Moondale

Categoría: Kouras

  • LA FEA VERDAD

    EZEQUIEL

    TARDE – KOURAS

    El calor sofocante del tipi que nos provocó la visión resultó ser un precursor de lo que estaba por llegar. Me llevé una mano a la frente para quitarme el escaso sudor que podía producir ya mi cuerpo. Me pregunté si podía morir deshidratado, lo dudaba, pero tampoco me apetecía comprobarlo.

    La visión nos había indicado una dirección clara, el desierto, donde el Caballo tenía su hogar ancestral según la anciana de la tribu.

    Al principio el camino había sido duro, pero con la idea de salir de ese páramo y volver a nuestra misión, habíamos usado todo nuestro espíritu, en especial Henry que había usado su poder una y otra vez para teletransportarnos más adelante hasta que el agotamiento había podido con él y ahora apenas podía mantenerse en pie. Parecía caminar porque sus piernas tendían a seguir en movimiento con más facilidad que detenerse.

    – [Ezequiel]¿Quieres parar?[/Ezequiel] – dije, preguntándome a mí mismo cómo era capaz de seguir avanzando.

    – [Henry] No sé si es lo mejor parar con este calor. Pero como no lo haga tampoco sé si podré seguir.[/Henry] – aseguró. Pese a ser un potenciado, dejando a un lado sus poderes, era un humano, con las mismas debilidades y fortalezas. No sabía de dónde sacaba las fuerzas.

    – [Ezequiel]Necesitamos encontrar el caballo pronto, porque no podemos llegar a ningún sitio con agua.[/Ezequiel] – tomé asiento en un montículo de arena, forzando así a Henry a tomar aliento. Mi poder me había llevado a ver morir a muchas personas, así que conocía el aspecto que tenían cuando estaban al borde.

    – [Henry] No podía estar asentado en guardián al lado del pueblo.[/Henry]- se quejó, con la respiración entrecortada. ¿De esa pasta estaban hechos todos los Daë? Con poco más de una veintena de años a sus espaldas y aún así capaces de darlo todo con más espíritu que alguien con cientos de veranos disfrutados y sufridos.

    – [Ezequiel]Al menos no puede ir mucho peor. [/Ezequiel]- traté de bromear para animarle. Pensé en todas nuestras opciones, barajando hasta conseguir una en la que Henry no saliese mal parado.

    Fue en ese silencio compartido cuando un viento nos azotó el rostro. Al principio, lo tomé por una mala señal. Una tormenta de arena era la sentencia de muerte de Henry. Yo quizá tardaría en recuperarme, que la arena arañe tu piel hasta sentir que te la arrancan no debía ser agradable, nunca había muerto así y no me apetecía probarlo, pero lo peor sería despertar y ver lo que le había ocurrido a un amigo. Al primero en mucho tiempo.

    – [Henry] Tenías que hablar.[/Henry]- se quejó, sacando una manta de su mochila para echársela encima. Eso le protegería de la abrasión pero la arena podía enterrarnos o ahogarnos.

    Me acerqué a su posición, trataría de evitar que la arena le enterrase en la medida de lo posible, pero mis poderes eran poco más que una maldición en este caso, solo conseguirían que viviera para lamentar la pérdida, como muchas otras veces.

    – [Ezequiel]Maldita sea, es demasiado. [/Ezequiel]- la tormenta era tan densa que apenas podía ver lo que me rodeaba. Notaba la tierra en mi garganta. Entre el silbido del viento escuché un relincho. Lo primero que pensé fue en la montura de Henry, pero la había dejado atrás para evitarle un viaje así de duro.

    – [Henry] Tormenta no ha sido.[/Henry]- confirmó él.

    – [Ezequiel]Es el caballo, tiene que serlo.[/Ezequiel] – un rayo de esperanza. Éramos Daë, nuestra historia no podía terminar ahí. Los libros de historia nos recordaban, los que se habían enfrentado a la corrupción.

    – [b]Darías cualquier cosa porque lo fuera, ¿verdad? Por volver a tu tranquila soledad. [/b]- susurró una voz. Busqué a Henry con la mirada pero todo era arena pasando a gran velocidad, aunque entre ella, se veía una enorme silueta recortada en el horizonte, un caballo gigantesco. – [b]Si, te lo digo a ti.[/b] – no sabía si hablaba de mí o de Henry. Sin duda mis últimos años habían sido de soledad, completa y profunda. Pero, ¿quería volver a ello?

    – [Henry] Si eso me permite salir de esta tormenta, entonces si.[/Henry] – escuché responder a Henry, él también era solitario, aunque nos habíamos apoyado y habíamos conseguido entablar una amistad tras estar varados en ese lugar.

    – [b]Es humano, siempre lo será, tu sangre puede darle mucho, ya está preparado para traicionarte.[/b]- algo me golpeó y caí al suelo. Pude ver mi sangre manchando la arena. Mi sangre, codiciada por muchos hasta el punto de traicionarme, de matar por ella. Pero…¿Henry también?

    – [b]Nunca será humano, tú morirás y el podrá seguir adelante. [/b]- escuché decir a la voz. Esta vez parecía que hacia Henry. Trataba de separarnos. Caminé hacia mi amigo pero la tormenta pareció engullirlo.

    – [Henry] No envidio la inmortalidad.[/Henry] – le escuché decir desde algún lugar tras la cortina de arena.

    – [b]¿Estás seguro de conocerte?[/b] – preguntó de nuevo. La tormenta se volvió tan intensa que dejé de ver. Mis ojos se sumieron en una oscuridad completa. Pensé que la arena me había dañado los ojos, pero pronto empecé a ver una sucesión de imágenes ante mí.

    Una a una desplomadas en la arena estaban las personas que aún recordaba. Algunas de ellas tenían el rostro más difuminado, las que me costaba recordar porque mi mente había diluido su recuerdo con los años. Entre los cuerpos estaban los otros Daë, sin embargo no sentía que me importase, era como si vivir tanto tiempo me hubiese vuelto inhumano.

    Pero no, yo no era así, eso era un reflejo de aquello en lo que podría convertirme, una frialdad que amenazaba por despojarme de mi verdadero ser y que solo quedase alguien eterno, siempre vivo pero sin vivir realmente.

    Rompí la imagen con toda la fuerza de mi voluntad y avancé por la arena hacia Henry, que parecía estar haciendo lo mismo. Él también había afrontado la visión de su peor yo y con la verdad resuelta, la arena dejó de moverse y un hombre de tez olivácea nos señaló un estanque cercano.

    Me acerqué primero para comprobar que fuera potable y una vez sobreviví, dejé que Henry se hidratase. Al girarme, el Caballo había desaparecido, pero reflejado en el agua había un portal para salir de Kouras.

  • EL CIELO ESTRELLADO DE LA NOCHE

    HENRY L. CROWE

    KOURAS

    Antes de marchar en busca de las tribus indígenas decidimos dejarlo todo lo mas tranquilo posible. Trasladamos a los bandidos que teníamos encarcelados hasta North Ford donde se les distaría sentencia y serian encarcelados. En el regreso a Bandera escoltamos el tren con las mercancías para evitar alguna clase de asalto a las provisiones.

    Algunos de los habitantes conscientes de nuestra marcha se acercaron para despedirse y desearnos un pronto regreso. La verdad, no se que seria de ellos si conseguíamos salir de este mundo.

