Moondale

Categoría: Merelia

  • EL SACRIFICIO MERECE LA PENA

    Christopher MacLeod, Hospital St.Anne, Merelia

    diana090915

    Finalmente, después de todo el sufrimiento, de los sacrificios, las preocupaciones, los nervios y el miedo, allí estaba. Nuestra pequeña Amy, sana y salva y mi preciosa Diana, también perfectamente. Todo lo que había hecho había valido la pena solo por llegar a ese momento.

    Resulta muy difícil explicar cómo me sentía. No importaba tener una habilidad sobrehumana que te permitiese hablar cualquier lengua, viva o muerta. A la hora de la verdad cualquier palabra se quedaba corta para definir la alegría, el amor y la libertad de estrés que estaba experimentando.

    Jamás habría podido pensar que estando allí, incapaz de hacer nada por ayudar a Sarah y a los demás en la crisis actual, solo con mirar a ese pequeño milagro de ojos castaños y a la persona que lo había hecho posible, toda la ansiedad desaparecería de un plumazo.

    Con eso no quiero decir que no estuviese preocupado por Sarah y por los demás. Lo estaba, y mucho. Me movía por la habitación inquieto, intentando pensar en algo que pudiese hacer, porque dejar a Diana en ese momento no era una opción. Por un instante quise convencerme de que permanecía allí porque también tenía que estar protegiendo alguien a Diana, porque era la única además de Ed que podía hacer el ritual. Pero la realidad era mucho más simple, no quería abandonar a la madre de mi hija, a la persona que más me importaba, en un momento tan importante. Tenía que confiar en que ellos podrían arreglárselas sin mí. Aunque no fuese fácil.

    Pero a lo que quería llegar era al hecho de que, pese a todo eso rondando mi cabeza, estaba en paz. Me costaba no encontrar esperanza y confianza en que todo saliese bien también para ellos, porque después del milagro que había vivido, me resultaba complicado no confiar en el mundo.

    También contribuía el hecho de tener una cuñada maravillosa que había insistido en que no me moviese de allí. Lo leeréis muchas veces en este diario si llega a manos de alguien, pero estaba orgulloso de Sarah. Ese orgullo nunca flaqueaba, pero había veces que incluso esperando lo mejor de ella, me sorprendía gratamente.

    Me acerqué a la cuna en la que estaba Amy, moviendo su diminuto cuerpecillo que sacaba mi instinto protector y me hacía temer por su vida cada vez que la cogía en brazos. Acerqué a ella el índice de la mano derecha y lo rozó con su pequeña manita.

    Escuché pasos al otro lado de la puerta y me aparté lentamente de la cuna, mientras Diana me observaba, extrañada. Desde que Amy había nacido, sentía algo más agudos mis sentidos. Quizá no era yo solo quien tenía el instinto protector activado, también él.

    Cuando la puerta se abrió, vi que eran Jaime y Elizabeth, ya con ropas menos elegantes que las de la noche anterior. Tenía que agradecer lo que todos habían hecho, apareciendo en el hospital de madrugada después de hacer caso a Diana y seguir con la fiesta, perdiendo su oportunidad de descansar por acompañarnos moralmente.

    Miré una vez más a mi pequeña de ojos entrecerrados. Hubo muchas veces en mi vida en las que pensé que no llegaría a ver el día siguiente: cuando me atacó la licántropa; en el Tanteion, el Reino del Miedo; enfrentándonos a Mason; entrando en la Iniciativa; en las Pruebas. Finalmente, todas las veces había llegado a ver el día siguiente, como si todo ello me llevase a ese único momento, al instante perfecto en el que estaría junto a la persona que amaba y a mi hija, a la que ya quería más que a mi propia vida. No seré literario diciendo que en ese momento supe que ya podría morir feliz, porque era una estupidez. Todavía me quedaban muchos instantes perfectos que vivir junto a ellas dos. Y si el futuro alternativo no mentía, quizá con otra más.

    – [Elizabeth]¿Qué tal estáis?[/Elizabeth]- preguntó Elizabeth con una sonrisa. Pese a lo jovial que estaba, tenía ojos de cansada. Su noche de bodas había sido un poco ajetreada, y no de la forma que debiera ser. Dejó una bolsa de viaje encima de una de las sillas. Ropa para Diana y para el bebé, a las que dentro de poco podría llevarme a casa.

    Al pensar en eso, me vino a la mente de nuevo el miedo por Sarah y por los demás. Elizabeth no lo sabía y no estaba seguro de si debiera saberlo. Así que sonreí y miré a Diana, que me comprendería con tan solo esa mirada.

    – [Diana]Díselo[/Diana].- respondió sin dejar de sonreír. Suspiré, intentando componer la historia de lo más breve y tranquilizadora posible, teniendo en cuenta que Elizabeth me observaba con preocupación en la mirada.

