presentarme, en mitad del debate de si fiarse de mí o no, que la abuela de varios miembros del grupo había muerto, así que una vez que aceptaron dejarme la cabina – con la excepción del muchacho alto y sonriente, al que no parecía hacerle mucha gracia, como más tarde descubriría, que durmiera en la cabina otro que no fuera él – decidí dejarles espacio para sanar y recuperarse también de sus sacrificios ante ‘La Bruja del Bosque del Crepúsculo’.

    Salía para buscar comida, saludaba a los habitantes de la nave y trataba de aprenderme sus nombres y volvía a mi espacio. Hasta que esa noche, alguien llamó a la puerta. Me quité la manta y me levanté de la silla del piloto. La puerta estaba cerrada, pero presioné el dispositivo de apertura que estaba a un lado y esta se abrió, deslizándose hacia un lado. Al otro lado, una joven alta, de cabello largo y rubio, me saludó con una sonrisa. Era ella, Elle, la Vanir.

    – [Elle]¿Puedo pasar? Siento haberte despertado, pero necesitaba hablar contigo a solas.[/Elle] – preguntó con unos modales impecables. No todo el mundo era así, esa nave albergaba un grupo muy variopinto, con problemas personales que interferirían muy probablemente en su deber. Pero quizá me vendría bien recordar lo que era sentirse humano.

    – [Ezequiel]Tranquila, hace mucho que tengo todo el tiempo del mundo para dormir.[/Ezequiel] – admití, apartándome para que pasara.

    – [Elle]Gracias.[/Elle]- respondió mientras se acercaba a la luna de la cabina y oteaba las estrellas, pensando seguro qué decir.- [Elle]Quería saber…[/Elle]- se giró y se rió de su propia idea. Era una situación difícil en la que se encontraba.- [Elle]Supongo que te lo imaginas.[/Elle] – resumió. Era franca, aquello me gustó.

    – [Ezequiel]Imagino que querrás saber muchas cosas y yo os debo al menos eso para ganarme vuestra confianza.[/Ezequiel] – afirmé, caminando hacia el extremo opuesto. Había vivido a lo largo de bastantes epidemias, pero desde la era del coronavirus mantener una conversación a cierta distancia se había ganado un lugar especial como señal de deferencia hacia la otra persona.

    – [Elle]Sobre todo quiero saber cómo has llegado hasta aquí y si eres de los buenos.[/Elle]- resumió. Iba directa al grano, sin medias tintas. Su sinceridad le iba a venir bien en su papel.

    – [Ezequiel]Ojalá el mundo fuera así de fácil, se me olvida la fortaleza de la juventud.[/Ezequiel] – pensé en voz alta. Apenas recordaba esa sensación de que el mundo se divide entre lo que está mal y lo que está bien. Muchas veces hay grises, quizá demasiados. Grises que nos obligan a hacer cosas que no querríamos hacer. – [Ezequiel]Si, podría decirse que soy de los buenos, igual que vosotros.[/Ezequiel] – respondí. Era todo lo bueno que los Daë pudieran ser. Su destino era salvar vidas, aunque a veces los sacrificios que tenían que tolerar les movían a zonas más grises. – [Ezequiel]Llegué aquí porque estaba la noche que os atacó la que es igual que una de vosotros.[/Ezequiel] – añadí. Supuse que necesitaba saber ciertas cosas desde el principio. La profecía dictaba la era en la que pasaría todo, así que llegué a Moondale en ese tiempo y empecé a observar los movimientos de aquellos jóvenes hasta que les vi reunirse y dirigirse hacia la montaña. Sabía que esa era la entrada por la que sus antecesores habían cruzado al Axis Mundi, así que recogí mis cosas, vi cómo les atacaba ese ser tan poderoso y cuando vi que se abría el portal corrí tras ellos y crucé.