    – [Ezequiel]¿Tienes todo listo para salir?.-[/Ezequiel] Pregunto mientras le daba un sorbo a su taza de café y tiraba el poco que quedaba al suelo. El café era horrible, casi siempre salía aguado y su sabor dejaba bastante que desear.

    – [Henry]Ya he cargado los caballos con lo imprescindible.-[/Henry] Había echado los sacos de dormir para evitar el frío por las noches, los fusiles por si nos topábamos con algún animal salvaje y un par de latas de comida junto a algo de carne seca.

    – [Ezequiel]No deberíamos tardar mucho.-[/Ezequiel] el viaje hasta el poblado más cercano era de dos días, uno si no nos entreteníamos mucho parando y llevábamos un ritmo constante. – [Ezequiel]La cosa esta tranquila pero nunca se sabe. Los forajidos siguen acosando algunas aldeas.[/Ezequiel]

    – [Henry]No me gusta dejar el pueblo desprotegido.-[/Henry] Si bien es cierto que gracias a la habilidad de Ezequiel había surgido el miedo a plantar cara al sheriff inmortal, aun existía gente que lo intentaba, forajidos en busca de la gloria de que ellos fueron quienes acabaron con él, puros descerebrados.

    – [Ezequiel]Siempre puedes terminar fabricando un robot.-[/Ezequiel] Añadió entre risas mientras se acercaba hasta su caballo.

    – [Henry]Eso es… una buena idea.-[/Henry] El problema es que no tenía lo necesario para fabricar uno, además tampoco es que me fiera de dejar una al cuidado de varias personas, las cosas que podían salir mal eran demasiadas.

    – [Ezequiel]Así protegerías más de un pueblo.-[/Ezequiel]Ensillamos los caballos y marchamos rumbo a buscar a las tribus. Paramos cerca de un pequeño riachuelo para que los caballos descansaran y pasamos la noche al raso rodeados por una cuerda para que las serpientes no se acercaran a nosotros mientras dormíamos.

    Al contrario de lo que piensa la gente el oeste no es solo desierto, la gente se asentaba en estos lugares para aprovechar sus recursos naturales, el oro en sus cauces del río, el carbón de las minas y desde luego los árboles de los bosques. – [Henry]Creo que nos vienen siguiendo desde hace un par de millas. Me siento observado,[/Henry]

    – [Ezequiel]¿Forajidos?.-[/Ezequiel] Pregunto echando un vistazo a tras él.

    – [Henry]No, ya estamos en territorio nativo.-[/Henry] Tenía la sensación de que había personas tras los arbustos, tal vez algunos de los nativos vigilando quienes entraban en sus tierras.

    – [Ezequiel]Sigamos rectos, quizá el líder nos pueda decir que pasa.-[/Ezequiel] Nos acercamos a pie tirando de los caballos hasta un claro para no asustar a los nativos. Al vernos llegar hicieron un pequeño corro alrededor nuestro, algunos llevaban pinturas en sus cuerpos, otros iban vestidos con sus trajes de cuero.

    Ezequiel desenfundo el revolver que llevaba en la cintura despacio y lo dejo en el petate del caballo. Con las manos extendidas se fue acercando poco a poco hasta un hombre que portaba una amplia corona de plumas, debía de tratarse del líder.

    – [Ezequiel]Dicen que se están viendo cosas extrañas.-[/Ezequiel] Me explico tras conversar con ellos.- [Ezequiel]Que espíritus corruptos vagan por el lugar.[/Ezequiel]

    – [Laura]¿Hola?.-[/Laura] Reconocí la voz de Laura perfectamente a mi espalda, pero los nativos se asustaron de su repentina aparición tras nosotros.

    – [Henry]Hola.-[/Henry] Le devolví el saludo mientras Ezequiel intentaba calmar a los nativos y explicaba lo que estaba ocurriendo. Tenía una expresión feliz en el rostro, quizás las cosas iban bien con los demás o simplemente se alegraba de poder ayudar y ser útil. Si las cosas salían bien sin duda seria la salvadora de todos nosotros.

    – [Ezequiel]Perdonad, pensaban que eras uno de los espíritus que atormentan a su pueblo.-[/Ezequiel] A lo lejos los nativos hablaban entre ellos sin dejar de observarnos.

    – [Laura]Soy Laura, creo que no nos conocemos.-[/Laura] Añadió presentándose con un breve saludo de mano.

    – [Ezequiel]He oído hablar de ti. Soy Ezequiel, tu sustituto.-[/Ezequiel] Laura me observo sonriendo, creo que se había notado bastante que hablada de ella con Ezequiel.

    – [Laura]Seguro que lo haces mejor que yo.-[/Laura] Se paso las manos por las muñecas en un acto reflejo, seguramente culpándose por lo de Vera.

    – [Ezequiel]No creo, tú sigues aquí.-[/Ezequiel] A algunos no les había gustado que se marchara, yo por mi parte no le podía reprochar nada, después de todo se vio envuelta en esto por mi culpa. La verdad, si no fuera por la ayuda que me prestaron tras lo de Infinity yo tampoco hubiese venido. -[Ezequiel]Henry me había dicho que ibas a buscar ayuda.[/Ezequiel]

    – [Laura]Estoy en ello. Necesito saber si sabéis dónde está el portal de ese mundo.-[/Laura] Ezequiel negó mientras a nuestras espaldas los nativos susurraban por lo bajo observándonos.

    – [Ezequiel]Henry intento hacer un radar pero no aparece nada.[/Ezequiel]

    – [Henry]Intente localizarlo por la polaridad magnética que desprendiera, no sé porque pensé que podría tener una parecida a la de la luna Viltis.-[/Henry] Ambos se quedaron mirándome sin entender que acababa de decir.

    – [Laura]¿Y el guardián?.[/Laura]

    – [Ezequiel]¿Qué guardián?.-[/Ezequiel] Pregunto Ezequiel tan sorprendido como yo.

    – [Laura]Tendría que haber un guardián.-[/Laura] Solo habían bastado un par de días para que Laura nos diera información útil que utilizar.

    – [Ezequiel]¿Un portal y un guardián?.-[/Ezequiel] Resultaba difícil de creer, estábamos dando por seguro que solo había un sitio por el que entrar y salir de los mundos, pero todo tiene su salida o entrada de emergencia.

    [Laura]En teoría, sí. Aunque yo tampoco soy una experta.-[/Laura] No sabíamos que aspecto tendría ese guardián, pero la información de su existencia ya era más que cualquier cosa.

    – [Ezequiel]Puede que del guardián sepa alguien algo.-[/Ezequiel] Viendo el misticismo de sus personas lo mismo alguna de las tribus sabía algo acerca de ese guardián – [Ezequiel]Tiene que haber leyendas de alguien que viva tanto.[/Ezequiel]

    – [Laura]Buena idea.-[/Laura] Añadió con una sonrisa, se le veía ilusionada por ayudar.

    – [Ezequiel]A la Tierra llegaron algunos libros de este mundo a manos de viajeros.-[/Ezequiel] No podía evitar preguntarme cuantos años tenía Ezequiel, por su habilidad podrían ser cientos de años. – [Ezequiel]Yo tenía uno. Quizá puedas buscar y nosotros preguntaremos a las tribus, es imposible que las ciudades tengan esa información.[/Ezequiel]

    – [Laura]Volveré a contactar con vosotros más adelante. Buena suerte.-[/Laura] Su mirada se cruzo con la mía antes de desaparecer. No se hacía más sencillo el ver como se marchaba una y otra vez de mi lado.

