SELAS

Alrededor de una hoguera, cerrada ya la noche, los New Moondies conversaban con el grupo de héroes y heroínas tras una cena ligera. Habían llegado a conocer un poco a sus compañeros y compañeras de camino, a los que habían dejado pensar que eran tan solo otro grupo de héroes advenedizos, siempre guardando con recelo sus orígenes y su verdadera misión en ese mundo.
Uno de los héroes, el que tenía la piel tostada por el sol y no se separaba de su tridente dorado, parecía ser el líder. Abderus se llamaba, como un pariente lejano que había conocido y ayudado al legendario Heracles. Otros dos hombres y mujeres le acompañaban: Metioches la nieta del cometa, armada con una honda; Scabras el arquero, que decía descender de Odiseo; Derimacheia, la amazona de abdomen de acero tan duro como su lanza; y Caeneus, un hombre silencioso que lo observaba todo.
Averiguaron que en ese mundo los héroes y heroínas habían sido antaño una profesión con mucho futuro, pese a que en bastantes ocasiones acabase en tragedia, pero en los últimos tiempos se rumoreaba que los monstruos eran menos osados y empezaban a esconderse.
– [b]Dicen que hay un demonio, un ser horrendo y malvado que les está reuniendo para hacerse más fuertes y acabar con nuestra gran civilización.[/b] – dijo Abderus agachándose sobre las brasas. – [b]Así que muchos hemos salido a buscarlo para cobrar la recompensa. Es suficiente incluso para que quince personas vivan cómodas varias vidas.[/b] – respondió mirándoles con una sonrisa cómplice.
– [Leo]¿Qué demonio es ese?[/Leo] – preguntó Leo, atento a cualquier información que encajase con las historias que su padre había contado.
– [b]Dicen que hasta el jodido Hades huiría de él. Una bestia con cuerpo de hombre cubierto de escamas como una serpiente, pero duras como el acero.[/b] – contó, embelesado con su propia voz. – [b]Cuentan que le encanta comer humanos con sus dientes afilados. En especial héroes.[/b] – sonrió.
– [Leo]¿Tiene nombre ese monstruo?[/Leo] – insistió Leo, tratando de parecer poco interesado.
– [b]Oriax, le llaman.[/b] – añadió. – [b]Vive en las cuevas del monte Licaón. Pero para llegar allí, hay que cruzar el bosque.[/b] – como si respondiera una llamada, un aullido reverberó por el valle, procedente de allí.
DYAVOL
La tripulación realizó todos los preparativos y finalmente consiguieron atracar en el puerto de Avalon, la isla refugio en la que bullía el movimiento de un lado a otro.
En la misma arena de la playa, campamentos y tiendas solitarias parecían haber estado organizados en un principio, pero con tantas personas habían tenido que añadir otras aquí y allá. De ellas salían personas cuyas ropas habían debido ver mejores tiempos y cuerpos a los que no les vendría mal algo de comida extra, algo que no parecía sobrar en aquél lugar.
Desde antes incluso de bajar, presintieron una tensión en el ambiente que parecía presagiar algo muy malo a punto de ocurrir. Esa sensación ganó importancia al ver cómo la gente se movía de una forma errática, frenética, como si todos tuviesen algo urgente que hacer. Olía a guerra en el aire, una que aún no había empezado.
A medida que se acercaban a una fortaleza de piedra negra que coronaba el centro de la isla, vieron que sus puertas se abrían y una comitiva acudía a saludarlos. Eran guerreros y guerreras en su mayor parte, vestidos ya con armaduras deslustradas de tanto uso y armas enfundadas, listas para desenvainarse pronto.
Entre las figuras, una se erguía por encima del resto, un hombre con armadura de escamas de color obsidiana que caminaba en el centro, evidenciando su rango.
Francis se adelantó y le saludó, tratando de contener su alegría, mientras que el otro hombre le devolvió una sonrisa amplia, serena. Hablaron en voz baja, flanqueados por alguna mirada indiscreta de uno de los hombres. Los New Moondies esperaron, inquietos, al ver que la mirada del hombre de armadura negra se desviaba hacia ellos durante unos segundos. Tenía unos ojos distintos, unos ojos en los que Cole veía algo familiar.
Después de unos minutos, el hombre de cabello oscuro, se acercó, seguido de Francis, cuyo semblante estaba más serio aún que antes.
– [William]Francis me ha contado cómo les habéis ayudado.[/William] – dijo él. – [William]Tenéis mi agradecimiento.[/William] – añadió, haciendo una reverencia. – [William]Soy William Daye, el gobernador de Avalon y protector de estas gentes.[/William] – reconocieron con rapidez su nombre y se miraron, asombrados. – [William]Aunque me temo que no venís en buen momento.[/William]
NEXUS
ELLE E IDRIS
Atravesando los callejones a toda prisa, la Vanir y el Elfo Oscuro se encontraron con un grupo de habitantes de la Flecha apoyados en un coche de líneas futuristas. En cuanto les vieron aparecer, quedó claro que estaban inmersos en un asunto no demasiado legal. Aunque era difícil saberlo, porque los ojos de Antailtire estaban en todas partes y hasta la delincuencia estaba controlada.
BOWIE, NOAH Y LEXIE
Bowie, con el mapa en su cabeza, les condujo hasta el enorme edificio, mezcla de cristal y piedra, unido por la magia de forma que no se veía la más mínima unión entre sus piezas. Se alzaba imponente, más alto que cualquier otro edificio salvo uno que se vislumbraba a lo lejos y debía ser la residencia de Antailtire.
Allí, en la plaza que lo rodeaba, fuerzas policiales patrullaban con ahínco, acompañados de los ejércitos especiales de Antailtire, esos que solo habían visto marchar contra los sobrenaturales de la superficie.
HENRY, EZEQUIEL Y ZAHRA
La escisión del grupo principal formada por Henry, Zahra y Ezequiel se había visto obligada a dar un rodeo para evitar a la policía que les había perseguido hasta que Henry se vio capaz de teletransportar a ciegas a los tres hasta una plaza en la que se vieron atacados por dos agentes de Antailtire, alertados por su radar de detección de portales.
Se prepararon para luchar, pero una figura encapuchada golpeó a los agentes con una fuerza sobrenatural y les hizo una seña para que le siguieran. Al llegar a un callejón, se echó la capucha hacia atrás y mostró un rostro macilento, de piel clara como la nieve surcada por cicatrices amoratadas y unos ojos de un azul espectral
ROBIN Y NATE
Robin siguió una corazonada, rastreando una magia que parecía llamar a la suya. El camino les condujo directamente al centro de la plaza en la que se alzaba la Catedral del Arquitecto, construida, según se decía, por su misma magia, la que había forjado los mundos.
Había algo en ese poder que llamaba al suyo, con tanto ímpetu que cuando se quiso dar cuenta, había avanzado hasta un lugar plenamente descubierto, ignorando las llamadas de Nate. Fue entonces cuando la rodearon y el gigante con el que apenas había hablado se presentó junto a ella para defenderse.