    – [Elle]Omega.[/Elle]- dijo ella. Se quedó pensativa y después se acercó hacia la puerta para cerrarla. Había visto a esa joven pasar mucho tiempo con la que era igual que la que les había atacado, parecían ser muy amigas así que quizá trataba de recordarle la cruda realidad.- [Elle]Ezequiel, no quiero que pienses que soy tonta, pero en el mundo hay gente buena y gente mala.[/Elle]- fijó sus ojos en los míos y ahí la vi por primera vez, no a Elle, si no a la vanir de la profecía. Aquella joven emanaba poder de muchos tipos. En el acontecer de mi larga vida me había encontrado a muchas personas con poder que se dejaban devorar por él o personas sin poder que fingían tenerlo, pero había encontrado pocas que lo tuvieran y lo llevasen así. Esas personas eran auténticas líderes y en ese momento vi que Elle era una de ellas.- [Elle]Si estás aquí, es porque eres de los primeros, porque si eres de los segundos, no tendrás universo para huir de mí.[/Elle] – sentenció. Esa determinación escondida tras su apariencia afable sería el azote de la oscuridad del mundo. Mis dudas empezaron a despejarse a partir de aquel momento, hasta entonces había pensado si alguien sería capaz de verdad de la gesta que ella tenía por delante, de liderar no uno, si no dos grupos de Daë.

    – [Ezequiel]Lo sé. Sé quién eres, hija de dos Kvasir.[/Ezequiel] – así la llamaba la profecía. No la entendí hasta que no la vi salir de su hogar con su familia, una mujer rubia y bajita que emanaba el mismo aura de líder que ahora tenía ella, un hombre pelirrojo con aspecto de guerrero y una mujer rubia de aspecto luchador. Las circunstancias que rodeaban el milagro de su nacimiento las desconocía, pero eran también el origen de su gran poder Vanir.

    – [Elle]Crees que sabes quién soy, pero no lo sabes.[/Elle]- dijo, recordándome que apenas conocía a nadie de aquella nave y aún me debatía con los parentescos de muchos de ellos.- [Elle]Confiaré plenamente en ti si me das tu palabra.[/Elle] – la observé. Aún no sabía de mí nada más que el hecho de que les había espiado y sin embargo, me estaba ofreciendo una mano amiga, confianza plena. Hay que tener mucha fortaleza para ofrecer tu confianza así, eso solo pueden hacerlo unas pocas personas elegidas y era una muestra más del papel que jugaba en todo esto.

    – [Ezequiel]Tienes mi palabra.[/Ezequiel] – prometí. – [Ezequiel]Conozco la profecía que habla de ti y de ellos.[/Ezequiel] – le expliqué, señalando al resto de la nave con la mano. – [Ezequiel]Por eso me convertí en Daë, para ayudaros.[/Ezequiel] – la profecía había llegado a mis manos sesgada, a través de un sueño. Reuní sus pedazos y la reconstruí. Entonces supe que yo sería parte de ella, tenía que ayudarles, hacer de mi eterna existencia un propósito.

    Elle me tendió la mano.- [Elle]Bienvenido a la nave, Ezequiel. Aquí tienes a una amiga para lo que necesites.[/Elle]- me dedicó una sonrisa auténtica, pese a todo lo que ella misma estaba pasando. ¿De qué clase de madera estaba hecha esa mujer? Juré apoyarla en las dudas que tuviese a partir de ese momento, porque sabía que, con profecía de por medio o no, estaba destinada a liderar y a luchar.- [Elle]Ahora necesito que me hagas un favor y es que actúes como si te hubiera dado una charla motivadora que ha cambiado tu vida. ¿Crees que puedes hacerlo? De momento, no somos ni un grupo, pero la misión se está alargando demasiado y ha llegado la hora de actuar.[/Elle] – sonreí. Estaba tomando el control de la situación y había empezado asegurándose de que yo no era una amenaza y me convertía en un aliado. Si conseguía generar en los demás la misma fe que había creado en mí, el grupo se uniría por sí solo.

    – [Ezequiel]No necesito fingir Elle, has venido, has hablado conmigo y me has dado lo que necesitaba, un lugar y confianza. No pienses dos veces lo que te sale de forma natural. [/Ezequiel]- le aconsejé. No había mejor charla motivadora para mí que ver los atributos que había demostrado.

    – [Elle]Veo que lo vas pillando.[/Elle]- me guiñó un ojo, pensando que le estaba siguiendo la corriente. Era modesta, pese a estar empezando a actuar de líder, aún no creía merecérselo. Quizá era la receta del éxito, no quererlo y pensar que no lo mereces.

    – [Ezequiel]Si necesitas saber algo más de mí, solo tienes que preguntar. [/Ezequiel]- le ofrecí. Mi vida tenía historias para contar cada noche y dudaba que a nadie le interesara tanto, pero no me molestaba hablar de ello si era necesario.

    – [Elle]Me gustaría saber de dónde vienes. Un resumen de tu historia o lo que me quieras contar.[/Elle]- pidió amablemente, sentándose en uno de los asientos de la tripulación, yo me senté en otro, alejado.