    Tras aquello Ezequiel pensó que lo mejor era preguntar a aquellos nativos por el guardián. Tras una charla extensa por parte de él con el líder de la tribu este nos señalo una tienda algo más separada del resto. Cuando cruzamos dentro un golpe de calor nos sacudió, aquello parecía una sauna. Sentado frente a una hoguera había un hombre mayor con pintura por todo su cuerpo el cual nos hizo un gesto para que nos sentáramos junto a él.

    Hablaba extraño e incluso a Ezequiel le costaba seguir lo que decía. De una bolsita junto a él saco unos polvos que lanzo al fuego y las llamas se volvieron azules. Notaba como me pesaban los parpados, el calor era sofocante y la verdad no quería sucumbir al cansancio porque no sabía que era lo que había echado al fuego, pero al final tanto Ezequiel como yo caímos al suelo.

    Ambos aparecimos en mitad de un desierto, no estábamos físicamente allí, pero parecía muy real. La arena desaparecía a nuestro alrededor arremolinándose delante nuestra formando la figura de un caballo, el guardián. Buscamos a nuestro alrededor algo que pudiera darnos la ubicación de donde se encontraba, pero todo a nuestro alrededor estaba desierto, todo salvo el cielo estrellado de la noche.

  • EL SHERIFF INMORTAL… Y SU SOCIO

    HENRY L. CROWE

    KOURAS

    Faltaban pocos días para cumplir dos meses en este lugar, cuando aterrice aquí no pensé que fuera a pasar tanto tiempo, que en cuestión de días nos reencontraríamos con el resto. Pero cuando vimos que las esferas no funcionaban y habíamos perdido toda clase de contacto con ellos Ezequiel decidió que tal vez lo mejor fuera adaptarnos a este lugar.

    Las opciones eran escasas, que las tribus nos capturaran y torturaran, trabajar en las minas o formar alianza con algún grupo de forajidos, ninguna de las opciones era lo mejor. Por suerte Ezequiel parecía tener un gran sentido del deber y cuando vio que el gobierno no mandaba ningún sheriff al pueblo de Bandera decidió ocupar el puesto el mismo.

    Con su habilidad que le hacia prácticamente inmortal hizo que disminuyera drásticamente los casos de ataques de forajidos, pero aun había algunos que otros descerebrados que pensaban que podían saquear el pueblo con él de vigilante.

    – [Ezequiel]Otra camisa para tirar.-[/Ezequiel] Añadió cerrando la puerta de la celda con llave. Estábamos por encima de nuestra capacidad ya que apenas cabía algún delincuente más en ellas y los traslados a la ciudad para sus juicios se estaban retrasando. Otra noche más que nos tocaría dormir a ambos en el suelo la oficina.

    – [Henry]No ganas para camisas, literal.-[/Henry] Apenas ganábamos algo por parte del gobierno tras el caos que había supuesto la desaparición del banquero de la ciudad de Bandera. Por suerte el buen hacer de Ezequiel manteniendo la ciudad a salva nos había granjeado algún que otro regalo por parte de sus ciudadanos.

    – [Ezequiel]Quizá debería pedirte una de metal. Si ven los trajes que llevamos debajo habrá preguntas.-[/Ezequiel] Ezequiel se sentó frente a su escritorio mientras yo hacia lo mismo en el otro extremo de la habitación. Aún seguía sorprendiéndome los trajes que hice con Noah, en un principio podrían ayudarnos en temperaturas extremas de frio para evitar congelarnos, pero incluso en un mundo como este en el que el calor abundaba resultaba cómodo el llevarlo.

    – [Henry]Es una buena idea, pero tampoco es plan de que los criminales de la zona copien tu look. Las noticias vuelan en este lugar.-[/Henry] Aunque también es cierto que una placa de metal pesa demasiado, Ezequiel podría soportarlo mejor que esa panda de gañanes que no eran ni capaz de orinar en el retrete. Pero tampoco era plan de inventar un chaleco antibalas antes de tiempo.

    – [Ezequiel]Sin las personalidades de Antailtire al control, esto está siendo el salvaje oeste de verdad.-[/Ezequiel] El banco de la ciudad estaba cerrado y muchos eran los que intentaban constantemente entrar en el para hacerse con su botín. Corría el rumor de que su caja fuerte estaba repleta de lingotes de oro, la realidad es que lo mismo estaba vacía.

    – [Henry]La gente esta en la ruina y esta gente no hace más que atemorizarles.-[/Henry] La gente guardaba todos sus ahorros en casa y con el temor a que los forajidos entraran en sus casas habían pensando en armarse contra ellos. Por suerte Ezequiel consiguió disuadirlos con que siempre estaríamos atentos y velaríamos por ellos, en parte también a nuestra rápida reacción de los acontecimientos con mi poder.

    – [Ezequiel]Si seguimos así puede que terminen recuperados con esa nueva veta de oro, pero con la enfermedad por ahí.-[/Ezequiel] Como si la gente de Bandera no tuviera suficiente con los bandidos una enfermedad había comenzado a azotar el pueblo. Ezequiel y yo éramos de los pocos que aun no presentábamos síntomas, quizás por venir de otra época.

    – [Henry]No tenemos medicamentes y el tren de suministros se ha retrasado otra semana.-[/Henry] La consulta del Doctor básicamente estaba compuesta por vendas, material quirúrgico para sacar los perdigones de bala y alcohol en grandes cantidades para las heridas y los heridos. Posiblemente la enfermedad estuviera relacionada con la alimentación como en los tiempos de los piratas cuando estaban demasiado tiempo en alta mar.

    – [Ezequiel]Seguramente lo ataquen.-[/Ezequiel] Ezequiel se levanto y de un armario saco dos latas echando su contenido en una sartén. Prácticamente vivíamos en esa habitación donde teníamos todo, comida, armas… por suerte la letrina estaba fuera. – [Ezequiel]Quizá hasta tengamos problemas con las tribus, la fiebre les está afectando mucho.[/Ezequiel]

    – [Henry]Quizás la de Lekwaa pueda ayudarnos, él era de este mundo.-[/Henry] Por el momento no habíamos tenido ningún problema con las tribus locales, de hecho los bandidos también solían evitar algunas de ellas. Corría el rumor de que algunas no solo se dedicaban a cortar cabelleras sino algo más. Tal vez la enfermedad vinera de aquí.

    – [Ezequiel]Si las esferas funcionasen, pero a nosotros no nos van a conocer.-[/Ezequiel] No sabíamos nada del resto desde que llegamos aquí y tampoco sabíamos que hacer. Simplemente estábamos esperando a que los demás se pusieran en contacto con nosotros o nos encontraran.

    – [Henry]Supongo que nos tocará escoltar el tren hasta el pueblo.-[/Henry] En alguna ocasión teníamos que viajar en el tren de vuelta para evitar saqueos. Cuando corría el rumor de que Ezequiel iba en el no eran capaces ni de acercarse al tren.

    – [Ezequiel]Prepara bien esa pierna mecánica.-[/Ezequiel] A Ezequiel le gustaba burlarse con la pierna robótica de mi caballo, la realidad es que sino hubiese intervenido aquel día habría acabado sacrificado.

    – [Henry]Eh, Tormenta es ahora el caballo más rápido del lugar. Un respeto.-[/Henry] Tormenta tenía una de las patas traseras  dañadas, si la cura para los humanos era casi inexistentes, para los animales era nula. Me hubiese gustado tener mejor equipamiento pero hice lo que pude con lo que tenía. No podía amputarle la pierna, así que cubrí parte de ella con metales fijándola hacia delante.

