HOTAH ‘LEKWAA’ TEIKWEIDÍ
ESFERA KOURAS

Lo primero que pensé cuando Kohana entró a llamarme a mi tienda diciendo que habían llegado unos forasteros fue que querían que hiciese de traductor para algún intercambio de productos. Pero cuando dijo que teníamos que ir a ver a Ptaysanwee primero, supe que era más grave.
Por el camino Kohana dijo que tenían a dos forasteros cautivos. Les habían divisado ya a las afueras de Dodge y eso no significaba nada bueno. La ciudad de Dodge era la más cercana a aquél territorio y de allí casi nunca venía nadie a comerciar. Aquella ciudad era una representación viva del clásico Viejo Oeste, un lugar de vicios, muerte y codicia, donde los forajidos campaban a sus anchas y las mujeres no eran más que un objeto.
Cuando llegué frente a Ptaysanwee vi una modesta preocupación en su rostro. Era la líder de aquella tribu y uno de los motivos por los que había elegido quedarme en aquél poblado Sioux en lugar de otra de las tribus hermanas que ocupaban la zona. Mi madre era una líder Tlingit, una tribu de Alaska. Aquella mujer me recordaba a ella, transmitía la misma calma.
Ptaysanwee me explicó que habían cogido a los forasteros cerca de la entrada de la tribu. No habían hablado todavía con ellos, pero una de los dos, una chica joven y pelirroja, hablaba su lengua. A los que les habían capturado les llamaron la atención sus ropas, que no se parecían a ningunas que habían visto antes, salvo las que yo mismo llevaba cuando me encontraron. También les llamó la atención que no oliesen como los vaqueros. Mientras que las tribus se bañaban y aseaban a diario, los vaqueros no, y eso junto a llevar prendas menos aptas para aquél clima, hacía que a veces se les percibiese desde lejos.
Caminé en dirección a las tiendas en las que los tenían. Estaba acostumbrado a tratar con ese tipo de asuntos de vez en cuando. Por mis capacidades, me había convertido en una especie de chamán no solo para aquella tribu sioux, si no para las tribus aliadas de toda aquella zona, ya fuesen sioux, apache, cheyenne o cualquier otra.
Lo hacía sin protestar. A fin de cuentas, ellos me habían salvado la vida y me habían dado un lugar al que llamar hogar después de haber perdido el mío.
Kohana me señaló la tienda de la muchacha. Empezaría por ella y por su conocimiento de la lengua sioux. Entré y vi una figura menuda sentada en el suelo. Tenía las manos a la espalda y su cabello cobrizo caía libre por sus hombros. Al verme, alzó la mirada, podría decir que desafiante. Iba vestida con unos pantalones de esos con bolsillos laterales, una camiseta y lo que parecía un chubasquero atado a la cintura, sin duda una ropa poco apropiada para aquél clima.
– [Lekwaa]Dicen que hablas nuestra lengua.[/Lekwaa] – pregunté en sioux. En el tiempo que llevaba entre ellos había aprendido el suficiente sioux como para expresarme como uno de ellos. Tenía que dar gracias a la insistencia de mi madre por aprender Tlingit, porque de lo contrario, me habría resultado casi imposible.
– [Vera]Y tienen razón.[/Vera]- respondió en un perfecto sioux. Lo hablaba mejor que yo, sin el más mínimo acento. Me resultó extraño.
– [Lekwaa]¿Y tu compañero?[/Lekwaa] – pregunté a continuación.
– [Vera]No lo sé.[/Vera]- respondió ella, esta vez en un perfecto tlingit, que era en lo que acababa de hablarle.
– [Lekwaa]¿Eres consciente de que ahora te estoy hablando en Tlingit?[/Lekwaa] – pregunté. Ella pareció no inmutarse.
– [Vera]Sí.[/Vera]- aseguró. Era mucho asumir, pero por la forma en la que lo hacía, parecía que los idiomas no eran una barrera para ella.
– [Lekwaa]Llevais ropa del futuro. ¿Qué hacéis en este mundo?[/Lekwaa] – dije, sentándome frente a ella. No me gustaba la sensación de estar de pie y ella allí, sentada sin posibilidad de levantarse.