    – [Ezequiel]Me llamo Ezequiel de León, por Ponce de León, mi padre.[/Ezequiel] – empecé por el nombre que muchos habían escuchado, aunque fuese en ficción. Un nombre que poco guardaba ya de la persona que había sido, transformada ahora en toda suerte de leyendas con el paso de los siglos.

    Ella reaccionó como venía siendo habitual en las pocas personas que descubrían el nombre de mi mal llamado padre, un conquistador de tierras y gentes. – [Elle]¿Cómo?[/Elle]

    – [Ezequiel]Nací en el siglo XVI, en Borikén, lo que ahora se conoce por Puerto Rico. [/Ezequiel]- le expliqué. El mundo era muy distinto ahora al que me había visto nacer, por suerte para todos. – [Ezequiel]Todo el mundo sabe que Ponce buscaba la fuente de la eterna juventud.[/Ezequiel] – comenté. Con los años me había ido liberando de las fórmulas impuestas y había conseguido tratarlo por su nombre, crear distancia. – [Ezequiel]Lo que no se sabe es que la encontró y que esa fuente era la sangre que corría por las venas de mi familia materna.[/Ezequiel] – aclaré. Era pronto aún para dar detalles de mi convulsa relación familiar, pero necesitaba conocer mi don. O maldición según a quién le preguntaran.

    – [Elle]Nos habría venido muy bien un poco se tu sangre para ayudar a mi abuela.[/Elle]- dejó escapar sin pararse a pensarlo. Pareció arrepentirse al instante.

    – [Ezequiel]Mi sangre y la de los míos ha desatado muchas guerras.[/Ezequiel] – le expliqué. – [Ezequiel]Que yo sepa, solo estoy yo.[/Ezequiel] – añadí, era el último receptáculo de la fuente de la eterna juventud, todos los demás habían caído en malas manos o habían cedido a las presiones del paso del tiempo. – [Ezequiel]Tienes que entender que puede curar, pero la gente la codicia enseguida, es una maldición que la acompaña.[/Ezequiel] – le aconsejé. No podía decirle mucho más, pese a todo lo malo que pudiera tener, era cierto que cualquiera daría lo que fuese por tener acceso a ello y salvar a sus seres queridos. Por muy cansado que pudiera haber estado yo de mi larga vida en cualquier momento, no me atrevería a pensar que soy un desafortunado, porque era un privilegio del que nadie más gozaba.

    – [Elle]No quería ofenderte.[/Elle]- se apresuró a decir, algo sonrojada pero entera. Aguantaba bien la presión y los errores.- [Elle]Lo he dicho sin pensar.[/Elle] – añadió con sinceridad.

    – [Ezequiel]Habría ayudado a tu abuela de haber podido, lo lamento mucho.[/Ezequiel] – respondí, sentía pena por la pérdida de aquella joven, porque no sería la última. Aún recordaba el dolor de algunas de las peores pérdidas de mi vida, eso te marca, te acompaña.

    – [Elle]Gracias. No quería ponerte en la tesitura de tener que decir eso.[/Elle]- aclaró. Era cauta, vigilaba bien sus palabras y evitaba ofender. Tenía un control emocional bueno y su carisma la hacía fácil de seguir. Era una buena receta para liderar, faltaba ver qué haría con ello, pero ponía mis apuestas en que algo grande.- [Elle]Es que es muy reciente. Lo siento, de verdad.[/Elle] – insistió. Me sentí mal por la forma en que se culpaba.

    – [Ezequiel]Si algo me han enseñado los años es a no tener que lamentar ser sincero.[/Ezequiel] – traté de reconfortarla. Llevaba muchos años aislado de las relaciones sociales y eso sería un problema a solucionar para convivir en esa nave. – [Ezequiel]La pérdida es dura, pero los que nos dejan de quedan con nosotros. Son parte de nosotros.[/Ezequiel] – mi madre me acompañaba siempre, al igual que la de Yarielis.

    Ella asintió.- [Elle]Voy a ir a desayunar, que me muero de hambre.[/Elle]- se excusó, poniéndose en pie.- [Elle]Gracias.[/Elle] – sentí que lo decía de verdad. En ella todo gesto y emoción era así, auténtico, rebosaba de la ilusión de la juventud.