    – [Ezequiel]Pero te recuerdo que la arena se mete por todas partes.-[/Ezequiel] Y no solo en las ranuras metálicas de la pierna de Tormenta. Dormir con las ventana abiertas era prácticamente imposible. Por las noches disminuyan las temperaturas y el viento arrastraba la arena. Los días los pasábamos de aquí para allá y el polvo se adhería a nosotros.

    – [Henry]Lo sé, si no la limpiara todos los días seria incapaz de moverse.-[/Henry] La verdad no se que sería de Tormenta el día que nos marcháramos, quizá podría llevarme conmigo a la isla.

    – [Ezequiel]Será mejor que comamos algo, mañana será un día duro.-[/Ezequiel] Añadió sirviendo dos platos.

    – [Henry]Alubias otra vez… que… bien.-[/Henry] Echaba de menos la comida, pero no solo eso. Echaba de menos mi casa, incluso la isla, pero sobretodo a Laura. Llevaba tiempo sin hablar con ella, tampoco sabía que podía decirle más allá de que seguía atrapado en el oeste.

    – [Ezequiel]Da gracias porque no hayamos cogido nada.-[/Ezequiel] Ezequiel hizo una breve plegaria bendiciendo la comida que íbamos a tomar. Esperaba que hiciera lo mismo para que los demás nos encontraran pronto.

  • ABANDONADOS

    5X01 – ABANDONADOS

    DIARIOS DE DESTINO

    Con un último grito, la chispa de Antailtire se desvaneció del Cúmulo Nexus y con ella, los residuos de su magia, buena y mala. Los hechizos protectores que mantenía sobre Dyavol se atenuaron y el mal que tanto tiempo había estado recuperando poder se liberó al fin, alzando sus tentáculos sobre los otros trece mundos.

    Cuando la oscuridad se cernió sobre todos, los portales se cerraron y con ellos, las esferas Daë se quedaron en silencio. Los mundos habían sido aislados.


    NARA

    El sol estaba en su cénit cuando dos barcazas cruzaron la garganta de Takachiho en dirección a la aldea oculta. Cole admiró la catarata frente a ellos, por muchas veces que la contemplase, no dejaba de sorprenderle. Niall, detrás de él, parecía más absorto en sus pensamientos. En la segunda barcaza, Zahra remaba en silencio, vigilando sus espaldas.

    Habían pasado dos meses desde que los tres habían aparecido en las orillas de la aldea. Las heridas se habían curado hacía ya semanas, las físicas, al menos. Y mientras tanto, habían tenido que acostumbrarse a una vida muy distinta, sin saber si los demás habían corrido una suerte similar o eran los únicos supervivientes.


    KOURAS

    El forajido conocido como Jimmy el Rápido era fiel a su apodo. En apenas unos segundos desenfundó sus Colt y disparó hacia el sheriff hasta vaciar ambos tambores. El hombre, al que apodaban «El Mestizo», cayó al suelo, con su camisa teñida de la sangre que manaba de los agujeros de su pecho.

    Jimmy sonrió y lanzó un grito, dispuesto a tomar la ciudad de Bandera junto a sus muchachos. Pero algo raro pasaba, el ayudante del sheriff seguía montado en su caballo, sin moverse. Había quien decía que tenía una pata metálica, aunque seguro que lo que no podía era moverse y por eso Henry el Silencioso seguía ahí.

    Exactamente un minuto y cuarenta segundos después de ser disparado, el sheriff Ezequiel se levantó, aún con la camisa cubierta de sangre y sin ningún orificio de bala. Diez minutos después la banda de Jimmy iba de camino al calabozo de Bandera, cada vez más lleno.


    KARDAS

    El herrero martillaba la última espada que le habían encargado. Cuando terminó de darle forma, la agarró con las pinzas y la metió en el balde para enfriarla. No estaba mal, había mejorado y aunque no era su pasión, le daba de comer y le permitía mantener la cabaña.

    Estaba empaquetando el encargo cuando un muchacho se acercó y se quedó mirándole. No era la primera vez que le veía merodear por allí. Sabía por la gente que iba y venía, hablando de más sin que él quisiera escuchar, que el niño era un huérfano cuyos padres habían muerto a manos del Rey Christian el Cruel. No necesitaba chismes para saber qué buscaba el niño.

    – [Dante]Vete, chaval, aquí no quedan héroes.[/Dante] – el niño echó a correr y él no tuvo tiempo a sentirse mal, porque se encontró con la mirada de reprobación de Chloe.


    KARNAK

    Tras la desaparición de la Gran Diosa Hathor, los teriántropos adorados como viejos dioses lucharon por sus viejas sedes de poder, dominando ciudades que en algunos casos terminaron enfrentadas entre sí. La gente de a pie fue la que más sufrió, cayendo en las luchas sin fin o entregando su vida a la creación de monumentos para sus dioses, que buscaban recuperar el tiempo perdido.

    No todo habían sido desgracias, algunos viejos y dioses y diosas trajeron prosperidad a sus pueblos. Contaba la leyenda que poco después de la desaparición, uno de los viejos dioses benevolente se había instalado cerca de la orilla del río. Decían que él tenía cabeza de pantera y era dios de la medicina y su diosa dominaba las aguas con su piel escamada. Para ello solo había que encontrar la ciudad de Bubastis.


    DAONNA

    Una bandada de velociraptor estaba tratando de rodear y capturar a su presa. El demonio de piel aguamarina al que perseguían no parecía muy fácil de comer, pero había entrado en su territorio y el grupo tenía hambre.

    Acecharon en la maleza y aceleraron para perseguirle cuando fue consciente de su presencia y echó a correr. El ser no era especialmente rápido, en varias ocasiones estuvieron a punto de darle una dentellada y ya estaban más cerca de encerrarlo en el desfiladero que había unos metros más allá. El demonio siguió corriendo, ahora cada vez más y más rápido, dejándoles atrás sin frenar hasta que apoyó un último pie en el borde del desfiladero y dio un gran salto al otro lado.

    Volvió al lago rosa cargado con una bolsa de gigantescos frutos salvajes que le recordaban a una mezcla entre melocotón y coco. De un paso a otro, la verde pradera y la playa a orillas del lago dieron paso al paseo de una gran ciudad. Había entrado en los dominios del poder de Lexie, ya estaba en casa.


    TERRA

    Dresden estaba siendo reconstruida, una ciudad pacífica en mitad de un conflicto que aún no había terminado de solucionarse. El viajero y la viajera, ocultos tras sus capuchas, cruzaron la plaza sin detenerse a admirar las vistas. Su misión era más urgente y aquella no era más que una ciudad de paso.

    Habían ido de una a otra, durante meses, tratando de poner su parte para minimizar todo el daño que había hecho la guerra e intentar que no volviera a ocurrir, por mucho que algunas partes estuvieran a punto de volver a estallar. Al menos, esta vez no había una mano invisible controlando que esa guerra perdurase. Había esperanza.

    Descansaron a comer algo de lo que llevaban en sus petates y mientras Robin usaba su magia para predecir el próximo punto débil para la paz, Ezra volvió a intentarlo. Una vez más no consiguió llegar a nadie. O habían desaparecido todos o algo ocurría con las esferas Daë.


    VALANTIS

    Idris soltó una carcajada. Si alguna ventaja tenía todo aquello, era que al menos la televisión era buenísima y gratis, lo malo era que habría matado por una pantalla plana en lugar de aquella enormidad. Echaba de menos algunas comodidades, pero no podía quejarse, llevaba cuatro meses viviendo con Ellie.