– [Vera]¿Cómo sabes que es ropa del futuro y no de otro continente?[/Vera] – replicó, inquisitiva. Le estaba dando la vuelta a la conversación, pero me dejé llevar.
– [Lekwaa]Porque yo también llegué aquí desde el futuro.[/Lekwaa] – afirmé, sin dar demasiados detalles. No me parecía que decirle eso me pudiera perjudicar más de lo que ya lo hacía estar en el pasado.
– [Vera]¿Eres un Daë?[/Vera] – continuó interrogando.
– [Lekwaa]No entiendo esa palabra.[/Lekwaa] – respondí, hablando ya en inglés. No tenía sentido seguir hablando en otros idiomas cuando los dos hablábamos inglés y para mí era más cómodo. Era extraño hablarlo en voz alta, las únicas veces que lo había hecho desde que estaba allí era para hacer intercambios, por lo general se reservaba para mis pensamientos.
– [Vera]Entonces no lo eres.[/Vera]- sentenció firmemente. Lo dejé estar, tenía otros asuntos que cumplir antes de preguntarle a qué se refería.
– [Lekwaa]¿Eres de la Tierra?[/Lekwaa] – dije.
– [Vera]Sí. De Moondale.[/Vera]- explicó ella. Si la historia hubiese sido diferente, no habría tenido que conocer ese nombre de una ciudad de un condado remoto de Estados Unidos, pero en mi historia, ese nombre era importante.
– [Lekwaa]¿Moondale? Ahí se inicio «La Putrefacción».[/Lekwaa] – dije, tratando de no recordar demasiado. Desde allí habían saltado las primeras alertas, la cuarentena. El mundo civilizado se lo tomó como un evento climático. Yo acepté esa mentira sin dudar, mi madre y su tribu, no. Decían que era algo más, algo oscuro y antigüo como el mundo. Tenían razón.
– [Vera]Me parece que vienes de una realidad alternativa.[/Vera] – afirmó ella. Os contaré una cosa, normalmente uno no espera que le digan eso, si no decirlo.
– [Lekwaa]¿Realidades diferentes?[/Lekwaa] – pregunté. Me llevé una mano a la frente. Mi vida había sido perfectamente normal hasta hacía algo menos de un año. Desde entonces había visto espíritus, magia, seres sobrenaturales, viajes en el tiempo y ahora…realidades alternativas. – [Lekwaa]¿Tu mundo está…bien? ¿No sabes quien es «El Acechante»?[/Lekwaa] – pregunté tratando de centrarme. Tenía muchos nombres y ninguno. Mi pueblo lo llamaba así.
– [Vera]En mi mundo están las cosas regular, pero las estamos arreglando.[/Vera] – respondió. Asentí.
– [Lekwaa]Entiendo.[/Lekwaa] – respondí, pensativo. En realidad no lo entendía, ¿por qué mi realidad si mientras que en la suya ni siquiera habían oído hablar de él? ¿Quizá todavía no había pasado? – [Lekwaa]¿Qué hacéis en este mundo?[/Lekwaa] – le pregunté. Al principio lo había tomado por el pasado de mi Tierra, pero cuando las dos lunas se alzaron al caer la noche, supe que estaba aún más lejos de mi hogar de lo que pensaba.
– [Vera]Tenemos algo que hacer.[/Vera]- dijo de forma escueta. Aquella muchacha era muy ágil de mente. No parecía dispuesta a contar mucho.
– [Lekwaa]Puedo hablar con los demás para dejaros libres, pero necesito que me mires a los ojos un instante.[/Lekwaa] – le ofrecí. Aquella parte era complicada de explicar, especialmente porque no lo comprendía aún lo suficiente y porque no estaba dispuesto a que todo el mundo lo supiera.
– [Vera]Eso es un poco extraño.[/Vera] – admitió, pero se encogió de hombros y fijó sus ojos en mí.
Eran bonitos, pero pronto dejé de verlos porque ante mí estaba todo su vibrante ser espiritual. Sabía cómo lo veían otros, mis ojos centelleaban con un fulgor espectral, como una llama muerta, mientras que yo entraba a aquél mundo lleno de color. Al menos en algunos casos, cuando las intenciones de a quien estaba mirando eran las de una buena persona. – [Lekwaa]Está bien. Podemos ir con tu amigo.[/Lekwaa] – dije apartando la mirada.