    – [MacLeod]Tenemos una pequeña emergencia. De las nuestras.[/MacLeod] – comencé a explicar. Siempre había que tener cuidado al hablar de ciertas cosas en sitios públicos, así que eché un vistazo a la puerta para asegurarme de que estuviese cerrada. Me hacían mucha gracia las series en las que se ponían a hablar de drogas o de seres sobrenaturales en cafeterías llenas de gente que casualmente no ponían el oído en conversaciones ajenas. – [MacLeod]Los del Palacio persiguen a Sarah. Ed está con ella para arreglar el problema.[/MacLeod] – terminé de explicar. Parecía mentira que estuviese hablando de ese muchacho amigo de las Echolls que se atropellaba a veces con las palabras. Ahora iba camino de convertirse en Vigilante y era un invocador de pleno derecho, con la vida de Sarah en sus manos.

    – [Elizabeth]¿Están todos bien?[/Elizabeth]- preguntó, preocupada. Elizabeth tenía un papel en esta historia que jamás envidiaría. En ese mismo instante estaba viviendo algo parecido, sin poder hacer nada por los demás, y la preocupación podía llegar a devorarte.

    – [MacLeod]Ahora mismo solo sabemos que el resto estaba dejándoles tiempo para escapar.[/MacLeod] – admití con pesar. Hasta el momento, las intenciones de Z no parecían implicar hacernos daño permanente a ninguno, pero cualquier cosa que se cruzase en su plan de recuperar a su esposa podía resultar un estorbo. – [MacLeod]Pero Diana ha tenido una visión.[/MacLeod] – añadí intentando darles una esperanza a la que aferrarse, la misma a la que yo me aferraba.

    – [Elizabeth]¿Buena o mala?[/Elizabeth]- preguntó ella, asustada.

    – [Diana]Ed tiene que hacer un ritual para sacar el espíritu de la mujer muerta de Z[/Diana].- Elizabeth abrió completamente los ojos.- [Diana]Es que tu hija pequeña estaba poseída[/Diana].- explicó Diana con una sonrisa. La miré, estaba tan feliz, verdaderamente feliz, que me resultaba casi imposible no confiar en que todo fuese a salir bien. Sus visiones se habían echado de menos el tiempo que había estado embarazada, muchas veces eran un alivio de las preocupaciones, aunque siempre pudieran cambiar.

    – [MacLeod]No es un espíritu malo. La habían metido en ella para hacer que la poseyera, pero no quiso.[/MacLeod] – continué explicando para que Elizabeth no pensase en algo parecido a Poltergeist. Después caí en la cuenta de lo que había pasado con el padre de Lucy y me di cuenta de por qué la palabra posesión podía haber sonado un poco fuerte. – [MacLeod]Y ahora quieren recuperarla para volver a intentar lo mismo.[/MacLeod] – añadí. La diferencia estaba en que esta vez todos sabíamos lo que pretendía y por mucho que Sarah intentase protegernos, no íbamos a dejar que se la llevasen.

    El rostro de Elizabeth permanecía mudo de miedo por su hija pequeña.

    – [MacLeod]Diana ha visto a Sarah bien, y parece bastante segura de la visión.[/MacLeod] – la animé. En otras ocasiones Diana había dudado, pero esta vez estaba tan segura de sí misma que yo mismo me sentía seguro. La miré y asintió para confirmarlo. Al ver su sonrisa pensé en lo duro que habría resultado para ella no tener visiones durante todo ese tiempo, como si le hubieran anulado un sentido. – [MacLeod]¿Qué tal vosotros?[/MacLeod] – les pregunté intentando que no se preocupasen demasiado.

    – [Elizabeth]Bien…[/Elizabeth]- respondió con un hilo de voz. Jaime le pasó una mano por los hombros. Mi mano buscó instintivamente la de Diana para cogerla entre las mías. Era tan pequeña, tan frágil. Había tenido mucho miedo a perderlas.

    – [Jaime]Ya se…ha acabado lo de…cantar.[/Jaime] – explicó mi vecino subiéndose las gafas. Me quedé pensativo respecto a lo que acababa de decir, pero antes de eso tenía que arreglar la preocupación de Elizabeth. Di un apretón a la mano de Diana y me puse en pie para acercarme a la cuna, donde la pequeña dormitaba. Llamé a Elizabeth y enumeré con ella los parecidos de la niña con Diana, para intentar mantenerla distraída. Diana contribuía bromeando con que la estuviésemos llamando calva y arrugada.

    – [Elizabeth]Al final, no ha salido peluda[/Elizabeth].- sonrió pasando una mano por mi espalda. Esa mujer era la viva imagen del cariño a sus hijas. Estaba orgulloso de saber que Diana también lo sería para las nuestras, para la nuestra.