    Al principio, cuando habían llegado al mundo, trataron de contactar con el resto por todos los medios, pero fue imposible. Las esferas se habían callado y ninguno de los portales funcionaba. Estaban encerrados en aquél lugar.

    Así que habían conseguido un trabajo, alquilado una casa en la zona suburbana y se habían dedicado a buscar una forma de volver a la Luna mientras trataban de hacer vida normal en un planeta en el que los no muertos aún luchaban por ser tratados como algo más que propiedades.


    NEXUS

    La loba parda corría entre los árboles, con su melena sacudida por el viento. Olía las hogueras de la villa elfa cercana. Seguramente Owen las había encendido esperando que alguien preparase un buen asado.

    Olisqueó de nuevo y se aseguró de que los lobeznos la siguieran. Allí estaban, un poco más atrás, enzarzados en una batalla de mordiscos. Aún eran demasiado jóvenes, pero Amy estaba orgullosa. En aquél lugar había conseguido encontrar paz incluso después de lo que había pasado.

    Los sobrenaturales les habían acogido y les habían dado un hogar. Ella intentaba que fuera suficiente, no podía asumir que el silencio de los demás era algo bueno después de casi un mes. Pero Owen no se rendía, había tratado de ir a la ciudad de la Flecha pese a que estaba sellada y no se conocía nada de lo que pasaba en su interior, salvo que ahora las sombras acechantes que perseguían a la gente de la superficie habían desaparecido y las aldeas estaban recuperando su vieja gloria.

    Haleth estaba cerca de Owen, la elfa y el aesir parecían esperarla con noticias. Entonces vio que una cara conocida acababa de llegar al pueblo, Lekwaa.


    DAGRKNOT

    Bowie observaba en la distancia cómo Elliot pescaba la cena. Pensó varias formas en las que podría pescar de manera más óptima, pero había decidido que con las personas era mejor dejarles darse golpes hasta que encontraran la solución por sí mismos que dársela en bandeja.

    Lo que sí contó fueron los minutos que llevaba a la intemperie. Según el termómetro instalado bajo sus retinas, la temperatura de Elliot estaba bajando bastante. A esas alturas otro habría sentido tanto frío que hubiese castañeteado los dientes, pero él no tenía ese lujo.

    Decidió intervenir y llamarle justo cuando él pescó al fin algo que no era una espada oxidada. Bowie lo preparó con eficiencia y tras calentarse en una hoguera que ella también había preparado, siguieron el camino hacia la aldea pesquera más próxima. Con suerte allí encontrarían un barco que pudieran usar en ese mundo lleno de aguas siniestras que cobijaban criaturas más siniestras aún.


    ARTISAN

    Vera llevó la leña a la cocina y atizó las brasas para que ardiera con fuerza. Jamie llevaba toda la tarde estudiando en la biblioteca y alguien tenía que encargarse de que no murieran congelados.

    Poco tiempo después de aparecer en una ciudad cercana, habían vuelto a la casa familiar de los Barnes para encontrársela abandonada. Los sirvientes habían tenido que marcharse cuando viejos empleados del padre de Jamie empezaron a aparecer para hostigarles y tratar de recuperar sus salarios perdidos con su repentina desaparición.

    Por suerte no se habían llevado nada de gran valor, porque estaba bien escondido. Gracias a eso podrían mantenerse una buena temporada, porque la casa tenía a su alrededor todo lo que pudieran necesitar. Solo que alguien tenía que encargarse.

    Pese a todo, habían sido unos meses agradables, aunque Vera no conseguía quitarse el regusto amargo de no saber nada de sus hermanas ni de los demás.


    SENATUS

    El gigante se dejó caer en una esquina de su habitación, poco más que una celda pese a los honores que supuestamente le rendían. Miró sus muñecas, donde semanas atrás había tenido cadenas de metal, pero no por eso ahora era libre, sus cadenas eran de otro tipo.

    Aquella tarde había acabado con otra vida, la de un demonio de cabeza cubierta de pinchos. Era fuerte, parecía violento pero eso no lo justificaba. Él también era violento en la arena, la magia del Luditor se encargaba de ello, volcando toda la ira y la rabia del público y de los otros combatientes sobre su empatía para sumirle en una furia que le avergonzaba.

    Habría acabado con su existencia si no tuviera la esperanza de volver con los demás. Por eso, y por ella. Unos pasos resonaron por el pasillo y la puerta se abrió.

    – [b]’Bárbaro’ aquí tienes tu premio. Intenta hacer menos ruido hoy, bestia.[/b] – dijo el guardia, empujando a la mujer hacia el interior. Cuando se marchó, ella sonrió. Era un alivio sentir esa energía positiva. Sin Julia hacía mucho que no habría podido seguir adelante.


    SELAS

    El muchacho arrastró la improvisada camilla por la hierba, algo cansado después de llevar todo el día caminando, cruzando ríos con ella en brazos. Pero no había tiempo para descansar, cada segundo contaba, necesitaba llegar allí cuanto antes.

    – [Xander]Aguanta Jane.[/Xander] – le pidió, girándose para mirarla. Tenía los ojos cerrados, sumida en un sueño febril. Le tocó la frente, ardía. Preocupado, se detuvo. Descubrió con cuidado el vendaje que le cubría el pecho a la altura del corazón. Hacía ya unos días que había dejado de sangrar, pero el veneno seguía extendiéndose, ramificándose desde el orificio de bala hasta el resto de su cuerpo.

    Le cubrió la herida bien, le puso un paño húmedo en la frente y siguió caminando, cargando con la camilla. No podía perderla a ella también, tenía que llegar hasta el Laberinto, encontrar a Caitriona y curar a Jane. Daba igual el coste.


    DYAVOL

    La criatura permaneció atenta, olfateando en busca de la presa. La saliva le caía irremediablemente, el reinado de la oscuridad le había dado seguridad para dar rienda suelta a su maldad, pero al amparo de la noche eterna las criaturas habían acabado demasiado pronto con los tiernos humanos y ahora la comida empezaría a escasear.

    El ser estaba harto de ratas, por eso cuando vio a aquella tierna humana la siguió hasta los confines de aquella montaña. Las dos lunas se alzaban en lo alto del cielo nocturno y entonces vio el bulto cubierto de mantas cerca de la hoguera.

    Ansioso, fue hacia ella preparando sus dientes para masticar, pero antes de que pudiera levantar la manta y descubrir que era un engaño, alguien le rajó la garganta desde atrás. Ruby colocó el pie sobre la criatura y la tiró montaña abajo. Estaba cansada de huir y de correr, de luchar cada día por sobrevivir. Y también, de estar sola.


    LUNA VILTIS

    Los refugiados de Dyavol habían llamado a la ciudad Selene, aunque decirle ciudad quizá sería demasiado. En aquél momento eran poco más que un conjunto de cabañas reunidas, pero era la promesa de algo más, de un futuro a salvo de la oscuridad eterna que prometía su hogar.

    Francis hizo su ronda habitual y ascendió el valle hasta llegar a la colina desde la que podía ver la nave estrellada.  Cada día iba allí para ver si los demás habían vuelto, si William había cumplido su misión con más suerte de la que él mismo esperaba. Pero seguía sin haber nadie. Parecía un monumento a las vidas perdidas más que el hogar que había visto brevemente que era.