– [Vera]No es mi amigo.[/Vera]- puntualizó ella.- [Vera]Es el hermano de mi amigo.[/Vera] – añadió.
– [Lekwaa]Sea como sea, necesito comprobar que él también tiene buenas intenciones.[/Lekwaa] – le expliqué. No era una habilidad que me hiciese sentir cómodo, pero tenía su utilidad. Si pasaban la prueba, no tendría problema en pedir a la tribu que los liberase.
– [Vera]Lo único que puede pasar es que le gustes.[/Vera]- comentó, encogiéndose de hombros. Me imaginé que bromeaba.
– [Lekwaa]Deja que te libere. Y vamos.[/Lekwaa] – me coloqué tras ella y saqué un cuchillo del cinto para cortar las cuerdas.
– [Vera]Gracias.[/Vera]- dijo ella incorporándose y frotándose las muñecas.- [Vera]Me llamo Vera, ¿y tú?[/Vera] – preguntó.
– [Lekwaa]Hotah…Hotah Teikweidí.[/Lekwaa] – respondí. Hacía no mucho tiempo habría respondido simplemente Hunter Travis. – [Lekwaa]Pero me llaman ‘Lekwaa'[/Lekwaa] – era el nombre con el que me había bautizado por segunda vez mi madre, significaba «espíritu guerrero«.
– [Vera]Un placer conocerte, Lekwaa.[/Vera] – dijo con una sonrisa.
– [Lekwaa]Lo mismo digo, Vera.[/Lekwaa] – repliqué.
– [Vera]Lo normal es sonreír cuando te sonríen.[/Vera]- dijo ella. La miré. Los sioux se habían acostumbrado a mi forma de ser, no preguntaban cosas como aquella, así que me sorprendió.
– [Lekwaa]Solía sonreír. Antes de todo lo que pasó.[/Lekwaa] – resumí. A veces parecía que habían pasado años, otras, segundos.
– [Vera]Vaya.[/Vera]- dijo, apartando la mirada.- [Vera]Lo siento.[/Vera] – añadió. Parecía sentirlo de verdad. Era buena persona, aunque eso ya lo había visto.
– [Lekwaa]Gracias.[/Lekwaa] – respondí. – [Lekwaa]No te preocupes por lo de antes. Solo he visto las intenciones de tu alma.[/Lekwaa] – añadí, para despejar las dudas que pudiese tener sobre lo que veía. Alguno había huido pensando que le robaba el alma, por suerte no era una buena persona y eso le mantendría alejado de la tribu.
– [Vera]Espero que hayas visto que soy una persona horrible.[/Vera] – comentó.
– [Lekwaa]Por suerte para ti, no.[/Lekwaa] – estuve a punto de sonreír. Ya había estado más cerca de hacerlo de lo que había estado en años. Ella sonrió abiertamente y salimos al exterior.
El sol aún golpeaba fuerte, necesitaría cambiarse de ropa para seguir por allí, pero aún faltaba su compañero. Por el camino, la gente la miraba, extrañados y curiosos. Por suerte, como habían dicho, no olía como los vaqueros, olía a lavanda, a almendras y algo picante.
Continuamos caminando hacia la tienda en la que estaba su compañero. Abrí y ella entró primero. Pensé que sería una mejor muestra de buena voluntad.
– [Owen]Veo que has hecho un nuevo amigo.-[/Owen] dijo al verme entrar. Era algo mayor que ella. Tenía una constitución atlética, marcada por su camiseta apretada. Llevaba unos pantalones vaqueros clásicos y unas deportivas similares a las que yo llevaba cuando llegué aquí.
– [Vera]Soy muy sociable.[/Vera] – replicó ella despreocupadamente.
– [Lekwaa]Necesito que me mires a los ojos un momento.[/Lekwaa] – le dije, sentándome frente a él.
– [Owen]¿Estas intentando ligar conmigo? Me siento halagado pero… oh que ojos tan profundos. – [/Owen] sonrió, fijándose en mis ojos.