    – [MacLeod]Ni te imaginas el alivio.[/MacLeod] – afirmé sonriéndole de corazón. Me volví hacia los demás, dejándola con Amy. – [MacLeod]¿Qué decías de cantar, Jaime?[/MacLeod] – le pregunté. Era una de las cosas que nunca olvidaríamos de la boda y el nacimiento de Amy.

    – [Diana]¿Qué has tenido que hacer para que pare?[/Diana]- preguntó la preciosa mujer de pelo castaño rojizo con la que había tenido la suerte de compartir mi vida y tener una hija en común.

    – [Jaime]Cuando nos fuimos a dormir…empecé a sentir…quiero decir….mis sentimientos estaban a flor de piel…terminé cantando y vino un…demonio.[/Jaime] – intentó explicar poniendo mucho cuidado en las palabras referentes a su noche de bodas, especialmente cuando miraba a Diana.

    – [Elizabeth]Pero no era un demonio con mala pinta. El chico estaba muy aseado y hablaba de forma educada[/Elizabeth].- apuntó Elizabeth con una sonrisilla a la que correspondió su hija.

    Jaime la miró entrecerrando los ojos, pero ella mantuvo la sonrisa. – [Jaime]Llevaba una lira…decía que mi…miedo a cantar le había invocado…así que abrí la ventana y…seguí cantando.[/Jaime] – continuó explicando, empezando a ponerse rojo como un hierro al fuego. Resumiendo, esa noche el resto de personas del hotel habían pensado que el novio había bebido demasiado y se había puesto a cantar a pleno pulmón con la ventana abierta.

    Al menos todo había ido lo mejor que se había podido. Con el control que ejercía sobre nosotros ese demonio, podríamos habernos mostrado tal y como éramos delante de gente corriente, desconocedora del mundo sobrenatural. Aún no sabía cómo defenderíamos el Condado sin exponernos nosotros mismos.

    – [Diana]Por eso está nublado hoy, ¿eh, campeón?[/Diana]- bromeó Diana soltando una carcajada.

    Jaime se llevó una mano a la nuca, avergonzado. – [Jaime]Se disolvió en el viento después de sonreírme.[/Jaime] – aclaró. Quizá tuvo que ver con la tensión, pero todos nos reímos.

    – [Diana]A ver si hay suerte y Z también se disuelve[/Diana].- farfulló Diana. Me di cuenta de que debía sentirse aún más frustrada que yo. En mi caso, había decidido quedarme por voluntad propia. Diana no tenía mucha elección, no podía levantarse así como así y darse el alta sola alegando que necesitaba hacer un exorcismo a su hermana.

    – [MacLeod]Ahora descansa. Pueden apañárselas sin nosotros.[/MacLeod] – le recordé. Podíamos confiar en Ed, eso Diana también lo sabía. Aunque estaría deseando lanzar algunas bolas de fuego a los que intentasen atacarles.

    Diana se cruzó de brazos y me miró con el ceño fruncido. Miré de reojo a Amy, que se movía, entrecerrando sus ojos. Si la hija se parecía tanto a la madre como parecía, iba a ser fuerte. Y buena, empática, lista, simpática y preciosa. Ojalá se pareciera a ella.

  • CONVERSACIONES DE ASCENSOR

    Edward | Merelia

    MAÑANA

    edwardmaclay

    No me gustan los hospitales, bien es cierto que es donde va la gente para sanarse, pero también es un cumulo de enfermedades y la muerte ronda en cada esquina. De hecho hacía mucho tiempo que no pisaba uno, habían pasado años, fue en esa otra vida, esos recuerdos eran cada vez más difusos, como sueños que intentas retener y vas olvidando. El caso es que esa vez fue para ver como mi mejor amiga moría de un tumor y ahora era porque había traído al mundo una nueva vida.

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  • PEQUEÑA GRAN REVOLUCIÓN

    Diana – Hospital St. Anne

    Tarde – 20 DE ABRIL

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    Nunca me ha atropellado un camión, pero creo que puedo decir sin miedo a equivocarme, que parir es lo más parecido a que me atropelle uno que experimentaré en esta vida (si tengo suerte y no me pasa de verdad, vamos). Tuve la «maravillosa suerte» de llegar a tiempo y que todavía me quedaran unos centímetros por dilatar para que pudieran ponerme la epidural. Después de pasar por todo el protocolo y firmar el consentimiento, me la pusieron, pero debe ser que hasta la puta epidural me odia, porque solo me durmió un lado del cuerpo. Las siguientes horas, no pude comer, ni beber y me cagué hasta en los muertos de la matrona, porque el lado izquierdo de mi cuerpo decidió no dormirse y tuve que pasar medio cuerpo con dolores y el otro, atontado.