    Dio media vuelta y se dirigió a la gran ciudad de la Luna. Allí no era nadie, no tenía que fingir tener las respuestas mientras él mismo las buscaba, entre otros viajeros preocupados porque de pronto ya no podían volver a casa. Todos los portales se habían cerrado. Quizá por eso no habían vuelto ninguno.


    GWIDDON

     

    – [Kaylee]Parece que los Daesdi se han olvidado de nosotros.[/Kaylee] – dijo la hechicera pelirroja después de un nuevo e infructuoso intento de potenciar la esfera Daë para comunicarse con los demás.

    Leo asintió, silencioso. Acababa de preparar la comida para ambos y se observaba las manos con cautela. Ahora unas cicatrices recorrían parte de los dedos de su mano derecha. Cuando fueron absorbidos por el agujero negro de Antailtire, acabaron entrando en Gwiddon por un portal, pero un fragmento de metralla viajó con ellos.

    Instintivamente, Leo puso una mano frente a Kaylee, pensando en convertirse en metal. La metralla fue más rápida, atravesó carne y hueso, destrozando todo a su paso. Por la forma en la que dolía y cómo anulaba su curación sobrenatural, supieron que era plata.

    Había tardado un mes en volver a mover los dedos con normalidad, pero ahora que volvía a estar con fuerzas habían emprendido un viaje para encontrar a los demás. Aunque en aquél mundo ya corrían rumores sobre la hechicera pelirroja y sus habilidades.

     

  • ESPÍRITU GUERRERO

    HOTAH ‘LEKWAA’ TEIKWEIDÍ

    ESFERA KOURAS

    Lo primero que pensé cuando Kohana entró a llamarme a mi tienda diciendo que habían llegado unos forasteros fue que querían que hiciese de traductor para algún intercambio de productos. Pero cuando dijo que teníamos que ir a ver a Ptaysanwee primero, supe que era más grave.

    Por el camino Kohana dijo que tenían a dos forasteros cautivos. Les habían divisado ya a las afueras de Dodge y eso no significaba nada bueno. La ciudad de Dodge era la más cercana a aquél territorio y de allí casi nunca venía nadie a comerciar. Aquella ciudad era una representación viva del clásico Viejo Oeste, un lugar de vicios, muerte y codicia, donde los forajidos campaban a sus anchas y las mujeres no eran más que un objeto.

    Cuando llegué frente a Ptaysanwee vi una modesta preocupación en su rostro. Era la líder de aquella tribu y uno de los motivos por los que había elegido quedarme en aquél poblado Sioux en lugar de otra de las tribus hermanas que ocupaban la zona. Mi madre era una líder Tlingit, una tribu de Alaska. Aquella mujer me recordaba a ella, transmitía la misma calma.

    Ptaysanwee me explicó que habían cogido a los forasteros cerca de la entrada de la tribu. No habían hablado todavía con ellos, pero una de los dos, una chica joven y pelirroja, hablaba su lengua. A los que les habían capturado les llamaron la atención sus ropas, que no se parecían a ningunas que habían visto antes, salvo las que yo mismo llevaba cuando me encontraron. También les llamó la atención que no oliesen como los vaqueros. Mientras que las tribus se bañaban y aseaban a diario, los vaqueros no, y eso junto a llevar prendas menos aptas para aquél clima, hacía que a veces se les percibiese desde lejos.

    Caminé en dirección a las tiendas en las que los tenían. Estaba acostumbrado a tratar con ese tipo de asuntos de vez en cuando. Por mis capacidades, me había convertido en una especie de chamán no solo para aquella tribu sioux, si no para las tribus aliadas de toda aquella zona, ya fuesen sioux, apache, cheyenne o cualquier otra.

    Lo hacía sin protestar. A fin de cuentas, ellos me habían salvado la vida y me habían dado un lugar al que llamar hogar después de haber perdido el mío.

    Kohana me señaló la tienda de la muchacha. Empezaría por ella y por su conocimiento de la lengua sioux. Entré y vi una figura menuda sentada en el suelo. Tenía las manos a la espalda y su cabello cobrizo caía libre por sus hombros. Al verme, alzó la mirada, podría decir que desafiante. Iba vestida con unos pantalones de esos con bolsillos laterales, una camiseta y lo que parecía un chubasquero atado a la cintura, sin duda una ropa poco apropiada para aquél clima.

    – [Lekwaa]Dicen que hablas nuestra lengua.[/Lekwaa] – pregunté en sioux. En el tiempo que llevaba entre ellos había aprendido el suficiente sioux como para expresarme como uno de ellos. Tenía que dar gracias a la insistencia de mi madre por aprender Tlingit, porque de lo contrario, me habría resultado casi imposible.

    – [Vera]Y tienen razón.[/Vera]- respondió en un perfecto sioux. Lo hablaba mejor que yo, sin el más mínimo acento. Me resultó extraño.

    – [Lekwaa]¿Y tu compañero?[/Lekwaa] – pregunté a continuación.

    – [Vera]No lo sé.[/Vera]- respondió ella, esta vez en un perfecto tlingit, que era en lo que acababa de hablarle.

    – [Lekwaa]¿Eres consciente de que ahora te estoy hablando en Tlingit?[/Lekwaa] – pregunté. Ella pareció no inmutarse.

    – [Vera]Sí.[/Vera]- aseguró. Era mucho asumir, pero por la forma en la que lo hacía, parecía que los idiomas no eran una barrera para ella.

    – [Lekwaa]Llevais ropa del futuro. ¿Qué hacéis en este mundo?[/Lekwaa] – dije, sentándome frente a ella. No me gustaba la sensación de estar de pie y ella allí, sentada sin posibilidad de levantarse.

    – [Vera]¿Cómo sabes que es ropa del futuro y no de otro continente?[/Vera] – replicó, inquisitiva. Le estaba dando la vuelta a la conversación, pero me dejé llevar.

    – [Lekwaa]Porque yo también llegué aquí desde el futuro.[/Lekwaa] – afirmé, sin dar demasiados detalles. No me parecía que decirle eso me pudiera perjudicar más de lo que ya lo hacía estar en el pasado.

    – [Vera]¿Eres un Daë?[/Vera] – continuó interrogando.

    – [Lekwaa]No entiendo esa palabra.[/Lekwaa] – respondí, hablando ya en inglés. No tenía sentido seguir hablando en otros idiomas cuando los dos hablábamos inglés y para mí era más cómodo. Era extraño hablarlo en voz alta, las únicas veces que lo había hecho desde que estaba allí era para hacer intercambios, por lo general se reservaba para mis pensamientos.

    – [Vera]Entonces no lo eres.[/Vera]- sentenció firmemente. Lo dejé estar, tenía otros asuntos que cumplir antes de preguntarle a qué se refería.

    – [Lekwaa]¿Eres de la Tierra?[/Lekwaa] – dije.

    – [Vera]Sí. De Moondale.[/Vera]- explicó ella. Si la historia hubiese sido diferente, no habría tenido que conocer ese nombre de una ciudad de un condado remoto de Estados Unidos, pero en mi historia, ese nombre era importante.

    – [Lekwaa]¿Moondale? Ahí se inicio «La Putrefacción».[/Lekwaa] – dije, tratando de no recordar demasiado. Desde allí habían saltado las primeras alertas, la cuarentena. El mundo civilizado se lo tomó como un evento climático. Yo acepté esa mentira sin dudar, mi madre y su tribu, no. Decían que era algo más, algo oscuro y antigüo como el mundo. Tenían razón.