– [Hotah]Tenias razón.[/Hotah] – dije a Vera. Entonces volví a conectar con mi habilidad y el iris de aquél joven me mostró plenamente su alma. Cuando estuve seguro, aparté la mirada.
– [Vera]Es rarito.[/Vera]- escuché decir a Vera. No tenía claro a quién de los dos se refería.
– [Hotah]Está bien, hablaré con la tribu. Sois libres.[/Hotah] – aclaré, poniéndome en pie.
– [Vera]Gracias.[/Vera]- dijo Vera. Me acerqué al chico y le solté las cuerdas.
– [Owen]Muy amable. ¿Le has preguntado por eso?-[/Owen] escuché preguntarle crípticamente.
Ella asintió.- [Vera]No sabe nada[/Vera] – me imaginé que se trataba de todo aquél asunto del «Daë».
– [Hotah]No puedo ayudaros con ese «Daë».[/Hotah] – lo sentía, pero sin más información, no podía hacer nada. A fin de cuentas, seguía siendo un extraño en ese mundo. – [Hotah]Pero en la tribu os pueden conseguir ropa y alojamiento mientras tanto.[/Hotah] – ofrecí. La ropa la necesitarían y algo de comida y agua no les vendría mal seguramente.
– [Owen]La ropa nos vendrá bien, pero no podemos quedarnos.-[/Owen] aseguró él.
– [Hotah]Debéis tener cuidado con las ciudades. Las tribus son el único sitio seguro.[/Hotah] – le respondí. La ficción había tratado a las tribus de salvajes, pero la realidad era bastante diferente y en aquél mundo más. Los vaqueros eran aún más violentos.
– [Owen]No deberíamos habernos separado[/Owen]. – comentó, preocupado.
– [Vera]Tenemos que ir a buscar a Jane y a Elliot.[/Vera] – le dijo la chica, Vera. Así que no eran los únicos que habían venido.
– [Hotah]¿Están en la ciudad?[/Hotah] – pregunté, verdaderamente preocupado. Las buenas personas apenas tenían cabida en la ciudad. Vera asintió.
– [Hotah]Las ciudades son peligrosas, pero en Dodge vive el «Banquero».[/Hotah] – les expliqué, saliendo ya de la tienda. Él era la principal preocupación de las tribus. – [Hotah]Forajidos y gente normal trabajan para él. Solo le interesan los metales preciosos y están dispuestos a cualquier cosa.[/Hotah] – añadí. Los forajidos eran peligrosos, pero solían trabajar en solitario, el Banquero tenía la ley de su lado y además organizaba a los forajidos para su provecho. Era fácil imaginarse que nadie se iba a arriesgar a oponerse a él para salvar a un puñado de «indios». – [Hotah]Esta tribu y las vecinas protegen la zona y sus habitantes desde que sus hombres acabaron con casi todos los gigantes de piedra.[/Hotah] – aclaré. Aquello aún se recordaba entre las tribus cada año. Yo lo tenía muy presente pese a que había sido muchísimo antes de mi llegada. Había sido una masacre.
– [Vera]El Daë.[/Vera]- comentó Vera. Vi cómo miraba a Owen.
– [Hotah]¿Quién, el banquero?[/Hotah] – pregunté, sorprendido. Si era así no podía ayudarles, salvo que su destino fuera matarle.
– [Vera]No, el gigante de piedra.[/Vera]- aclaró. ¿Él era el Daë?
– [Hotah]¿Ugg’Krah? Es el último que queda. Está solo en la montaña, protegiendo el hogar de su tribu.[/Hotah] – era el último de su especie. Vivía sobre un cementerio de los suyos y los ataques no iban a menos porque el hogar ancestral de esa tribu de gigantes de piedra estaba sobre un enorme yacimiento de oro. – [Hotah]Los gigantes de piedra siempre han defendido a las tribus y ahora ellos le defienden también a él.[/Hotah] – añadí. Ellos habían sido los guardianes desde tiempos remotos, así que ahora le devolvían el favor. – [Hotah]Si ese es vuestro Daë, os ayudaré.[/Hotah] – sentencié. Ugg’Krah era un amigo, a veces iba a verle para que estuviera tan solo. En el fondo, los dos lo estábamos.