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  • ARENA Y SAL

    Daakka | Playa Bitterwater, Merelia

    MADRUGADA

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    Finalmente, la celebración de la boda llegó a su fin después de que los invitados se fuesen retirando como un goteo a sus habitaciones. Los novios, los MacLeod y los Moondies fuimos los últimos en marcharnos, a fin de cuentas, estábamos acostumbrados a dormir poco cuando el deber lo requería, y era mucho menos cansado bailar y reír que matar vampiros.

    En lugar de irse a sus habitaciones, Sarah, Daniel, Elizabeth y Jaime decidieron marcharse al hospital a esperar que el bebé de Diana viniese al mundo. La primera de la nueva generación Moondie. Dominic se ofreció a llevarles, pero todo el mundo estuvo de acuerdo en que, aunque su constitución sobrenatural hubiese soportado tantos «cócteles», lo más seguro era que un alcoholímetro explotase en cuanto pusiera sus labios en él.

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  • EL BAILE

    Diana | Hotel White Candle

    NOCHE | 19 DE ABRIL

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    No voy a ser yo la que os diga que parir es divertido, porque no lo es, pero quiero que sepáis que no es ni mucho menos tan horrible como lo pintan en todas partes. Duele, sí. Es molesto, sí. Es como cagar un melón de tres kilos, sí. Cuando acaba parece que te han atropellado un par de camiones, sí. Aquí es cuando viene la pregunta del millón: ¿Entonces por qué dices que no es tan horrible? Porque el parto es la única cita a ciegas en la que sabes que conocerás al amor de tu vida. Esta frase no es mía, pero me la apropio, porque sé que os encanta cuando me pongo moñas. Lo que quiero decir, es que cuando tienes en brazos a esa cosita tan pequeña, se te olvida que tu cuerpo se ha abierto en canal para que llegase al mundo.

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  • INMACULADA DECEPCIÓN

     

    Mara | Hotel White Candle

    NOCHE | 19 DE ABRIL

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    Idris se había quedado dormido sobre el pecho de Karen y cada vez que intentábamos que volviera al cochecito, empezaba a llorar como si estuviera endemoniado. No era pediatra, ni psicóloga infantil, pero podía afirmar casi con total seguridad que a este niño, a sus escasos dos años de vida, le gustaban las mujeres.

    – [Karen]Cariño, la tía Karen tiene que irse a bailar porque estoy soltera y casi entera, así que tienes que irte al cochecito[/Karen].- intentó explicarle, pero el pequeño lo único que hacía era berrear.

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  • TU SAETA

    TU SAETA

    Sasha | Hotel White Candle

    NOCHE | 19 DE ABRIL

     

    sashaboda280616

     

    Miré un par de veces la instantánea que tenía entre mis manos. Sarah me había convencido para pasar por la zona que llamaban ‘Photoshoot’ y me había animado a hacerme unas cuantas fotos, una de ellas con unas enormes gafas blancas en la que aparecía poniendo morritos. En otra, que se había quedado Sarah, salíamos las dos espalda contra espalda, formando una pistola con las manos. A veces me preguntaba si cuando estaba junto ella era yo misma o una versión mejorada y no podía evitar sentirme abrumada.

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  • ESTUPENDA

    Logan Villiers | Hotel White Candle

    NOCHE | 19 DE ABRIL

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    Di gracias a que la ceremonia terminase para poder alejarme un poco de la multitud y echar una calada viendo cómo el sol se desvanecía en el horizonte. Siempre que veía la puesta de sol me sentía como un portátil que tiene que pasar a funcionar con baterías. Prefería el día.

    Volví junto al resto de invitados cuando empecé a escuchar voces más nerviosas, seguramente alguna sorpresa de la boda, imaginé. Llegué a tiempo para ver al bibliotecario y la hermana de Sarah marcharse acompañados de ese tipo grandote y serio que también había estado en las Pruebas, Bill o algo así.

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  • SHINY HAPPY PEOPLE

    SHINY HAPPY PEOPLE

    Sarah | Hotel White Candle

    TARDE – NOCHE | 19 DE ABRIL

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    Tomé aire una vez y  miré fijamente a los asientos en los que ya estaban los invitados y el altar, que quedaba al fondo, con una funcionaria regordeta y sonriente, que seguramente, estuviera deseando irse cuanto antes. Habíamos decidido que cada persona se sentara donde quisiera olvidando eso de dividir a las personas por bandos. Si hoy se unían dos familias, tenía poco sentido hacerlo.

    Hacía un día cálido de primavera y, aunque la tarde estaba cayendo, la temperatura se mantenía agradable. Lucy iba y venía corriendo como una loca con un pinganillo en la oreja izquierda, mientras parloteaba sin cesar con todo bicho viviente que se encontraba. Tres veces estuvo a punto de pisar la cola de su vestido y partirse la crisma, pero lo solventó con una sonrisa – y obligando a Ed a alejarse de ella para que no la distrajera-.

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