    – [Ezequiel]Gracias a ti Elle.[/Ezequiel] – respondí, asintiendo. – [Ezequiel]Hija de dos Kvasir y un Aesir.[/Ezequiel] – corregí, esperando que incluir a su padre le hiciera sentir mejor.

    – [Elle]Soy mucho más que «la hija de».[/Elle]- replicó con una sonrisa acompañada de un guiño del ojo derecho. Parecía que si le había gustado más ese apodo, aunque tenía razón, era mucho más. Asentí y ella salió, dejándome de nuevo con mis pensamientos, mis recuerdos y la soledad para orbitar alrededor de ellos.

  • UN PACTO DE SANGRE

    EZEQUIEL

    BOSQUE DEL CREPÚSCULO

    El hombre, porque pese a su aspecto ya pocos podían referirse a él como el joven, cruzó el arco que llevaba al centro del laberinto y esperó. Sintió la densa niebla ascender. Era tal y como le habían dicho, el laberinto mágico y al final, la niebla ponzoñosa que abotarga los sentidos antes del viaje. Solo que en su caso, haría el viaje despierto.

    Esperó lo suficiente y sintió un tirón, parecido a la sensación que nos dejan los sueños de estar a punto de caer pero amplificado, como si el espacio dejase de existir y solo hubiese una caída infinita. Cuando volvió a sentir el suelo bajo sus pies lo agradeció. Estaba en una cabaña, con una mujer de aspecto joven, ataviada con una toga que no era más que un vestigio del mundo en el que se encontraban, uno en el que las leyendas de la mitología griega vivían día día, bestias y héroes, dioses y magia. Había tenido que atravesar varias ciudades, mares y montañas hasta llegar a la tierra donde el aire era diferente, donde la magia griega daba paso a la celta y los peligros eran otros, todo para encontrarla a ella.

    – [Ezequiel]Me han dicho que tú puedes darme lo que busco.[/Ezequiel] – dijo, sin prestar demasiada atención a la cabaña. Sabía que era parte de sus dominios, del Bosque del Crepúsculo que estaba tan vivo y ligado a ella como podría estarlo una mascota.

    – [Caitriona]Ezequiel, te esperaba un poco más tarde.[/Caitriona]- respondió Caitriona. Ezequiel vio la muestra de poder de la que hacía gala, ni siquiera su búsqueda pasaba desapercibida para ella. Le esperaba, sabía de él igual que él conocía su nombre y sus leyendas por boca de otros.

    – [Ezequiel]Prefiero llegar antes, así tengo más tiempo para discutir los términos.[/Ezequiel] – replicó él. Tenía claro su parte del trato, lo que quería, pero de ella dependía qué pedirle. Había escuchado de gente que había terminado perdiendo la cabeza al tener lo que creían querer y sin embargo perder algo que no valoraron hasta que ya no estaba. No quedaba duda de que el ser al que Caitriona servía se habría alimentado de esas personas hasta que ya no quedó más.

    Ella rió, le gustaba la sinceridad. – [Caitriona]Dime qué quieres y te diré qué puedo hacer al respecto.[/Caitriona] – propuso, sentándose en una silla que alzó en mitad de la cabaña, junto a una gemela para él. Aceptó la oferta y sentó, más por no parecer soberbio quedándose a una altura diferente mientras conversaban. Cosa que a él solía pasarle mucho con su escasa estatura.

    – [Ezequiel]He venido siguiendo la estela de tus pactos ‘Bruja del Crepúsculo’, sé que ya sabes lo que quiero.[/Ezequiel] – aclaró Ezequiel, usando el sobrenombre por el que la conocían, sobre todo al otro lado del mar. – [Ezequiel]¿Puede concederme eso quién está al mando?[/Ezequiel] – preguntó.

    – [Caitriona]Sí.[/Caitriona]- dijo sin más. Ezequiel supo que la mención a quien estaba al mando le había cambiado el rostro. Aquella mujer con tanto poder no disfrutaba viéndose servir a otros, y sin embargo lo hacía.

    – [Ezequiel]¿Cuál es el coste?[/Ezequiel]

    – [Caitriona]Tu sangre.[/Caitriona] – dijo, fue como si todo ese tiempo él hubiera sabido qué iba a pedir a cambio. Su sangre era valiosa, los dos eran conscientes de por qué cientos de miles de personas la habían buscado a lo largo de los siglos.