    – [Vera]Me parece que vienes de una realidad alternativa.[/Vera] – afirmó ella. Os contaré una cosa, normalmente uno no espera que le digan eso, si no decirlo.

    – [Lekwaa]¿Realidades diferentes?[/Lekwaa] – pregunté. Me llevé una mano a la frente. Mi vida había sido perfectamente normal hasta hacía algo menos de un año. Desde entonces había visto espíritus, magia, seres sobrenaturales, viajes en el tiempo y ahora…realidades alternativas. – [Lekwaa]¿Tu mundo está…bien? ¿No sabes quien es «El Acechante»?[/Lekwaa] – pregunté tratando de centrarme. Tenía muchos nombres y ninguno. Mi pueblo lo llamaba así.

    – [Vera]En mi mundo están las cosas regular, pero las estamos arreglando.[/Vera] – respondió. Asentí.

    – [Lekwaa]Entiendo.[/Lekwaa] – respondí, pensativo. En realidad no lo entendía, ¿por qué mi realidad si mientras que en la suya ni siquiera habían oído hablar de él? ¿Quizá todavía no había pasado? – [Lekwaa]¿Qué hacéis en este mundo?[/Lekwaa] – le pregunté. Al principio lo había tomado por el pasado de mi Tierra, pero cuando las dos lunas se alzaron al caer la noche, supe que estaba aún más lejos de mi hogar de lo que pensaba.

    – [Vera]Tenemos algo que hacer.[/Vera]- dijo de forma escueta. Aquella muchacha era muy ágil de mente. No parecía dispuesta a contar mucho.

    – [Lekwaa]Puedo hablar con los demás para dejaros libres, pero necesito que me mires a los ojos un instante.[/Lekwaa] – le ofrecí. Aquella parte era complicada de explicar, especialmente porque no lo comprendía aún lo suficiente y porque no estaba dispuesto a que todo el mundo lo supiera.

    – [Vera]Eso es un poco extraño.[/Vera] – admitió, pero se encogió de hombros y fijó sus ojos en mí.

    Eran bonitos, pero pronto dejé de verlos porque ante mí estaba todo su vibrante ser espiritual. Sabía cómo lo veían otros, mis ojos centelleaban con un fulgor espectral, como una llama muerta, mientras que yo entraba a aquél mundo lleno de color. Al menos en algunos casos, cuando las intenciones de a quien estaba mirando eran las de una buena persona. – [Lekwaa]Está bien. Podemos ir con tu amigo.[/Lekwaa] – dije apartando la mirada.

    – [Vera]No es mi amigo.[/Vera]- puntualizó ella.- [Vera]Es el hermano de mi amigo.[/Vera] – añadió.

    – [Lekwaa]Sea como sea, necesito comprobar que él también tiene buenas intenciones.[/Lekwaa] – le expliqué. No era una habilidad que me hiciese sentir cómodo, pero tenía su utilidad. Si pasaban la prueba, no tendría problema en pedir a la tribu que los liberase.

    – [Vera]Lo único que puede pasar es que le gustes.[/Vera]- comentó, encogiéndose de hombros. Me imaginé que bromeaba.

    – [Lekwaa]Deja que te libere. Y vamos.[/Lekwaa] – me coloqué tras ella y saqué un cuchillo del cinto para cortar las cuerdas.

    – [Vera]Gracias.[/Vera]- dijo ella incorporándose y frotándose las muñecas.- [Vera]Me llamo Vera, ¿y tú?[/Vera] – preguntó.

    – [Lekwaa]Hotah…Hotah Teikweidí.[/Lekwaa] – respondí. Hacía no mucho tiempo habría respondido simplemente Hunter Travis. – [Lekwaa]Pero me llaman ‘Lekwaa'[/Lekwaa] – era el nombre con el que me había bautizado por segunda vez mi madre, significaba «espíritu guerrero«.

    – [Vera]Un placer conocerte, Lekwaa.[/Vera] – dijo con una sonrisa.

    – [Lekwaa]Lo mismo digo, Vera.[/Lekwaa] – repliqué.

    – [Vera]Lo normal es sonreír cuando te sonríen.[/Vera]- dijo ella. La miré. Los sioux se habían acostumbrado a mi forma de ser, no preguntaban cosas como aquella, así que me sorprendió.

    – [Lekwaa]Solía sonreír. Antes de todo lo que pasó.[/Lekwaa] – resumí. A veces parecía que habían pasado años, otras, segundos.

    – [Vera]Vaya.[/Vera]- dijo, apartando la mirada.- [Vera]Lo siento.[/Vera] – añadió. Parecía sentirlo de verdad. Era buena persona, aunque eso ya lo había visto.

    – [Lekwaa]Gracias.[/Lekwaa] – respondí. – [Lekwaa]No te preocupes por lo de antes. Solo he visto las intenciones de tu alma.[/Lekwaa] – añadí, para despejar las dudas que pudiese tener sobre lo que veía. Alguno había huido pensando que le robaba el alma, por suerte no era una buena persona y eso le mantendría alejado de la tribu.

    – [Vera]Espero que hayas visto que soy una persona horrible.[/Vera] – comentó.

    – [Lekwaa]Por suerte para ti, no.[/Lekwaa] – estuve a punto de sonreír. Ya había estado más cerca de hacerlo de lo que había estado en años. Ella sonrió abiertamente y salimos al exterior.

    El sol aún golpeaba fuerte, necesitaría cambiarse de ropa para seguir por allí, pero aún faltaba su compañero. Por el camino, la gente la miraba, extrañados y curiosos. Por suerte, como habían dicho, no olía como los vaqueros, olía a lavanda, a almendras y algo picante.

    Continuamos caminando hacia la tienda en la que estaba su compañero. Abrí y ella entró primero. Pensé que sería una mejor muestra de buena voluntad.

    – [Owen]Veo que has hecho un nuevo amigo.-[/Owen] dijo al verme entrar. Era algo mayor que ella. Tenía una constitución atlética, marcada por su camiseta apretada. Llevaba unos pantalones vaqueros clásicos y unas deportivas similares a las que yo llevaba cuando llegué aquí.

    – [Vera]Soy muy sociable.[/Vera] – replicó ella despreocupadamente.

    – [Lekwaa]Necesito que me mires a los ojos un momento.[/Lekwaa] – le dije, sentándome frente a él.

    – [Owen]¿Estas intentando ligar conmigo? Me siento halagado pero… oh que ojos tan profundos. – [/Owen] sonrió, fijándose en mis ojos.

    – [Hotah]Tenias razón.[/Hotah] – dije a Vera. Entonces volví a conectar con mi habilidad y el iris de aquél joven me mostró plenamente su alma. Cuando estuve seguro, aparté la mirada.

    – [Vera]Es rarito.[/Vera]- escuché decir a Vera. No tenía claro a quién de los dos se refería.

    – [Hotah]Está bien, hablaré con la tribu. Sois libres.[/Hotah] – aclaré, poniéndome en pie.

    – [Vera]Gracias.[/Vera]- dijo Vera. Me acerqué al chico y le solté las cuerdas.

    – [Owen]Muy amable. ¿Le has preguntado por eso?-[/Owen] escuché preguntarle crípticamente.

    Ella asintió.- [Vera]No sabe nada[/Vera] – me imaginé que se trataba de todo aquél asunto del «Daë».

