Aprovechando que Rebecca había llegado temprano a la biblioteca y que estaría allí hasta media mañana cuando empezaban sus clases, decidí retirarme unos minutos a mi despacho para tomarme un café con tranquilidad, si es que quedaba algo de eso ya para cualquiera.
Abrí el navegador y cargué el ‘Ripper Inquirer’, el ‘Moondale Post’, el ‘Ripper Bearer’ y unos cuantos de blogs de bebés y paternidad. Sí, era un hombre con muchas preocupaciones.
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No era fácil estudiar la vida y obra de Leonardo da Vinci, en parte por esa serie en la que el pintor parecía un playboy florentino y había inventado prácticamente de todo adelantándose a su tiempo, sino porque estábamos cerca, muy cerca de dar con lo que acabaría con el Doctor.
También estaba lo de haber visto parte de tu futuro. Quien podía concentrarse en estudiar después de eso. Había visto retazos de un futuro que era horrible, pero a su vez me había dejado algo maravilloso, en ese futuro tenía un hijo, y de no ser por el Doctor posiblemente un futuro con Kaylee. El saber eso me aterraba, tenía miedo de que nada de eso puédese ocurrir, el futuro no estaba escrito y cualquier minima cosa podía alterarlo y cambiarlo, lo sabía muy bien, yo mismamente era una prueba viviente de ello.
Solté el bolígrafo en la mesa y me frote los ojos con las manos mientras me recostaba en la silla. Observe como Kaylee arrugaba la nariz y abría poco a poco los ojos. – [b][i][color=#266EAC] Buenos días.-[/SIZE][/i][/b] Añadí mientras me levantaba de la silla para bajar un poco la persiana y que no le molestara la claridad.
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[i]Ahora…[/i]
La luz del sol se filtraba en el dormitorio por las rendijas de la persiana de manera implacable, clavándose en mis ojos y obligándome a despertar. Me dolía la cabeza horrores, seguramente por el vino blanco de la cena y tenía los pies destrozados, eso sí que era culpa de los altísimos zapatos de tacón que me había puesto para impresionar a Ed, pero él seguramente ni se había dado cuenta…
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La mañana había amanecido particularmente nublada, aunque tratándose del mes de marzo, no resultaba tan extraño encontrarse con unas fuertes rachas de viento que a uno se le olvidaban de un año para otro.
Todavía era muy pronto como para que apareciese nadie por la biblioteca, normalmente no empezaba a entrar gente hasta poco antes de mediodía, excepto los Moondies, aunque cada vez nos reuníamos menos en la biblioteca y más en la casa de Sarah, e incluso en la Nave, que sería el lugar perfecto si conseguíamos encontrar un hueco de salvar el mundo para poder terminarla, y eso que estaba casi a punto.
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El camino hasta la biblioteca fue una odisea digna de Thelma & Louise, sólo nos faltaron el subtexto lésbico y el final suicida. Por suerte, conseguimos llegar a la Universidad con ayuda de unos furgones de los Búhos, que pasaron a recoger a los que estaban desperdigados y unos cuantos hechizos glamour que amenazaron con sacarme las venas negras. Y como Santa Mercy Sheppard estaba más que acostumbrada a nuestros “problemillas”, obligó al alumnado a encerrarse en sus habitaciones con las persianas bajadas porque un loco se había fugado de Thornhill y estaba campando con sus anchas pistola en mano. Era eso o decirles que se había desatado el Apocalipsis zombie y nosotros éramos los encargados de trasladar los seis cuerpos de los primeros infectados. La razón de que fuéramos a la biblioteca en lugar de la nave está en que nadie normal sale de su casa con el Ars Demonica debajo del brazo y vale que nosotros no éramos normales, pero todavía no llevábamos cosas raras debajo del brazo. Si a eso le sumamos haber visto morir a gente inconsciente y que Illya y Cara mostraban heridas abiertas, el tiempo corría en nuestra contra, por lo que aprovechamos la telekinesis de Dom y la fuerza de Sarah para transportar a todos los durmientes.
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Las tardes en la biblioteca se me hacían interminables. El cansancio de las clases y del día en general, empezaban a hacer mella en mí, así que iba por ahí como si me faltase la otra pila que me hacía ser Rebecca del todo. En parte era por la falta de costumbre, porque como decía alguien, “trabajar cuesta trabajo” (valga la redundancia) y lo peor de todo, era que todavía me quedaban montañas de libros por colocar, de esos que la gente cogía de las estanterías y se dejaba encima de las mesas como si todos fuéramos Dominic y tuviésemos un poder que moviese las cosas por nosotros sin esfuerzo. Pero no podía quejarme, porque al menos, ganaba dinero haciendo algo que me gustaba.
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Me gustaba salir a correr, sentir el corazón latiéndome con fuerza en los oídos, escuchar cómo mi respiración se aceleraba lentamente e intentar averiguar dónde estaba mi límite, que parecía no existir. Era superior al resto porque tenía un legado de cientos de años, quizás más y aunque dijesen que la tal Sarah Echolls era la verdadera Elegida, la única que se merecía lo que tenía, era yo.
Alguna vez me había planteado deshacerme de ella, fugazmente, nada muy en serio, pero vivía permanentemente rodeada de una corte de idiotas que le doraban la píldora y le hacían el trabajo sucio, por lo que mis posibilidades de actuación quedaban reducidas hasta límites que daban risa. Aún así, no la perdía de vista.
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No sé en qué momento mi despacho, aquel en el colgaba de la puerta un letrero que rezaba “Diana Echolls, orientadora escolar” se había convertido en un consultorio sentimental. Ni tampoco por qué demonios lo había permitido, pero ahí estábamos, aquel alumno cuyas iniciales eran N.P.H (por temas de confidencialidad no puedo ponerlo ni en mi propio diario, hay que joderse) contándome que una tal Karen no quería saber nada de él y me daban ganas de decirle que con lo feo que era y lo mal que estaba de la cabeza, no me extrañaba, pero lo único que me faltaba aquel día era tener que subirle autoestima a uno de los tres tíos más feos del universo (los otros dos eran amigos suyos).
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Parecía Superman allí echado en la silla dejando que la luz del sol impactara sobre mi, solo que yo no me recargaría como el y pegaría un salto de la silla como nuevo, simplemente era una sensación de calidez.
Ya había pasado suficiente tiempo sentado en la silla mirando el tablón de Rebecca en el que tenía un par de fotos de la película de Jane Eyre, citas del libro, recordatorios de exámenes y cosas por hacer, y alguna que otra foto de los dos y el resto del grupo.
Me levante y vi que en un par de minutos empezaría la reunión que teníamos en la biblioteca por lo que me puse en marcha hacia allá. Según andaba aun podía notar un ligero cosquilleo en la planta de los pies y los brazos algo entumecidos, cosa que podía arreglar moviendo un poco los brazos en molinillo.