– [Vera]Muchas gracias.[/Vera]- dijo Vera. Asentí y les conduje ante Ptaysanwee para explicarle todo y pedirle ayuda. La jefa enseguida mandó buscarles ropa y Vera y Owen se marcharon a cambiarse mientras yo preparaba el viaje.
Cuando volví a unirme a ellos, ya estaban vestidos con ropas sioux tradicionales. Vera incluso llevaba el cabello recogido en una coleta que le había ayudado a hacer la hija de Ptaysanwee. Lo cierto era que incluso con la ropa, llamaban la atención.
– [Vera]En un rato tendrían que volver al punto de encuentro. Si no lo hacen, iremos a por ellos.[/Vera] – comentó, preocupada, al poco de salir del poblado. La vi llevarse la mano a una bolsa y coger un pequeño orbe de cristal resplandeciente.
No sé exactamente qué pasó, pero de pronto, Vera fijó la mirada al frente. – [Vera]Elliot, ¿estáis bien?[/Vera]- preguntó con visible preocupación. Según lo que había captado en su conversación, Elliot era uno de los dos que habían venido con ellos. – [Vera]Sí, ya sé que no es la hora que habíamos acordado y que estáis investigando.[/Vera]- puso los ojos en blanco y esperó un momento, como si estuviera manteniendo una conversación. Miré a Owen, que parecía tan perdido como yo. Vera nos miró y notó que no estábamos viendo nada, pero no le dio importancia y siguió hablando. – [Vera]Sí, también sé que no deberías estar usando eso en esta época…[/Vera] – replicó con un suspiro de exasperación.
Pasaron unos segundos en los que se cruzó de brazos. – [Vera]¿Quieres dejar de quejarte?[/Vera] – sentenció, alzando un poco la voz.- [Vera]Jane y tú tenéis que venir al punto de encuentro ya.[/Vera] – añadió. Fuera lo que fuera, era una suerte poder avisarles de que abandonaran esa ciudad condenada cuanto antes. También estaba la parte de mi mente que no estaba acostumbrada a todo lo sobrenatural, que pensaba que a aquella muchacha le estaba dando una alucinación por el calor. Por suerte, teniendo en cuenta que íbamos a ver a mi amigo el gigante de piedra, me forcé a pensar que era real. – [Vera]¿Eso que se oye es Jane discutiendo con vaqueros?[/Vera] – preguntó, colocándose para tratar de ver más cerca algo. – [Vera]¿Les está pegando?[/Vera] – añadió, conmocionada. Me llevé una mano a la nuca, las cosas podían salir muy mal. – [Vera]¿Jane está intentando crear una sociedad feminista?[/Vera] – gritó.- [Vera]Dile que haga el favor de venir antes de que líe una paradoja.[/Vera] – sentenció. Aunque si la otra muchacha era capaz de estar pegándose por lograr el feminismo en un lugar tan lleno de machismo como el Viejo Oeste, dudaba que le hiciera caso.- [Vera]Bueno, pues echa andar y ya te seguirá. O roba un caballo. Uno que veas que no está muy enfermo.[/Vera] – sugirió. – [Vera]¿Cómo que no puedes robar un caballo?[/Vera] – añadió, poniendo de nuevo los ojos en blanco. – [Vera]Pues ven andando.[/Vera]- se quejó. – [Vera]Para cuando llegues seremos todos de piedra como el Daë.[/Vera] – gesticulaba, así que me imaginé que los dos se estarían viendo. – [Vera]Os esperamos…[/Vera]- empezó a decir. Entonces me miró y tardé un momento en darme cuenta de lo que quería.
– [Hotah]En la cima de aquella montaña.[/Hotah] – le dije. No sabía si el muchacho me escuchaba o no.
– [Vera]En la cima de esa montaña.[/Vera]- repitió. Después se quedó callada, esperando.- [Vera]Roba un caballo.[/Vera] – añadió antes de volver hacia nosotros.
– [Owen]Te seguimos.-[/Owen] indicó Owen, haciendo que nos pusiéramos en marcha.
Caminamos juntos por la senda de tierra, bajo el sol abrasador. Hacía unos meses no sabía todo lo que iba a cambiar la vida para mí, igual que en ese momento no sabía que mi destino iba unido al de aquellos extraños viajeros.