    – [Ezequiel]¿Se utilizará contra mí?[/Ezequiel] – preguntó el hombre, echándose un poco hacia delante, apoyando una mano en la rodilla. Bajo la toga celta que llevaba, su musculatura se apreciaba firme, preparada para saltar en cualquier momento como si de un gran felino se tratase. Ezequiel había conocido muchos tipos de magia y sabía lo que alguien con poder tendría la capacidad de hacer con la sangre de otro, llegando incluso a dominarlo por completo.

    – [Caitriona]No.[/Caitriona] – supo que no mentía, igual que ella misma valoraba la sinceridad.

    – [Ezequiel]¿Y contra otros?[/Ezequiel] – tenía que asegurarse de que no haría mal a nadie con su decisión. Lo que necesitaba de ella era parte de su camino, pero si alguien salía perjudicado, tendría que valorar otras opciones, aunque no hubiese ninguna a simple vista.

    – [Caitriona]No.[/Caitriona] – añadió.

    – [Ezequiel]Pero sí dolerá.[/Ezequiel]- aquello ya no era una pregunta, si la deidad a la que servía Caitriona no lo iba a aprovechar para obtener dolor de otros, lo haría de su sacrificio.

    – [Caitriona]Un poquito.[/Caitriona]- dijo mirándole fijamente. Esbozó una leve sonrisa, dejando clara la verdad.

    – [Ezequiel]Los dos sabemos que eso no es del todo cierto. [/Ezequiel]- dijo él, volviendo a apoyarse en el respaldo mientras pensaba en lo mucho que echaba de menos no tener que llevar aquellas pesadas ropas sobre su camiseta y sus vaqueros. Pero habría llamado demasiado la atención. – [Ezequiel]Tu deidad tiene que alimentarse y lo hará con lo que yo sufra.[/Ezequiel] – dijo en voz alta. Sabía que estaría escuchando en todo momento, pero si iba a aceptar ese pacto, sería dejando claro de que era consciente de qué implicaba. – [Ezequiel]Estoy seguro de que la sangre quedará en tus manos, espero que la uses bien.[/Ezequiel] – afirmó, mirándola. Ella no dijo nada, pero él sintió que le daría buen uso, comprometida con proteger ese poder que corría por sus venas.

    – [Caitriona]¿Entonces aceptas el pacto?[/Caitriona] – preguntó, poniéndose en pie. Él se levantó también, estando tan cerca notaba más los más de diez centímetros que debían separarles.

    – [Ezequiel]Lo acepto.[/Ezequiel] – extendió su mano y ella la agarró con la suya. Sintió una descarga que le atravesaba, desgarrando y a la vez, iluminando el camino a su paso. Cuando Caitriona apartó la mano, Ezequiel encontró una daga ornamentada en ella. Sabía lo que tenía que hacer, pero ella le detuvo y con un gesto de su mano hizo que en el suelo se gravase un símbolo que no reconocía. Cada uno de sus trazos horadado en la misma piedra, preparado para recibir su sacrificio.

    Sin pensarlo más, Ezequiel cogió la daga y se cortó la palma. La sangre, roja como la de cualquiera, comenzó a caer. La sostuvo hasta que el símbolo estuvo lleno de ella y comenzó a brillar.

    – [Caitriona]Volveremos a vernos.[/Caitriona] – dijo ella, girándose para marcharse.

    – [Ezequiel]Hasta entonces.[/Ezequiel] – se despidió él preguntándose cuándo y por qué volverían a cruzarse sus caminos.

    – [Caitriona]Disfruta de ser Daë.[/Caitriona]- le guiñó un ojo antes de desaparecer por la puerta.

    Ezequiel observó el lugar donde ella había estado, pensativo. Había buscado durante mucho tiempo, atravesando todos los mundos de aquél Cúmulo, sorteando y sufriendo los peligros que escondía cada uno de ellos, pero finalmente había llegado a su destino. Era uno de los Daë, tal como estaba escrito, pero no le había venido otorgado si no que había tenido que luchar por ello. No se le escapaba que incluso aunque aquella deidad tuviese poder, los Daesdi no habrían permitido que él se convirtiera en uno de sus elegidos sin su supervisión. Había padecido para ello y había pagado en sangre. Aunque eso no significase que la sangre que había manchado sus manos en otros tiempos fuese a ser olvidada.

    Miró una vez más el símbolo en el suelo, redibujado con su sangre, hasta que volvió a sentir un tirón. Solo que ahora, a diferencia de antes, aferraba en su mano derecha una esfera en la que dos colores fluctuaban continuamente.