    – [Hotah]No puedo ayudaros con ese «Daë».[/Hotah] – lo sentía, pero sin más información, no podía hacer nada. A fin de cuentas, seguía siendo un extraño en ese mundo. – [Hotah]Pero en la tribu os pueden conseguir ropa y alojamiento mientras tanto.[/Hotah] – ofrecí. La ropa la necesitarían y algo de comida y agua no les vendría mal seguramente.

    – [Owen]La ropa nos vendrá bien, pero no podemos quedarnos.-[/Owen] aseguró él.

    – [Hotah]Debéis tener cuidado con las ciudades. Las tribus son el único sitio seguro.[/Hotah] – le respondí. La ficción había tratado a las tribus de salvajes, pero la realidad era bastante diferente y en aquél mundo más. Los vaqueros eran aún más violentos.

    – [Owen]No deberíamos habernos separado[/Owen]. – comentó, preocupado.

    – [Vera]Tenemos que ir a buscar a Jane y a Elliot.[/Vera] – le dijo la chica, Vera. Así que no eran los únicos que habían venido.

    – [Hotah]¿Están en la ciudad?[/Hotah] – pregunté, verdaderamente preocupado. Las buenas personas apenas tenían cabida en la ciudad. Vera asintió.

    – [Hotah]Las ciudades son peligrosas, pero en Dodge vive el «Banquero».[/Hotah] – les expliqué, saliendo ya de la tienda. Él era la principal preocupación de las tribus. – [Hotah]Forajidos y gente normal trabajan para él. Solo le interesan los metales preciosos y están dispuestos a cualquier cosa.[/Hotah] – añadí. Los forajidos eran peligrosos, pero solían trabajar en solitario, el Banquero tenía la ley de su lado y además organizaba a los forajidos para su provecho. Era fácil imaginarse que nadie se iba a arriesgar a oponerse a él para salvar a un puñado de «indios». – [Hotah]Esta tribu y las vecinas protegen la zona y sus habitantes desde que sus hombres acabaron con casi todos los gigantes de piedra.[/Hotah] – aclaré. Aquello aún se recordaba entre las tribus cada año. Yo lo tenía muy presente pese a que había sido muchísimo antes de mi llegada. Había sido una masacre.

    – [Vera]El Daë.[/Vera]- comentó Vera. Vi cómo miraba a Owen.

    – [Hotah]¿Quién, el banquero?[/Hotah] – pregunté, sorprendido. Si era así no podía ayudarles, salvo que su destino fuera matarle.

    – [Vera]No, el gigante de piedra.[/Vera]- aclaró. ¿Él era el Daë?

    – [Hotah]¿Ugg’Krah? Es el último que queda. Está solo en la montaña, protegiendo el hogar de su tribu.[/Hotah] – era el último de su especie. Vivía sobre un cementerio de los suyos y los ataques no iban a menos porque el hogar ancestral de esa tribu de gigantes de piedra estaba sobre un enorme yacimiento de oro. – [Hotah]Los gigantes de piedra siempre han defendido a las tribus y ahora ellos le defienden también a él.[/Hotah] – añadí. Ellos habían sido los guardianes desde tiempos remotos, así que ahora le devolvían el favor. – [Hotah]Si ese es vuestro Daë, os ayudaré.[/Hotah] – sentencié. Ugg’Krah era un amigo, a veces iba a verle para que estuviera tan solo. En el fondo, los dos lo estábamos.

    – [Vera]Muchas gracias.[/Vera]- dijo Vera. Asentí y les conduje ante Ptaysanwee para explicarle todo y pedirle ayuda. La jefa enseguida mandó buscarles ropa y Vera y Owen se marcharon a cambiarse mientras yo preparaba el viaje.

    Cuando volví a unirme a ellos, ya estaban vestidos con ropas sioux tradicionales. Vera incluso llevaba el cabello recogido en una coleta que le había ayudado a hacer la hija de Ptaysanwee. Lo cierto era que incluso con la ropa, llamaban la atención.

    – [Vera]En un rato tendrían que volver al punto de encuentro. Si no lo hacen, iremos a por ellos.[/Vera] – comentó, preocupada, al poco de salir del poblado. La vi llevarse la mano a una bolsa y coger un pequeño orbe de cristal resplandeciente.

    No sé exactamente qué pasó, pero de pronto, Vera fijó la mirada al frente.  – [Vera]Elliot, ¿estáis bien?[/Vera]- preguntó con visible preocupación. Según lo que había captado en su conversación, Elliot era uno de los dos que habían venido con ellos. – [Vera]Sí, ya sé que no es la hora que habíamos acordado y que estáis investigando.[/Vera]- puso los ojos en blanco y esperó un momento, como si estuviera manteniendo una conversación. Miré a Owen, que parecía tan perdido como yo. Vera nos miró y notó que no estábamos viendo nada, pero no le dio importancia y siguió hablando. – [Vera]Sí, también sé que no deberías estar usando eso en esta época…[/Vera] – replicó con un suspiro de exasperación.

    Pasaron unos segundos en los que se cruzó de brazos. – [Vera]¿Quieres dejar de quejarte?[/Vera] – sentenció, alzando un poco la voz.- [Vera]Jane y tú tenéis que venir al punto de encuentro ya.[/Vera] – añadió. Fuera lo que fuera, era una suerte poder avisarles de que abandonaran esa ciudad condenada cuanto antes. También estaba la parte de mi mente que no estaba acostumbrada a todo lo sobrenatural, que pensaba que a aquella muchacha le estaba dando una alucinación por el calor. Por suerte, teniendo en cuenta que íbamos a ver a mi amigo el gigante de piedra, me forcé a pensar que era real. – [Vera]¿Eso que se oye es Jane discutiendo con vaqueros?[/Vera] – preguntó, colocándose para tratar de ver más cerca algo. – [Vera]¿Les está pegando?[/Vera] – añadió, conmocionada.  Me llevé una mano a la nuca, las cosas podían salir muy mal. – [Vera]¿Jane está intentando crear una sociedad feminista?[/Vera] – gritó.- [Vera]Dile que haga el favor de venir antes de que líe una paradoja.[/Vera] – sentenció. Aunque si la otra muchacha era capaz de estar pegándose por lograr el feminismo en un lugar tan lleno de machismo como el Viejo Oeste, dudaba que le hiciera caso.- [Vera]Bueno, pues echa andar y ya te seguirá. O roba un caballo. Uno que veas que no está muy enfermo.[/Vera] – sugirió. – [Vera]¿Cómo que no puedes robar un caballo?[/Vera] – añadió, poniendo de nuevo los ojos en blanco. – [Vera]Pues ven andando.[/Vera]- se quejó. – [Vera]Para cuando llegues seremos todos de piedra como el Daë.[/Vera] – gesticulaba, así que me imaginé que los dos se estarían viendo. – [Vera]Os esperamos…[/Vera]- empezó a decir. Entonces me miró y tardé un momento en darme cuenta de lo que quería.

    – [Hotah]En la cima de aquella montaña.[/Hotah] – le dije. No sabía si el muchacho me escuchaba o no.

    – [Vera]En la cima de esa montaña.[/Vera]- repitió. Después se quedó callada, esperando.- [Vera]Roba un caballo.[/Vera] – añadió antes de volver hacia nosotros.

    – [Owen]Te seguimos.-[/Owen] indicó Owen, haciendo que nos pusiéramos en marcha.

    Caminamos juntos por la senda de tierra, bajo el sol abrasador. Hacía unos meses no sabía todo lo que iba a cambiar la vida para mí, igual que en ese momento no sabía que mi destino iba unido al de aquellos extraños viajeros.